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Capítulo 7: Tormenta

—Y quiero salir y hacer cosas como lo hacia allá, pero no puedo... no puedo usar los pies si no los siento —le dije—. No es que Alemania tuviera los mejores inviernos de la vida, también nevaba y los días eran grises, pero aquí...

—¿Por qué volviste? —preguntó con seriedad—. Y, además, a Toronto... pudiste irte a Vancouver, ahí es más soportable el invierno.

Aunque yo había oído eso, no creía que el cambio fuera tan grande. Canadá en general era un país con un clima que no me agradaba.

—Me vine para ayudar a mi madre porque, bueno, hace unos meses la atropellaron y la operaron de la cadera —le expliqué—. Mis padres viven aquí, así que debía venirme para acá.

—Ah, entiendo... ¿y cómo está tu mamá?

—Mejor —respondí—, pero aún tiene que ir a citas constante con el doctor y al psicólogo porque está hundida en una depresión todavía.

—No creo que ella esté deprimida por el clima de este país, ¿no?

Yo negué con una pequeña risa.

—No, es porque es deportista y su cadera le impidió, y aun le impide, hacer muchas cosas que le gustan —le dije—. Probablemente en un tiempo todo mejore y pueda volver a las actividades que ama.

—¿Juega hockey?

Yo asentí.

—Pero es entrenadora de natación —aclaré—. Ama el hockey, pero también el agua... nada desde que era una bebé.

—¿Y tú? ¿Haces un deporte?

Nicholas se inclinó hacia atrás en la silla, mirándome con interés.

—No, ni siquiera me gusta verlos... solo sé patinar el hielo, pero lo hago por diversión. Nunca quise practicarlo con seriedad.

—Es totalmente valido, yo tampoco soy fan de los deportes —me comentó—. Solo voy al gimnasio para mantener mi estado físico y porque me desestresa un poco, pero no es mi pasión.

Yo asentí, comprendía eso por completo. Yo tampoco le veía la gran gracia a la actividad física y los deportes.

Mi estado físico debía ser bastante deplorable y mis músculos mejor desarrollados eran los de mis piernas gracias al patinaje, más allá de eso, no tenía nada muy tonificado. Si era delgada, era por la genética y, tal vez, por un buen sistema digestivo, pero eso no significaba que tuviera una buena resistencia física.

—Ahora, cambiemos de tema —le dije—. Tú me debes una historia, la de tu exnovia... Yo ya te conté la mía.

Nicholas soltó una risa.

—Que rápido se te quitó el enojo conmigo —me dijo.

Yo reí.

—Bueno, si nos vamos a quedar aquí por harto tiempo, pues lo mejor será que no discutamos, ni estemos molestos —me excusé.

—Está bien, te contaré —accedió, para luego aclarar su garganta—. Se llama Susan y es una muy hermosa e inteligente abogada que conocí en un bar hace tres años. Nos hicimos amigos y comenzamos a salir unos meses después... lo siguiente es un tanto vergonzoso.

Yo lo miré extrañada.

—¿Vergonzoso?

El asintió y siguió con su historia:

—Todo iba de maravilla, incluso había ido a vivir conmigo, pero los problemas comenzaron cuando le tocó representar a un hombre que peleaba la custodia de sus hijos porque su exmujer era una alcohólica.

Yo estaba escuchando con mucha atención, en especial porque no entendía muy bien a lo que iba y, si era lo que estaba imaginando, no era nada bueno, ni ético.

—Comenzó a pasar mucho tiempo afuera, con la excusa de estar trabajando el caso de ese cliente y yo, bueno, comencé a sospechar de algo extraño —explicó—. Entonces, un día, decidí seguirla y llegué hasta un restaurante en el que cenó con un hombre y definitivamente no parecía haber trabajo de por medio.

—¿También te fue infiel? —pregunté sorprendida.

—No... bueno, o eso me dijo y yo no pude probar lo contrario —me dijo—. Solo la vi comiendo y hablando con él, nada de sexo o besos.

—¿Y entonces?

—Ese día la encaré y ella no se tomó ni siquiera dos minutos para pensarlo y terminó conmigo, diciéndome que se había fijado en otro hombre... en ese cliente y que ya no quería estar conmigo —explicó.

—Que poco profesional —dije, con algo de desagrado—. Además, era un hombre con hijos, ¿para qué estarías con alguien así?

Nicholas no pudo evitar reír ante mi claro desagrado.

—Veo que no te gustan los niños.

Yo negué.

—Los detesto, ni siquiera quería tenerlos con Nathan —confesé—. A veces teníamos discusiones por eso. Él soñaba con tener al menos tres... y creo que su novia actual le va a cumplir el deseo.

En ese momento recordé el comentario de Diane sobre que deseaban tener una gran familia.

—A mí tampoco me gustan, realmente —me comentó—. Tengo unos primos con hijos y, Dios, no los aguanto por más de cinco minutos y es un maldito infierno.

Yo solté una risa y, cuando estaba por decir algo, un apagón dejó todo el estudio a oscuras.

Sin querer, solté un grito de miedo, pues, debía admitir que la oscuridad me asustaba un poco.

—Tranquila, Blanc, solo se fue la luz —oí que me dijo Nicholas.

Debido a que ya estaba oscuro afuera también, no podía ver nada, ni siquiera a mi compañero. Ahí estaba el otro problema de Canadá y era que, en esa época, desde la cinco de la tarde o antes parecía ya estar de noche en Toronto... ¿quién no se deprimiría así? Quizás los búhos.

De pronto, la luz de la pantalla del teléfono de Nicholas iluminó un poco y unos segundos después, encendió su linterna para que se viera todo mejor.

—¿Le temes a la oscuridad?

Supuse que no solo lo decía por mi pequeño grito, sino que también porque debía parecer algo nerviosa.

—Un poco... digo, puedo estar a oscuras, pero no a tan oscuras.

Gracias a la nieve, el corte de luz y las nubes, no se veía ninguna luz. Normalmente, algo de luz entraba por la ventana, a la que, por más frio que hiciera, no cubría con las cortinas del todo.

—Iré por algo de comer —me dijo, levantándose de su silla.

Yo me levanté de golpe de la mía y, sin pensarlo demasiado, le agarré un brazo con ambas manos para que no me dejara.

Pude ver, entre la oscuridad, que puso una expresión de confusión ante mi reacción.

—¿Qué pasa?

—No me dejes aquí sola —pedí, algo avergonzada.

No me gustaba la idea de quedarme en un lugar que no era mi casa, completamente sola y a oscuras. Eso sonaba a como una película de terror que no terminaba bien.

—Bueno, vamos por algo de comer.

Yo asentí y lo solté para seguirlo hasta el comedor que teníamos piso y poder servirnos algo de lo que había en las despensas y el refrigerador.

Ambos tomamos unas cosas y fuimos al lugar de descanso para tirarnos en un sofá a comer en silencio por unos minutos.

Yo revisé la batería de mi teléfono para ver cuanto podría durar con la linterna encendida. Lamentablemente, había olvidado ponerlo a cargar antes y no estaba segura de que el treinta por ciento que me quedaba me lograría durar todo el tiempo que estaría ahí.

—¿Cuánto crees que dure esta tormenta? —pregunté, rompiendo el silencio.

Cuando era adolescente había vivido algunas tormentas fuertes, pero la mayoría no duraban más de un día, de hecho, había vivido varias de solo unas horas. Sabía que también podía pasar que fuera una tormenta intermitente, aunque yo no recordaba haber pasado por una de esas.

—Bueno, tenían previsto que sería por periodos hasta el medio día de mañana.

Yo lo miré aterrada.

—¿Qué?

—Sí, pero lo más probable es que nos saquen en menos tiempo —dijo para tranquilizarme—. Solo debe bajar un poco el viento, antes de que comience otra vez.

Me sentí un tanto aliviada, pero tampoco creía que el viento fuera a detenerse pronto, por lo que no quería imaginar en cuanto tiempo más podría volver a mi departamento.

Mi departamento... eso me hizo sentir un dolor de estómago al recordar a Nathan.

Emití un quejido, olvidando que no estaba sola.

—¿Te pasa algo, Blanc?

Me giré a verlo algo asustada al recordar su presencia y, aunque planeaba mentirle y decirle que lo que me tenía molesta era otra cosa, decidí decirle la verdad.

—Es que... no vas a creer lo que me paso —le dije.

—¿Qué?

—Resulta que mis vecinos de enfrente son Nathan y su novia.

Él me miró sin entender.

—Mi exnovio, Nathan.

—Dios, que concurrida es tu vida —dijo, sorprendido—. Debe haber miles de departamentos en la ciudad, ¿y te tenías que mudar frente a tu ex?

—Sí... creo que tengo una maldición o algo —bromeé.

—Sigue siendo peor la vida en Somalia, te lo juro.

Yo solté una risa. Sí, sabía que mi vida no era una tragedia griega y que yo era un poco exagerada, pero me gustaba quejarme, era un tanto liberador.

Volvimos a sumirnos en un silencio y esta vez no sabía cómo romperlo. Nicholas no era un amigo de confianza como para seguir hablando de nuestras vidas y tampoco había mucho más que hacer en una oficina sin electricidad.

Por suerte, en unos segundos, Nicholas fue el que habló:

—Oye, Blanc.

—¿Qué pasa?

—¿Cuál era tu nombre?

Yo suspiré agotada. No sabía si realmente no lo recordaba o estaba jugando conmigo para fastidiarme un poco, pero la primera opción era posible, ya que, ni una vez en su vida me había llamado por mi nombre.

—Caroline, pero me dicen Line.

—Como la canción...

—¿Qué canción?

Nicholas tomó su celular y comenzó a buscar algo. En unos segundos comenzó a sonar la canción "Sweet Caroline" de Neil Diamond.

Yo no pude evitar reír, en especial porque esa era una de las canciones favoritas de mi padre, de ahí la idea del nombre Caroline.

—Era una linda canción —comentó Nicholas—, pero ahora que me recuerda a ti, no lo es tanto.

Yo lo miré con molestia, pero él solo rio divertido.

Cómo le encantaba molestarme, ya parecía que era su nueva actividad favorita. Le gustaba casi tanto como criticar mis planos.

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