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Capítulo 5: Departamento

—Esta será tu foto de perfil —me dijo Nicholas.

Ambos estábamos en la oficina, en la sala de arquitectura, en nuestro descanso.

Ese día me había maquillado para no verme tan abatida con el trabajo y Nicholas me había hecho una clase de sesión de fotos para poder usar de foto de perfil.

—En esta se resaltan tus ojos azules —me dijo, mientras me mostraba una de las fotos en mi celular.

—Sí, me gusta.

—Bueno, con eso ya listo y la descripción adecuada, es hora de comenzar a buscar opciones —me dijo.

—Como tú digas, Wilson.

Nicholas y yo comenzamos a revisar la aplicación, buscando hombres que parecieran normales, limpios y medianamente guapos.

—Ese se ve bien —dije.

—Es filosofo.

—¿Y eso qué?

—Que puede ponerse a filosofar en plena fiesta, ¿quieres bailar o dormir?

—Bien, pásalo —accedí.

Estuvimos así hasta que se terminó el descanso y nos reunimos para seguir con los planos, en los que ya llevábamos casi tres meses trabajando.

Era muy probable que, muy pronto, tuviéramos los planos listos y, una vez que pasaran por una revisión de todo el equipo, comenzarían la obra.

Junto con los planos, también deberíamos discutir los materiales que se emplearían para la construcción y, con eso, dar un presupuesto estimado, lo cual dependería más del constructor civil y los ingenieros. Ellos eran los que más adecuados para reconocer los materiales que harían funcionar de mejor manera la estructura.

Los arquitectos casi no teníamos voto en lo que eran los materiales de construcción, pero, como éramos un equipo, los demás nos informarían de sus planes para llegar a un acuerdo. No era que no supiéramos de materiales, por supuesto que sabíamos, pero los ingenieros y constructores se manejaban mejor con eso y con los cálculos estructurales.

Debía decir que estaba emocionada de que comenzara la construcción, era la parte más divertida de todas, aunque yo no debiera involucrarme mucho. Yo solo debía asegurarme de que se estuvieran siguiendo los planos como se debía, pero eso me gustaba y más aún me gustaba ver la obra terminada, eso era un placer para cualquier artista o constructor.

[...]

Si bien, me había mudado a Canadá para ayudar a mi madre, para ese entonces ya todo había mejorado y comenzaba a hartarme vivir con mis padres.

Gracias a sus visitas al doctor y los ejercicios que le daban, mi madre ya se había acostumbrado a su cadera nueva e incluso tenía planes de volver a trabajar y, debido a que siendo entrenadora de natación podía evitar hacer ejercicios duros, no se le complicarían las cosas.

—Pero si esta casa es muy grande, tienes tu habitación propia e incluso tu baño privado —me dijo mi padre—. ¿Para qué te vas a ir?

—Bueno, empecemos con que ahora que mamá puede subir escaleras se mete a mi cuarto para ordenar —le dije—. Y que, como arquitecta, lo ideal sería tener mi propio estudio.

—Lo hace por ti.

—Ya tengo casi treinta años, papá —reclamé—. Me gusta mantener mi privacidad y eso incluye que nadie se meta a mi cuarto para ordenar.

—Si se lo pides...

—No dejará de hacerlo —aseguré—. Te prometo que seguiré ayudándolos en lo que sea... cuando tenga libre acompañaré a mamá a sus sesiones y puedo seguir ayudándolos económicamente.

—No, Line, ¿cómo se te ocurre? —cuestionó—. Entiendo que, si vives acá, aportes algo, pero no quiero que lo hagas por caridad. Además, tu madre y yo ganamos muy bien y tenemos ahorros.

—No es caridad, papá, es una ayuda... ustedes ya no pueden trabajar tanto —argumenté—. Tú ya ni siquiera tienes ánimos para salir de Toronto.

Realmente, mi padre ya estaba en la edad para jubilarse, pero suponía que no quería pasarse los días en casa sin hacer mucho. Aunque practicaba algunos deportes y tenía amigos con los que pasaba el rato, su trabajo le entretenía como ninguna otra cosa.

—No te preocupes por esas cosas, Line, nosotros podemos cuidarnos y hacernos responsables de cosas de dinero —aseguró.

—Como quieras —accedí—, pero realmente quiero tener mi propio espacio.

—Yo creí que te devolverías a Alemania —me dijo mi padre—. ¿Para qué vas a buscar un lugar por tan poco tiempo? Y no es que quiera que te vayas, tú sabes que amo tenerte aquí...

—No puedo volver a Alemania hasta que terminé el proyecto de la obra —le recordé—. Eso puede demorar algo como dos años, así que me quedaré aquí por todo ese tiempo.

—Está bien, hija, es tu decisión —me dijo, dándome un apretón en el hombro.

De todas maneras, aunque él no me hubiera dado su aprobación, hubiera hecho lo que se me daba la gana. Yo adoraba a mi padre, pero ya no era una niña, era una adulta con dinero y trabajo, no tenía que seguir la ordenes de nadie.

[...]

—Siempre dices que hago todo mal, perdóname por ser tan mala madre, Caroline.

Mi madre había sacado todo de contexto y casi había entendido que yo la aborrecía como madre. No era eso lo que había querido decir, más bien tenía que ver con que yo ya no quería vivir bajo el techo y ordenes de mis padres, porque esa era su casa y era yo quien debía adaptarse a su forma de vivir.

Nunca había tenido una increíble relación con mi madre debido a su personalidad controladora y, por lo tanto, vivir bajo su techo con sus reglas no era fácil para mí. Eso, sumado a que había estado lejos de ellos y viviendo sola en un departamento por tanto tiempo, solo me hacían querer volver a tener mi tranquilidad y espacio.

—Mamá, no es eso.

—¿Entonces que es?

—¿Tú hubieras vivido con tus papás a los veintiocho años? —cuestioné.

—¡Claro que no! —dijo—. Pero yo a esa edad estaba esperando a mi primer hijo, llevaba casada tres años y ya había llevado a una niña a la Copa Mundial de Waterpolo. Tú eres una soltera que no vive hace miles de años en Canadá y recién lleva un par de meses en un trabajo estable.

Y ahí estaba una de las tantas razones por las que ya no aguantaría vivir con mi madre, por más que la amara y le agradeciera todo lo que había hecho por mí. De todas formas, todo lo que había hecho era su deber, no era nada heroico.

—Bueno, mamá, lamento decirte que es una decisión tomada —le informé—. Así que, da igual lo que digas, me voy a ir de todas maneras.

Eso no la dejó nada contenta, de hecho, podía sentir que lo consideraba una falta de respeto; pero, al menos, se limitó a darme una mirada cargada de furia y a salir de la cocina para dar por terminada nuestra conversación.

[...]

No me había demorado muchos días en encontrar un bonito departamento en la ciudad, siendo que yo, como arquitecta, tenía mis exigencias a la hora de escoger un lugar. Era especialmente exquisita con los diseños de los edificios y como estaban repartidos los espacios.

Ese edificio tenía una arquitectura posmoderna y el departamento tenía dos cuartos y dos baños, lo que era más que suficiente para mí.

La única razón por la que necesitaba dos cuartos era porque uno lo usaría como estudio, para así poder trabajar en casa si era necesario y guardar mis materiales, los cuales, en casa de mis padres estaban en una esquina de mi cuarto acumulados.

No tardé en firmar el contrato de alquiler y en unos días había comenzado a mover mis cosas con ayuda de mis hermanos.

—Es bonito —dijo Emily, mientras me ayudaba a poner las cosas en mi estudio—. Y este cuarto tiene linda vista.

Eso era lo que más me había gustado. Al ver la CN Tower por la ventana recordaría que me encontraba en Canadá, pues aún había días que despertaba creyendo que estaba en Berlín.

—Sí, está muy bien ubicado —le dije—. Es una de las mejores cualidades.

Una vez que casi todo estuvo en su lugar, mis hermanos se despidieron y Liam llevó a Emily a casa para luego él ir a la suya.

Yo los había acompañado al ascensor para despedirme y, cuando estaba por entrar devuelta a mi departamento, la puerta de enfrente se abrió.

Yo aun no conocía a ninguno de los vecinos, ni siquiera de los otros tres que vivían en el mismo piso, por lo que me quedé mirando un momento, para conocer el rostro de alguno, al menos.

Imaginé que eran una pareja antes de salieran, pues podía oír una voz masculina y una femenina y, cuando les vi el rostro, me quise morir.

—¿Line? —me preguntó Diane, sorprendida—. ¿Desde hace cuánto vives aquí?

Nathan ni siquiera dijo una palabra, probablemente estaba tan incomodo como yo.

Habían más de dos millones de personas en Toronto y, si bien no era mucho para ser una ciudad tan importante, era demasiada como para que justo mi exnovio de la vida fuera mi vecino de enfrente. Toronto era demasiado grande para que esa coincidencia fuera posible.

«Me persigue la desgracia».

—Me mudé hoy... esta semana firmé el contrato de alquiler.

Algo de lo que, en ese momento, me arrepentía totalmente.

Diane me sonrió inocentemente.

—Es una lástima que llegaras recién. Hubiera sido magnifico tenerte de vecina por más tiempo —me comentó—, pero cuando nos casemos, nos iremos a una casa.

Eso me hizo sentir un alivio inexplicable, pues haber tenido que mudarme otra vez hubiera sido un lio.

Yo solté una risa algo nerviosa.

—Oh, es una lástima, pero bueno, una casa es la mejor decisión —le dije, de una manera bastante antinatural.

—Sí, queremos una familia algún día y lo mejor para eso será tener una casa grande —explicó.

Nate seguía sin decir nada, pero, supongo que no sabía que decir en un momento tan extraño e incómodo como ese.

—Bueno, nos vemos otro día —me dijo Diane—. Iremos a cenar ahora.

Yo le di una sonrisa.

—Que les vaya bien.

Rápidamente nos despedimos y entré a mi departamento para soltar el aire contenido.

Dios, Canadá era enorme y de todos los lugares, mi exnovio debía vivir en ese edificio, en ese piso y en ese departamento. ¿Por qué no se había ido a vivir a la capital o a otra ciudad interesante como Winnipeg o Vancouver? Si bien, Toronto era la mejor ciudad para trabajar y la más segura, las otras ciudades importantes no se le quedaban atrás.

—Bueno, solo serán unos meses —me dije para tranquilizarme—. Además, no tengo que verlos siempre.

Solo eran mis vecinos de enfrente, no vivían conmigo, y no podía tener la mala suerte de topármelos todos los días. Simplemente, no podía.

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