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Capítulo 27: Hacia Berlín

No fue fácil ir al estudio esa mañana, pensando en que me podría encontrar con Nicholas, pero parecía que era aún más terrible para mi ser el que no apareciera.

Solo quería verlo un momento y, si se daba la oportunidad, hablarle un poco.

—¿Y cuándo volverás? —me preguntó Olivia.

Ese día le había comentado que me ausentaría unos días porque debería viajar a Berlín a resolver unos trámites.

—La próxima semana, el jueves —le respondí, casi de manera automática.

Mi cabeza estaba en otro lado. No estaba ni en mi conversación con Olivia, ni en los planos que teníamos sobre la mesa.

—Bueno, estaremos resolviendo los problemas que hay según los ingenieros —me dijo—. Intentando que todo calce con sus planos estructurales.

—Perfecto.

—Creo que Nick estaba sugiriendo que debíamos agregar una columna en la recepción, justo por aquí.

El nombre de Nick, como todos llamaban a Nicholas, llamó mi atención y por fin me concentré en lo que pasaba en la vida real y no en mis pensamientos.

Vi la mano de Olivia apuntando un lugar y sin siquiera pensarlo, negué.

—Olvídalo, tendrá que resolverlo sin más columnas... ¿qué dijo Paul?

—Lo mismo que tú, pero de manera menos educada.

—Estoy totalmente de acuerdo. Si Nicholas quiere construir este edificio, tendrá que buscar la forma de hacerlos sin más columnas que las que ya tenemos —dije.

—Aquí vamos de nuevo con la misma discusión de siempre —oí decir una voz a mis espaldas—. Blanc, no puedes hacer magia y yo tampoco.

Giré mi cabeza de golpe e intenté no demostrar mi emoción por su presencia, en especial porque Olivia estaba ahí con nosotros y durante todo ese tiempo, habíamos mantenido nuestro romance a raya de la oficina para no tener problemas innecesarios.

Carraspeé mi garganta y hablé:

—No magia, solo tienes que hacer unos cálculos y...

—No se puede, Blanc, ya lo intenté.

—Claro que sí, solo que tú quieres hacer trabajo más fácil.

—También es cierto, no me gusta complicarme la vida de manera innecesaria.

Sentí a Olivia soltar un suspiro.

—Estaré comiendo algo en la sala de descanso por si me necesitan —avisó, para luego salir del estudio.

Nicholas se acercó un poco más a la mesa y se quedó a mi lado mirando los planos.

—¿Cómo te ha ido? —me preguntó, de pronto.

Ya habían pasado cuatro días desde que lo nuestro se había terminado y esa era la primera vez que nos veíamos desde entonces.

—Eh, bien... sí, dentro de todo —dije, algo torpe—. ¿Y a ti?

Él se encogió de hombros sin dejar de mirar los planos.

—He estado mejor.

Como quería abrazarlo y besarlo en ese momento, pero no podía hacerlo. Hubiera sido muy egoísta de mi parte dejarme llevar por mis impulsos.

—¿Cuándo te vas a Berlín?

—El viernes en la tarde —contesté—. Y vuelvo el miércoles en la noche.

Despegó su vista de los planos para mirarme a mí.

—Espero que te vaya bien —me dijo, con toda sinceridad—. Y cuando estes allá, espero que no conozcas un compañero ingeniero que te fastidie tanto como yo... no quiero que me quiten ese lugar en tu vida —bromeó.

Yo solté una risa.

—Dudo que encuentre uno igual a ti...

Y no lo decía solamente por lo fastidioso, también porque sabía nunca encontraría uno que me gustara como él. Durante años siendo arquitecta, nunca me había interesado un ingeniero, al menos no más que para golpearlo... de hecho, en todos esos años, no me había interesado un hombre como lo había hecho él.

—Puede sonar egoísta, pero me alegro.

—Espero que mi remplazo tampoco te fastidie tanto como yo —bromeé.

Él negó con una risa.

—Nunca voy a encontrar una mujer como tú, Caroline... además, dudo que siquiera sea mujer, ya sabes como es este rubro.

Ambos reímos, pero fuera de las bromas, no pude evitar sentir un cosquilleo en el estómago al saber que él tampoco creía poder encontrar a alguien como yo.

«¿En serio vas a tirar esta oportunidad por Berlín?».

Podía sonar un poco tonto que fuera a hacerlo, pero necesitaba estar en mi hogar y Berlín era mi hogar, ¿no?

[...]

Ya había pasado por todos los tramites en el aeropuerto, solo me quedaba esperar a que dieran el anuncio de abordaje y, para pasar el rato que me quedaba, me entretuve paseándome por las tiendas de recuerditos.

Había cosas muy bonitas, pero unas en particular me llamaron la atención.

Me moví por entre unos mostradores y llegué frente a unas vitrinas de cristal de una tienda que tenía en su interior distintas bolitas de cristal.

De pronto, vi que había una de Berlín y mi vista se quedó pegada en ella.

Berlín había sido mi hogar por diez años, había sido la ciudad que me había visto formarme como profesional y adulta; allí había conocido a los pocos verdaderos amigos que tenía, aunque la mayoría ni siquiera eran alemanes; había comprado un departamento con mucho esfuerzo y había sido mi primer lugar completamente propio; y me había ayudado a volverme a sentir bien conmigo misma... Berlín había sido un gran hogar, pero los hogares no eran fijos y no siempre eran un lugar geográfico.

—Señores pasajeros, les informamos que el vuelo ciento dos con destino a Berlín está listo para el abordaje. Por favor, diríjanse a la puerta cinco para embarcar. Les recordamos tener a mano su tarjeta de embarque y documento de identidad. Gracias —pude oír el llamado en los parlantes, pero lo ignoré por completo.

Quité mi vista de la vitrina después de lo que pareció un largo tiempo y me dirigí hacía el dueño de la tienda.

—Voy a querer una de estas...

El señor sacó una llave para poder abrir las puertas de cristal de la vitrina y sacó la bolita de cristal que contenía una versión miniatura de Berlín.

Una vez que la pagué, no me dirigí hacía la puerta cinco para embarcar el vuelo que me llevaría a Berlín, sino que fui en dirección a el lugar por donde había entrado con la intención de perder más de setecientos dólares, mientras miraba por las ventanas la construcción que se estaba desarrollando afuera.

Cuando salí del edificio del aeropuerto, caminé en dirección a la obra e intenté colarme, al menos hasta que alguien me vio.

—Señorita, no puede estar aquí...

—Ah, sí, yo soy Caroline Blanc, una de las arquitectas de esta ampliación.

El hombre me miró incrédulo.

—¿Dónde está su credencial?

—Bueno, no la tengo aquí porque no pretendía venir hoy a la obra, p-pero...

Luego su vista se posó en mis maletas.

—Eso lo puedo explicar, es que yo...

—Señorita, hágame el favor de retirarse sin hacer ningún escándalo.

Sí, pude hacer eso e intentar averiguar dónde estaba Nicholas de otra manera, ya saben, como llamándolo por teléfono... ¿pero era eso lo que hubiera hecho Rose en Titanic? No, porque no tenían celulares en esa época y tal como ella se había adentrado en un barco hundiéndose para buscar a Jack y rescatarlo, yo me metería a una obra en construcción solo para saber si Nicholas estaba por ahí.

Sin decir nada, solté mis maletas y me puse a correr en dirección a la obra. Debí evitar vigas, trabajadores, agujeros y materiales puestos en el suelo; todo mientras los trabajadores me gritaban por imprudente. Ya verían cuando se enteraran de que yo era una de las arquitectos de los que recibían órdenes.

De pronto, choqué con alguien y cuando creí que gracias a eso el hombre de seguridad que me estaba siguiendo me atraparía, me di cuenta de que era John quien estaba sosteniéndome.

—Caroline, ¿qué haces corriendo en la obra? —preguntó, extrañado—. ¿No se supone que tú te ibas a Berlín hoy?

Tragué saliva para poder humedecer mi garganta.

—Sí, pero...

Entonces el hombre llegó junto a nosotros.

—Señor, está mujer entró sin permiso...

—¿Ella? Ella es Caroline Blanc, una de las arquitectas, ¿cómo podría entrar sin permiso? —cuestionó.

El hombre que me había estado persiguiendo pareció muy avergonzado, pero decidí intentar ayudarlo, ya que sabía que solo estaba haciendo su trabajo.

—Es que olvidé mi credencial —le expliqué a John.

—Ah, claro... ¿y qué haces aquí?

—Necesitaba saber si Nicholas está por aquí o va a venir...

—Estuvo unas horas en la mañana para revisar algunas de las columnas, pero se fue hace rato —me dijo—. Creo que iba a la oficina para trabajar en el otro proyecto en el que están... ¿el del hotel Accor?

—Ah, sí...

Maldición, había corrido varios metros por la obra como una desquiciada solo para saber que no estaba ahí. Sí, bueno, debí considerarlo mejor antes en vez de compararme con Rose DeWitt Bukater.

—Gracias, John... y disculpa el lio.

John se encogió de hombros.

—Así es el amor en la juventud... bueno, tú ya no estás tan joven, pero como podrías ser mi hija...

Yo solté una risa y me despedí de él.

No me daría el tiempo de negar lo que pasaba entre Nicholas y yo, después de todo, parecía ser que a casi todos nuestros compañeros se les hacía muy obvio.

«Ahora tendrás que correr a la empresa».

No, esa vez no correría literalmente, pero intentaría llegar lo más rápido posible.

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