Capítulo 23: Berlín
Creí que después de la situación de hacía dos noches, Nicholas evitaría conflictos conmigo y que mantendríamos una relación de cordialidad... Como me había equivocado.
Nicholas seguía siendo el mismo idiota molestoso e insoportable.
—No le pondremos una columna ahí —sentencié—. Con Paul ya lo acordamos.
Paul era el arquitecto líder del proyecto. Era un hombre que llevaba ya diez años en la empresa y tenía veintitrés años de experiencia como arquitecto, liderando varios proyectos importantes en Canadá.
—Va a tener que ser así. Es muy bonito su diseño, pero es imposible —me dijo Nicholas.
—Ustedes siempre dicen eso.
—No eres Zaha Hadid, Caroline, supéralo —dijo—. Y no hay un presupuesto suficiente para los materiales que podrían hacer posible tu sueño o el de Paul.
Los estábamos hablando en el estudio. Los demás ya se habían ido, pero nosotros habíamos decidido quedarnos para resolver algunos conflictos que teníamos acerca de la estructura.
—¿Por qué no mejor hablo con tu compañero? ¿O tú vas a alegarle a Paul? ¿O hablas con Olivia? —le propuse—. Tú te llevas muy bien con ella, estoy segura de que llegaran a un buen consenso y Paul y yo estaremos de acuerdo. Lo prometo.
Le di una sonrisa forzada y comencé a enrollar los planos, dando por terminada nuestra conversación del día.
Nicholas soltó una risa y se puso de pie.
—Egoísta, orgullosa, terca... y, además, celosa —comentó.
Yo levante mi mirada para verlo a los ojos.
—¿Qué dijiste?
—Veo que no estás tan contenta con que Olivia sea mejor relacionándose que tú —dijo.
—¿Qué? —dije, asombrada por su estúpida idea—. No estoy celosa de Olivia, me alegro de que haya alguien en este equipo que sepa lidiar con los ingenieros... No cualquier arquitecto puede desarrollar tal habilidad.
—Tú claramente eres uno de los que no la desarrollo.
—Exacto. Por eso, mejor habla con Olivia —insistí—. Incluso pareciera que te gusta hablar con ella, con una arquitecta.
—Sí, puede ser... quizás porque es tan agradable que llego a olvidar que es una arquitecta —dijo.
Eso provocó que comenzara a irritarme.
—Bien, ¿por qué no entonces la invitas a una expedición por las Cataratas del Niagara?
Nicholas soltó una risa nuevamente y luego rodó los ojos.
—En efecto, egoísta, orgullosa, terca y celosa...
Tomé aire y fui hacía a él, para quedar a unos centímetros de su cuerpo.
—¿Sabes qué? Voy a hacer que quites la parte de orgullosa —dije—. Sí, estoy celosa. Me molesta que seas tan dulce con ella, aun cuando la criticas... y te ríes con ella todos los días. ¿Y sabes qué más? —comencé a mover las manos—. ¡Te extraño y lo odio!
Nicholas abrió los ojos, bastante sorprendido, y yo boté todo él aire para luego inflar el pecho y tomar valor.
—¿Y sabes qué más?
Di un paso más hacia él, pero rápidamente me arrepentí y retrocedí más allá de donde estaba anteriormente.
Nicholas me quedó mirando sin entender.
—Sí, ahora sí —dije, volviendo a tomar valor—. ¿Y sabes qué más?
—Me da miedo preguntar, sinceramente.
Sin pensarlo más, me lancé hacía él para besarlo.
Al principio, Nicholas pareció bastante asombrado con mi acción, incluso no se movió demasiado.
Los segundos comenzaron a pasar y cuando creí que Nicholas ya no reaccionaria, posó una de sus manos en mi cintura y la otra la puso detrás de mi cabeza, comenzando a apretarme contra su cuerpo.
No recordaba la última vez que había dado un beso así de intenso... quizás nunca lo había hecho. Creía estar segura de que esa era la primera vez que besaba a alguien que me atraía y detestaba al mismo tiempo, pues porque nunca me había atraído alguien a quien detestara, ¿si quiera podía pasar eso?
Nicholas comenzó a moverme hasta que sentí que mi trasero chocó con una mesa, probablemente era uno de los escritorios donde estaban las pantallas para modelar los planos.
Si no hubiera sido porque estábamos en la empresa, no hubiera dudado en comenzar a quitarle la ropa.
Unos segundos después, Nicholas se separó de mí. Ambos teníamos la respiración acelerada y era lo único que se oía en la sala.
—Olivia no es una fastidiosa insoportable, por eso me agrada..., pero no me gusta —me dijo.
Yo solté una risa.
—¿Eres masoquista?
—Eso parece...
Ambos reímos y Nicholas puso una de sus manos en mi rostro, para darme una caricia.
—¿Te llevo a tu departamento?
—No, no te preocupes...
—Caroline...
—No lograré nada intentando negarme, ¿verdad? —supuse.
Nicholas negó.
—Te voy a llevar a tu departamento —dijo, casi como una orden.
Yo asentí sin tener más opción y fui por mi mochila para colgármela al hombro. Nicholas también tomó sus cosas y cuando estuvimos listos, fuimos juntos a los ascensores para bajar al estacionamiento.
[...]
Me había tenido que tomar una semana de licencia porque las personas a quienes les estaba rentando mi departamento en Berlín terminarían el contrato esa semana y necesitaba asegurarme de que todo quedara en orden después de que se marcharan.
Para mi suerte, el departamento se veía casi tal como lo había dejado yo, excepto por algunos cambios en los colores de las paredes, las cuales había permitido que cambiaran.
—Caroline —oí que me llamó alguien dentro del departamento.
No pude ver quien era de inmediato, ya que estaba en cuclillas en el suelo de la cocina, revisando algunas cosas.
Cuando me levanté y miré por encima de la mesa de desayuno pude ver a quien era una de mis amigas más cercanas en Alemania.
—Leyna —dije con una sonrisa—. Creí que a esta hora estarías trabajando.
Para mi suerte, Leyna era la vecina de enfrente y me había hecho el favor de tener un ojo puesto sobre las personas que ocuparían mi departamento.
—¿Cómo te ha ido? —me preguntó, claramente en alemán—. Salí más temprano hoy y me enteré por Sadiq que ya estabas aquí.
—Ah, sí, él me fue a recoger al aeropuerto.
Sadiq era mi excompañero de generación en la universidad, proveniente de Nigeria.
—¿Cómo ha estado tu vida en Canadá? —me preguntó—. A penas nos has mandado unos mensajes y yo sé que tú no eres muy comunicativa, pero estas a otro extremo. ¿Todos los canadienses son desapegados emocionales?
Yo solté una risa.
—Eso sería como decir que a todos los alemanes les gusta la cerveza.
—Pero si a todos los alemanes les gusta la cerveza —argumentó—. Son nuestras raíces. Es el mejor regalo de nuestros antepasados.
Volví a soltar una risa. Si bien, los alemanes no eran el alma de la fiesta, definitivamente eran más divertidos que los canadienses a mi parecer.
Incluso la historia de Alemania era más divertida que la de Canadá, quien siempre era tan pacífico y aun si se metía en conflictos jamás importaba. ¿En algún documental de las guerras mundiales se nombra algo interesante que haya hecho Canadá? Hasta los países africanos tenían más relevancia... incluso Australia, ¿a quién demonios le interesaba Australia?
—¿Y cuánto tiempo te vas a quedar?
—Una semana... tengo que dejar este departamento impecable —le dije.
—¿Entonces podremos salir un día? —preguntó—. Ya sabes, a tomar unas cervezas...
—Claro que sí.
Leyna me dio una sonrisa y comenzó a ponerme al tanto de algunas cosas que habían pasado.
En los últimos años, Alemania, como muchos países desarrollados, estaba más desesperado por extranjeros jóvenes y educados que fueran a trabajar al país, ya que la población alemana estaba cada día más envejecida y la pirámide poblacional del momento no daba muchas esperanzas. Las personas cada vez duraban más y nacían menos... y los ancianos no eran tan productivos como los jóvenes, todo lo contrario, exigían dinero y gastos estatales.
Por esto, cada día había más extranjeros en Alemania y no me sorprendía que Leyna me hablara de sus compañeros de trabajo de variadas nacionalidades.
—¿Creías que Sadiq era divertido? Tienes que ver a los latinos, esos sí que son el alma de la fiesta —me dijo—. Además, pareciera que nunca se les acabara la energía.
—Sí, algo así he escuchado.
Leyna me ayudó a ordenar parte del departamento ese día y luego cenamos juntas en su departamento, ya que tenía más cosas que yo.
Sí, mi departamento estaba amueblado, pero no tenía utensilios como platos, sartenes y esas cosas. Me había deshecho de todo antes de mudarme a Canadá, después de todo, eran cosas que podría volver a comprar sin problemas.
Una vez que me fui a dormir, me encontré con un mensaje de Nicholas en mi celular.
"Sé que ya es tarde allá, así que, buenas noches"
Berlín y Toronto tenían una diferencia horaria de seis horas. Mientras donde yo estaba ya eran casi las once de la noche, allá eran las cinco de la tarde.
Me pareció muy tierno que buscara la diferencia horaria solo para decirme eso... Bueno, al menos yo le podría decir buenos días antes de que despertara.
Lamentablemente, lo que fuera que pasara entre él y yo no había avanzado mucho, ya que tan solo dos días después del beso que nos habíamos dado en la oficina, había tenido que ir a Berlín y no era algo que pudiera posponer. Ya había comprado los pasajes con un mes de antelación y también había solicitado una licencia sin goce de sueldo.
En Canadá, quedarme dormida aún era una tarea difícil, suponía que era porque todavía no me acostumbraba al cambio, pero ahí en Berlín no me tomó más de unos minutos.
Suponía que mi cuerpo aun sentía que ese era mi hogar.
[...]
Definitivamente había extrañado eso. Por más que no fuera una persona sociable y que no reunía con mis amigos tan seguido aun estando en la misma ciudad, extrañaba divertirme con ellos.
Si bien, se podía decir que no tenía más de dos amigos en Berlín, en Toronto el numero descendía a cero... y se mantenía ahí solo porque no se podía tener amigos en negativo.
—¿Y te encontraste con tu ex? —me preguntó Sadiq, para luego tomar un trago de su cerveza.
Habíamos salido a un bar con él y Leyna. A pesar de que yo no era de beber mucho, había cervezas alemanas que realmente eran buenas, así que no tenía problema con ir a un lugar como ese.
No había muchas luces y estas eran bastante tenues, lo que mezclado con que el lugar estuviera construido en madera oscura y barnizada, lo hacían un lugar bastante oscuro. Además, el olor a alcohol y cigarrillo llenaban el lugar.
—Eh, sí...
—¿Y hablaron?
—Un poco, pero no estamos ni bien, ni mal... no estamos en nada.
Cuando me había mudado a Alemania me había prometido ser otra Caroline en muchos sentidos y uno de ellos implicaba no ser una cornuda, por lo que había omitido información a mis cercanos. Sí, les había dicho que había llegado allá en busca de olvidar una relación fallida que me había dejado muy mal, pero nunca había especificado las razones por las que esta relación había fallado.
Podía sonar tonto o quizás algunos podían creer que yo era incluso una mentirosa por no comentar esa información a quienes llamaba mis amigos, pero sentía que era una parte de mi vida que no quería que la gente supiera, menos aun con los detalles que me dejaban a mí como una idiota porque sabía que había sido demasiado tolerante con Nate.
—Bueno, me alegra que no fuera doloroso para ti —me dijo Leyna—. Brindemos por eso.
Los tres levantamos nuestros vasos de cerveza y los chocamos, salpicando un poco del líquido sobre la mesa y nuestros cuerpos.
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