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Capítulo 20: Confesión

Miserable. No había otra palabra que describiera mejor como me sentía, como me llevaba sintiendo y como, muy probablemente, me seguiría sintiendo durante varios días más.

—¿Segura que no quieres irte a casa? —me preguntó John—. Yo estoy controlando todo...

—No, tranquilo, estoy bien.

No solo me sentía mal anímicamente, sino que parecía que mi mal estado anímico había debilitado mi sistema inmune, el que había permitido que algún virus viniera y se propagara en mi ser.

Me quedé un momento hablando con John, mientras veíamos los planos y vigilábamos que todo lo que se estuviera construyendo concordara con ellos.

No había visto a Nicholas en todo el día, ya que él estaba en sus propios asuntos con sus propios planos estructurales hablando con el contratista y su equipo.

Ya estábamos a viernes, pero durante la semana no habíamos coincidido demasiado... bien, yo lo había estado evitando porque me moría de la vergüenza por haber llorado frente a él como si tuviera cinco años para luego correr hacia mi edificio sin mirarlo a los ojos un momento.

Estaba en la sala de reuniones, guardando mis cosas con dificultad. Sentía como si tuviera una bomba a punto de estallar en la cabeza y me dolía el cuerpo como si me hubieran golpeado con un fierro varias veces.

—Ya te di suficiente tiempo, ahora tenemos que hablar —oí decir a Nicholas a mi lado.

—Eh, sí... yo...

Ni siquiera había procesado muy bien lo que me había dicho y tampoco tenía cabeza para pensar en la respuesta, por lo que solo comencé a vacilar, al menos hasta que sentí una mano en mi frente.

—Dios, tienes fiebre...

—Como sea, me voy a casa ya.

Nicholas me tomó por los hombros y me obligó a quedar frente a él.

—¿Has ido al médico?

—No... y no tengo ganas...

—No parece ser un resfriado común, te ves muy mal —me dijo—. Yo te llevaré...

—Nicholas...

—Realmente te ves muy mal, Blanc.

Estaba demasiado cansada para discutir, en especial con él, quien, por más que se quejara de que yo era terca, él también lo era.

—Bien, pero después necesito descansar.

—Perfecto.

[...]

—Puedo hacer todas estas cosas sola —le dije a Nicholas.

El diagnostico había sido una amigdalitis causada por una bacteria y ahora tenía que tomar antibióticos.

Mi fiebre estaba en casi treinta y nueve grados, lo que había preocupado demasiado a Nicholas y había insistido en preocuparse de mí.

—Bien, ven a mi cuarto —me dijo, guiándome por el departamento—. Te voy a preparar una limonada fría y te voy a traer una compresa fría para bajarte la fiebre.

—Está bien.

Llevaba casi todo el día sin protestar a todo lo que me dijeran, al único que le había llevado la contraria que yo recordara había sido a John, pero desde entonces ya no me había dado el ánimo.

Por primera vez desde que conocía el departamento de Nicholas, había entrado a su cuarto. Tenía una cama de dos plazas, una pantalla plana y todo estaba muy ordenado, además, olía a naranja. Parecía que le gustaba el olor a cítricos.

Sin pensarlo dos veces, me metí a la cama.

—Estas muy abrigada, tienes que sacarte la bufanda y eso o te subirá la fiebre.

—Bien.

Nicholas se acercó para ayudarme a quitarme la bufanda y mis abrigos.

—Que extraño es verte asentir a todo —me dijo, soltando una risa después.

Yo reí sin ánimos.

—No tengo muchas ganas de llevar la contraria hoy...

—No sabes cuanto me alegro.

Luego de dejarme acostada, Nicholas fue a prepararme la limonada y luego me dio los antibióticos que debía tomar. Mi garganta estaba cada vez más hinchada y se sentía muy caliente, por lo que esperaba que los antibióticos hicieran efecto lo más rápido posible.

No supe cuánto tiempo pasó antes de que me quedara dormida y me costó saber que pasaba y donde estaba cuando desperté, pero pude percatarme de que habían pasado varias horas porque estaba todo muy oscuro afuera.

Ya me sentía menos terrible. La fiebre parecía haberse ido y mi garganta se sentía menos inflamada, aunque aún tenía dolor para tragar.

Me levanté de la cama, aunque me sentía débil, como si mis piernas fueran a doblarse en cualquier momento.

Caminé por el departamento, buscando a Nicholas, entonces pude ver que en el reloj de la sala decía que eran las una de la madrugada. Dios, había dormido al menos seis horas, quizás varias más, ya que la fiebre me había desorientado en cuanto al paso del tiempo.

—¿Nicholas?

No lo encontraba por ningún lado, así que decidí entrar al único cuarto que no conocía y suponía que era un estudio.

Entreabrí la puerta para espiar y entonces vi a Nicholas tirado sobre su escritorio.

Terminé por abrir la puerta de una vez por todas y entré con mucho cuidado. Nicholas parecía profundamente dormido y aunque me complicaba un poco despertarlo, no se veía muy cómodo y era probable que amaneciera con un terrible dolor corporal.

—Nicholas —lo llamé, remeciéndolo un poco.

Al igual que yo, Nicholas tenía un estudio en su casa, donde tenía un gran ordenador, varias pantallas y varios planos esparcidos por ahí.

—Nicholas —volví a llamarlo.

Él balbuceó algo inentendible, por lo que volví a remecerlo con más fuerza, hasta que se enderezó de golpe.

—¿Q-qué pasa?

—Te quedaste dormido aquí... ve a la cama, yo me quedaré en el sofá.

—¿Cómo te sientes?

Me pareció tierno que lo segundo que preguntara al despertar tuviera que ver con mi estado de salud.

—Mejor, gracias por todo —le dije.

—Yo iré al sillón —me dijo—. Tú sigue descansando para que te recuperes.

—¿Puedo ponerme terca esta vez?

—Preferiría que no lo hicieras.

Yo solté una risa.

—Está bien, pero mañana en la mañana me sentiré mejor y todo volverá a la normalidad.

Nicholas me dio una sonrisa y entonces se puso de pie, quedando frente a mí.

Esa situación me trajo ese horrible recuerdo de cuando habíamos estado en la oficina y... había pasado lo que sea que hubiera sido eso.

Nuevamente sentí una rara tensión entre los dos y, por eso, evité levantar la mirada para verlo directamente a los ojos.

—Bueno, buenas noches —le dije.

—Duerme bien.

Salí del estudio casi corriendo como una cobarde, pero no supe que más podía hacer en una situación tan incomoda como esa.

[...]

Mi amigdalitis estaba casi erradicada por completo de mi cuerpo. Aun sentía mi cuerpo algo adolorido, como si me estuviera recuperando de una paliza, pero cada día era menos terrible.

En parte, debía agradecérselo a Nicholas, quien me había cuidado casi un día entero. Luego de irme de su departamento al día siguiente, me había sentido mucho más animada, mi garganta estaba menos hinchada y la cabeza casi no me dolía.

Estaba volviendo a casa desde el trabajo, cuando me tope en el pasillo de mi piso con alguien a quien no me hubiera gustado ver.

—Hola, Line, ¿cómo te ha ido?

Le di una sonrisa a Diane.

—Bien, ¿y a ti?

—He estado un poco ajetreada con la boda, ya sabes: pruebas de vestido, banquete, decoración... —soltó un suspiro—. Es agotador, pero estoy emocionada, por supuesto.

—Me imagino... y supongo que Nate ha sido un gran apoyo.

Un horrible sentimiento de venganza estaba surgiendo dentro de mi interior. Mi ira contra Nathan no había dejado de crecer después de lo que había causado su presencia en casa de mis padres.

—Sí, bueno, hay cosas en las que no le puedo pedir ayuda como mi vestido y la decoración —soltó una risa—. Tú lo conoces, él no tiene gran sentido estético. Si fuera por él, nos casaríamos en una granja.

Yo reí también.

—Sí, cuando éramos novios ni siquiera quería hacer una fiesta si nos casábamos, decía que era demasiado trabajo innecesario...

Y lo solté. Por fin, después de meses aguantándome ese secreto que no debería ser secreto, lo había dejado ir.

La sonrisa típica de Diane se esfumó de su rostro y solo me miró confundida.

—¿Novios?

—Sé que Nate no te lo mencionó y yo no lo hice porque hasta hace unos días, aun le tenía algo de compasión, pero Diane, tú y yo tenemos algo de que hablar —le dije—. No te puedes casar con él sin saber lo que te tengo que decir.

Diane me miró con algo de temor y sí, quizás el cómo lo había dicho daba para asustarse, aunque no fuera algo tan terrible, no para ella.

—¿Quieres pasar? —me preguntó, casi como si estuviera en un trance.

—¿No ibas de salida?

—Creo que eso puede esperar.

Yo asentí y seguí a Diane a su departamento, donde me sirvió una taza de té amablemente.

Me costaba creer que una mujer tan dulce e increíble como ella se hubiera fijado en Nate porque, por más que pudiera haber cambiado en esos últimos diez años, no creía que se lo mereciera. Ella era demasiado para él.

—Bueno, Nathan y yo éramos amigos de la infancia y años después, nos hicimos novios —tomé un sorbo de té, intentando no demostrar lo doloroso que era para mí ese asunto después de tanto tiempo—. Luego de años de relación, él me fue infiel con una chica que yo no conocía y lo estuvo haciendo durante tres meses... hasta que un día fui a verlo a su casa, sus padres no estaban y él se había emborrachado. Supongo que el efecto del alcohol ayudo a que la culpa lo colapsara y me lo confesó.

Diane me miró como si no pudiera creer lo que decía.

—Después de eso, sus amigos me lo confirmaron —tragué saliva—. Todo nuestro grupo lo sabía y conocía a la chica y todos decidieron cubrirle la espalda porque... bueno, realmente no sabría decirte la razón.

—¿Nate...? ¿Él te fue infiel?

Yo asentí, sintiendo lástima por mí y un poco por ella.

—No te lo digo porque crea que te vaya a hacer lo mismo, esto pasó hace una década y él ya es un hombre adulto, pero creo que merecías saberlo...

Diane se quedó en silencio, mirando el piso por unos segundos.

—¿Por qué no me lo dijo? —cuestionó.

No parecía ser que la pregunta fuera para mí más bien estaba teniendo un debate interno.

—Yo nunca le he ocultado nada importante de mi vida, l-le he contado de todas mis relaciones y de todo... así debería ser.

—Lamento habértelo ocultado, pero él... no sentía que yo fuera quien debiera decírtelo —le expliqué. Omitiendo que Nate me había pedido que no lo hiciera también—. Ese tendría que haber sido Nate y tenía la esperanza que algún día antes de que se casaran, te contara esta historia.

—¿Realmente creíste que lo haría? —preguntó Diane, mirándome a los ojos. Tenía las lágrimas acumuladas, lo que me hizo sentir un dolor de estómago.

—En algún momento lo pensé, pero luego... ya no.

Diane asintió, volviendo a bajar la mirada. Claramente mi respuesta era decepcionante, pero ya no parecía sorprendida y, en el fondo, ella parecía saber que era la verdad.

No me importó dejar algo de té en mi taza, simplemente me levanté del sillón en el que estaba, me despedí y salí por la puerta, sin esperar a que Diane se levantara y me llevara.

Una vez dentro de mi departamento comencé a cuestionarme por qué había hecho eso, por qué le había dicho la verdad ahora. ¿Lo había hecho por pura venganza contra Nate? ¿O había sido por empatía y solidaridad con Diane?... ¿Ambas quizás?

No estaba del todo segura. Por un lado, todo este tiempo había querido que Diane lo supiera, pero no había sido hasta después de que Nate volviera a causar un desastre en mi vida que lo solté... O sea, era una egoísta. Lo había hecho por mí, para lastimar a Nate; no para ayudar a Diane a saber en qué se metía.

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