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Capítulo 16: Lesiones

Nicholas me llevó cargando a la recepción de la sala de emergencias, en donde debí registrarme para poder ser atendida.

—Lamento decirles que estamos un poco colapsados por un choque múltiple a unas calles —nos dijo una de las enfermeras—. Por favor, pueden esperar aquí sentados.

—Sí, no hay problema —dijo Nicholas.

Nicholas me llevó hacía los asientos y me dejó sobre uno con cuidado para luego sentarse a mi lado.

Yo estaba aguantando las ganas de maldecir por el tener que esperar y todo mi ánimo empeoró cuando vi como entraban paramédicos con las personas heridas en el choque múltiple, las que obviamente tenían prioridad.

—Puedes irte si quieres —le dije a Nicholas—. Ya estoy aquí y me iré cuando ya esté bien. Además, si convulsiono, me van a atender de inmediato —dije y solté una risa.

Nicholas pareció pensar mi propuesta un momento.

—Bueno, está bien.

Tenía que decir que esa respuesta me había decepcionado e incluso podía decir que la decepción se había denotado en mi rostro. Entonces Nicholas soltó una risa.

—¿En serio me crees capaz de dejarte aquí? ¿Mientras estás lastimada y cuando ni siquiera has llamado a tu familia? —me preguntó.

—No necesito ayuda —aseguré—. No soy una mujer desvalida y débil que necesita que alguien la cuide.

Me crucé de brazos, pero en el mismo instante emití un quejido por el dolor de mi muñeca y luego me sobé la zona con la otra mano.

Nicholas mi miró un momento.

—Nadie dijo que eras una mujer desvalida y débil —aclaró—, pero tampoco creo que sea buena idea dejarte sola en un lugar que no conoces y con un pie y una mano inútiles.

—Tal vez es mejor que esté sola que en mala compañía...

Nicholas se cruzó de brazos e hizo una mueca de molestia.

—¿En serio quieres que me vaya? —preguntó, mirando hacía el frente.

Yo era terca y orgullosa, por más que quisiera que se quedara y me acompañara en un horrible lugar como una sala de emergencias, mientras estaba herida y con dolor, no podría salir de mi boca. Simplemente no podía decirlo.

—Sí, no tengo problemas...

Nicholas volvió a girar su rostro para mirarme y se acercó un poco más a mí para susurrarme al oído.

—¿Tan grande es tu orgullo que no puedes admitir que me quieres aquí contigo?

Giré mi cabeza para quedar mirándolo de frente, con tan solo unos centímetros de distancia.

—¿Tan grande es tu ego como para creer que yo te quiero aquí conmigo?

Una sonrisa se formó en el rostro de mi compañero.

—Bueno, yo diría...

Caroline Blanc, diríjase al box número tres —dijo una voz en los parlantes, interrumpiéndolo.

Sin decirle nada a Nicholas, me intenté levantar de mi asiento y cuando lo logré comencé a caminar dando saltos en el único pie que tenía bueno. Todo iba decente, hasta que perdí el equilibrio y casi caigo al suelo y así hubiera sido si no fuera porque Nicholas alcanzó a sostenerme de la cintura desde atrás.

—No solo me quieres aquí, también me necesitas —dijo muy cerca de mi oído nuevamente.

Pude sentir su cuerpo casi pegado a mi espalda, lo que me puso nerviosa, pero no duró mucho, ya que nuevamente me tomó al estilo princesa y me llevó al box en el que me atenderían.

Todo el procedimiento llevó un poco de tiempo, ya que debieron hacerme rayos X para descartar fracturas. Para mi suerte, no había fracturas, solo esguinces en mi tobillo y en mi muñeca.

Tuvieron que ponerme una muñequera y una tobillera que tendría que usar por un tiempo.

Nicholas se quedó conmigo todo el tiempo y terminamos saliendo de la clínica casi a las diez de la noche.

—No puedo creer que decidieras pasar tu viernes en la noche conmigo en emergencias —dije cuando estábamos en el auto camino a mi departamento.

—Yo no soy el que tiene su crisis de los treinta y sale a clubes nocturnos sus fines de semana. Yo soy una persona solitaria y de casa —me dijo—. Lamento más que tu no podrás pasarla bien este fin de semana.

Yo solté una risa.

—De todas formas, fue una semana demasiado agotadora como para tener ánimos de salir —le dije—. Como sea, te debo una.

Nicholas me miró de reojo.

—No es necesario.

—No, en serio... esto fue mucho —le dije—. Te debo una y me la tienes que cobrar algún día.

—Bueno, como quieras —dijo, soltando una risa.

[...]

Mi papá me había pedido ayuda nuevamente para poder decorar una casa en Hamilton, una ciudad portuaria que quedaba a una hora de Toronto más o menos. Por eso, había tenido que aparecer por la casa y, para mi mala suerte, mamá estaba ahí.

Si bien, mi mamá ya estaba trabajando, su horario no era tan demandante, así que había una gran parte del día en que estaba en casa.

—¿Y ahora qué demonios te pasó? —me preguntó cuando me vio.

Al día siguiente del accidente había llamado a mi papá para contarle lo que me había pasado, pero le había pedido que no le comentara nada a mi mamá para evitar preocuparla. En realidad, no me importaba tanto que mi mamá se preocupara, más bien no quería que se le ocurriera criticarme y reprenderme como si tuviera cinco años y ese accidente hubiera sido mi culpa.

—Un pequeño accidente...

—¿Pequeño? —cuestionó—. Estás llena de raspones y tienes una muñeca... ¿Qué? ¿Esguinzada? ¿Rota?

—Tranquila, solo es un esguince —le aclaré.

Por suerte no podía ver la tobillera o hubiera hecho un escándalo.

En ese momento mi papá bajó las escaleras con un bolso.

—¿Nos vamos, dulce Caroline?

—Sí, papá.

Nos despedimos de mamá y entonces salimos de la casa para ir a la camioneta de papá, que estaba estacionado afuera.

—¿No te dijo nada por la mano y eso? —me preguntó papá cuando subimos a la camioneta.

—No alcanzó, gracias por eso —le dije.

—Ah, y no te dije de quien era la casa —me dijo, en el momento que comenzó a conducir.

—¿Es de alguien que conozco? ¿En Hamilton?

—Bueno, tal vez no lo sabes, pero cuando estabas en Berlín tus exsuegros se mudaron a una casa en Hamilton —me contó.

—¿Mis exsuegros?

Sabía perfectamente de quienes están hablando, ya que no había tenido otro novio de verdad en la vida además de Nathan, pero quería creer que estaba escuchando mal o que mi papá había consumido drogas.

—Sí, los papás de Nathan —confirmó—. Ahora quieren hacer unas nuevas decoraciones para cambiar un poco el ambiente.

—Ah... que bueno. Hace tanto tiempo que no los veo.

La última vez que había visto a los señores Campbell había sido una semana antes de irme a Alemania, ya que, si bien, Nathan ya me había sido infiel, seguimos siendo amigos y de vez en cuando iba a su casa y tenía que ver a sus padres.

Ellos intentaron convencerme a mí y a su hijo de volver hasta el último día que me vieron y quizás hubieran seguido insistiendo si no hubiera sido porque había corrido a Alemania como una cobarde.

Estuve toda la hora de viaje pensando en todas las posibilidades de lo que podría pasar cuando viera a mis exsuegros. No creía que hubiera un problema realmente, con ellos no había quedado en malos términos, ni con una rara tensión entremedio como con su hijo; pero definitivamente no sería cómodo para mí convivir con ellos y que pudiera salir cualquier tema relacionado a Nathan.

Cuando llegamos, noté que mis manos tiritaban y cuando pensé que nada podía empeorar, la persona que abrió la puerta fue precisamente Nathan.

—Hola, Line, señor Blanc —nos saludó.

—Buenos días, Nathan —le dijo mi padre.

—Pasen, por favor, mis padres están en la sala.

Los dos pasamos y fuimos a la sala, donde saludamos a los señores Campbell y luego de conversar un momento y que me preguntaran de mi vida en Alemania, ellos fueron con mi papá a ver la cocina para empezar a conversar los cambios que le harían.

Yo iba a ir con ellos en caso de que mi papá necesitara ayuda con los muebles o algo que necesitara cálculos, pero entonces Nathan me tomó del brazo y me detuvo.

—¿Podemos hablar un momento?

Yo lo miré confundida.

—¿De qué?

—Bueno... creo que tenemos que hablar de varias cosas —dijo—. Primero, realmente te agradezco que no le hayas dicho nada a Diane.

Eso me dio un dolor en el estómago. Me sentía mal de ayudarlo a encubrir algo tan malo como lo que había hecho, en especial porque se iba a casar. Sí, no le había sido infiel a Diane, pero creía que ella merecía saber el pasado de su futuro esposo.

—Sería bueno que le comentaras la verdad —le dije con sinceridad—. Diane parecer ser una increíble mujer y te ama... si tú la amas, evita mentirle.

—Lo sé, es que simplemente no sé cómo decírselo —me dijo—. Y me da miedo que después de saber eso... bueno, ya no confíe en mí.

—Pues tiene razones de más para no hacerlo.

Hubo un silencio en el que nos quedamos mirando, hasta que él bajó la mirada con nerviosismo.

—¿Puedo preguntarte algo?

—¿Qué cosa?

Volvió a levantar la mirada.

—¿Por qué te fuiste a Alemania tan de repente? ¿F-fue por lo que pasó entre nosotros?

Mi corazón comenzó a latir rápido por el nerviosismo y la mirada de Nathan no me ayudaba, en especial porque sabía que él me conocía demasiado y sabría si le estaba diciendo la verdad o si estaba mintiendo.

—¿Quieres que sea sincera? —pregunté, intentando ganar tiempo para saber que hacer.

—Por algo te pregunto.

Tragué saliva y respiré hondo.

—Quería empezar de nuevo y, preferiblemente, lejos de ti —confesé.

—Caroline, yo no quería lastimarte, pero...

—Lo hiciste —interrumpí—. Me lastimaste y mucho, y ya no puedes volver el tiempo atrás e impedirlo. Tendremos que vivir con eso para siempre.

—Por favor, no se lo digas a Diane. Te juro que cambie —dijo con algo de desesperación—. Sé que es lo que dicen todos, pero hablo en serio. Jamás le haría daño a Diane y si no la amara, no me estaría casando con ella.

Lo miré un momento. Yo también lo conocía bastante bien y aun después de tantos años, creía saber cuándo mentía... no estaba mintiendo. Al menos la parte sobre que la amaba y no le haría daño, era cierta.

—Yo no se lo diré, no me corresponde —le dije—. Pero tú deberías ser un poco más hombre y tener las bolas para ser sincero con tu futura esposa o, entonces, sí que la vas a lastimar porque las verdades suelen saberse.

¡Caroline, ven un momento! —la voz de mi padre nos interrumpió.

—Con permiso —le dije a Nathan, alejándome.

Mientras caminaba hacía la cocina solté el aire quetenía contenido en los pulmones. Esa era la primera vez que tenía unaconversación de verdad con Nathan en diez años y no había sido de lo máscómodo.

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