Capítulo 14: Museo
Necesitaba divertirme y relajarme. Desde que había llegado a Toronto no había hecho más que trabajar y salir de compras sola. No me había divertido ni un momento.
En los tiempos en que era una estudiante en Berlín me la pasaba de fiesta en fiesta cuando tenía tiempo libre. Sí, estudiaba bastante y había días que no dormía terminando maquetas que luego mis profesores humillarían por alguna razón, pero había otros en los que no dormía por pasar la noche bebiendo y saliendo con gente.
Lo que más había amado de mudarme a un país en otro continente, bastante lejos de Canadá, era que nadie me conocía y pude ser otra Caroline. La adolescente que se quedaba en su casa encerrada, evitando convivir con gente, había desaparecido por un momento en Alemania y había sido divertido. Había sido como ser otra persona totalmente distinta.
Quizás, en ese momento era una casi treintañera, pero eso no significaba que no podía salir a divertirme un momento. No era que quisiera volver a divertirme como cuando era joven, pero me parecía una buena idea distraerme de vez en cuando.
En ese instante estaba preparándome para salir a un club y beber algo... y quizás divertirme de otras maneras.
Me había comprado nueva ropa, bastante bonita y abrigada porque aún hacía frio, aunque el invierno ya estuviera pasando. Me había comprado unas medias gruesas, pero que parecían traslucirse, además de unas botas que casi llegaban a mis rodillas y que eran bastante gruesas.
Una vez que estuve lista, salí a tomar un taxi y fui en dirección a club nocturno que más me había gustado de los que había visto en internet.
Apenas entré me dirigí a la barra para tomar algo, mientras miraba y analizaba mis alrededores. Había algunos hombres bastante atractivos y, para mi suerte, uno no tardó en acercarse a mí.
La verdad era que los canadienses no estaban tan mal.
[...]
—¿Por qué me miras tanto? —le pregunté a Nicholas.
Me ponía nerviosa sentir la mirada de alguien sobre mí cuando estaba trabajando en los planos, no podía concentrarme cuando me sentía observada.
—Tu rostro se ve más brillante hoy —me dijo.
Él estaba sentado a mi lado, revisando los planos estructurales para compararlos con los nuestros por petición de John, ya que necesitábamos que revisara las nuevas columnas de soporte para que el edificio se sostuviera bien. Como los arquitectos éramos más expertos en lo estético, siempre tenía que haber un ingeniero que revisara que todo se pudiera sostener y no se fuera a destruir.
—Ah, sí —no pude evitar soltar una risita al pensar en los sucesos de la noche anterior—. Decidí comenzar a divertirme un poco.
Nicholas volvió su mirada a la pantalla que tenía enfrente.
—¿Estás en tu crisis de los treinta? —preguntó.
Giré mi cabeza para verlo, al mismo tiempo que abrí mi boca, ofendida.
—¿Disculpa?
Nicholas me miró con poco interés.
—Crisis de los treinta, ¿qué no sabes qué es eso? —me preguntó—. Cuando los treintañeros se sienten viejos y comienzan a actuar como jovencitos.
—Sí, ya sé de lo que hablas —aclaré—, pero no estoy teniendo una crisis... al menos no la de los treinta. A penas voy a cumplir veintinueve.
—¿En cuánto?
—Una semana.
Nicholas rodó los ojos.
—Estás a un paso de los treinta.
Ese comentario me hizo pensar en algo.
—Tú nunca me has dicho tu edad —dije.
—Ah, pues no es algo importante, ¿para qué querrías saberlo?
Me encogí de hombros.
—Pues porque te dije la mía, es lo justo.
Nicholas soltó una risa.
—Adivina —me dijo.
Yo di una sonrisa ladina y comencé a pensar. Era obvio que no era más joven que yo y tampoco se veía mayor de treinta y cinco.
—¿Treinta y dos? —pregunté, tirando un numero al azar.
Nicholas me miró con algo de sorpresa.
—Eres buena adivinando —me dijo.
Sonreí satisfecha, nunca había adivinado algo tan fácil.
—Entonces, ¿qué hiciste el fin de semana de divertido, señorita veinteañera?
Fingí una risa por su apodo burlesco.
—Bueno, el sábado salí a un club a bailar y beber... No sé bailar realmente, pero lo intenté.
Nicholas apretó sus labios reprimiendo una sonrisa y luego de unos segundos, habló:
—¿Solo eso?
No pude evitar sonrojarme.
—Bueno, conocí a un tipo francocanadiense como mi familia —le conté—, y digamos que pasaron algunas cosas que no voy a detallar.
—Tampoco quería tantos detalles —me dijo, soltando una risa después—. ¿Ves? Canadá no es tan malo... y jamás ha empezado una guerra mundial.
—Dios, la última vez que eso pasó fue hace casi un siglo, ya deben superarlo —dije—. Alemania es un país tranquilo y hermoso, con buena comida y cerveza... y, definitivamente, un mejor clima que este.
—No hay tanta diferencia.
—Sí, Alemania tiene clima templado y aquí en Toronto es clima continental —dije.
—Ah, así que sabes de climatología.
—Lo investigue para debatir con gente como tú que tanto ama este país.
Nicholas rodó los ojos con una sonrisa y siguió concentrado en su pantalla.
Lo cierto era que entendía perfectamente que las personas amaran Canadá, ya que era un país rico, tranquilo y avanzado. Si era sincera, no podía nombrar un mejor país que Canadá además de Alemania y, en el fondo, sabía que mi opinión estaba sesgada por mi apego emocional.
—¿Quieres salir el viernes?
Yo lo miré extrañada.
—¿En una cita...?
Nicholas rio y negó.
—Solo salir... te quiero mostrar un lugar —me dijo.
—Eso dicen los psicópatas para llevar a sus víctimas al lugar donde las van a asesinar —dije como broma.
No era que confiara plenamente en Nicholas, pero no creía que pudiera ser un psicópata. Aunque, si lo pensaba bien, Ted Bundy era un hombre educado, inteligente, con un título en psicología y que estaba lejos de parecer un antisocial... Nadie podía asegurar que otro alguien no era un psicópata solo basándose en ciertas cualidades.
—Tranquila, es un lugar público y concurrido —aseguró—. Los psicópatas te llevan a un bosque.
—Paul Bernardo violaba en las paradas de autobuses.
—Dios, no nombres a esa porquería en voz alta.
—Ni que fuera Voldemort...
—Para los canadienses es algo así.
—Bueno, ¿y cuál es ese lugar público y concurrido? —pregunté con curiosidad.
—Ya lo vas a saber el viernes... bueno, si es que aceptas mi invitación —me dijo.
Yo le di una sonrisa y asentí. En realidad, si Nicholas hubiera sido un psicópata, ya me hubiera asesinado cuando estuve en su departamento y quizás me hubiera puesto una droga en la bebida, al estilo Jeffrey Dahmer.
[...]
Cuando Nicholas dijo "lugar público y concurrido", pensé que sería un lugar realmente popular y lleno de gente... no un museo.
—¿Para qué quiero venir a un museo? —pregunté cuando nos estábamos bajando del auto de Nicholas.
—No es cualquier museo, es el más visitado del país y su arquitectura quizás te interese —dijo.
Ambos comenzamos a caminar en dirección a la puerta y, mientras tanto, yo me dedicaba a analizar la arquitectura del museo.
—Treinta y seis mil cincuenta metros cuadrados —me dijo Nicholas y luego apuntó un sector del museo—. La última ampliación se hizo con la idea de parecer cristales y solo el veinticinco por ciento del material es realmente traslucido, la mayoría es aluminio bruñido.
—Veo que estudiaste antes de venir.
—No tanto... es uno de los edificios que más me ha llamado la atención en la vida, así que sé cosas de este desde antes de entrar a la universidad —explicó.
—Tiene algo de sentido —admití—. Estéticamente es llamativo, además tiene estilos arquitectónicos muy distintos, pero que de alguna forma quedan muy bien. Particularmente, me gusta mucho el estilo neorrománico.
Ambos seguimos hablando y complementando nuestros comentarios. Mientras yo sabía más de estilos arquitectónicos, Nicholas era mayor conocedor de materiales.
Era la primera vez que entendía la razón de porque los arquitecticos y los ingenieros se complementaban, ya que, si bien se entendía la intención, en la realidad costaba que realmente hubiera una complicidad de equipo. Normalmente, los ingenieros y los arquitectos se peleaban por saber quién era el dominante en el proyecto y en quien tenía la razón.
Una vez que entramos, Nicholas comenzó a guiarme y no me costó notar sus intenciones, ya que se detenía particularmente en las cosas canadienses. Si creía que llevándome a un museo y mostrándome objetos de nuestra cultura, me iba a convencer de que Canadá era el lugar perfecto, estaba muy equivocado.
Debía admitir que sí me había divertido y sobre todo me había gustado la galería de arte y diseño, porque esa era mi área.
Debido a que el museo era realmente enorme, no pudimos ver todo y salimos de ahí cuando ya estaba oscuro.
—¿Tienes hambre? —le pregunté cuando íbamos al auto.
—Un poco... ¿quieres ir a comer algo?
—¿Y si vamos a mi casa? Esta vez invito yo y tú eliges.
Nicholas me dio una sonrisa.
—Me gusta la idea —me dijo.
Entonces le di mi dirección a mi compañero para que el condujera hasta allá. Por suerte, cada departamento tenía un estacionamiento reservado, por lo que Nicholas pudo dejar su auto ahí.
En el camino habíamos pasado a comprar una pizza de un restaurante de comida italiana que le gustaba Nicholas.
En el momento en que salimos del elevador, pude ver que lo que se avecinaba no era algo bueno.
Nos topamos de frente con Nathan y Diane.
—Caroline —me dijo Diane—, ¿cómo has estado?
—Hola, Diane... muy bien, ¿y tú?
—Bien, gracias —su vista se posó en Nicholas y me dio una sonrisa más grande de la que ya tenía en el rostro—. No me digas... me imagino que esta es tu pareja para la boda.
—Ah, eh...
Vacilé por un momento, hasta que decidí tomar la peor decisión que pude haber tomado.
—S-sí, él es Nicholas —lo presenté.
—Hola...
Diane le tendió la mano a Nicholas y luego Nathan hizo lo mismo.
—Nicholas, ellos son Diane y Nathan. Él es mi ex... —me detuve un momento y Nathan pareció asustarse—. Es un examigo de la escuela y ella su prometida.
—Un gusto conocerlos.
—Igualmente —dijo Diane.
—Bueno, supongo que nos veremos en otro momento —dijo Nate.
—Sí, nos vemos —les dije, comenzando a moverme en dirección hacia mi puerta.
Nicholas me siguió y los otros dos entraron al ascensor para bajar.
Mientras metía la llave en el cerrojo para abrir la puerta, no pude evitar mirar hacia atrás, hacia el ascensor.
—¿Nathan? ¿El mismo nombre del imbécil que te fue infiel y por el que te fuiste a Alemania? —preguntó Nicholas en el momento en que abrí.
Yo me quedé pensando en cómo él tenía conocimiento de esa información, hasta que recordé que alguna vez le había contado la historia con nombre incluido. A veces olvidaba que él sabía esas cosas de mi vida.
—Que buena memoria la tuya.
Nicholas entró y dejó la caja de la pizza sobre la mesa de comedor.
—Lamento lo feas que están las paredes, tengo que pintar aun para tapar los rastros de destrucción del agua —le dije—. Y sí, creo que ya descubriste que Nathan es más que un examigo de la escuela.
—Sí... ¿y ella lo sabe?
—Creo que no, al menos yo no dije nada y por la cara de Nathan cuando me la presentó, él tampoco le había dicho nada —le conté—. Y realmente dudo que lo haya hecho después.
Fui hacía la cocina para buscar platos, vasos y servicios, y Nicholas me siguió.
—En algún momento ella se va a enterar, en especial ahora que tú andas por aquí —me dijo—. Y no creo que a tu exnoviecito le vaya muy bien con eso.
En eso concordaba con Nicholas. Era muy probable que, si Diane se enteraba de ese pasado de su prometido, no se sentiría muy feliz y mientras más tiempo pasara, era probable que las cosas fueran peores.
—Bueno, dejemos de hablar de Nathan por un momento y comamos —le dije—. Tanto arte y cultura me dio mucha hambre.
Nicholas soltó una risa.
—Vamos.
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