Capítulo 13: De vuelta
—Te dije que no era buena idea que te cambiaras —me dijo mi madre—. Ah, pero tú siempre te crees más lista que todos, Caroline. Y desde que te fuiste a Alemania eres aún peor.
Yo estaba sentada en la mesa, almorzando en silencio, escuchando el sermón sin sentido de mi madre. El que mi departamento se inundara no tenía nada que ver con el que me hubiera mudado, no había ninguna causa-efecto en esa situación.
—Tengo casi treinta años, mamá, puedo manejar mi vida —dije, intentando mantener la calma.
—Quizás tengas la edad de una mujer adulta, pero tu mente aun parece la de una universitaria —siguió—. No piensas nada con calma, haces lo que se te da la gana sin detenerte a pensar en las posibles consecuencias de tus actos. Lo mismo hiciste cuando tuviste la idea de ir a Berlín, no te importó nada más que tú.
—Mirelle, déjala —le pidió mi papá—. Lo que pasó fue un accidente. Caroline estuvo diez años viviendo sola en un país extraño sin ningún problema, es una adulta responsable y es su vida.
Yo miré a mi papá y le di una sonrisa.
—Pues bien, muy responsable será, pero ahora tendrá que volver aquí.
Mi mamá parecía tener la necesidad de hacerme quedar mal de alguna manera y cada día sentía que menos aprecio me tenía, aunque no entendía la razón del todo. Sí, yo no tenía mucho en común con ella y sí, mi papá y yo compartíamos una mayor afinidad; pero esas no eran razones para que ella se pusiera tan a la defensiva conmigo. No sabía que había hecho exactamente, pero estaba segura de que ella se lo había tomado como un ataque personal.
—Si tanto te molesta que vuelva, entonces no volveré —dije—. Y te aviso de inmediato que tengo planes de volver pronto a Berlín.
Mi papá pareció sorprendido.
—¿A vivir? —preguntó mi papá.
Yo asentí.
—Voy a ver si renuncio a la obra o si espero a que termine, pero definitivamente no me voy a quedar aquí —le dije—. Canadá ya no es mi lugar. No me gusta Toronto...
—Quizás no Toronto, pero...
—Tampoco me interesa Ottawa, Winnipeg, Vancouver... No me gusta este país.
Un silencio se instaló en el comedor. Mis hermanos, quienes habían mantenido la boca cerrada gran parte del tiempo, parecieron aún más tensos que antes.
—Qué poco profesional seria renunciar a un trabajo en el que no llevas más de unos meses —me dijo mi mamá.
Y entonces mi paciencia se lanzó por la ventana.
Me levanté de golpe de la mesa y salí del comedor para ir a la sala por mi maleta. Prefería mil veces quedarme en un hostal y mantener la poca salud mental que me quedaba para ese entonces que quedarme en ese ambiente familiar toxico.
—Caroline —me llamó mi papá, yendo por mí.
—Lo siento, papá, te llamaré cuando pueda —le dije.
Sin decir más, fui hacia la puerta principal y salí a la calle para pedir un taxi.
[...]
Habían pasado las tres semanas de plazo para reparar mi departamento y, por fin, podía volver ahí. No sabía si realmente amaba volver al lugar donde vivía mi exnovio con su pareja feliz, pero definitivamente ya no quería seguir viviendo en un hostal.
Justo cuando entré al edificio me encontré con Diane, quien parecía haber ido de compras.
—Caroline —me saludó—, ¿ya volviste?
Yo asentí con la sonrisa más amable que pude darle.
—Me alegra mucho.
—Gracias...
No sabía cómo podía estar tan alegre por una desconocida, pero Diane no parecía fingir su amabilidad o felicidad. Parecía una persona muy transparente y si no hubiera sido por las circunstancias, me hubiera gustado tener una amiga como ella.
En mi adolescencia no había hecho muchos amigos, de hecho, el mejor de todos había sido Nathan y después de lo que me había hecho, pues me quedaba claro que no era buena escogiendo mis amistades o novios.
Muchas veces la gente solitaria culpaba a la sociedad de ser cruel y rechazarlos, pero yo tenía claro que, en mi situación, yo era el problema. Yo no era alguien muy agraciada, menos lo era en el pasado. Cuando niña y adolescente había sido alguien muy silenciosa, poco risueña, algo seria y amargada... nadie quería tenerme de amiga y no los culpaba.
Nathan y su grupo me habían incluido dentro de ellos por algo de lastima, hasta que habíamos entrado en confianza y se habían dado cuenta de que yo podía ser agradable y divertida de vez en cuando. Aun así, su lealtad y cariño siempre se había mantenido del lado de Nathan, sin importar qué.
Cuando el ascensor llegó a nuestro piso, ambas bajamos y nos despedimos.
—Ah, y Caroline —me llamó, antes de entrar—. Si necesitas cualquier cosa, solo pídemelo.
Yo le di una sonrisa y asentí, para luego entrar a mi departamento.
Después de que el agua se acumulara en el apartamento, las paredes habían quedado un poco destruidas y no se veía tan estiloso como siempre.
Solté un suspiro y me senté en el sofá para ver a mis alrededores. Ese departamento se sentía tan frio y ajeno a mí.
Saqué mi laptop para abrirla y revisar el documento en el que tenía escrita mi posible carta de renuncia. Solo tenía que entregarla, comprar un pasaje para Berlín en unas semanas y podría recuperar toda mi vida anterior, en la que era feliz.
«¿En serio te vas a dejar derrotar por un país del primer mundo como Canadá? No es como que estes metida en Latinoamérica o en Medio Oriente... y recuerda que en Somalia trafican mujeres y les cortan el clítoris en condiciones insalubres para que no sientan placer sexual».
¿Qué tenía que ver lo último? De todas formas, no pretendía meterme en lugares con décadas de conflictos y con la inestabilidad política de Somalia..., pero quizás mi conciencia tenía razón. No podía ser tan débil de mente y doblegarme ante un país solo porque era frio y me traía malos recuerdos.
Cerré la laptop, decidida a no renunciar por el momento. Debería tener un verdadero colapso para renunciar y, hasta que eso no pasara, les demostraría a todos (más a mi mamá) que yo era una adulta fuerte y responsable.
[...]
—¿Te cortaste el cabello? —me preguntó Nicholas cuando llegué a la oficina.
—Un poco.
El fin de semana había ido a la peluquería por un recorte de puntas y un flequillo, como en los viejos tiempos.
Nicholas no dijo nada más, solo movió la cabeza, asintiendo. Él estaba con John frente a unos planos físicos que tenía abiertos sobre la mesa.
Había algunas cosas que tendríamos que cambiar a petición del ministerio, quienes tuvieron una discusión un tanto intensa con nuestros ingenieros debido a que, al igual que nosotros los arquitectos, ellos estaban más preocupados de la parte estética que la estructural del aeropuerto.
Claro, era importante para el país y la ciudad que el aeropuerto fuera estéticamente impresionante, por lo que buscaron la forma de que se pudieran modificar algunas cosas sin afectar la dificultad de poner en pie el edificio, ni la funcionalidad de este.
—Con las nuevas modificaciones, la inclinación de esta rampa tendrá que ser distinta —oí decir a John.
—Bien, hagan las modificaciones que les parezcan, luego haremos una revisión.
En ese momento me giré para decirle algo a John, pero cerré la boca en el momento en que me topé con la mirada de Nicholas. Casi de inmediato mi compañero quitó la mirada con nerviosismo y luego comenzó a moverse por el estudio en dirección a la salida.
No sabía la razón por la que Nicholas se había puesto nervioso, pero imaginé que ya llevaba un momento mirándome... por alguna razón. ¿Me había quedado muy mal el corte de cabello?
Bueno, quizás a él no le gustaba mi nuevo corte, ¿pero que me importaba su opinión? Nicholas era un simple ingeniero civil estructural que de estética no sabía nada, yo era la artista con sentido estético ahí y yo decía que mi cabello se veía increíble.
Me miré en el reflejo de la pantalla aun apagada y me acomodé el flequillo. Sí, estaba bien... ¿no?
—Line, ¿me puedes ayudar un poco? —me preguntó John.
Yo me levanté de la silla en la que estaba y asentí.
—Ya voy.
[...]
Estaba en la sala de descanso comiendo algo, mientras revisaba algunas cosas en mi celular, hasta que alguien se sentó a mi lado.
Levanté mi cabeza y miré a Nicholas.
—Ya te extrañaba —bromeé—. No te veía desde la mañana.
—Sí, tuve que salir a hacer unas cosas —me dijo—. ¿Cómo ha estado tu día?
—Bien... nada del otro mundo.
Hubo un silencio de unos segundos.
—¿Aun estas considerando renunciar? —preguntó en susurro.
Eso me tomó por sorpresa. Parecía importarle mucho el tema de mi renuncia y suponía que era porque creía ser el culpable de que esa idea llegara a mi cabeza, y sí, en parte lo era. Nicholas no me había hecho las cosas muy fáciles y ya era bastante malo que todos en Canadá fueran fríos con su trato como para que él se dedicara a fastidiarme y cuestionar mi trabajo.
—Un poco... —dije con sinceridad—. Depende de cómo se den las cosas ahora.
Nicholas apretó los labios y asintió con delicadeza.
—Bien —dijo—. Por cierto, te quedó muy bien el corte... mejor de lo que te quedaba antes.
Yo abrí los ojos con sorpresa.
—¿Cómo sabes...? —entonces lo recordé—. Ah, las fotos...
Nicholas soltó una pequeña risa y recién en ese momento procese que me había hecho un cumplido, lo que provocó que mis mejillas se calentaran un poco. Era la primera vez en muchos años que un hombre me hacía un cumplido.
No supe que decir y como Nicholas tampoco dijo más y comenzó a comer su almuerzo, decidí guardar silencio.
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