Capítulo 12: Compensación
Nicholas comenzó a acercarse al sofá y yo comencé a vacilar, hasta que pude dar una respuesta.
—Eh, sí, es que se me quedó algo...
De pronto, su vista se posó en mi maleta y luego me miró, incrédulo.
—¿Y por eso trajiste una maleta?
—Eh...
—¿Qué te paso? En serio.
Yo tragué saliva y luego fruncí el ceño.
—¿Qué haces tú aquí todavía?
—Bueno, me quedé revisando sus planos para poderlos criticar un poco mejor mañana, ¿alguna otra duda? —hubo un silencio—. En ese caso, te toca.
—Mi departamento se inundó y no tengo donde quedarme —murmuré, aunque claramente pudo oírme.
—¿Tus papás?
Yo suspiré.
—No hoy... hoy necesito estar en paz y...
De pronto, Nicholas se sentó de golpe en el sofá, a mi lado, y tomó mi laptop con ambas manos para ponerla sobre sus piernas.
—¿Pasajes para Alemania? No puedes pedir vacaciones aun, no llevas... —me miró como si hubiera hecho algo terrible—. ¿Vas a volver a Alemania?
Yo me quedé pensando un momento y luego asentí.
—Es el plan.
—¿Y vas a renunciar?
—Eso tengo que hacer para volver...
—Pero... no te puedes ir.
Me levanté del sofá con algo de brusquedad y comencé a caminar por la habitación.
—¿Por qué no? Ya estoy harta de Toronto y de la gente canadiense, de mi familia, de estar sola... y de ti —dije con sinceridad—. No hay un solo lugar en esta ciudad en la que pueda sentirme bien porque ahí están Nathan, Diane, mi madre o tú... necesito volver a Berlín.
Nicholas pareció realmente afectado con mi comentario.
—Lo siento, no pensé que te pudiera afectar tanto mi actitud.
Yo me quedé de pie, mirándolo.
—Pero lo hace... en Alemania ningún compañero me hacía sentir tan estúpida y mal agradecida —le dije—. Todos me respetaban y eran amables conmigo.
—Eso me parece un ambiente laborar poco creíble —me dijo—. Blanc, no puedes llevarte bien con todos y siempre habrá alguien que se crea y sea superior a ti, pero no eres estúpida por eso. Eres una gran arquitecta y tienes que creerlo.
Mi cerebro se quedó en blanco por un momento y luego comenzó a intentar procesar lo que había oído. ¿Nicholas Wilson acaba de decir que yo era una buena arquitecta? ¿Aun cuando él era un ingeniero, mi enemigo natural por excelencia?
—No puedes dejar que una ciudad tan tranquila como Toronto te destruya, eso se lo puedes permitir a Nueva York o a Los Ángeles, pero no a una ciudad canadiense —siguió—. No renuncies, te necesitamos aquí.
Lo último casi había sonado con un toque de desesperación.
—Y-yo... es que no puedo —le dije, con algo de culpa.
La verdad era que sentía que, si me quedaba, mi salud mental terminaría casi completamente deteriorada. Necesitaba volver a mi lugar y ese era en Berlín.
—Quizás te sientes así hoy porque ha sido un mal día, pero mañana te puedes arrepentir... al menos piénsalo mejor.
Yo bajé la mirada y luego asentí.
Quizás sí necesitaba pensarlo un poco mejor antes de hacer las cosas, pero tenía la sensación de que nada cambiaría. Ese sentimiento de tristeza y de no pertenencia habían comenzado desde que había llegado a Toronto y no se irían hasta que me fuera de ahí.
—¿Tienes hambre?
—No, estoy bien.
Volví a sentarme en el sofá.
—Pero no te puedes quedar aquí. No hay calefacción a esta hora, no tienes mantas, ni una cama... al menos ve a un hotel.
—No tengo dinero para malgastar en eso, menos si voy a comprar unos pasajes para Alemania.
Hubo un silencio un tanto incomodo.
—Vamos a mi departamento, aunque sea a cenar y luego puedes pensar mejor a donde ir —me ofreció.
Yo lo miré incrédula.
—¿Quieres burlarte de mí?
—Blanc, por Dios... —hizo una pausa—. Tómalo como una indemnización por hacerte sentir mal durante todo este tiempo.
Lo analicé un momento para saber si lo que me decía era en serio y, por lo que pude captar, estaba hablando completamente en serio.
—No, gracias —terminé por decir.
—Blanc... —insistió—. Estás enferma, triste y sin hogar. Estás peor que una vagabunda.
—Y yo soy la exagerada... —murmuré—. ¿Sabías que hay gente viviendo en Somalia ahora mismo?
Nicholas frunció el ceño.
—No te robes mis frases —me dijo.
—Ya lo hice...
Hubo otro silencio.
—¿Cuál es tu comida favorita? —me preguntó Nicholas, de pronto.
Yo lo miré con poco ánimo y me encogí de hombros.
—El sushi.
Nicholas me dio una sonrisa, la cual pareció muy poco natural.
—Bueno, entonces de camino a casa pasaremos a comprar sushi para cenar. Yo invito —dijo, casi como una orden.
Suspiré, sabiendo que lo que él me estaba ofreciendo era la mejor opción de todas las que tenía.
[...]
Iba en el asiento del copiloto del auto de Nicholas, sosteniendo la bolsa de papel con las cajas plásticas de sushi. Nicholas no parecía ser un conocedor de esa clase de comida, debido a que me había dejado elegir las piezas que a mí me gustaban.
El camino fue un poco silencioso, en especial porque yo aun no creía haber aceptado la ayuda de Nicholas. Por suerte, no fueron muchos minutos para llegar al edificio, el cual se encontraba en el centro de Toronto y también tenía vista a la CN Tower por un lado. En realidad, era difícil no vivir en un edificio de Toronto en que al menos no se viera un pedazo de la torre.
—¿En qué piso vives? —le pregunté, una vez que subimos al ascensor en el estacionamiento subterráneo.
—En el último, el veinticinco.
Yo abrí los ojos sorprendida. Nunca había estado en un piso tan alto.
No cruzamos ninguna palabra mientras subíamos el ascensor, al cual no subieron más personas que nosotros y, al bajar, Nicholas sacó las llaves de su bolsillo para ir a abrir la puerta.
Una vez que entré, Nicholas me dijo que dejara la comida sobre la mesa del comedor y tomó mi maleta para dejarla en sala.
—Iré a traer platos y vasos —me informó.
Yo asentí sin mucha expresión, estaba más concentrada en analizar mi alrededor. El departamento era más o menos del porte del mío, además, por la cantidad de puertas que veía y la distribución de los ambientes, suponía que tenía dos cuartos.
Lo que más me había gustado había un leve olor a limón que se me hacía muy placentero.
Me comencé a pasear por la sala y el comedor, los cuales estaban conectados. Las paredes eran de un color crema, había un sofá cuadrado de un color gris muy claro, muebles de madera de color café claro y varias plantas repartidas por distintos lugares.
Me senté en el sofá un momento y comencé a observar los adornos sobre la mesa de centro. Había unas pequeñas plantitas y unas bolitas de cristal pequeñas que me parecieron muy bonitas. Luego de mirarlas con un poco más de detalle, me percate de que eran de distintas ciudades: Nueva York, Toronto, Londres y Moscú.
De pronto, Nicholas apareció de nuevo y dejó unos platos y vasos sobre la mesita del comedor. Suponía que no solía tener visitas, ya que la mesa del comedor era para no más de cuatro personas.
—¿Qué estás viendo? —me preguntó con curiosidad.
—Las bolitas de cristal —dije, apuntándolas con un dedo—. Son bonitas.
Me paré del sofá para acercarme a la mesa.
—Sí, las colecciono —me dijo—. Tengo más en otros muebles y en mi cuarto.
Apuntó hacía la parte más alta del mueble donde estaba la televisión y entonces pude ver que había más bolas de cristal, al menos unas siete más.
—Si quieres después te las muestro. Prefiero tenerlas ahí para evitar que alguien las pase a llevar y se rompan —me explicó.
Ambos comenzamos a acomodar las cosas en la mesa y luego yo abrí las cajitas plásticas que contenían las piezas de sushi.
—Elige tú primero —le dije, intentando ser amable.
Nicholas tragó, mirando las piezas de sushi.
—Hay algo que tengo que decirte.
—¿Qué? —pregunté, algo asustada.
Su tono de voz no me había hecho sentir muy tranquila.
—No me gusta el sushi —confesó.
Yo abrí los ojos con sorpresa.
—¿Por qué no me dijiste? —cuestioné.
—Te veías ilusionada... y quería hacerte sentir bien.
Intenté reprimir mi sonrisa, pero debía admitir que me había causado algo de ternura que aceptara comer algo que no le gustaba solo por hacerme pasar un buen rato. Pero, después de todo, me lo debía por tantos insultos en el trabajo.
—¿Cómo sabes que no te gusta?
—Lo probé una vez, hace muchos años —me contestó.
Una idea llegó a mi cabeza y esa vez decidí sonreír. Tomé unos palillos que venían dentro de la bolsa y comencé a mover algunas piezas hacia uno de los platos.
—Bueno, vas a probarlo otra vez —le dije—. Quizás los que probaste no estaban tan buenos, tienes que darle otra oportunidad.
Nicholas no pareció muy convencido con mi idea, pero la aceptó.
Le enseñé como tomar los palillos primero y luego comenzó a probar una pieza de cada tipo. Resultó que unas no le supieron nada mal, pero definitivamente había otras que no eran de su agrado.
La cena fue bastante divertida, la última vez que había cenado en compañía y me había sentido cómoda había sido cuando aún estaba en Alemania. Cuando vivía con mi familia, todas las cenas eran bastante insoportables para mí, con mi mamá preguntando cosas que me incomodaban y las conversaciones aburridas de deportes... simplemente no se sentía como mi ambiente ideal.
Ya habíamos terminado y estábamos recogiendo las cosas de la mesa cuando Nicholas me habló:
—Te daré mi habitación, yo dormiré en el sofá.
Yo negué, mientras dejaba los platos dentro del lavaplatos.
No, no es necesario. Yo puedo usar el sofá —dije.
—No seas terca, Caroline, por favor —dijo, algo fastidiado.
Yo solté un suspiro y decidí no decirle nada más, no quería discutir con él después de lo que parecía un récord de tiempo sin haber discutido.
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