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Capítulo 11: Inundación

Lo que me faltaba: tener gripe.

Había estado casi todo mi fin de semana en cama, tomando sopas en sobre porque ni siquiera tenía ánimos de cocinar y para el lunes no me sentía mejor.

Pude haber tomado la licencia y no aparecerme en la oficina, pero no quería seguir encerrada entre esas paredes, oliendo a un animal muerto y sin contacto humano. Necesitaba al menos respirar otro aire y saludar a una persona.

Me puse unas cinco capas de ropa, más un gorro, orejeras, guantes y una bufanda para cubrirme la boca y no ir por la oficina contagiando a todo el mundo. No sabía dónde me había pegado la gripe, pero por lo que me había dicho el doctor el sábado, podría haber sido motivada por el estrés.

Una vez que llegué a la oficina y entré al estudio, pude ver que algo sucedía.

—Te dije que está mal calculado —le dijo Nicholas a John—. Yo sé que algo de matemáticas les pasan en la universidad a los arquitectos, pero yo soy el ingeniero, sé de lo que te hablo.

—Ten cuidado con cómo me hablas...

—Solo no seas terco. Recalcula lo que te digo y confirma que tengo razón.

Nicholas se paró de la silla en la que estaba y pasó por mi lado.

—Todos los arquitectos son iguales —susurró, para luego salir del estudio.

Oh, no. ¿Solo había fastidiado a John por qué yo lo había desafiado?

—No sé qué mosca le pico a ese y en qué momento se dio el tiempo de revisar los planos, pero es un imbécil cuando quiere —comentó John—. De todas formas, de algo sirvió, estos planos tienen que estar lo mejor posible antes de la revisión del ministerio de infraestructura.

Debido a que la construcción de los aeropuertos era gestionada por el gobierno y eso lo hacía a través de algún ministerio, el que debía revisar que todo fuera como ellos querían, pronto el equipo tendría una reunión para mostrar el avance de los planos y que el ministerio lo revisara y diera su aprobación para seguir.

Yo no dije nada, esperaba que John no supiera que la razón de que Nicholas le hubiera criticado algo a él era por mí.

—¿Estás bien? Te ves más pálida de lo normal —me dijo John.

—Estoy un poco enferma, pero nada del otro mundo —dije, yendo a sentarme frente una de las pantallas—. Además, no puedo verme menos pálida cuando aquí el sol no se asoma por más de diez minutos al día.

John rio.

—Tienes un punto, Line, pero si te sientes muy mal, no tienes que quedarte todo el día.

—Lo sé, gracias.

Si hubiera tenido unas buenas pantallas en casa para poder trabajar con los planos digitales, quizás me hubiera quedado o solo hubiera ido a la oficina para hacer un poco de presencia y cambiar de aire, pero me gustaba trabajar en la oficina, en especial después de estar encerrada en mi cuarto viendo el mismo paisaje durante dos días.

[...]

Estaba comiendo sola en la sala de descanso, cuando Nicholas entró y el apetito comenzó a abandonar mi ser.

—Buenas tardes, Blanc.

—Hola, Wilson.

Nicholas se sentó en la otra mesa redonda que había en la sala y, de repente, se quedó mirando mi comida.

—¿Solo comerás un sándwich?

—¿Ahora vas a criticar lo que como?

—Blanc, es obvio que estás enferma, se puede ver desde kilómetros —me dijo—. No puedes comer eso cuando estás con tus defensas destruidas.

—No están destruidas y no estoy tan enferma —le aseguré—. Y deja de molestarme... ya vi que puedes molestar a otros, así que sigue así.

Una sonrisa se formó en el rostro de Nicholas.

—Claro que puedo molestar a cualquier arquitecto que se me cruce, jamás debiste dudarlo —me aseguró—. No me importa que sea hombre, mujer, recién graduado o un anciano... Después de todo, todos creen que sus proyectos imposibles son posibles.

—Al menos sé que no eres un misógino y solo eres un petulante con muchos aires de superioridad porque estudió ingeniería en Stanford —dije.

Nicholas me dio otra sonrisa y asintió, pero no siguió hablándome.

Luego de estar unas horas más en la oficina, decidí irme a casa para poder descansar y recuperarme más rápido, pero resultó que descansar sería lo último que podría hacer.

Cuando llegué a mi piso, me encontré con que había agua saliendo por debajo de mi puerta y, cuando entré, todo estaba inundándose. Por lo que pude analizar rápidamente, parecía que alguna cañería que pasaba por mi baño privado se había roto, porque toda el agua estaba escurriendo por una de las paredes.

Justo en el momento en que iba a cortar el suministro eléctrico, unos enchufes explotaron, lo que me hizo pegar un grito y salir corriendo.

Cuando llegué a la sala, me encontré con Nathan, quien estaba mirando para adentro, desde el umbral de la puerta.

—¿Line? ¿Qué paso?

—Creo que una cañería tiene una fuga... n-necesito...

—Tranquila, voy a cortar la energía. Tú intenta cortar el suministro de agua.

Yo asentí, sin importarme estar tratando con el que era mi exnovio. En ese momento lo único que quería era que dejara de escurrir agua por todas partes.

Pude ver una grieta en el baño, la que comenzó a agrandarse, hasta que un pedazo de pared cayó al suelo y el agua salió disparada como si fuera una cascada.

—¡Mierda!

El agua comenzó a subir un poco más rápido, cubriéndome los pies, hasta que logre mover la llave de paso del agua y cortarla.

Una vez que corté el agua y esta se detuvo, salí de mi baño y pude ver como todas mis cosas estaban mojadas y esparcidas por el departamento.

Definitivamente, Canadá no me quería ahí.

[...]

Diane me había preparado un chocolate caliente y había metido parte de mi ropa a su secadora, mientras yo estaba sentada en su sala con una incomodidad que no recordaba haber sentido antes. Lamentablemente, la cañería que se había roto estaba entre la pared del baño y mi cuarto, lo que había causado que todo lo que estaba en mi armario pegado a la pared se mojara casi por completo.

Ambos me habían ayudado a llamar a alguien que viniera a ver el departamento y, para mi mala suerte, reparar todo el daño llevaría varias semanas, lo que significaría que debería volver con mis padres.

Aun no llamaba a mi familia, ya que no quería un sermón de mi madre diciéndome que eso me pasaba por tomar malas decisiones y ser mala hija, pero sabía que lo tendría que hacer en un momento, probablemente al día siguiente.

—¿Segura que no te quieres quedar aquí? Hay un cuarto extra.

—No, en serio —negué con rapidez—. Me quedaré con mis padres.

—¿Quieres que te llevemos?

—No, no... mi padre vendrá por mí —mentí.

Les había hecho creer a Diane y Nathan que había hablado con mi familia, solo para evitar más hospitalidades de ellos, pero mi plan era otro.

Cuando Diane me entregó mi ropa seca, la metí en una maleta que no había alcanzado a mojarse y bajé a la recepción para pedir un taxi e ir a la empresa.

Para esa hora no debía estar ninguno de mis compañeros en la oficina y, solo por esa noche, pretendía dormirme en el sofá de la sala de descanso.

Una vez que subí a la oficina y me metí a la sala, me senté en el sofá y comencé a llorar.

La cantidad de veces que había llorado desde que había vuelto a Toronto eran excesivas comparadas a la cantidad de veces que lloraba en promedio en el mismo periodo. Al año, yo no solía llorar más de seis veces, claramente quitando las lágrimas por reflejo causadas por basuras en los ojos, picazón o un doloroso golpe en la nariz.

Lo cierto era que estaba desesperada por volver a Alemania, donde quizás no tenía familia, pero había trabajado para una empresa en la que tenía buenos compañeros y tenía amigos de verdad, no como ahí. Si todo eso me hubiera pasado en Berlín, hubiera acudido a uno de mis amigos de la universidad con los que seguía en contacto y con los que salía cada cierto tiempo para reírnos y beber algo.

Extrañaba tanto sentirme acompañada a veces, cómoda y en mi hogar. Ahí, en Toronto, me sentía como si estuviera fuera de lugar y ya no quería soportarlo.

Tal vez debía renunciar al empleo e irme, después de todo, eran muy raros los casos en los que los empleadores demandaban al empleado por una renuncia injustificada.

Sin pensarlo más, saqué mi laptop de la maleta, la cual, por suerte no se había mojado al estar sobre una mesa en el estudio, y comencé a escribir mi carta de renuncia.

Luego, comencé a buscar pasajes a Alemania para unas tres semanas, ya que, para renunciar, según el contrato de la empresa, debía avisar con al menos dos semanas de anticipación antes de irme.

De pronto, alguien entró a la sala y yo me quedé congelada.

—¿Volviste?

Eso no sería nada bueno.

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