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6. El mapa de las sombras

Incluso para mis estándares, era demasiado.

Me quedé despierta toda la noche, volviéndome loca. Estuve toda la maldita madrugada sin pegar un ojo. Mis salvajes pensamientos no me permitieron disfrutar de los sueños que pude haber tenido.

Luego de que regresé a través del pasadizo secreto, tuve que apurarme para dejar mi habitación como estaba antes de descubrir que existía porque el ruido podía alertar al guardaespaldas de turno y, bueno, si deseaba mantener la nueva información a salvo, no podía llamar la atención.

Por lo tanto, anduve por los metros cuadrados que conformaban mi dormitorio, maquinando sobre quién pudo enviarme la nota y anhelando gozar de otra oportunidad para investigar los secretos de la academia. Tuve que contenerme, como siempre, hasta que llegó el amanecer y el toque de queda cesó.

Por lo menos pude relajarme al plasmar todas mis preocupaciones en mi diario íntimo.

Clara anunció su llegada e ingresó con candidez. Mis tres damas no solían venir juntas a menos que se tratara de un asunto de suma importancia y se turnaban para prestar sus servicios. En resumen, Clara me asistía durante las mañanas, 179 en las tardes y 181 tras la finalización de las clases. Pero a veces se turnaban.

—Oh, ya estás levantada —articuló Clara algo sorprendida de verme con mi cara perfectamente maquillada para que pareciera que era natural. Además, estaba enfundada en un vestido informal de color verde oliva con pequeñas flores bordadas que llegaba hasta mis rodillas y destacaba mis elegantes sandalias con tacón—. Vine a avisarte que él ya ha llegado. Si quieres, puedes ir a recibirlo en las puertas de la academia o...

Me alegré enseguida.

—No, iré yo.

—Y debo informarte que hoy se cancelan las clases por la presentación de los delegados —agregó ella, alzando sus cejas con entusiasmo—. Tienes que venir aquí temprano para que nosotras podamos ayudarte a arreglarte. La fiesta de bienvenida será al atardecer.

Aquello me recordó que el escritor anónimo no fue lo único que me impidió dormir. Los delegados arribaban ese día y, por ende, mi futura y desconocida pareja también.

Había evitado pensar en eso. Me concentré en la competencia de Construidos porque era lo más importante, mas no debía dejar de lado el hecho de que también se desarrollaría un juego de tres años en el que varios pretendientes prácticamente lucharán por la posibilidad de casarse conmigo. Sería igual con mis compañeros, solo que ese era su asunto.

Mentiría si dijera que no había reflexionado acerca del concepto del matrimonio y el linaje. Lo había hecho. Si tuviera la oportunidad de olvidar los intereses políticos, no habría cambiado mi opinión personal al respecto.

Necesitaba confiar mucho en la persona con la que me casara, más que nadie en el planeta, y, principalmente, tenía que ser alguien con quien fuera libre y pudiera ser yo misma. Aparte, sí, quería formar una familia en un futuro muy lejano, solo que no hasta que me sintiera segura, completamente segura de que había hecho hasta lo imposible para que mi familia y yo viviéramos en un mundo que valía la pena.

Sin embargo, a la ley de Idrysa le importaba muy poco lo que yo anhelara y debía conformarme con quien fuera el mejor candidato para elaborar una alianza que beneficiaría a mi clan. Las opiniones de las demás personas eran más importantes que mi propia vida, aunque yo también fuera un ser humano.

—Así que, ¿necesitas algo más?

—No, por ahora, no —respondí con sinceridad y tuve que pausar para cuestionarme si preguntarle lo siguiente o no—. Oye, ¿alguna de ustedes dejó algo aquí anoche?

—¿Algo cómo qué? —La expresión de Clara de desentendimiento reveló que no lo sabía—. Si viste algo raro, puedo reportarlo de inmediato.

Decepcionada, negué con la cabeza.

—No, está bien. Lo más raro que he visto por aquí sucedió ayer.

—Ah, sí. Gracias por lo que hiciste por Maureen.

—¿Ha mejorado desde lo que me dijiste antes?

—Aún se está recuperando del incidente. Desearía haber estado en su lugar.

Su tono vigoroso me animó. Mi madre decía que no debería ser amiga de mis damas y, para ser franca, yo no escuchaba todos sus consejos.

—¿Sabes cómo pelear?

—He practicado un poco. Nada oficial. Solo lo básico. Fue tu guardaespaldas quien me enseñó algo de defensa personal —confesó ella con un vigor disfrazado con timidez.

Claro, el guardaespaldas entrometido.

Comencé a rascar mi dedo anular con mi pulgar en un gesto imperceptible y nervioso.

—¿Él y tú son cercanos?

Clara movió la cabeza en algo que parecía un asentimiento confuso.

—Más o menos. No es como suena. Es como un hermano molesto, ¿sabes?

—Sí —respondí, apesadumbrada.

—Además, él no es mi tipo.

Reí, relajando mi mano.

—Eso es intrigante. ¿Sería muy inapropiado si te preguntara quién lo es?

Ella sonrió.

—No, no sería inapropiado.

Vagué por mi alcoba.

—En ese caso, dime.

—No tengo un tipo en específico. —Clara respiró profundo, mirándome antes de contestar—. Me gusta quién me gusta, sea un chico alto o... una chica bajita.

Frené mis pasos de golpe y luego seguí andando.

—No, tu tipo son los chicos que se llaman Cedric Lockwood.

Las mejillas de Clara se tornaron de color rosa, confirmándolo.

—¿Te diste cuenta? —murmuró ella—. No voy a mentir, creo que él es lindo, torpe, pero lindo. No he tenido la oportunidad de hablar de verdad con él y sé que no pasará.

Estábamos hablando de algo casual. Nada serio.

—¿Por qué?

—¿Además del hecho de las obvias diferencias sociales? —repuso a sabiendas de que una dama de su posición y un heredero jamás podrían ser vistos como una pareja o algo similar—. Se nota que tiene su atención puesta en la señorita Blue.

Ah, sí. Yo también lo había notado. Desde mi perspectiva, parecía ser algo más platónico.

—No te preocupes. A Emery no le interesa él o ningún hombre en general —destaqué, serena.

—Lo sé. Y, si no te ofende que pregunte, ¿te interesa alguien?

Mordí mi lengua sin saber qué responder.

—No, no me agrada nadie en particular.

Clara se deslizó por el cuarto, hablando.

—Bueno, no tiene que agradarte alguien para sentirte atraída. Es algo físico. Está bien no soportar a alguien y a la vez querer pasar tiempo con esa persona, por así decirlo. Eso le da una chispa especial. Es lo que me pasa a mí. Yo tengo un dicho. ¿Te lo puedo decir?

Paramos de caminar en cuanto estuvimos una frente a la otra.

—Adelante.

—No tienes que cortar la tensión con un cuchillo, a veces un beso funciona mejor —declaró y la frase se quedó conmigo.

Tuve que encogerme de hombros.

—Aun así, prefiero a mis dagas.

Ella retrocedió un paso.

—Esa es tu elección. ¿Y qué es lo que te gustaría hipotéticamente?

Lo medité, aunque no necesité hacerlo mucho.

—Nada. Todo es imposible.

La mención de la palabra «imposible» provocó que la dama frunciera su ceño.

—El mundo no es un lugar misterioso. Lo imposible no está definido.

—Lo mismo digo sobre las peleas —expresé debido a lo que mencionó antes.

—Sí, si soy sincera, a veces me gustaría poder aprender de verdad.

Simulé estar ofendida.

—¿Quieres ser del clan Stone? Eso es hiriente.

La cara que Clara hizo por mi chiste fue graciosa.

—No, para nada —se apresuró a aclarar con temor.

—Tranquila, solo era una broma.

Aunque en teoría sí se podía considerar traición, estimé basándome en las normas de Idrysa.

—Es que me gusta la noción de pelear por ti misma. Sé que no lo puedo hacer profesionalmente. Los nacionalistas como yo no son de ningún clan. Solo nos adoptan de Territorio Blanco para terminar en la servidumbre. Lo acepté hace tiempo.

—Si lo piensas, al menos no estás encasillada en ningún sitio.

—Supongo que en ese aspecto soy afortunada —dictaminó Clara, esperanzada ante mi intento de consuelo.

Dicho eso, nos dirigimos a la puerta para salir. Ella lideró el camino y nos dirigimos al exterior, atravesando el predio hasta que nos tropezamos con las rejas abiertas del internado. Por supuesto, yo no podía salir. El día estaba particularmente caluroso y había varios hombres descargando cajas y otros encargos de la academia que no despertaron mi interés. Alguien más sí lo hizo.

Entretenida con mi entusiasmo, Clara se adelantó para agarrar la cómoda transportadora de mascotas que le extendió uno de los sujetos y procedió a depositarla en el piso con la intención de liberar a su pasajero peludo.

El gato de sedoso pelaje negro asomó sus brillantes ojos verdes, estudiando el lugar con su mirada crítica y afilada, y vino rápidamente hacia mí. Aquel acto fue suficiente para llenarme de alegría. Lo alcé y él ronroneó entre mis brazos. Disfracé mi sonrisa llena de una sensación cálida en mi corazón. Era la única buena noticia de la jornada.

—Hola, ¿me extrañaste, Karma? —inquirí más que feliz una vez que Clara se marchó. Él me ignoró al propósito—. Es muy posible que no. No importa, yo sí te he echado de menos.

Karma era el nombre que le puse porque lo creí apropiado y carecía de arrepentimientos. Probablemente, era el ser vivo que más se asemejaba a mí en múltiples aspectos. No mostraba mucho afecto, solo lo hacía en los momentos que él escogía, detestaba la compañía y apenas solo toleraba la mía. Aun así, yo daría mi vida por ese gato sin vacilar.

No se podría quedar en las instalaciones del internado de manera permanente. Su presencia se reducía a una visita. Tendría que irse en unos días.

Alejándome del tema, hubo algo que me desorbitó. Primero oí su voz clara, derrochando halagos con su acento británico como nadie en aquel sitio, después su risa igual de clara que la mañana misma y finalmente avancé fundada por los celos, esquivando unos setos, para toparme con una imagen impensada.

Diego estaba agachado, jugando con dos golden retrievers que parecían adorarlo con el mismo entusiasmo. Los perros saltaban, agitando sus colas, y él reía estridente.

El sonido fue casi contagioso y me acordé de lo que mencionó Cedric. Lo miraba y todavía no lo descifraba. No me entraba en la cabeza cómo era posible que los demás pensaran que no sonreía a menudo.

—De todos los lugares y personas, ¿por qué usted tenía que estar aquí también? —suspiré con desagrado.

Mi enemigo se mordió la lengua al oírme y volteó en mi dirección. Toda la alegría de su risa se concentró en sus ojos diferentes, dándole un brillo que se mezclaba con el sol.

—No lo sé. ¿Será porque vivimos juntos? —contestó Diego, enderezándose, y se requirió una simple señal para que los perros se limitaran a sentarse.

—Deje de recordármelo.

—Lo haré si usted deja de quejarse.

—Bien.

—¿Puedo averiguar qué hace por aquí? —Él cruzó sus brazos descubiertos al vestir una camiseta informal y levantó la barbilla, apuntando a mi gato con aquel gesto—. ¿Y qué es esa bola de pelos que tiene ahí?

—Disculpe, él no es una bola de pelos. —Acaricié a Karma con suavidad—. Es un miembro muy importante de mi clan.

—¿Y cuál es su nombre tan distinguido?

—Este respetable señor de aquí se llama Karma.

Los hoyuelos de Diego reaparecieron como si yo hubiera dicho un chiste.

Él realmente debía pensar que yo era divertida porque no encontraba otra explicación.

¿Acaso yo estaba a la misma altura que esos perros para él? ¿Era un cumplido o un insulto?

—No puedo creer que le haya puesto así y, por todo lado, tiene sentido.

—De acuerdo, ¿cómo se llaman ellos? —inquirí, señalando a los adorables perros con cuidado.

—Ella es Dan y él es Darwin. Son de mi hermano, Dionisio. Pero es un poco distraído y yo soy el que los ha cuidado desde que son cachorros, así que están aquí de visita, ¿no es cierto? —respondió, regalándoles una caricia, previo a regresar conmigo—. ¿Qué me dice de usted y...?

—Karma. Lo adopté. Él era un gato callejero. Un día se escabulló en mi casa sin que nadie lo viera y acabó conmigo. No sé cómo pasó todos los guardias. Es muy inteligente.

En efecto, lo era, mas, imaginé que había vivido bastantes cosas en la calle y eso hacía que se defendiera ante la más mínima señal de ataque y fuera cuidadoso sobre con quién estaba.

Por lo tanto, noté que no quitó su atención felina de los perros y se fue encrespando con rapidez. Ellos se rebelaron y bastaron dos ladridos para que Karma saliera disparado con tal de escapar velozmente por los terrenos de la academia y los perros cedieron a su instinto para perseguirlo y jugar. Sentía pena por lo que tendrían que enfrentar.

—Más le vale que Karma regrese sin ningún rasguño —le advertí a Diego por si acaso.

—¿Rasguño? Si sabe que el gato es suyo, ¿no? —bufó él, yendo hacia un árbol cercano en busca de algo de sombra y lo acompañé—. Tranquila, a diferencia de mí, son inofensivos.

El único momento en el que estaba agradecida de la oscuridad era cuando había mucha luz y ese era uno de esos casos. Habíamos salido del camino, evitando ser demasiado vistos, y resultaba refrescante estar en ese sector de los jardines. Asimismo, la hermosa fuente de agua escondida entre el perfecto caos de setos que nos rodeaban producía un sonido relajante.

—¿Por qué dice "gato" de esa forma? ¿Qué supuso que tendría? ¿Una pantera, una serpiente venenosa o una viuda negra?

Diego se descargó con una exhalación y apoyó su espalda contra el tronco del arce rojo, uno de los pocos especímenes que había en el jardín. Yo me mantuve acérrima frente a él.

—No asumí nada. Pero ahora imagino una pantera negra.

—¿Y se supone que debo creerle?

—Puede hacer lo que quiera. No "debe" hacer nada conmigo.

Pese a que yo sabía que él lo dijo sin ninguna finalidad en particular más que aclararlo, fue agradable oír que no tenía que preocuparme por el deber. Aborrecí que aquello viniera de su parte. Fue inevitable.

—Lo que sí es raro verla hablar bien de alguien, incluso si es en un caso como este —añadió Diego, provocándome.

—¿Por qué? —articulé, enarcando una de mis cejas cobrizas, vanagloriándome con mi villanía—. ¿No cree que puedo ser buena?

—Sé que puede ser muchas cosas.

Los cinco pasos de distancia que nos desunían se convirtieron en tres.

—Deme un ejemplo.

—Lo acabo de hacer, mi insaciable némesis.

No estaba completamente segura de a qué se refería. Yo no diría que gozaba de pruebas irrefutables, no obstante, debía admitir que sí tenía un punto bastante claro.

—Presiento que la fiesta de esta noche será entretenida.

—¿Por qué? ¿Hará algo gracioso como faltar? Yo la pasaría tan bien si usted no viniera.

—Lo digo porque será interesante ver cómo va a lidiar con los pretendientes de hoy.

—¿Qué sería interesante? —curioseé y se aproximó un delgado milímetro más a mí.

—Saber cómo los elegirá. Sé qué hace que odie a alguien, me pregunto qué haría lo opuesto.

Fui franca.

—Quiero alguien que me rete y sea capaz de sacar lo mejor y lo peor de mí por igual.

Como si estuviera tomando notas, Diego suspiró.

—Es bueno saberlo.

—¿Y por qué sería mi problema? Ellos son los que tienen que estar a mi altura, ¿no?

—¿Y de verdad piensa que alguien alguna vez lo estará?

—Quizás —me encogí de hombros—. Soy muy difícil de complacer.

—¿Eso es un reto? —cuestionó él, ladeando la cabeza un poco para detallarme con la mirada.

La insinuación me dejó boquiabierta, sin respiración y carente de signos vitales por un segundo. Tuve que esforzarme para procesarla y reanudar la conversación, estando dispuesta a igualar métodos por naturaleza.

—Depende. ¿Desea hacerlo?

Lo sorprendí. Detecté cierto nerviosismo ligado al asombro que le causó mi pregunta. Tal vez había esperado una respuesta totalmente diferente.

—¿Qué?

—Complacerme —repetí, aprovechándome de su reacción—. Si desea hacerlo, ¿por qué no desaparece de mi vista?

—¿Por qué? Soy un placer a la vista. —Él se inclinó en mi dirección y conectó sus ojos con los míos, haciendo que no pudiera apartarlos, y suavizó su voz a continuación—. De hecho, soy un placer para todos los jodidos sentidos. Oído, olfato, gusto y principalmente tacto. Debería constatarlo.

Fue complicado no imaginarlo. Tragué saliva y me humedecí los labios, colocándome detrás del escudo que generé con el odio que le tenía, y tiré un poco la cabeza para atrás con la intención de desafiarlo.

—No, gracias. Debo rechazar su oferta. No quisiera tener que arrancarme los ojos y, bueno, todo lo demás.

—Por eso lo ofrecí.

—Lo imaginé.

—¿Qué parte? ¿La que implica un gran placer para usted o la que me daría tremendo gusto a mí? Es un poco confuso.

Mi ira era como una bomba y, cada vez que amenazaba con explotar, la guardaba en mi interior, ocasionando que estallara ahí, justo como ahora.

—No lo es tanto como será identificarlo a usted después de lo que le costará lo que acaba de decir.

—¿Y qué será? Oh, déjeme adivinar. Quiero ser creativo para usted. ¿Va a matarme con esa mirada asesina que tiene?

—No lo sé, es grato intentarlo.

—Debe serlo o no tendría una excusa para la cantidad de veces que la he sorprendido mirándome —argumentó Diego, agarrándome desprevenida.

Él me sostuvo la mirada como si me estuviera sosteniendo a mí. Mis mejillas amenazaron con calentarse, mas mi postura jactanciosa resistió.

—¿Y cómo se dio cuenta de eso si usted no estaba mirándome en primer lugar?

—Lo hice, no lo voy a negar.

Ahora que estábamos tan próximos el uno del otro, no podía retroceder. Sería igual que retirarse de un campo de batalla.

—Si no le molesta, responderme y espero que sí le moleste, ¿por qué me mira?

Una sonrisa arrogante enmarcó su rostro y mis cejas se hundieron.

—Es divertido ver cómo ni se molesta en ocultar que me odia y estoy empezando a darme cuenta de algo.

—¿Qué? ¿De qué no me agrada? Creí que era de conocimiento público.

—Además de eso, noté algo. Es obvio. Se pone a la defensiva cada vez que está nerviosa —argumentó él, adelantándose un paso y eliminando el sagrado trecho que nos separaba para convertirlo en algo profano—. La pregunta es por qué lo está. ¿La pongo nerviosa? ¿Será porque le detesta como dice o porque estoy así de cerca?

—Me atrapó. Es porque está así de cerca. No lo puedo evitar —respondí, sarcástica—. Siempre me pongo un poco nerviosa cuando estoy a punto de asesinar a alguien.

En vez de hacer que se sintiera intimidado, lo incité. Descubrí que no le gustaba que le tuvieran miedo, pero le encantaba que lo enfrentaran a pesar de eso.

—Estoy un poco intrigado sobre sus tácticas de seducción. ¿Todas incluyen amenazas de muerte o son solo para mí?

—Estoy ofendida. ¿Tácticas de seducción? Yo nunca intentaría seducirlo a usted.

—¿Por qué no? ¿No cree que pueda lograrlo?

Se me escapó una carcajada suave de incredulidad. Yo también podía torturarlo con esto. En esa ocasión, fui yo la que avanzó en busca de acorralarlo contra el árbol.

—¿Quiere verme coquetear, señor Stone? ¿Por qué no se acerca? —demandé, odiando que mi corazón humano fuera el que se acelerara por la forma en la que pareció que disfrutó mis palabras, y le regalé una risita maliciosa—. Y no vuelva a meterse en mi camino.

—¿Cómo respondería si le dijera que funcionó y me gustó un poco? —dijo él solo para hostigarme con su mentira.

—Que ha perdido la razón.

—Bueno, no es divertido siempre tener la razón.

—¿A usted solo le interesa lo que es divertido?

—Bueno, hay muchos tipos de diversión. ¿Se las muestro?

—¿Alguna de ellas implica algo que usted odie?

Diego se mordió el labio inferior y una de las comisuras de su boca se elevó antes de responderme:

—Podemos negociar.

—Extraordinario. ¿Acaso es masoquista?

—La dejaré con la duda. Eso debe fastidiarle demasiado, considerando que quiere que sufra terriblemente.

Lo hacía.

—Bueno, no lo va a hacer más de lo usual.

—Y, desde mi perspectiva, usted es la que está en mi camino —destacó Diego y sus ojos diferentes descendieron para estudiar mi cuerpo y los volvió a subir hasta los míos sin siquiera distanciarse.

—¿Le molesto? ¿Quiere que me vaya?

—Me temo que ninguna distancia sería suficiente para que deje de hacerlo.

Odiar a alguien consumía tanto, pero también era enérgico y por eso proseguí.

—Y usted, mi sarcástico enemigo, es una amenaza para la sociedad.

—Eso es lo más lindo que alguien me ha dicho.

—No fue mi intención.

—Lo sé y me encanta —se jactó él, exasperándome sin igual.

—Clanes, ¿hay alguien en la tierra que lo soporte, además de esos perros?

—Nadie que me importe todavía. —Diego se encogió de hombros.

—Debí haberlo visto venir.

—Oiga, usted no es precisamente pacífica.

—No pretendo serlo.

—Yo tampoco.

Un suspiro se fugó de mí.

—Y, en serio, ¿no le molestan las amenazas de muerte?

—Cada vez que tratan de matarme es una prueba del poder que tengo sobre ellos. Significa que saben que no pueden vencerme mientras viva —argumentó Diego seguro de sí mismo y su poderío.

—Y que no son lo suficientemente inteligentes para darse cuenta de que es mejor como aliado, claro —repliqué con ironía, aunque era un poco cierto, lo que obviamente me soliviantaba.

—Por más que sé que está siendo sarcástica, es cierto.

Le creí. Era una de las pocas veces en las que pronunció algo que no fuera sardónico. Por primera vez desde que por fin lo conocí en persona, vi que sí tenía tantas ambiciones y estrategias como yo, solo que prefería jugar con su actitud arrogante y seductora para esconder sus planes.

Era un conquistador en ambos sentidos de la palabra. Sabía eso, no obstante, también se asemejaba a un laberinto. Mientras más me adentraba en él para conocerlo, más me perdía en la encrucijada que encarnaba y no tenía idea en dónde acabaría.

—Usted habló de mí, pero, siendo sincera, yo no sé qué hará la chica que tenga que casarse con usted —retomé, estudiándolo como él me había contemplado anteriormente.

—¿Por qué? ¿Quiere ser ella?

La mera idea me hizo reír.

—Le pediría a alguien que me enterrara viva antes de pasar mi vida con usted.

—De acuerdo, no hace falta que busque a alguien más, yo puedo hacerlo —se ofreció Diego, mordaz.

Resultó difícil esconder mi expresión de cólera teniéndolo a pocos centímetros de mi rostro.

—¿Cómo? Usted ni siquiera existe para mí —bufé y mi instinto asesino se activó en el instante en el que él procedió a acariciarme la mejilla con los nudillos, lo que me dio un escalofrío pecaminoso.

—¿Ni siquiera si hago esto?

Le aparté la mano de sopetón y por un segundo deseé ser más alta.

—Es impresionante. ¿De verdad se cree mejor que los demás?

—No me creo, lo soy. Es un hecho —declaró él, teniendo una arrogancia sin límites—. Al menos mejor que los que conozco.

—¿Incluyéndome a mí?

—Bueno, no la conozco todavía. Es lo que estoy tratando de hacer.

—Pues, deténgase. Lo odio —comuniqué sin más.

—Qué novedad —articuló Diego, destilando sarcasmo—. Tengo noticias para usted: yo también la odio.

Odio no empezaba ni a describir lo que él provocaba en mí.

Y ahí se me vino a la cabeza la frase que oí antes.

"No tienes que cortar la tensión con un cuchillo, a veces un beso funciona mejor."

Quise hacerme una lobotomía por permitir que mis recuerdos me llevaran a semejante atrocidad. Qué locura.

—Veo que ustedes dos están empezando a llevarse bien —comentó con humor la voz de una heredera con un gran sentido de la moda.

Emery nos saludó desde el centro del camino de cemento, guarneciendo unas botas, un top azul grisáceo y un blazer azul que era tan largo que cubría sus shorts fabricados con la misma tela y no la hacían perder su encanto lujoso.

Como si hubiera sido atrapada en una escena del crimen con el arma homicida en la mano, le di un último vistazo a Diego y los dos nos apartamos.

Justo en ese instante, mi gato negro y sus perros de pelaje dorado retornaron hacia donde estábamos. Las cosas habían cambiado. Ahora Karma los perseguía y ellos corrían espantados. Sonreí, orgullosa, sin importar que solo estuvieran jugando, y Diego rodó los ojos en blanco.

—Y al parecer también sus mascotas —añadió Emery a medida que regresábamos a la entrada—. ¿Qué hacen aquí?

—Pelear, es decir, lo normal —resumió Diego, franco.

—Bueno, yo estoy esperando a que me traigan a mi mascota. Es un pez dorado.

Contuve mi carcajada por una broma que solía hacer con William. El recuerdo me llenó de tristeza.

—¿Desde hace cuánto que lo tiene? —consulté y una dama que supuse que le pertenecía a Emery vino con una pequeña pecera en mano.

—Hace un segundo —respondió ella, sonriente, y me enterneció.

Yo decidí acompañarla en cuanto Karma vino conmigo y la heredera se encaminó para recibir a su pez. Diego se fue por su cuenta y un silbido bastó para que los perros se le unieran. La charla que tuvimos hizo estragos en mí y lo disimulé al vislumbrar la alegría genuina de Emery.

—¿Ya tiene un nombre?

—Poseidón —contestó Emery, saludándolo a través del cristal con su dedo índice, y su dama se lo llevó a los interiores de la academia.

—Eso parece apropiado para un pez dorado —sostuve, jocosa.

—No cabe duda.

Las dos procedimos a dar un breve paseo por los jardines antes de retornar a nuestra torre para los preparativos de la velada de los delegados. Karma nos bendijo con su silenciosa compañía.

—Debo hacerle una pregunta muy seria —inquirió ella, pidiendo mi atención con sus cristalinos ojos celestes—. ¿Cómo me veo?

—Despierta.

—Esa no es la respuesta que esperaba. Igual es aceptable. Debo admitir que se siente fabuloso tener una noche sin interrupciones imprevistas.

Me puse alerta.

—¿Se refiere al asunto del guardia?

Ella asintió y se acomodó unos mechones ondulados y oscuros de su cabello detrás de la oreja.

—Yo no tuve más interrupciones. ¿Usted sí?

—No —afirmé ante su tono coqueto.

—Honestamente, yo no estaría tan interesada en el tema de no ser porque lo tratan como si fuera un secreto de Estado. Incluso les pedí a mis pequeños espías que investigaran un poco —develó Emery con secretismo—. Algunos se rehusaron a hablar por lealtad a la señora Cavanagh. Al parecer ni siquiera hay evidencia de que le realizaron un examen psicológico que respalde la historia que nos contaron sobre su salud mental inestable y luego no le hicieron una autopsia al guardia. Es algo irregular, ¿no?

La información me amedrentó. La nota del escritor anónimo y la breve conversación que oí entre la directora y la profesora Marlee junto con los datos nuevos que recibí no podían ser mera coincidencia. Había una especie de conspiración, solo que no comprendía para qué.

Las pruebas del internado eran famosas a pesar de ser misteriosas. Incluso se podría llegar a pensar que el asunto era una prueba en sí. Bueno, eso me decía con tal de poseer una excusa para inspeccionar y saciar mi curiosidad.

—Irregular, es decir poco. En especial su muerte.

—Sí, escribir noticias sobre cómo alguien murió violentamente no es lo mismo que presenciarlo. La peor parte fue que algunas gotas de sangre mancharon mi precioso vestido. Fueron dos tragedias simultáneas.

—Estoy segura de que podría confeccionar otro aún mejor.

Emery alzó su ceja, sorprendida para bien.

—¿Eso fue un cumplido, aliada?

Me mojé los labios para responder.

—Es lo más cerca que estoy de hacer uno hoy.

—Lo agradezco.

—Y, hablando de violencia, las heridas que él tenía no me convencieron.

—¿Por qué? ¿Hubiera preferido que estuvieran en carne viva? —bromeó ella.

—No, me refiero a que algunas eran más viejas que otras, como si hubieran sido hechas semanas atrás —argumenté desde mi experiencia médica para devolverle el favor.

—¿Y?

—Si su estado era tan malo como dijeron, ¿por qué dejar que se quedara en la academia? ¿Por qué no lo enviaron a un establecimiento especializado para él?

—Esa es una pregunta reservada para nuestra ecuánime directora y es muy posible que nos castiguen por preguntar y no obtengamos ninguna respuesta al final. Así que, no tiene caso indagar más —concordó ella y yo lo podía confirmar porque ya lo había hecho.

—Cierto.

—Bueno, me alegra que al menos estemos en la misma página.

—A mí también.

Unos guardias rojos transitaron por nuestro lado, murmurando sobre los protocolos de seguridad relacionados con los delegados.

—¿Está ansiosa?

—A cada minuto.

—Yo no. Creo que desprecio a la persona que inventó las alianzas tanto como usted detesta a Stone.

—Eso es demasiado —reí, vagamente.

—Y es verdad. ¿Por qué necesitamos casarnos? Si para nosotros es una simple transacción monetaria o de territorios, ¿por qué no la firmamos y listo? ¿Acaso las alianzas no pueden funcionar sin un estúpido matrimonio? ¿Cuál es la necesidad de forzarnos a convivir con un desconocido o, en mi caso, una desconocida? —confesó Emery, parando en el salón de entrada para respirar.

—Presiento que venía guardando eso desde hace rato.

—Sí, solo no tenía a quién decírselo.

—¿Y por qué me lo dijo a mí? —cuestioné, deteniendo mis pasos con admiración.

—Está en la misma posición que yo. Nadie más lo entendería. Además, si no confiara en nadie, ¿cómo dormiría?

—El insomnio siempre es una opción.

Por supuesto, no era una elección para mí. Fue una broma que escondía mi pesar. Todo lo que me quedaba era tomarlo con humor.

—Oh, no. No querrá verme con ojeras.

—Apuesto a que se vería terrible —bufé con ironía.

—Tiene razón. Eso es imposible —se jactó Emery, encantada—. Ahora, si me disculpa, iré a conocer a Poseidón. Pero debo decirle algo: no puedo esperar a ver qué vestido usará para la fiesta.

La tensión retornaba a mis hombros en simultáneo que ella se iba por los pasillos y yo me quedaba sola con mi mente cruenta. Por más que estaba preocupada en demasía por el próximo evento, sufría por el urgente deseo de descifrar el enigma en el que me hallaba.

Los obstáculos en aquella carrera contra las incógnitas que se presentaban eran sencillos. No podía acceder a los pasadizos secretos por temor a alertar al guardaespaldas de turno ni solicitar a cada individuo que escribiera algo para compararlo con la letra de la nota, por ende, todo lo que me quedaba era la autopsia.

El hecho de que no fui la única a la que le pareció extraño me tranquilizó. Una parte de mí consideraba un poco extremo recurrir a eso, mas yo calificaba como una profesional en el rubro gracias a mis estudios y el acto sonaba más chocante de lo que era en realidad.

Si conseguía averiguar en dónde yacía el cadáver y evitar ser vista, podría cerciorarme de que no se trataba de una obra siniestra relacionada con un panorama más grande de lo que aparentaba.

Solo necesitaba...

Mis pensamientos frenaron de golpe. Vislumbré a Clara dándole instrucciones a unos asistentes de mi clan que se marcharon cargando una imponente caja sellada con un listón de seda verde. Fue ahí que se me ocurrió una idea descabellada y corrí hacia mi dama.

—Clara, te estaba buscando —mentí, entrelazando mis dedos.

—¿En serio? —se le escapó a ella y parpadeó rápido, disculpándose—. Perdón. Acaba de arribar la colección de vestidos que confeccionaron para ti. Les dije que los mandaran a tu habitación.

—No quería hablar de eso. Me preguntaba si existe un mapa de la academia.

—¿Un mapa? ¿Para qué? Yo puedo indicarte cómo llegar a donde sea que quieras ir.

Descarté su ofrecimiento y nos pusimos a caminar.

—No es necesario. Simplemente, lo necesitaba para no perderme. El recorrido de Cavanagh no fue completo. Los delegados llegan hoy y no quiero pasar un mal rato porque me confundí y terminé en el sitio equivocado.

—Te entiendo. Tardé semanas en aprender a caminar por los corredores y todavía creo que siguen apareciendo nuevos de alguna forma —comentó Clara, lo que me generó sospechas a pesar del tono inocente y risueño en el que pronunció sus dichos.

—¿Como pasadizos secretos? —inquirí, enarcando una ceja.

Ella soltó una suave risa. Tuve escalofríos.

—Exacto. Es una pena que no existan. Me facilitarían el trabajo.

Mi desconfianza no se desvaneció y tampoco creció. Aun cuando Clara sin duda tendría acceso a mi cuarto para colocar la nota, carecía de sentido que se tomara tantas molestias si gozó de múltiples oportunidades para decirme el contenido del escrito en privado y sin la necesidad de dejar evidencia.

—A todos.

—En fin, no hay mapas oficiales por medidas preventivas de Cavanagh, sin embargo, puedo trazar uno para ti.

Y así sería el modo en el que hallaría la morgue, si era que había una en el internado.

—Eso sería maravilloso. Gracias —dije con simpleza. Me tomó por sorpresa su reacción de Clara. Sus labios se entreabrieron—. ¿Qué? ¿Dije algo malo?

—No, es que nunca antes me habían dicho "gracias" —reconoció Clara, impredecible.

—¿Nadie?

—Nadie de tu posición.

—Bueno, voy a arreglar eso. Lo prometo.

Acto seguido, Clara buscó lápiz y papel para elaborar un mapa sencillo sobre una de las mesas que había en el pasillo del primer piso de la Torre de Construidos, me lo entregó sin desconfianza, explicando para qué utilizaban cada punto, y procedió a irse para cumplir con sus tareas.

En efecto, había una pequeña morgue en el sector de mi clan que usualmente se usaba para que los estudiantes practicaran y ahora tal vez resguardaba al guardia que murió ayer. De día no tendría la facilidad para entrar sin ser vista. Esperaría a la noche y me escabulliría en las sombras mientras todos estaban distraídos con la fiesta.

Con una mano oculté el mapa detrás de mi espalda en cuanto reparé en que la directora se aproximaba a la zona de los dormitorios.

—Señorita Aaline, justo la persona con la que quería hablar —saludó Luvia Cavanagh, adusta, y tragué saliva, apenas me cedió la amonestación escrita.

—Bueno, aquí estoy.

—Respecto a su historial permanente, la sanción ya fue puesta junto con la del señor Stone.

—¿Él también tuvo una?

—Por supuesto, los dos desafiaron mi autoridad con esas preguntas sobre el manejo del asunto del guardia. Es lo justo.

—Usted debe admitir que la situación fue bastante...

—¿Bastante qué? —interrumpió ella sin demoras—. Debo decirlo, estoy decepcionada.

De acuerdo, eso dolió.

Pero, ¿por qué estaba decepcionada? ¿Porque no obedecí sus órdenes ciegamente?

—Lo siento —dije respetuosamente con el objetivo de mantener un perfil bajo.

—Al menos usted se disculpa. El señor Stone recibió la sanción como si fuera un trofeo —denotó Luvia Cavanagh con un humor áspero.

Reí nerviosa, cuidando para que no se viera el mapa.

—Eso suena a él.

Luvia Cavanagh aclaró su garganta.

—Espero que no se repita esta ocasión.

—No lo hará.

—¿Sabe algo? Los alumnos de esta academia liderarán cada aspecto del reino. Me da curiosidad saber qué forma le dará usted al mundo —manifestó la directora en un tono más humano y afectuoso que disminuyó mi altanería. Sonó como una mentora—. Pero eso será luego. Ahora es mi trabajo guiarlos y protegerlos. Para eso tiene que dejar que la ayude y, por ende, no cuestionar mis decisiones. Mi única intención es que alcancen su potencial.

—Lo sé. Es solo que es sencillo olvidarlo cuando desconfiar de la gente se vuelve un hábito.

—Confiar en la gente es igual de peligroso que desconfiar de todos. Así que, para empezar, en vez de depositar su confianza en las personas, confíe en sus acciones. Ahí verá que puede confiar en mí.

—Gracias —dije con la sinceridad más profunda.

Satisfecha con ese agradecimiento, Luvia Cavanagh se alejó con su blusa, pantalones sueltos y tacones negros. Me había topado con una disyuntiva. Quería seguir el consejo de la mentora que deseaba que ella fuera y también desconfiaba de los últimos actos que cometió. Por ahora, me limitaría a ser imparcial y juzgar las cosas por lo que eran.

Mi furioso corazón cesó sus intentos de salir de mis costillas y miré al gato negro que volvió a mi lado con sigilo después de que lo perdiera de vista por el miedo a ser atrapada.

—Ser humano es una mierda, Karma —le susurré a él sin que me interesara que pensaran que estaba loca y entramos a mi cuarto.

Resultó que ahí fue a donde Clara había ido. Mis otras damas la acompañaban, acomodando los elementos requeridos para arreglarme para la velada. Arrugué mi cara, yendo a guardar el mapa y la sanción en el cajón del escritorio, y me senté en mi cama. Karma, siendo una criatura curiosa como yo, se dedicó a recorrer la habitación por su cuenta.

—Cuando dijiste que debía venir temprano, no creí que empezaríamos tan temprano —farfullé, dirigiéndome a Clara.

—Temprano es mejor que tarde —se encogió de hombros, emocionada, y comenzamos con la misión: hacer que luciera perfecta frente a una sociedad que encontraba defectos hasta en la perfección misma.

Mis damas se emocionaron ante la llegada de decenas de diseños. Me probé los vestidos que los diseñadores del clan Gray enviaron con la esperanza de que usara el suyo luego de la batalla que tuvieron para que yo representara alguna de sus marcas. Sin embargo, yo no me vestía para ellos o para nadie en particular. Me vestía acorde a cómo me sentía y hoy sentía ganas de matar algunos secretos.

Pasé la tarde encerrada en el cuarto y apenas comí lo que me trajeron. A la vez que yo repasaba mi discurso y el itinerario planeado, conseguí que las damas me dieran tiempo para bañarme en privado cuando insistieron en que debían ayudarme. Una vez que finalicé mi tiempo en la tina oliendo a rosas, la verdadera acción comenzó.

No me había secado ni cubierto con algo en particular para cuando Clara entró de improviso. Las otras dos permanecieron en mi dormitorio.

—¡Señorita! —chilló ella, dándose vuelta tras abrir los ojos, tanto que parecía que se iban a salir de sus cuencas.

Como yo estaba acostumbrada a no tener privacidad, la miré con rareza.

—¿Qué? ¿Nunca has visto a una chica desnuda además de ti?

Con la respiración más serena, Clara respondió de manera tímida:

—No así.

—Está bien —dije para no crear un drama al respecto—. Puedes mirar si quieres.

Tras eso, la chica fue girando para encararme de nuevo. Sentí la presencia de sus ojos recorriendo mi desnudez mientras yo me ponía la bata de baño para taparme.

—Lo siento.

Realicé un nudo para cerrarla, viendo cómo ella tragaba saliva.

—¿Y qué querías?

—¿Qué? —preguntó, confundida.

—¿Para qué viniste a buscarme?

Tardó un segundo en responder algo avergonzada.

—Ah, sí. Vine a preguntarte si ya habías acabado.

Me adelanté un paso.

—Bueno, ya lo sabes. ¿Hay algo más que quieras decir?

Agachó su cabeza con pleitesía.

—No.

—¿Estás segura? —cuestioné, yendo en su dirección—. ¿Mi cuerpo te espanta tanto que no puedes ni mirarme ahora?

Clara se atrevió a volver a encararme. Un color rosa tenue teñía sus mejillas.

—No, es que no esperé verte sin nada.

Me encogí de hombros.

—Yo estoy acostumbrada.

—¿En serio? —se le escapó.

—Conoces mi posición, yo no conozco la privacidad. Al principio fue vergonzoso, pero luego hicieron muy claro que dan por hecho que mi cuerpo no es mío. Así que he tenido doctores que me han revisado hasta el alma y cientos de damas que incluso me han ayudado a darme un baño.

La empatía infectó su mirada.

—Eso no es correcto.

—Esa es la realidad —corregí a secas.

Ella sintió la necesidad de insistir.

—Tu cuerpo es tuyo.

Bajé un poco la vista hacia Clara. Yo era más alta que ella por unos centímetros.

—Lo sé.

—Y...—La chica respiró profundo antes de seguir—. ¿Quieres que te ayude a bañarte?

—Eso no sería muy inteligente teniendo en cuenta que acabo de salir de la tina.

—Me refería a la próxima vez.

—Sería... —inicié y fui interrumpida por la aparición de 180 para avisar que debíamos apresurarnos.

La sesión de belleza continuó. Ellas se encargaron de que quedara impoluta.

Mantuve una expresión seria. Por momentos resultaba incómodo y cuando decía "por momentos", me refería a que en cada ocasión era incómodo y quejarse no era una opción, excepto cuando lo hacía Clara. Su toque era más suave. Pasé horas con sus manos tocándome y respirando prácticamente sobre mi cuello mientras me emperifollaban como si fuera su reina.

Me maquillaron, acentuando mis ojos con un afilado delineado verde, haciendo que mis labios fueran suaves y brillantes sin exagerar y dándole un rubor casi imperceptible a mis mejillas.

Cepillaron y peinaron mi cabello para realizar una trenza que diera la impresión de que tenía una pequeña corona decorada con las flores frescas más bonitas y el resto de mi pelo quedó suelto con suaves ondas.

Me asistieron para colocarme mis tacones y el vestido drapeado digno de una diosa griega. Tenía un escote pronunciado que tapaba lo necesario, tiras que eran una extensión del mismo y caían sobre la espalda semiabierta, un accesorio con forma de delgadas ramas de oro que yacía adherido a la zona de la cintura y combinaba con el estilo de mis aretes, y dos aberturas a la altura de los muslos que permitían que se vieran mis piernas al caminar. Tuve que guardar una daga y el mapa dentro de una pequeña funda atada a mi muslo sin que se dieran cuenta.

Al final, estaba más que preparada para afrontar la noche.

—¡El trabajo está hecho! —proclamó 179, mi dama.

—Ha quedado fabulosa. Sus pretendientes van a quedar boquiabiertos —declaró 180, regalándome un cumplido.

—No solo sus pretendientes —añadió Clara para la sorpresa de todas—. El reino en general lo hará.

La miré con media sonrisa.

—Gracias.

Con ese agradecimiento fue momento de irme. El atardecer había arribado con sus rayos de sol que se esparcían en el cielo, como los linajes de los herederos que arribaron en el internado. Por lo tanto, me apresuré a bajar las escaleras por mi cuenta.

Diego se hallaba de espaldas esperando en el vestíbulo, luciendo la peligrosa combinación que era: alto, apuesto y arrogante.

Supuse que oyó el eco de mis tacones y volteó. Portaba un traje oscuro como la sangre con detalles dorados y una mirada iluminada y atrayente que me hizo sentir que éramos las únicas personas en el planeta y el infinito se redujera a nosotros solos. Me dejó sin aliento, pero parecía que él fue quien se quedó sin respiración.

—¿Qué? —mascullé, sonriendo cuando me tendió la mano para ayudarme a descender el último escalón que nos separaba—. ¿Me va a decir que me veo horrible?

Sus labios carnosos permanecieron entreabiertos durante el instante en el que sus ojos destellaron como hielo y fuego antes de responderme.

—Sí, se ve tan horrible que quiero arrancarle ese vestido.

—Oh, usted no se atrevería...

—¿Quiere que lo intente? Por favor, dígame que sí. La reto —dijo él, hipnotizante, y la última palabra resonó en mí como latidos acelerados y parpadeos de estrellas.

—Me temo que no le daré ese placer.

Su actitud provocativa destacó en su sonrisa similar a un veneno adictivo.

—¿Por qué? ¿Teme que terminé siendo uno para usted también?

Puse los ojos en blanco.

—No, eso es lo quisiera usted.

Diego arqueó una de sus cejas, intrigado conmigo.

—¿Y cómo sabe lo que quiero?

—Supongo que no lo sé de verdad.

—¿Y desea saberlo?

—Bueno, esto es una competencia. Para ganarle, debo conocerlo. Es casi un requisito.

—Pues, pregúntame cualquier cosa.

—¿Cualquier cosa? Bien, cuénteme todo. Dígame sus planes secretos, sus pensamientos y sus deseos más oscuros —bromeé sin pensar que me iba a contestar con sinceridad.

—En este momento, las tres se reducen a una.

—¿Y qué es?

—Usted —reveló él en un tono que fue como una acaricia.

La tentación de creerle duró un segundo a causa de la manera en la que lo dijo.

Le golpeé el hombro y a Diego se le escapó una carcajada de incredulidad.

—¡Sabía que no me iba a responder en serio!

—Si lo sabía, ¿por qué pregunto?

—Usted insistió y me gusta intentar todo.

La manía de aquel heredero de convertir cada cosa que salía de mis labios en algo que sonaba prohibido hizo su aparición otra vez.

—¿Todo?

Inspiré hondo, buscando un poco de serenidad en el mar que me arrastraba a los lugares más inesperados cuando me encontraba con él.

—Todo lo que no me hace perder mi tiempo. ¿Por qué cree que uso estas flores? Son para impedir que se acerque a mí —dije en tono de broma, señalando a mi corona de flores.

—Bueno, no está funcionando —replicó Diego, dando un paso adelante, y miró las flores como si pudiera reconocer su belleza a pesar de que fueran letales para él.

—Me di cuenta y también me di cuenta de que llegaremos tarde a la fiesta.

—Y no queremos eso, ¿no?

—Al menos yo no —recalqué.

—En ese caso, vamos.

—¿Dónde están los demás?

—No lo sé, yo estaba esperando a que apareciera alguien —confesó él sin dejar de admirarme.

—¿Y?

—Usted vino.

—Y usted esperó —repuse, obnubilada.

Los dos salimos a disfrutar de los instantes finales de la puesta del sol antes que la noche cayera y reinara sobre nosotros. 

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