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— ¿Qué tienes en tu cara y manos?
Un grupo de tres niños de cinco años estaban reunidos alrededor de un peli negro de su misma edad, quien los miraba confundido mientras apretaba más los tirantes de su mochila. Desviaba su mirada a un costado algo cohibido por la atención que recibía.
— S-Son pecas...— Respondió en un susurro.
— ¿Qué dijiste? No te escuchamos. Dilo de nuevo.— Dijo otro más, mientras se acercaba más al contrario y extendía su cuello a un lado para relucir su oreja.— ¡Vamos, dilo!
— Dije que son pecas. L-Lo tengo en todo mi cuerpo.
— Ugh, que raro eres.— Soltó uno entre risas. Sujetó su mano para alzarlo y fijar su mirada en las manchas que estaban esparcidas.— ¡Oh, miren chicos, era en serio! ¡Blah, de seguro es suciedad! Que asco.— Arrugó su rostro como si hubiera tocado algo horrible. Los demás niños se reían mientras tanto.
— Paren, yo... Mis pecas no es suciedad.— Contestó el pequeño de ojos dorados, tratando de sacar su brazo de su agarre.— Déjame por favor, debo ir a mi clase.
— ¿Acaso estás diciendo que soy mentiroso? — Preguntó nuevamente, tironeando su brazo con fuerza, causando que el pecoso cayera de frente. Estalló en risas al igual que su grupo.— ¡Que débil eres! ¿Eres el nuevo verdad? Vamos, déjanos llevarte a nuestro aula.
— No...— Se levantó lentamente, sacando las pequeñas piedras que se habían incrustado en sus rodillas desnudas.— Yo puedo ir solo... G-Gracias...
— No seas así, manchas.— Le dijo uno, mientras reía.— ¡Así te llamaremos, manchas! ¡Manchas, manchas, manchas!
— Mi nombre no es manchas... Y-Yo me llamo Shimizu Haru...— Trató de no verse afectado por su apodo. Miró sus zapatillas para evitar sus miradas.— Papá y mamá dicen que no se me ven mal, que son lindas... Por favor, no me molesten.
— Que ridículo, ¿lindas? ¡Si se ven horribles, no me toques! — Se alejó unos pasos, los demás lo imitaron entre risas.— ¡Manchas es horrible!
— ¡Sí sí, no me toques tampoco!
— ¡Ni a mí!
Haru solamente trató de seguir con sus pasos hacia su aula, pero era seguido por ese grupo de amigos que se burlaban de sus pecas. Aceleraba su caminata para perderlos y seguir tranquilo con su primer día de clases. Sintió algo de vergüenza por lo que decían los demás niños respecto a su físico.
Había esperado meses para estar preparado en su primer día de clases. Se puso su ropa favorita al igual que sus zapatos rosas que tanto le gustaban porque le recordaban a los pómulos ruborizados de su madre. Se levantó una hora antes para verse lo más presentable con ayuda de sus padres. Se supone que debía ir bien.
¿Pero por qué se burlan? Solamente eran pecas, su papá también las tenía, no tantas como él, pero si existían y era visible esas manchas. Haru encontraba esas pecas de lo más lindas, le gustaba mostrarlas y siempre decía que eran genes de su amado padre. Se sentía orgulloso porque sus progenitores decían que era algo único por lo que no debía de avergonzarse, que era algo que debía de aceptar y amar.
Lo estaba haciendo. Lo estaba amando, lo hace absolutamente.
Pero eso era antes.
Aún recuerda el pasar de los años, cuando cada persona que le hablaba solamente eran por sus manchas. Otros decían que eran extrañas o que también tenían, pero pocos. Y desgraciadamente habían otros niños que decían que eran horribles. Fueron tantas veces que le dejaron marcas en su ser que dejó de mostrar sus pecas, ya no solía hablar con los demás tanto como querría y hasta empezaba a colocarse cubrebocas con tal de ocultar más de sus manchas.
Hasta que no pudo aguantar más por un niño en especial, el primero en hablarle sobre sus pecas; Fukube Azumi. No importaba lo mucho que trataba de ignorarlo, de evitar sus burlas sobre su aspecto o cualquier otra cosa. Siempre le dolían esas tajantes palabras, le ardía el pecho y sentía agujas incrustando con fuerza su corazón.
Aguantó, aguantó demasiado años hasta que no pudo más. Juntó el suficiente valor para golpear su estúpida cara delante de toda la clase. Fue algo impulsivo, quizá era por solamente tener doce años y que Fukube haya dicho tantas cosas hizo que soltara todo. Lo golpeó tanto como sus brazos podían ofrecerle, sentía su boca con el sabor metálico de su sangre ya que él también le devolvía los golpes. Pero todo se detuvo cuando su profesora de ese entonces los separó y mandaron a la dirección a ambos.
Esa tarde su madre se enteró de todo, se disculpó en su nombre y le tuvo que decir a su padre todo lo ocurrido. Se sintió avergonzado de sus actos, el revuelo en su estómago le hacía sentir náuseas. No obstante no dijeron nada, ni siquiera lo castigaron, simplemente... nada. No supo como actuar ante tal situación.
Luego de eso, Fukube y su grupo lo atraparon de vuelta a casa, lo golpearon entre todos, rompieron sus cosas y destruyeron su bolso de pasada. Se sintió humillado y aguantó esas saladas lágrimas que quería desbordar.
— Oye, manchas...— Aborrecía con todo su ser aquel apodo de sus pecas. Observó la vil mirada de Fukube con enojo.— ¿Qué pasa? ¿Por qué no dices nada? Ni siquiera te defiendes.— Acercó su rostro con el suyo.— De seguro tienes miedo de hablar. Pero, ¿sabes? Te metiste conmigo, tú te lo buscaste. Todo esto no es más que tu culpa.— Agarró con fuerza su oscuro cabello hacia atrás, soltó un alarido ante eso.— Escuchame bien y no lo olvides, todo es tu culpa.
Nunca pudo olvidar esa voz que lo atormentaría hasta ahora. Esa maldita frase que siempre repetía a sus adentros y que lo hacía sobrepensar las cosas, jamás pudo. ¿Y lo que más detesta? Es que a pesar de lo mucho que ese niño lo molestara, nunca pudo odiarlo; ni un poco, ni una sola vez. No tiene la capacidad de hacerlo.
¿Eso lo hace débil? Odia esa parte de él. Sabe que debe odiarlo pero no lo hace, mierda, no lo hace.
Después de eso, trató de no decir nada a sus progenitores, además de que su padre había encontrado otro trabajo mejor. Aguantó cada burla y no dijo nada para no preocuparlos. Aguantó unos dos años más hasta que se reveló la verdad del asunto, y así, sus padres lo cambiaron de Academia.
La Academia PK. Ya la conocía y estaba a unos minutos más de su casa que la anterior, pero no era un problema para él. Suponía que debía sentirse mal de cambiarse porque tenía que hacer todo de nuevo, pero él no tenía nada que hacer para sentirse bien.
De seguro lo molestarán por sus pecas, seguro que también tirarán sus cosas por la basura o cualquier otra cosa... No tendría amigos.
Se supone que así debió ser desde un principio, y lo fue. Pero de un momento a otro cambió.
Apareció Mera...
Fue la primera en no hacerlo sentir mal sobre su aspecto. Pudo ver su entusiasmo por hablarle y en ser su amiga. Al principio dudó de ella, le causaba incomodidad su cercanía; por un momento pensó que lo hacía para luego burlarse de él. Pero no lo hizo, nunca lo hizo. Se quedó con él, lo trató bien siempre, lo ayudaba con lo que podía. Se volvió su amiga o algo siguiente a eso; la veía como una hermana que nunca tuvo.
Lo quería, no. Lo amaba, y él la amaba tambien, con todo su corazón.
Así que tenía que hacer esto por ella, debía sacarla de su vida para que no se incluya en sus problemas que no puede superar aunque quisiera. Pero, pero... ¿Por qué no puede?
Sabe que ella trata de estar con él, que estaba a su lado sin importar nada. Pero él también estaba dando su aporte en esto. La seguía esperando, seguía hablando con ella aún si él mismo tratara de colocar un muro entre ambos para evitarla. Seguía estando con ella aún con todo. Todavía era su amigo.
Aún la quiere en su vida.
Sus pasos son rápidos y constantes, pide disculpas a las personas con las que choca en el camino. Su respiración es errática al igual que su corazón, siente el sudor caer sobre su rostro y también sus mejillas rojas.
Quiere seguir pensando de que alguien lo ama y que lo respeta.
De un momento a otro su caminata rápida se convirtió en corrida, sus piernas tiemblan. Corre todo lo que puede y desea. Siente sus lágrimas empapar sus mejillas.
Quiere seguir sintiendo el cariño que recibe por parte de la peli roja.
Por fin llegó, aunque todo fue de una manera inconsciente que no sabía que podría llevarlo al borde de sus acciones. Rápidamente abre la puerta, causando el abrupto movimiento y sonido del tintineo. Observa las mesas y las escasas personas que estaban ahí. Busca con la mirada la persona que lo empujó a esto.
Y la ve, puede contemplar la figura de Mera sonriendo cortésmente a los clientes. Siente su pecho más aliviado ante la corrida y la preocupación de su ser.
Quiere seguir pasando lo que le resta de vida con ella.
— ¿Haru-kun?
Escucha a la Chisato hablar, puede ver sus rasgos sorprendidos y algo preocupados. Siente que cada voz que había alrededor suyo se desvanecía lentamente, como el fuego de una vela que se derretía por su propio calor. Camina hacia ella, sin dejar de mirar sus ojos con los suyos propios, alza sus manos a los costados de sus hombros para así poder abrazarla con todas sus fuerzas ya contenidas.
Puede que esto sea algo egoísta, quizá si lo es en su totalidad. Pero ya no le importa.
"Por favor... Por favor, déjenme ser egoísta solo por esta vez."
Siente los brazos de Mera rodearlo por la espalda, su respiración choca con su cuello y le causa pequeñas cosquillas. Y entre todo eso, puede sentir los labios de la fémina tirar hacia arriba, formando una sonrisa sincera.
Saiki solamente comía de su pedido, contemplando todo lo que sucedía por completo silencio. Sonríe levemente. Sabía que hacer revivir los recuerdos de Shimizu a su cabeza lo haría volver con Mera.
Después de todo, Haru merecía esa felicidad.
"Santo cielo, nunca fuiste egoísta, idiota."
El medidor de simpatía de Saiki hacia Haru aumentó a un cuarenta y uno por ciento.
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Holiu.
Escribir esto me llegó completamente. Espero que les haya gustado el capítulo, porque hasta a mí me encantó. Haru merece todo el amor posible. <3
Cuidense mucho, love yourself. 💜
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