Capítulo 03. Penas.
El mes que siempre odié fue el de noviembre. Simplemente porqué dentro de ese mes siempre me tocó vivir de tantos momentos que me hacía sentir la peor persona de todas: dentro de ese mes siempre me tocó presenciar la muerte, la soledad y momentos esenciales de mi vida que me hacían valorar más de la misma y de mi persona.
En ese año en el que viví con la familia Zegler, no fue la excepción. Después del 31 de octubre en dónde tuve una extraña conversación con el hombre, quise definitivamente tratar de no volver a verlo lo más que podía. Sin embargo, aquello fue imposible. El vivir dentro de una misma casa provocaba que existiera un gran factor que era qué simplemente no lo podía evitar, aunque yo lo quisiera.
Paso el 2 de noviembre y con aquello una celebración que disfrutaba demasiado. Pese a eso, ya tenía un historial en dónde celebración que intentaba, sólo Andy y yo la celebrábamos, por ende, en esta ocasión no quise realizar nada y aquello me provocó una enorme ansia de querer llorar y de sentirme tan arrepentida de no haber hecho lo que mi corazón tanto me pidió. Pese a que estaba cuidando a Andy, no pude evitar llorar, buscando en él alguien que me limpiara las lágrimas o me diera un simple abrazo que me haría eliminar todos estos pesares en mí. Sin embargo, Andy no me podía dar aquello. Ese era el enorme problema. Con todo el dolor que sentía y estaba completamente sola, lloré en la soledad saliéndome de la habitación de Andy. Traté de hacer lo mejor posible para que mi llanto no se notará demasiado, pero no tuve demasiado éxito.
—¿Estás bien?
La voz de Orión se hizo presente. Un pequeño susurro que estremeció todo mi ser. Sonreí a medias y asentí. Tratando de limpiar con rapidez de mis lágrimas para que no se diera cuenta de cómo me sentía. Aunque aquello era una perdida.
—Sí. Disculpe.
Me sentía sola y ese fue mi comentario más correcto. Ya con las lágrimas recogidas y con la calma colocándose dentro de mi ser. Me sentía un poco mejor a lo que estaba con anterioridad cuando estallé.
—No me molesta verte llorar.
Fue lo único que mencionó Orión ante mi comentario. Sonreí a medias evitando hacer contacto visual con él. Me sentía avergonzada porqué en este momento se suponía que debía de estar cuidando a su hijo, pero a su vez me encontraba sollozando por cosas que no tenían tanto sentido.
—A mí sí me incómoda un poco.
—¿Puedo saber la razón de tu llanto? —inquirió instantáneamente. Con pesar suspiré sabiendo que era inevitable sincerarme con él.
—Es difícil contar.
—No lo creo.
Después de tanto, alcé la vista y lo contemplé a los ojos. Su sonrisa era gratificante. Era notorio que de verdad se preocupaba por aquello, que sí le interesaba mi sentir. Así que suspiré y decidí confesarle mis pesares, aunque estos fueran un poco extraños e insignificantes, pues, después de todo, extrañar y sentirme arrepentida por acciones que había decidido no era del todo normal.
—Sé que será absurdo, pero, extraño a mi familia. Recuerdo y recuerdo y quisiera volver a mi hogar —aclaré siendo completamente sincera, ya que poco a poco la soledad comenzaba a invadirme—. A su vez soy consciente que yo decidí vivir este intercambio cultural, pero también nunca antes había estado tan lejos de mi hogar y por tanto tiempo —comenté soltando un suspiro mientras trataba de resistir las ansias de querer soltar el llanto—. Si tengo videollamadas con mi familia, pero no es lo mismo.
—Me imagino.
Esas fueron las únicas palabras que soltó Orión y aquello me decepcionó un poco.
Era consciente que Orión no tenía la necesidad de ser mi consuelo y mi pañuelo de lágrimas, pero por la manera en la cual se había presentado a mí me había hecho creer que en cualquier momento diría algo que sería mi sostén para este sentimiento de enorme culpabilidad.
Después de unos instantes de silencio comprendí que tenía razón. Mis sentimientos y pesares no tenían significancia y eran dolorosos, sin embargo, yo los había decidido. Quizás estaba un poco sentimental en estos días, pero alguien que sí tenía unos problemas un poco más graves y que, aunque podrían ser en parte culpa suya, no estaban completamente en su poder. Y aquello eran los pesares de Orión y su inesperado divorcio que estaba pronto en seguir, o eso sabía yo.
Contemplé un poco al hombre y noté el pesar en su cara. Era claro que él estaba dolido, que él estaba sufriendo actualmente y quizá era el momento de escuchar.
—¿Usted cómo sigue? Perdón, es que no puedo evitar...
—No te preocupes, seguiré la petición de Lorraine —respondió interrumpiéndome y soltando un suspiro mientras me contemplaba en silencio—. Si quieres un consejo, te invito a que encuentres un pasatiempo bueno para no sufrir esa tristeza —dijo retomando mi conversación, descartando la suya, y entendí al instante que él ya no quería compartirme más sobre su matrimonio—. Estás viviendo en otro país, lejos de tu familia y de la gente que conoces; tienes la oportunidad de hacer lo que quieras en tus días de descanso.
—Es que yo nunca he tenido pasatiempos —admití al notar su pesada mirada en mí.
Básicamente el hombre estaba diciendo que no estaba haciendo nada en mi vida más que cuidar a Andy. Sin embargo, yo disfrutaba de hacer nada. En ocasiones el no hacer nada me traía que mi mente no parará de pensar en mi sufrimiento y en mi pesar, en lo que haría al regresar a mi hogar y que sería de mi vida. Ya que durante años sólo tuve una meta clara que era vivir este proyecto y ahora que lo estaba logrando, ya no sabía que seguía más de mi vida.
—¿No has intentando algo?
Al instante quedé completamente en seriedad. La respuesta era un sí, pero siempre fracasé.
Siempre intenté tener pasatiempos que me brindaran algún ingreso extra para mí. Hacer algo que amas y recibir dinero a cambio, era un sueño para mí. Por ende, intenté aprender a hacer crochet y fracasé en el intento, también me puse a realizar objetos con hamma beads; ya sea llaveros, aretes o figuras. Pero no era un buen negocio, ya que no había interesados en los productos.
No tenía buenos pasatiempos, pero me daba pena contarle mis fracasos a alguien que fue tan exitoso en un pasado.
—Me gusta leer y escribir.
Aquello era completamente cierto. Cuando él estaba intentando ser padre, eso hacía en mi habitación. En ocasiones no tenía mucho ánimo de hacerlo y era en esos días que la depresión tomaba fuerzas y me hacía acumular llanto que terminaba saliendo en días como esté.
El hombre al escucharme se sorprendió mucho. Abrió los ojos un poco más de lo habitual y quedó en silencio un instante, para después seguir cuestionándome.
—¿Qué escribes y lees?
—Historias de amor.
Al terminó de mis palabras, sentí una extrema vergüenza decirle sobre lo que escribía. Me hacía sentir débil y más porqué nunca a nadie más le había contado sobre este pasatiempo. Ni a mi ex novio. Al instante, Orión sonrió y negó con la cabeza, sin embargo, aquella expresión no era de burla, sino que sentía ternura.
—Es un buen pasatiempo.
—Pero no ganas nada. Financieramente hablando.
La cara de Orión se transformó a una de sorpresa y confusión. Quizá yo no parecía ser una persona completamente interesada en el dinero, aunque al final del día todo se resume al dinero y todo dentro de la vida ocupa de ese recurso. Sin embargo, mis pensamientos no eran los mismos a los que tenía el hombre.
—No siempre funciona o importa el dinero. Mírame a mí —puntualizó haciéndome sentir extraña: —Hace años fui un buen actor y conocido, ahora estoy en descanso y no me importa, por qué no me interesa tener mucho dinero o no. Teniendo dinero, tuve un hijo así.
Y una vez más volvimos a sus dolores.
En esos momentos me desesperaba un poco que no terminará de aceptar a su hijo, ya que uno no decide cómo serán nuestros hijos como tampoco decidimos nada de la vida que no sean los caminos que tomamos y era algo que, un hombre de la edad de él, ya debía de comprender.
—Andy podría ser hijo de cualquiera y no tiene nada de malo tenerlo como hijo. Sin ofender, pero podría ser peor la cosa, que Andy tuviera una enfermedad de gravedad que pudiera morir o que no pudiera ser un ser independiente. Simplemente Andy tuvo suerte, y hay que agradecer por ello.
Mi comentario lo dije con tanta rapidez y alzando un poco la voz, que inconscientemente al finalizar tapé de mi boca esperando que Andy no tuviera la mala fortuna de escuchar esta conversación.
Por un momento un enorme silencio nos invadió hasta que Orión nuevamente sonrió.
—Es curioso como tú me das más consejos de los que yo te doy a ti, Eva.
Al escuchar cómo Orión decía mi nombre, sentí un gran escalofrío estremeciéndome. Sin embargo, traté de actuar lo mejor que podía para que él no se diera cuenta de lo que provocó en mí.
—No importa la edad que tenga uno. La edad no es sinónimo de experiencia y conocimiento —mencioné mirando el suelo, esperando que él no se diera cuenta de lo que había provocado en mí.
—Lo sé. Ven.
De inmediato alcé la mirada y lo miré alejarse de mí. Con extrañeza fijé mi mirada a la habitación de Andy notando cómo el seguía pintando un cuaderno sin ningún sentido como lo había dejado con anterioridad.
—¿A dónde vamos? —inquirí dirigiendo mi mirada a Orión, sintiéndome un poco insegura.
—Quiero enseñarte algo increíble.
Claramente había una enorme duda en mí, sin embargo, sabía que no pasaría nada malo, así que terminé siguiéndolo siendo el lugar a dónde me llevó, su estudio. Nunca había entrado al lugar, así que el hacerlo me tomó completamente por sorpresa el darme cuenta de los cientos de pasatiempos que el hombre tenía, pues había tantos objetos en su estudio.
Objetos musicales, objetos artísticos, libros, juegos de mesa, sodokus, rompecabezas. Había para hacer pulseras, llaveros... inclusive había una máquina de coser. Aquello me dejó helada y admirada al notar cómo él tenía tantos pasatiempos, pese a que era un hombre muy ocupado.
—Cuando yo tenía tu edad comencé a hacer cosas pequeñas. Siempre fui independiente y desde temprana edad me fui de la casa y me tuve que mantener para vivir —comentó provocando que por fin fijara mi vista en él, estando aun tan asombrada por todos los objetos que había en su entorno—. Mi sueño siempre fue ser famoso y multimillonario así que creí prudente ser actor. Rápidamente subí y no me enorgullezco, pues hice muchas cosas indebidas y que afectaron a mi integridad.
—¿Qué tipo de cosas? —inquirí interesada.
Orión se quedó quieto por un instante, haciéndome sentir que él no se atrevería a contarme. Pero al final volvió a hablar.
—Integrarme con gente que no debía, hacer cosas que la gente juzgaría y aceptar de las mismas.
—Perdón por quererme saber más de lo debido —dije, notando la incomodidad del hombre.
—Comprendo completamente porqué indagas —mencionó con una sonrisa para después retomar de su historia—. Cuando conocí a Lorraine, ella era una gran modelo. Sinceramente nunca la amé, pero era una mujer muy hermosa y atractiva que combinaba conmigo —confesó con pesar—. Llegó un accidente y nació Andy y de allí la historia la sabes; cuando descubrimos que Andy era así decidí alejarme de los medios.
—¿Por qué razón?
—Por vergüenza de mostrar a mi propio hijo.
La voz quebrada del hombre al decir aquellas palabras me hizo sentir un enorme nudo en mi garganta y las ansias de querer unirme al llanto cuando visualicé al hombre de esa manera.
Él estaba llorando y sin pensarlo dos veces lo abracé tratando de consolarlo.
Nunca me había sentido cómoda el acompañar a alguien que estaba llorando. Siempre trataba de evitar de ese tipo de situaciones, pero ahora no podía hacerlo.
El llanto de Orión se comenzó a disipar y antes de separarse de mí se limpió de sus lágrimas y se apartó de mí sin decir ni una sola palabra. Tragué duro y me abracé a mí misma, sintiéndome incómoda por esto.
—Tranquilo. No es tu culpa y no hay de malo con Andy —repetí algo que esperaba que un día él entendiera.
—Perdóname por la pena.
—No es ningún problema. Sé que...
—Ya no hablemos de Andy —pidió interrumpiéndome y asentí tragando aquel nudo que comenzaba a formarse en mí—. Pues bien, te traje aquí porqué cuando hacía mi fama empecé a aprender sobre todo esto y adquirí así el aprendizaje.
—Aprendiz en todo, experto en nada —solté involuntariamente una frase que conocía y me causaba gracia. Ya que, aunque era admirable que una persona dominará tantas cosas, en ocasiones, eso hacía que varias cosas no las hiciera demasiado bien—. Lo siento.
—No te apures, no lo tomé como algo malo.
El silencio nos invadió. Sentía que de verdad había ofendido a Orión, aunque él dijera que no, por eso mentalmente me maldecía a mí misma por mi imprudencia y esperaba que pronto el hombre retomará de su palabra, pero no lo hacía. Obligándome a ser yo la que lo hiciera.
—Yo no creo nunca ser buena en hacer este tipo de cosas.
—Estoy seguro que serías buena en algo —dijo viéndome de nuevo al rostro—. Todos somos buenos en algo, todos tenemos aspiraciones y sueños. Puedes mostrarme tus escritos algún día.
Y sentí al instante cómo me ponía tan roja como un tomate, pues no me esperaba de aquella petición, ya que nunca le había mostrado a nadie lo que hacía cuando estaba aburrida.
—Son degradantes para la literatura.
Al terminó de mis palabras, ambos reímos.
—No creo que sea así. Estoy seguro que serías buena en algo.
—No. No lo soy.
—Bueno, te puedo ayudar a ser buena en algo, a ayudarte en florecer en cualquier rama.
—¿Y cuál sería el plan? —inquirí mirándolo atenta.
—Te parece hacer tu trabajo con Andy, cuando él duerma puedes venir a mi estudio y te asesoro en algo y vamos viendo que te gusta y que no, cómo también que te sale mejor —ofreció después de unos segundos en silencio—. Claramente los fines de semana, tus días de descanso, son para ti.
—Me parece buena idea.
—¿Te puedo hacer una recomendación extra?
—Dígame.
—En tus días de descanso sal y conoce el mundo. Conoce el pueblo y ve a la ciudad, no te quedes en tus cuatro paredes como sueles hacer.
Suspire con fuerza negándome a tomar su petición.
—No me gusta la gente ni salir.
—No te has dado la oportunidad de ser la extrovertida que se ve que eres, ni tampoco la idea de soñar más allá de lo que tienes.
La seriedad con la cual se había expresado el hombre me descolocó, así que ignoré de sus palabras y seguí con lo mío.
—Creo que debo ir a acostar a Andy.
—Ve, Eva.
Y nuevamente me estremecí al escucharlo decir mi nombre.
—Buenas noches, señor.
En las constelaciones, Mad-ClepGirl (Dianessa)🐧
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