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p r ó l o g o

Nadie podía haberse imaginado que un humano llegara a cometer algo tan atroz. El doctor Ivo Robotnik fue capaz de controlar a su antojo a Chaos, siendo un Dios protector de los chaos, guardián de las Chaos Emeralds y la Master Emerald. Era una criatura que brindaba seguridad y paz a todo el mundo. Pero todo cambió de la noche a la mañana, cuando Robotnik lo obligó a tomar la energía negativa de las Chaos Emeralds, convirtiéndolo en un ser completamente diferente, que fue llamado Perfect Chaos, el Dios de la destrucción. Y como su nombre lo dice, fue devastando todo lo que se encontraba a su paso.

La noticia fue llegada a los oídos de cualquier ser, incluyendo a los otros Dioses, los cuales enviaron a dos de los mejores guerreros, conocidos por tener un espíritu que se volvía más poderoso al permanecer unidos, pues se decía que aquellos Dioses estaban enamorados y eran almas gemelas. Juntos eran invencibles.

–¿Estás listo, Terios?

–Siempre lo estoy.

–Ajá, me gusta esa actitud tuya en el campo de batalla. Tan arrogante –comentó con una sonrisa.

–Concéntrate, Maurice –dijo, sacándolo de sus pensamientos.

Ambos bajaron del cielo, dirigiéndose hacia el Dios de la destrucción. Aquel ser inmortal seguía compuesto de agua, pero con una forma de criatura mística como si se tratara de una especie de dragón.

–Con esa forma, dudo que quiera arreglar las cosas dialogando.

–Es imposible, al parecer está fuera de control –comentó el Dios de franjas rojas.

–Debemos expandir nuestra energía dentro de él –propuso, mientras tomaba la mano del contrario–. Es la única manera, así haremos que despierte.

El Dios mayor apretó suavemente su mano y rápidamente se introdujeron dentro de Perfect Chaos, emitiendo suficiente poder dorado de sus cuerpos divinos. Logrando así su objetivo.

Poco a poco Chaos fue envuelto por aquella luz que le hacía volver a la normalidad. El Dios compuesto de agua pura, despertó, pero cayó al suelo, ya que se encontraba inconsciente.

El erizo menor se preocupó y fue directo hacia el cuerpo dormido del Dios.

–No me lo esperaba –le comentó al de franjas rojas, que también se acercó a Chaos.

–No me sorprende. Tú nunca te esperas nada –dijo con cierta sonrisa coqueta.

El contrario se sorprendió un poco, lo que le provocó un tartamudeo. –¿A q-qué viene esa sonrisa?

–Cuando expandimos nuestra energía dentro de Chaos –explicó, recordándole la escena–. No soltabas mi mano. ¿Intentas provocarme? –cuestionó serio pero sin perder esa sonrisa coqueta. Lo que hizo que el Dios menor se le notaran sonrojadas las mejillas, y eso le gustó al otro Dios, así que continuó–: Ni siquiera estamos en nuestros aposentos. Eres un atrevi-

–¡Basta! –exclamó, cerrando sus ojos y aún más sonrojado–. No enfrente de Chaos. Si a esas vamos, tú fuiste el primero que me dijiste que me controlara –abrió sus ojos e hizo un leve puchero.

El mayor tomó las mejillas del contrario, haciendo que se viera todavía ese puchero. –Pareces un niño –comentó, y el otro lo contradijo diciendo algo que apenas y el de betas rojas escuchó, pero lo entendió–. Tal vez lo sea. Sin embargo, yo soy un niño muy inteligente –expresó de manera arrogante, soltando a su pareja–. Además, me gusta verte luchar a mi lado.

–Solo tenías que decirlo –dijo, sobándose las mejillas. Después miró los ojos hipnotizantes de su pareja–. También me gusta mucho verte luchar conmigo. Me encantan esos ojos que tienes que arden como el fuego, que claramente se ven que luchan por el futuro.

–Si lo dices de esa manera, pareciera que me los quisieras arrancar.

El menor rio bajo. Pero que tontería, pensó. –No, prefiero verlos siempre en ti y contemplar su brillo.

El Dios mayor se acercó a su pareja y lo besó con suavidad. Aquel beso fue corto, ya que el de beta rojas presintió algo que venía a gran velocidad directo a la espalda de Maurice. A lo que se movió rápido, cambiándolo de dirección para que aquella flecha le atravesara su pecho y no le hiciera daño al menor.

–¿Q-Qué? –tembló, cayendo de rodillas junto al mayor–. ¡Terios! No, no.

El menor negaba llorando y temblaba de miedo de poder perder al de betas rojas. Mientras que el último tocía sangre dorada por la boca y se quejaba del dolor que la flecha le provocaba.

–¡Al fin! –exclamó con emoción un humano con largo bigote–. Y me decían loco. Pues aquí está la prueba de que se puede matar a un Dios.

–¿T-Tu eres Robotnik? –habló con una voz rota y se levantó despacio, sintiendo que las piernas le temblaban o más bien, todo su cuerpo se sentía así–. ¡Regrésalo! ¡Regrésalo a la vida! É-Él está muriendo. Es... es imposible –sollozaba, suplicando por la vida de su amado.

–Ahora veo el por qué a ustedes les llaman los Dioses de las almas gemelas –dijo con cierto interés–. Es porque si uno sufre algo, el otro lo sufre el doble o el triple. Pero que asombroso.

–N-No somos experimentos. ¡Ningún ser vivo lo es!

El humano ya molesto, hizo una señal a una de sus máquinas que estaban atrás del Dios que lo enfrentaba, y aquella disparó una flecha atravesando su pecho. El erizo menor cayó junto a su amado, viendo su cara agonizando.

–Maurice, p-pudiste haber huido –habló con una voz apagada, alcanzando su mano que agarro lentamente.

–Pero no lo hice. J-Jamás te dejaría.

El de betas rojas apretó un poco su agarre, sintiendo el calor de su amado. –Tu mano es tan cálida. No me siento morir a tu lado.

–Terios, no quiero que acabe así. Quiero... quiero que nos volvamos a encontrar, algún día.

–Pase lo que pase, estaré esperando ese momento. El momento de nuestra reencarnación.

Los dos erizos se arrastraron poco a poco hasta que ambos juntaron sus frentes, para estar cerca el uno con el otro, sin soltarse de la mano. No pasó mucho para que llegara la muerte a ellos.

El Dios Chaos despertó, y contempló a través del cielo lo ocurrido. Al ver las acciones de los Dioses, quiso brindarles honor por su valentía y cumplirles su deseo de que se reencontraran algún día. De todas maneras, aquello era un proceso natural que todo ser vivo experimentaba, pero esto sería algo nuevo ya que jamás se había visto la reencarnación en Dioses.

Chaos elevó los cuerpos de ambos Dioses al cielo y así hasta llegar al espacio, convirtiéndolos en una constelación. Solo iba ser cuestión de tiempo en el que en algún momento, sus almas renacieran y los amantes se volvieran a ver.

En cuanto a Robotnik, Chaos se había hecho cargo de él. Condenándolo a su destrucción misma, en donde sus propios robots acabarían con él y su alma jamás renacería. Por haber enfrentado a los Dioses, a la vida, pero sobre todo a la fuerza más poderosa de todas, al amor.

Los Dioses de las almas gemelas se convertirían en leyenda, que pasaría de generación a generación. Una verdadera historia en la que se luchó por amor.

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