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El fin es solo el comienzo

Ethan y Eliette conversaban sobre las cosas que les gustaban hacer. Jung escuchaba atentamente la conversación mientras pensaba en cómo sería vivir en Estados Unidos. Anhelaba vivir en aquel país denominado como la tierra de la libertad y en donde las personas podían mejorar sus vidas. Le entusiasmaba la idea de poder estar hasta tarde en la calle, salir con amigos incluso toda la noche o simplemente ir a la biblioteca de día y encontrar libros de todo tipo.

—¿Cual es tu favorito? —le preguntó Eliette a Ethan.

—Muchas veces saco un libro llamado "El dragón de Su Majestad". Lo termino rápidamente pero nunca leo el resto de la saga...

—¿Es tu manía?

—Creo que sí.

»¿Cuál es tu libro favorito?

—"Las noches blancas". Me encanta la literatura rusa y considero que Dostoyevski es icónico.

—Supongo entonces que tendremos muchas citas en la biblioteca.

—Ojalá, pero... ¿cómo puedes soñar algo así en este mundo?

—Solo me gusta pensar en las posibilidades y soñar con cada una.

»¿No eres creyente?

—Sí. ¿A qué se debe tu pregunta?

—Tú deberías tener más esperanzas que yo.

De pronto, rodó un cilindro dentro de la celda. A Jung le causó curiosidad ver qué era, pero en cuanto se acercó para descubrirlo tuvo que alejarse debido a que de él salía un gas en forma de humo, lo cual le provocó cierto temor. Sintió que el aire se enrarecía y, un par de minutos después, vio que Eliette perdió el conocimiento. Ethan la sostenía y cubrió su boca al darse cuenta de que al resto de los presos les estaba pasando lo mismo.

—Cubre tus vías respiratorias con lo que sea —le ordenó Ethan a Jung.

Ambos estaban agotados por culpa del gas. Ethan estaba al borde de perder los sentidos cuando notaron que soldados estadounidenses abrieron la celda y tomaron a Eliette para sacarla de ahí. Sujetaron a Ethan para llevarlo con ellos debido a que no podía mantenerse de pie solo. Jung trataba de seguirlos, pero el gas empezaba a hacer efecto en él también.

—¡No se olviden de mí... yo también los ayudé!—trataba de gritar mientras iba detrás de ellos, pero otro soldado fue a detener su paso. No querían que fuera con ellos—. ¡Ethan! ¡Ayuda!

—Se llama Jung—balbuceó Ethan—, era parte de la misión... es uno de nosotros... tienen que... tienen que salvarlo.

Ethan perdió el conocimiento y, a pesar del balbuceo, los soldados comprendieron lo que quiso decir, sin embargo no le hicieron caso y subieron al Jet, dejando a Jung abajo. Él a penas podía moverse, por lo que no pudo intentar subir. Vio cómo se iban mientras se tiraba al suelo. Aquella tierra de oportunidades de la cual había escuchado lo había rechazado. Se sentía traicionado y desesperanzado. Le había dado la espalda a su país de origen por una patria prometida, para luego ser olvidado y abandonado.

Estaba exhausto. Sus fuerzas se habían ido, al igual que sus sueños. Rápidamente se quedó dormido, por lo que no presenció un hecho que lo hubiera desesperanzado aún más: un misil surcaba los cielos coreanos bajo la orden de Estados Unidos hacia Japón. Al impactar, la devastación fue inminente y fue consumada la traición hacia quien había dado todo por ellos.

Jung estaba sin conciencia cuando eso pasó, ni siquiera alcanzó a ver cuando el misil apareció por el cielo norcoreano e impactó, causando una ola de muerte. Nada había quedado, solo polvo, escombros y cenizas. Los anteriores cuerpos humanos que ahora se habían desintegrado radiaron una extraña marca en donde estaban, muy parecida a una sombra estática. En toda la zona habían quedado grabados algunas acciones de las personas a solo segundos de desaparecer en estructuras que no se destruyeron por completo. El cuerpo de Jung generó una silueta en la tierra, aparentando completa serenidad.

El silencio reinaba en aquel tétrico lugar. Nada se movía. Aquel sitio había pasado a ser un enorme cementerio. Un vestigio de las consecuencias del odio y la maldad.

***

Ethan despertó en el hospital naval. Estaba confundido y desorientado. Tardó un par de horas en poner en orden los hechos en su cabeza, puesto que cada noticia que escuchaba y todo lo que observaba se sentía como un balazo que irrumpía en su mente.

Cuando logró comprender la situación, preguntó por Jung, pero la enfermera no sabía a quién se refería. Pidió entonces que fuera su superior, por lo que ella lo llamó.

—Señor —dijo Ethan con sumo respeto—, ¿podemos hablar en confianza, sin las formalidades?

—Afirmativo... claro que sí.

—¿Dónde está Jung? —preguntó con notoria preocupación.

—No entiendo a quién se refiere.

—Hablo del chico norcoreano que nos ayudó en la misión.

—No sabemos dónde está.

—¡Pero estaba conmigo y con Eliette! Solo había que llevarlo hasta el avión... les pedí que lo hicieran.

—Me temo que tu amigo puso resistencia, él no quería dejar su país y no podíamos obligarlo.

—¿Qué? ¡Pero el más que todos quería vivir en Estados Unidos! ¡¿Dónde está?!

—Cálmese...

Ethan se levantó colérico. La sangre le hervía por la ira y por las ganas reprimidas de golpear su superior. Por respeto al rango no lo hizo y solo apretó con mucha fuerza su puño, haciendo notar sus venas.

—Es mejor que se recueste... —dijo un enfermero y apoyó su mano en el brazo de Ethan.

Ethan golpeó con su codo al enfermero a modo de reflejo. Aquello solo hizo que se irritara aún más, al punto de casi lanzarse encima de su superior, pero entre varios enfermeros lo frenaron y le hicieron inhalar un gas adormecedor, por lo que fue perdiendo su fuerza hasta quedar sin conciencia. Entre varios tuvieron que sujetarlo para que no cayera y lo acostaron sobre la camilla.

Ethan no tuvo idea de lo que había pasado, y en ese momento era mejor que no se enterara. Su mente había comenzado a entablar conjeturas antes de esa conversación, las cuales no se alejaban de la realidad.

Unos días después fue dado de alta del hospital. Él no tenía idea de que llevaba una semana ahí, en lugar de dos, como le hicieron creer. Gran parte de su estadía la pasó sedado, una medida impuesta para evitar que armara conflictos. Temían que él se cuestionara lo que había pasado, porque a nadie le convenía que un ex marine y espía se convirtiera en un rebelde... o al menos no al gobierno.

Claro estaba que Ethan se fue del hospital sin hacer problemas para alejar el foco de sus acciones. Pensaban que con eso lo mantenían controlado, pero no imaginaban que sabía mucho más de lo que creían gracias a Eliette.

Mientras que él estuvo en el hospital, las personas de todo el mundo escucharon a sus líderes políticos anunciando aquella nueva alianza para unificar el mundo bajo nuevas leyes y un gobierno compuesto por representantes de cada nación aliada. Si bien presidentes como el de Estados Unidos no tenía mucha aceptación al principio de su mandado, con la guerra se había fortalecido el apoyo hacia él. Era extraño escucharlo decir que las naciones se unirían, pero bajo los términos que establecía en cuanto a leyes y control era comprensible para la población.

Ethan regresó a vivir al departamento de su madre en Nueva York, aquel en el que había crecido y que consideraba como él único lugar seguro, solamente por el apego que había generado a ese lugar. 

Debía mantener un perfil bajo mientras investigaba lo que estaba ocurriendo, aplicando las habilidades que había adquirido en el ejército y en el periodo en que sirvió como espía.

Comenzó a escribir en un cuaderno como lluvia de ideas todas las cosas que le había dicho Eliette y trató de enlazarlas con lo que estaba viendo. La bomba lanzada a Corea del Norte era su punto de inicio en el enigma, tratando de conectar la muerte de Jung con aquello y preguntándose porque intentaban encubrirlo diciendo que él se rehusó a irse. Nada tenía sentido realmente, por lo que exploró otra dimensión: la Ley de Prevención de Amenazas (LPA), que establecía que cualquier persona que profese la religión musulmana o provenga de un país cuya religión oficial sea esa, se convierte en enemigo de Gobierno Mundial por ser una amenaza al orden y la paz, pero eso tampoco parecía encajar con lo que buscaba.

Arrancó las hojas del cuaderno en el que escribió todo y las pegó en la pared de su habitación.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó su madre.

—Mamá, algo muy raro está pasando y yo quiero averiguar qué es. Toda esta guerra y lo que está pasando... todo está conectado, pero ¿por qué?

—Creo que voy a tener que llamar a un psiquiatra.

—Lo digo en serio. Algo extraño estaba pasando en la guerra y... ahora esto: naciones unificadas, incluso algunas que eran rivales, con un gobierno compuesto por representantes de cada una. ¿En serio no te parece raro?

—Bastante, pero mientras eso traiga paz, supongo que está bien.

—¿Y por qué el precio de la paz lo tienen que pagar personas inocentes?

—¿A qué te refieres?

—A la LPA... mamá, Eliette me advirtió de esto cuando estábamos en Corea del Norte y yo había creído que se había vuelto loca... ¡y mira cómo estamos ahora! ¡Lanzaron una bomba nuclear a Corea del Norte y sin sacar a una persona que fue su aliado dentro de la guerra!

—¿Y no estás jugando con fuego al meterte a investigar eso?

—No lo sé... es muy probable que sí, pero vale la pena.

Pasaron once meses, en los cuales Ethan habló con varias personas, hasta lograr formar un grupo organizado, compuesto por aquellos que no estaban de acuerdo con las medidas del Gobierno Mundial. Sin embargo, no se sentía del todo bien con ello, porque en todo ese tiempo no había tenido noticias sobre Eliette ni de Aaron. Necesitaba saber cómo estaban y él sabía que no debía localizarlos, porque, en el momento en que lo hiciera, seguramente se expondría al estar cerca de la familia del general. Era un riesgo que no podía correr, pero estaba dispuesto a hacerlo.

—¿A dónde vas? —le preguntó su madre.

—Por ahí —contestó sin mirarla mientras terminaba de guardar algunas cosas en su mochila.

Su madre entró a la habitación y observó las paredes de ella. Estaban repletas de hojas con datos, conjeturas y planes sin terminar, puesto que cada cosa que escribía la pegaba ahí. Entre todo eso, había una especie de esquema sobre Eliette y la familia de ella, con los datos recopilados de cada miembro, incluyéndola. Finalmente, una flecha se estiraba y llegaba hasta una nota adhesiva con una dirección en Washington D.C.

—Ethan, por favor, aléjate de esa familia. Ya llegaste demasiado lejos con toda esta locura... no sigas.

—Eliette lo sabe todo... ¡y estoy seguro de que me apoyaría si supiera lo del grupo insurrecto! Solo tengo que ir a buscarla y...

—¿Qué harás? ¿Traerla contigo para que su padre la busque? Ethan, mira todo lo que has hecho... ¡tú lo armaste! Si vas por ella... te vas a arriesgar a que te descubran y... —Hizo una pausa y comenzó a llorar—. ¡No quiero que te hagan daño!

—Mamá, voy a estar bien, en serio.

Ella abrazó a su hijo lo más fuerte que pudo. Pensaba que esa podría ser la última vez que lo podría hacer, por lo que quería extender lo más posible ese momento.

Luego, Ethan tomó sus cosas, quitó de la pared el esquema que había hecho sobre la familia Way junto con la dirección y se marchó. Su madre se sentó en la cama del joven y miró alrededor. Lloró amargamente, como solo una madre puede hacerlo al tener la certeza de que su hijo va a morir.

Ethan no le contó de sus intenciones de buscar a Eliette al resto del grupo, porque sabría que no lo entenderían. Solo les dijo que iba a desaparecer del "radar" por un tiempo, pero que si no volvía en un mes era porque lo habrían capturado. Él había pensado en todas las posibilidades que podrían surgir tras su arriesgada decisión, por lo que se preparó para ello, aunque no estaba del todo listo para reaccionar si lo atrapaban.

Pasó unos días en un pueblo cerca de Washington D.C., en donde lo acogió una familia de amables granjeros, hasta que uno de los niños encontró el esquema que llevaba de la familia Way.

—¿Qué es esto? ¿Por qué investigas a la familia Way? —lo confrontó el padre.

—Solo... estoy buscando a Eliette.

—Es mejor que te alejes de ellos. Su padre es... ese hombre no siente compasión, ni siquiera por su propia gente. Cuando supimos de la Ley Dominical, decidimos irnos a un lugar apartado y vivir de lo que diera la tierra, así que no pudieron apresarnos por no ir a trabajar los días sábados, pero... sabemos que incluso fue capaz de enviar a la cárcel a personas de su propia iglesia. A ese hombre lo único que le importa es cumplir con las órdenes de sus amigos del gobierno y mantenerse en su puesto. A él no le importan las personas, ni siquiera quienes fueron sus amigos.

—Lo siento... pero yo no tengo que ver con eso.

—Aún así, si decides seguir buscando a su hija menor, tendrás que irte de acá. No estoy dispuesto a poner en riesgo a mi familia si te rastrean por ir tras ella.

—Tranquilo, entiendo la situación. ¿Le parece si me voy durante la mañana?

—Sí... no te preocupes.

Cuando Ethan se fue, la familia volvió a su hermetismo. Temían por sus propias vidas en ese momento, puesto que el haber hospedado a aquel extraño forastero pudo haberlos expuesto. Lo único que podían esperar era que él no estuviera siendo rastreado desde ya por el gobierno, porque de ser así entonces ya los había expuesto a los Aliados.

Ethan recorrió la ciudad de Washington, buscando estar lo más cerca posible de la casa de la familia Way, evitando llamar mucho la atención y sin llegar a los terrenos de la casa. En eso, chocó con otro joven y, al alzar la vista, se percató de que se trataba de Aaron, quien al reconocerlo lo tomó del brazo y lo alejó.

—¿Qué haces acá? —le preguntó preocupado.

—Hola —le dijo por impulso y lo abrazó, dejando atónito a su amigo —. Estoy buscando a tu hermana menor...

—No sé si pueda salir en realidad, pero puedo intentar hacer que se vean. 

Siguieron conversando y haciendo planes. Quedaron de estar en contacto, pero Ethan debía mantener un perfil bajo hasta poder escapar con Eliette.

Aaron ayudaba con entusiasmo a su amigo. Quería que él y su hermana más pequeña fueran felices, cosa que solo conseguirían si estaban juntos. Sin embargo, cometió un grave error: le contó de sus planes a alguien que consideraba de extrema confianza dentro de su familia, sin pensar que sería traicionado por esa persona.

Así, antes de que Ethan pudiera ver a Eliette, los hombres que estaban a cargo de la seguridad de la familia Way dieron con él mientras caminaba en la calle. 

Él caminaba confiado en que nadie lo conocía, además de Aaron y Eliette, sin imaginar que el Servicio Secreto le pisaba los talones, porque no pensó en que ya estaba en la mira del gobierno debido al grupo insurrecto que había organizado en Nueva York.

Sin darse cuenta, lo rodearon mientras caminaba en la calle. Cuando pudo notar su peligrosa situación, ya era demasiado tarde. Solo sintió un pinchazo en el costado y su cuerpo se fue adormeciendo.

Y simplemente desapareció.

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