Prefacio
El vidrio debe someterse al calor antes de que el frío pueda quebrarlo. No es la maldad lo que destruirá este mundo, pues esta no se disfraza; aquello que se ve venir puede prevenirse. Será la hipocresía: la maestra ejecutora de todo buen asesinato a un corazón confiado.
El denebita agonizaba por la azir.
La enfermedad se propagaba en variaciones múltiples y variopintas, pero había un efecto que no ameritaba mucho estudio científico para identificar el medio de contagio.
El desgraciado rehén político cumplía con todos los síntomas: las pústulas en la boca, que se hinchan y revientan con la velocidad de un chasquido, derramando plasma y pus en pequeñas lloviznas; la piel desprendiéndose como retazos de tela vieja, y la sangre en su punto de ebullición.
Dado lo avanzada de su condición, el veredicto médico es que tendría que haber pasado un buen rato dando algunas brazadas en el mar de podredumbre para acabar así.
La realidad no dista mucho de esa suposición.
El extranjero desconocía el reino de Jezrel, pero tenía el suficiente sentido común para evitar a toda costa un chapuzón en un océano que desprende muerte y resplandece con el calor de toda la vida que ha desintegrado.
Así que no, no había ido a nadar por antojo; sencillamente, había sido atado al ancla del Terror escarlata, sumergido a las inhóspitas profundidades de las aguas carmesí, y regresado a cubierta justo antes de que pudiera ahogarse.
Tres veces se repitió aquella agonía antes de que al fin soltaran al prisionero de sus ataduras de cobre.
La tripulación del Terror escarlata arrastró al moribundo al mas bajo de los camarotes.
Dicho sea a favor de la generosidad de los castigadores, que al prisionero se le permitió tomar agua.
Un acto muy noble, pues no imaginan la sed que provoca una enfermedad como la azir que, al no conseguir más nutrientes que tus propios tejidos, corroe tu garganta para alimentar al parásito.
Terminaron de bajar las escaleras con el prisionero en mano, y lo arrojaron a los pies de...
Alguien misterioso.
Si creías que iba a revelarte su identidad apenas en el prefacio del libro, es porque probablemente no has leído mucho y no tienes idea de cómo funciona esto del suspenso.
Lo conocerás cuando haga falta que lo conozcas.
Por si acaso ya estás haciendo teorías, te aviso que no se trata del capitán del barco. De hecho, es posible que corras un destino similar al denebita si se te ocurre sugerir algo así en su presencia. No le gusta que se le rebaje. Por favor, respeta.
Y no te preocupes por mi voz narrativa: en mí no recae el peso de esta novela. Afortunadamente, Freya es mucho más carismática que yo. Ella sabrá relatarte el resto.
Prosigo.
El barco de bronce tenía su interior tapizado por la madera más negra, lo que le daba al camarote un aspecto penumbroso, a pesar de las antorchas de fuego blanco que se alzaban en cada esquina.
En medio del camarote solo había dos cosas: una jaula dorada con un gripher encerrado en ella, y aquel hombre.
Se había apropiado del color de la podredumbre, portando como una corona maldita un traje que combinaba el negro y el rojo a su manera oprobiosa. Una máscara escarlata protegía su identidad, y guantes oscuros salvaguardaban sus huellas. Pero su sonrisa... tenía la curvatura de una medialuna y el brillo intrínseco de la misma. Resultaba inquietante que justo esa parte de su rostro no le preocupara dejar al descubierto.
Su cabello era tan negro que resaltaba por encima de la madera, pero había un pequeño tramo blanco junto a la sien. Esto daba una sensación de progresividad, como si todo en él estuviera condenado a desteñirse.
El prisionero estaba seguro de que era una peluca, parte del disfraz en conjunto con la máscara.
Y si me preguntas a mí... Pues pierdes tu tiempo, sigue leyendo.
El enmascarado se desplazó, frío y sedoso como el poder de una venus, hasta quedar junto al prisionero tirado sobre las tablas de su camarote.
El pobre hombre gritaba, perforando el silencio con el horror de ver, y sentir en carne viva, cómo un retazo de la piel en su pierna caía cual guirnalda.
—Es... —tartamudeó el denebita, su voz ininteligible por la agitación y las llagas en su boca—, es usted al que llaman el señor del silencio.
La sonrisa del enmascarado se afiló todavía más.
—No. —A cada vibración de sus palabras, las alas del gripher se tensaban, como si estuvieran conectados de una manera simbiótica—. Yo sí sé hablar. La pregunta aquí es... ¿sabes hacerlo tú?
Otro grito de agonía interrumpió el momento, así que el enmascarado hizo unas señas a los hombres tras el moribundo.
—Qué descortés. Jamás habría imaginado tal ineficiencia de esta tripulación. Tenemos un invitado, ¿no lo ven? Siéntenlo y atiendan sus heridas.
—¡NO! —Gritó el rehén denebita—. No creo que haya forma de atenderme, estoy hecho un cadáver... No sé por qué me han hecho esto, pero por favor... ¡Solo mátenme!
—¿No sabes por qué te hemos hecho esto?
—No tengo ni idea —jadeó—. Ni siquiera somos enemigos. No he hecho nada malo...
Sus sollozos se multiplicaron, y el enmascarado tuvo la decencia de dejarle llorar sin interrupción.
—Deneb y Jezrel acaban de firmar un acuerdo de paz —siguió el moribundo—. No estoy rompiendo ninguna ley, solo pretendía regresar a mi hogar...
—Algo como eso escuché: una princesa cisne, prometida a nuestro rey. Jezrel al fin tendrá la reina consorte que ha esperado por décadas.
—¿Cómo...? ¿Cómo se ha enterado tan pronto? Es un secreto entre ambas monarquías...
—Tienes razón, no sé de qué hablas. Debo estar escuchando voces otra vez. —Meneó su mano, como si ese gesto pudiera borrar sus palabras del aire—. No le haré perder más su tiempo, Ermes, entiendo que no solo le queda poco, sino que cada segundo que transcurre de este, es para usted una agonía. Le propongo algo: yo le doy asilo político en mis propiedades a cambio de información.
—¿Asilo político? ¡Pero si yo lo que quiero es irme! Quiero salir cuanto antes de este reino envenenado y descansar junto a mi familia. Que al menos tengan algo de mí para entarrar y velar...
El gripher gruñó, un sonido primitivo que compitió contra la agonía del azir. No era solo el ronroneo bestial lo que atemorizaba, sino los enormes dientes de la criatura, y cómo el filo de sus puntas se asomaba en aquel bramido.
—Calle, Ermes, que su cháchara aburre a Mizar, y le aseguro que la jaula no será impedimento para que venga a jugar con sus huesos y así matar dicho aburrimiento.
El enmascarado caminó hacia su compañero alado y le acarició la melena pálida mientras le daba la espalda al prisionero.
—Además, no importa cuánto quiera regresar con su familia; no será bienvenido en Deneb una vez me cuente todo lo que quiero saber. Será ejecutado por traición nada más pise el bosque congelado.
—¡Pero yo no pienso decirle nada! ¡NADA! ¿ME ESCUCHA?
—¿Cómo no escucharle? Solo espero que su saliva no alcance a Mizar. Mis zapatos puede ensuciarlos todo lo que quiera, pero cuando alguien ofende a su real majestad...
El gripher, engrandecido por esas palabras, se irguió sin necesidad de levantar ninguna de sus cuatro patas, y asintió para que el enmascarado no parara de acariciarle.
—Va a decirme todo, Ermes —dijo el hombre metiendo una mano en su bolsilo—. Por esto.
—Y eso... ¿Qué es?
A simple vista, lo que el perpetrador tenía a la mano era una jeringa llena de un líquido verde.
—Esto, amigo mío, es el único antídoto existente para su condición... Y no la de imbécil, la que sí se puede curar: su inminente muerte.
El hombre torturado por la azir lo veía sin dejar de parpadear.
—No tiene que morir hoy. No tiene que morir en lo absoluto —finalizó el enmascarado.
—¡Mentira! No conoceré mucho de este lugar, pero escuché que matan a los contagiados. ¿Por qué? Si hay una cura, ¿para qué matarlos?
—No matan a los contagiados, imbécil, lee un libro.
El hombre de la máscara suspiró, a todas luces arrepentido de haberse dejado llevar por su temperamento. Abrió y cerró sus dedos cubiertos de cuero mientras respiraba para serenarse nuevamente.
—De todos modos, tiene usted razón. No existe una cura comercial, porque esta es demasiado costosa... Bueno, ese es un eufemismo. Digamos que es extremadamente cara de fabricar, por un componente limitado que la conforma. No es inteligente agotar ese recurso por la población general, así que la solución es decir que no existe y fabricarlo solo para personas de alto interés.
Ermes pensó que algo de cierto había de haber en esas palabras, sino, ¿por qué estaban ellos tan tranquilos cerca de un contagiado?
Tenía que haber una cura, y no por ello creía que la desperdiciarían en él.
—¿Y quiere que crea que gastará esa cosa en mí? ¿En mí, que me ha mandado al fondo de la maldita letrina de Canis?
—Ermes, Ermes... no se tenga en tan baja estima... —El enmascarado le obsequió una de esas sonrisas de medialuna—. Yo estoy altamente interesado en usted.
Alzó los brazos, como si esperara aplausos para la grandilocuencia con la que había llevado el diálogo.
—Sé que pronto me perdonará el chapuzón, cuando esté en mi burdel favorito fornicando con mi esclava favorita, entenderá que todo esto era necesario para que cantara en el tono que me place escuchar.
—Dice que... ¿Esa inyección podría salvarme?
—Y, adicional a eso, mis médicos le atenderán. Quedará mejor que nuevo.
—Y usted... ¿Solo quiere hacerme unas preguntas?
—¿Unas? Sí, por supuesto: unas ciento veinticuatro.
—Pero... no podré volver a Deneb.
—No, Ermes, ¿qué más quieres vivir en ese congelador? No sufras, hasta un favor te estoy haciendo. Gratis.
—Y usted... ¿Me dará asilo político?
—Puedo darle hasta una nueva identidad.
—Pero, mi familia...
—Su familia está protegida por los Cygnus, ¿no? Yo no los puedo, ni quiero, tocar. Despreocúpese.
—Entonces...
—Confiesa los secretos de tu reino y la recompensa será tu vida.
Ermes luchó contra el dolor. No podía traicionar a su hogar, sus nuevos reyes, no podía revelar los planes de guerra, los nombres de los espías, los puntos débiles de su reino, las estrategias políticas y los detalles del nuevo Tratado. Pero la azir era implacable, el medio que habían escogido para torturarle había sido acertado.
—Yo... Así lo haré. Pregunte lo que quiera.
Las palabras salieron como un suspiro. Ermes cerró los ojos, sintiendo la traición en su alma.
En cuanto terminaron de hablar, el enmacarado suspiró con pesar y posó su mano en el hombro del denebita:
—Bien has escogido. Tu asilo político está asegurado.
Pero antes de que Ermes pudiera reaccionar, un chirrido llenó el camarote como la voz de la mismísima muerte. El gripher alzó una de sus patas leoninas y con ella estaba empujando la puerta de la jaula.
Nunca estuvo cerrada.
—Claro que... ¿Qué podría pensar la reina con la que acabamos de pactar la paz si yo dejara vivo al traidor más grande de su patria y la nuestra?
—¡NO! ¡NO, LO PROMETIÓ!
—Inteligente elección, Ermes, confiar en el verdugo de la máscara.
La fiera regió y un trueno secundó su imponencia en el cielo; su melena moviéndose mientras saltaba sobre su presa agonizante.
Sus grandes fauces despedazaron piel y huesos, sus garras vaciaron las cuentas de los ojos, mientras sus alas se crispaban de placer al masticar.
—Mizar, Mizar, deja algo para más tarde...
Por supuesto, la criatura no obedeció.
No tenía importancia. Le habían hecho el favor a Ermes de liberarlo de su propia culpa.
Y el enmascarado ya sabía todo lo que quería saber.
—¿Cómo es que dicen en los reyes de Deneb, Mizar...? Oh, sí: alianzha's taha.
Nota de autor:
En mi perfil hay un libro llamado Enciclopedia Áraga, ahí pueden encontrar un glosario bahamita, que es el idioma que creé para el universo de Sinergia. Específicamente esa última frase significa "todos deberíamos ser aliados". De todos modos, les sugiero agregar la Enciclopedia a sus bibliotecas para que puedan ojear las traducciones cada vez que haga falta.
Por otro lado... EMPEZÓ CONSORTE.
¿Qué les ha parecido este comienzo? ¿Qué detalles han sacado en claro de este prefacio y qué les ha gustado?
¿Qué tal el narrador? Este no será el mismo el resto de la novela, lo demás lo contará Freya, pero espero les halla gustado cómo se narró este prefacio.
¿Qué piensan de los gripher hasta ahora?
La ambientación hasta ahora y el personaje misterioso, ¿qué tal?
¿Les entusiasma la historia? ¿Quieren seguir leyendo? Saben que si los veo emocionados comentando mucho me pongo a subir el primer capítulo ya mismo.
Teorías aquí.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro