69: El deber de elegir
Nota: El capítulo es larguísimo, lo quería dividir porque cuando son tan largos dejan de comentar a la mitad, pero este es mi nuevo capítulo favorito y no me parecía justo dividirlo. Please, no se olviden de comentar ♡
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Freya llegó al consultorio de Elius. Estaba bastante desentendida de los movimientos de su hermana menor porque había cometido la insensatez de creerse la única con secretos. Pero ahí estaba ella, Gamma Cygnus, abriéndole la puerta en lugar de Elius.
—¡Hermana!
—A un lado —dijo Freya entrando de todos modos.
Se cruzó de hombros para mirarla con un arco en su ceja.
—¿De qué parte te enteraste? —preguntó Gamma con sonrisa de inocente.
—¡¿Te caíste de un gripher?!
—No es lo que parece… Bueno, es exactamente lo que parece, pero no fue de tan alto y sobreviví, que es lo importante. ¿Abrazo?
—¿Cómo es posible que pensaras que no iba a enterarme de que estás tendiendo carreras clandestinas en lugar de seguir entrenando con el instructor de la corte? ¡Soy la reina! ¿Y dónde está el malnacido de Elius? Que lo voy a mandar a conocer a mis suegros.
—Estoy bien, Freya, solo estaba aburrida y...
—Tu medicina, hija de Canis —dijo otra voz.
Freya reconoció la voz inmediatamente.
Se dio la vuelta para descubrir, sorprendentemente, a nadie menos que a Tyger, el leal seguidor del enmascarado.
—¿Qué haces tú aquí...? —cuestionó Freya, palideciendo. Por un instante, su entorno se sumió en una penumbra donde solo se distinguían ella, Tyger y Tyla en el barco de Nukey, en ese instante en que le preguntaban si se quedaría a vivir con ellos…
¿Le habría contado todo a su hermana? ¿Habría hablado ya con Elius? ¿Estaría Elius en ese instante contándole todo a Israel?
Gamma distinguió la tez enfermiza de su hermana mayor y se avergonzó, pensando que Freya estaría reviviendo el trauma que ese hombre le había hecho pasar; por primera vez vio con claridad el daño que había hecho y sintió asco de su complicidad al permitir que Tygerusth habitara tan cerca de la reina sin informarle.
—Frey, te lo puedo explicar...
Y Tyger... Este solo tenía una gran expresión de hastío por las Cygnus en su vida.
—¿Qué le contaste? —preguntó Freya a Tyger sin siquiera registrar en su consciencia la pregunta que había hecho su hermana.
—Un carajo y medio. ¿Parezco un hombre conversador?
—Pues ahora estás hablando —espetó Freya.
—Porque estoy bajo amenaza. No quiero arriesgarme a perder la mano que me queda si no te respeto como la reina que eres.
—¿Esa es tu definición de respeto a la reina? —inquirió Freya.
—Es lo mejor que obtendrás de mí.
Gamma frunció el ceño ante lo que veía. Esa era una conversación exigente, pero ni por asomo tan acalorada o dolorosa como cabría esperar de dos enemigos mortales.
—¿Puedo saber de dónde se conocen ustedes dos?
—Gam, ¿qué te dijo este hombre?
—«Así no se hace», «No sirves para nada», «¿Para esto me pagan?», y «Con permiso, voy a suicidarme».
—¿Qué?
—Él es mi instructor, Freya —explicó Gamma.
Freya se volvió hacia Tyger.
—¿Enseñas a mi hermana a arriesgar su vida?
—Enseño al engendro de Canis a no morir en un gripher. De nada. Y, en serio, «no es nada». Tu amigo del alma me paga por eso, al igual que por esto —añadió señalando las medicinas que llevaba encima—. Trabajo aquí.
—No trabajas aquí, estás engañándome.
—Freya, no culpes a Elius por contratarlo —abogó Gamma tacleando a su hermana con una abrazo para apelar a lo más profundo de su corazón—. Elius solo es una buena persona con complejo de salvador, y el pirata del parche tiene toda la pinta de gripher salvaje al que Elius querría rescatar. Sé que te duele por tu amigo por contratar a tu enemigo…
—¿Mi enemigo? —Freya tomó a Gamma por los hombros para poder mirar su rostro, que, huelga decir, estaba parcialmente amoratado y lleno de raspones por la caída—. ¿Quién les dijo que este hombre es mi enemigo?
—Tú —respondió Tyger de mala gana a Freya—. Le dijiste a Elius que te secuestré y todo eso montón de mierdas.
Una sombra se irguió sobre el rostro de Gamma mientras veía a Tygerusth como si lo mirara por primera vez.
—Fuiste tú.
—No, Gam, no lo culpes —la tranquilizó Freya volviendo a arrastrarla a sus brazos—. Todo fue un gran malentendido que algún día tendré la paz suficiente para explicarte.
—Y la conciencia —murmuró Tyger mientras dejaba las medicinas de Gamma sobre el mostrador.
—¿Eso quiere decir que ya me puede caer bien Tygerusth sin miedo a que te enojes?
—¿Tygerusth? —repitió Freya aguantando la risa.
Tyger alzó su nuevo garfio hacia ella.
—Imagina que tengo dedos —dijo este—, y dejaré a tu libre interpretación cuántos estoy mostrándote en este momento.
—Cuida la mano que te queda, Tygerusth.
Unos golpes en la puerta interrumpieron la disputa. Gamma y Freya intercambiaron miradas, no solo porque alguien estuviera golpeando, sino por el curioso patrón que usaba. Era como si quisiera dar un mensaje.
Mientras ellas se debatían sobre qué hacer, pensando que podrías ser Elius, siendo tan raro como de costumbre, Tyger ni siquiera lo consideró y fue hasta la puerta.
Para revelar, detrás de esta, a la última persona que las Cygnus esperaban ver en ese lugar.
El enmascarado de Jezrel sin su máscara. La sofisticación del cuero en sus manos, la distinción de la gabardina roja, el porte de un caballero de la aristocracia; no había duda de quién era para quien hubiera visto alguna vez el mechón blanco en su cabello.
—Disculpen, ¿están aceptando pacientes nuevos o debo pedir cita?
Freya Cygnus, la mujer que sobrepensaba cada acto de su vida, que anteponía la ética y la empatía, y que vivía a base de códigos de honor, no pensó en absolutamente nada cuando se lanzó a los brazos de aquel inmenso hombre de sonrisa cínica que aún mostraba su mordisco tatuado en el cuello.
Lo abrazó como si llevaran una eternidad sin verse, alzada en puntillas con los brazos alrededor de su cuello, y él la recibió como si no concibiese la posibilidad de soltarla nunca.
—Estás libre —dijo ella estrechándolo con más fuerza.
—Siempre —contestó él con cierta altanería.
—Pero, ¿cómo...? Tu juicio es mañana.
La respuesta tendría que esperar, porque justo en ese instante se oyó un movimiento detrás. Gamma se había trasladado detrás de Tyger, lo había tacleado y en ese instante lo tenía contra el suelo, con un bisturí amenazando sus omóplatos.
Porque sí, Gamma estaba enojada con su hermana.
«Enojada» era decir poco, pues su sentimiento rozaba las brasas del odio. Aborrecía lo que estaba haciendo, su delito, su imprudencia, pero en otro momento se ocuparía de quitarle la cabeza; antes debía asegurarse de salvarla, eliminando los testigos de su promiscuidad.
—Te voy a dar medio segundo para que te bajes y conserves las piernas —bramó Tyger en su incómoda posición.
—Gamma, ¿qué haces...?
Eso fue lo que rompió la burbuja de Freya, haciendo que no solo soltara a Nukey, sino que lo empujara para apartarlo.
Lo miró con una expresión tan distinta que no parecía pertenecer a la misma Freya que recientemente lo había abrazado.
—Huye o esta vez sí voy a matarte. —No esperó a su respuesta y se volvió hacia su hermanita, que le retorcía el brazo a Tyger en ese instante—. Gamma, suelta a la mascota de Elius y vámonos. Yo te explicaré todo.
—¡No! ¿Te volviste loca? —La Cygnus menor bufó con incredulidad nada más decir esas palabras—. Sí estás loca, claramente, pero yo no. Si la mascota le cuenta a alguien lo que vio...
—¿Tyger? —inquirió Nukey con diversión—. Nos ha visto hacer cosas peores, niña.
Ambas Cygnus condujeron sus miradas para fulminar al asesino suicida.
Este se encogió de hombros hacia Freya.
—Solo intento ayudar.
—Ayuda desapareciendo de mi vista. —Freya se volvió hacia Gamma. Tyger parecía ya dormido debajo de ella—. ¡Gamma Cygnus, suelta a la mascota, es una orden!
Gamma obedeció de mala gana, y a duras penas se contuvo de patearlo antes de irse escaleras abajo por el consultorio de Elius.
—Tú y yo tenemos que hablar —dijo Freya señalando a Nukey antes de irse tras Gamma.
—¡Gamma, espera!
La menor de las Cygnus se volvió con los ojos llorosos a mitad de la escalera y apuntó a Freya con el bisturí, aunque las separaban varios escalones de distancia.
—No te acerques. ¿Cómo te atreves?
—Gam, te puedo explicar...
—¡¿Qué?! ¿Qué me vas a explicar? ¿Que no te importa una mierda el sacrificio que ha hecho Lyra para salvar nuestras vidas y darnos nuestros puestos como princesas? ¿Que peleaste con ella y la insultaste donde más le duele por un asesino que no se cansa de intentar matarte? ¡¿Es eso lo que me vas a explicar?! ¿O que te importa tan poco la vida de mi sobrino que andas por ahí con tu amante como si nada, sabiendo que alguien podría creer que ese niño es un...?
Calló. Gamma Cygnus calló sin poder completar esa frase, porque lo que miró en los ojos de su hermana fue la tranquilidad de una confirmación.
—Es un bastardo —murmuró Gamma, y esas palabras le arrancaron las lágrimas que venía conteniendo.
No importaba el proceder de su sobrino, ella lo amaría al igual que a los hijos de Lyra. Lo que dolía no es que fuera un bastardo, sino la historia de terror que eso acarreaba.
No estaba preparada emocionalmente para otra guerra. No quería ver morir más familia al igual que presenció la muerte de sus padres.
—Gam...
Freya bajó los escalones que las separaban a toda velocidad y abrazó a su hermana con fuerza, esperando que esta sollozara. Pero no lo hacía; las lágrimas brotaban sin esfuerzo mientras los ojos de esta, inertes, carentes de todo color, parecían ver más allá de lo que las rodeaba.
Pero Freya no se percató de ese detalle.
—Ay, Gam...
Gamma Cygnus sacudió la cabeza, dejando ir lo que sea que había en su mente hasta entonces. Alzó los ojos hacia su hermana, y vio el dolor que ella también sentía.
Tal vez era estúpida, pero no hacía nada con intención de dañar a nadie, ni siquiera a sí misma.
—Lo lamento —dijo Freya con honestidad.
—¿Por qué lo haces?
La mayor negó con la cabeza, esquivando esa pregunta.
—Frey, si quieres que entienda debes decirme por qué...
—Él me ayudó, Gamma —confesó Freya lo que jamás había dicho en voz alta.
—¿A qué? ¿A romperte? Porque todo lo que ese hombre te ha hecho es horroroso.
—No, Gam, las cosas horribles me las ha hecho Israem. Nukey me ayudó. Iban... —Freya tragó en seco y se armó de valor para decir esas palabras tan condenatorias—. Iban a deshacerse de mí si no le daba un hijo al rey, y no estaba embarazada, así que...
—Qué bondadoso tu héroe enmascarado, ¿no? Imagino lo que le habrá costado hacerte ese hijo.
—Gamma, no lo juzgues así. No fue fácil para él tampoco.
Gamma rio sin un ápice de gracia.
—Ya me imagino lo mucho que sufrió.
—Sufre, créeme, Israem es la última persona que Nukey quisiera criando a su hijo.
—Tú hijo —corrigió Gamma tocando el pecho de Freya contundentemente—. No vuelvas a repetir eso. Él te ayudó, está bien, pero ya acaba con esto. Es tu hijo sin importar nada...
—Gamma, basta.
—¡Freya! ¿Qué te mantiene pegada a él todavía? ¿Por qué sigues viéndolo? ¿Tan agradecida estás? Lo que él hizo lo habría hecho cualquier hombre con ojos y un pene. ¿Te amenaza?
—¡No! —Freya rio nerviosamente. Le era complicado explicar que él si la amenazaba, pero el peligro entre ambos era ella—. Nukey no es como Israem.
—Es un asesino, Freya Cygnus. Por mucho que lo llames «Nukey» es el enmascarado, el mismo al que atrapaste y que está a punto de ser enjuiciado. Deja que todo siga ese curso y no se involucren más.
—No sé lo que haré, tal vez sea precisamente eso que me dices, pero aquí lo relevante es que esa es mi decisión. Y no sé si quiero tomarla.
—¡Freya, por Ara!
—No lo entiendes. —Sostuvo la miradade su hermana, rogando que lo entendiera—. Él es lo mejor que me ha pasado desde que llegué aquí.
—¿Sí? Pues si tan miserable es tu vida que un asesino es tu mejor compañía, nos devolvemos.
—¿Y afrontar otra guerra? ¿Estás loca?
—Prefiero una guerra donde estemos protegidos en el mismo lado, a una donde estés aquí, desprotegida y a merced de estos sirios. Freya, si te descubren...
—No lo harán.
—Freya...
—¡Gamma! Por favor, no necesito que lo apruebes, solo... respeta esto, sea lo que sea que signifique, ¿sí? Y mi hijo no es ningún bastardo, es un Cygnus. Es lo único que va a importar de aquí al resto de su vida.
Gamma se mordió la lengua para no decir nada más.
—Él no lo sabe —dijo Freya, aprovechando ese instante de tregua—, pero lo quiero. Y no por el favor que me hizo. Lo quiero, sin explicación ni condición. Y te lo digo a ti porque, si alguna vez quieres a alguien de esta manera, entenderás lo que estoy atravesando ahora.
—No sabes lo que dices, solo estás ciega por su físico y cómo tu cuerpo reacciona a eso...
—¿Crees que no puedo diferenciar entre el deseo y el aprecio? Recibí dos flechas por él, Gamma, y recibiría mil más.
Gamma abrió la boca estupefacta, tanto que parecía haberse aflojado su mandíbula.
—¿Cómo puedes querer a un monstruo como ese? —inquirió Gamma contra su hermana—. Casi mata a nuestro embajador por segunda vez.
—No lo entenderías. No lo entiendo ni yo.
Gamma asintió, reprimiendo su molestia interna.
—No estoy feliz con esto, Frey. Pero tienes razón, no tengo derecho a estar en desacuerdo. Es tu decisión. Solo espero que sepas lo que haces.
—¿Sabes? Tyger también estuvo involucrado en el secuestro que te trajo aquí, y yo soy la responsable de que él no tenga una de sus manos, y aún así llegaste a conocerlo sin prejuicios y sé que en el fondo se agradan mutuamente. Si hubiera llegado unos minutos más tarde al consultorio, Tyger estaría limpiando tus heridas, ¿o me equivoco?
Gamma se golpeó la frente con un gesto que daba a entender que Freya había perdido la cabeza.
—Es distinto, yo no me embaracé de Tyger.
Freya puso los ojos en blanco.
—No seguiré esta conversación porque estás cegada, así que dejémoslo así por el momento. Solo... no lo vayas a atacar cuando suba.
—No te quitaré ese placer, me dio la impresión de que estabas por decapitarlo hace un instante.
—No tienes idea.
~☆♡☆~
Nukey, con todos sus instintos sobrehumanos, no procesó lo que pasaba hasta que la silla pasó rozando su rostro y se estampó contra la pared detrás de él, haciéndose añicos.
Freya ya estaba agarrando el siguiente banco a su alcance, pero esta vez no pretendía fallarle a la cabeza del asesino.
—También es un gusto verte —ironizó este.
—¡¿Gusto?! Al fin perdiste la cabeza. —Freya le lanzó el banco pero Nukey se deslizó en el intervalo de un segundo como un borrón por el consultorio hasta detenerse detrás de la reina.
—¿Nos das privacidad? —sugirió Nukey a Tygerusth.
—Iré con la loca menor —respondió Tyger obediente, perdiéndose escaleras abajo.
Freya no desaprovechó la distracción, y para cuando Nukey se dispuso a volver la atención a ella, esta ya le había partido un jarrón contra su espalda.
Jadeante, se quedó paralizada un momento observando su obra mientras Nukey volteaba.
Durante un instante, sus ojos sucumbieron a la mirada ambarina del asesino y su corazón se saltó un latido para luego condensar diez pulsaciones en el intervalo de una.
Nukey alzó las manos en señal de paz, lo que hizo a Freya enfurecer tanto que se volteó a buscar qué más lanzarle.
—Eso es, desahógate cuanto necesites, pero te advierto que no deberíamos pelear mientras los niños escuchan.
Freya se detuvo en seco y giró lentamente sobre su propio eje para echar una mirada letal a Nukey.
—¿Esto es un juego para ti?
El asesino contuvo una sonrisa, pero la comisura de su boca lo delataba.
—Define «esto».
Freya rio sin ganas, anonadada aunque ya debía esperarse lo que tenía frente a ella.
—Te advertí que te alejaras de mi familia, y no solo no respetaste eso sino que me pones en esta horrible situación con mi hermana por... ¿qué? ¿Estas también son órdenes de tu alto lord o se trata solo de un capricho tuyo?
—Freya, discúlpame pero esta vez no he tenido ninguna intención de que las cosas escalen de este modo. No solo no esperaba encontrarla a ella aquí sino que fuiste tú quien empezó con las muestras de afecto.
Freya detuvo el trayecto de hipótesis que seguía su mente, como si acabara de asumir lo que había hecho.
Y era cierto. Ella lo había abrazado a él.
—Tienes... —Freya se llevó la mano a la frente, palpando su temperatura como para poder echarle la culpa a la fiebre—. Tú tienes razón. Lo lamento.
Nukey metió las manos en los bolsillos de su pantalón y se encogió de hombros.
—No hace falta que te disculpes, pero, si insistes, podrías repetir la parte donde reconoces que tengo razón.
—Eres un altanero incorregible —lo acusó ella, cruzándose de brazos.
No lograba desprenderse de la incomodidad que le producía la vergüenza interna.
—¿Y por qué...? —Ella carraspeó—. ¿Por qué viniste? ¿Cómo? Si Elius llega...
—Hice un trato para tener este día libre antes de mi juicio. Y precisamente por eso sé que Elius no vendrá. Luego de que su majestad Israem Corvo firmara mi trato, pidió tener una audiencia con Elius.
Freya frunció el ceño mientras procesaba esas palabras.
—No comprendo... ¿Israem regresó de su reposo? No lo he visto, ni ha pedido verme. Eso es extraño, dado todo lo que ocurrió en el tiempo que no nos vimos. Además... ¿Por qué quiere ver a Elius? ¿Por qué te dejó salir hoy...? Un momento. —Freya miró a Nukey con sus ojos entornados—. ¿Hiciste un trato para salir un día? En la celda dijiste que podrías negociar tu libertad, pero solo negociaste un día y estás dispuesto a ir a juicio... ¡¿Te volviste loco?!
La sonrisa de Nukey se afiló en tanto su rostro se ladeaba para escrutar a Freya.
—¿Qué...? —cuestionó ella en un hilo de voz, repentinamente nerviosa por esa mirada.
—Solo disfruto de ver cómo te preocupas por mí.
Ella batalló a manos limpias contra los múltiples argumentos que tenía para discutir eso.
Ya no quería mentir, no a ella misma, no a él.
—Sí me preocupo. Imbécil.
—Escucha. —Él dio un paso hacia ella. Al ver que no retrocedía, dio otro. Lo que él no tenía idea era de cómo cada uno de esos pasos equivalía a un tambor en el pecho de ella—. Vine aquí porque Tyger tiene algo que necesito, algo que vamos a necesitar, mejor dicho. Esperé a que vinieras, pues seguí tu rastro todo el día. Resulta, Freya, que pedí este día porque hay algo que quiero hacer contigo.
—¿Pero por qué solo un día? No lo entiendo.
—Estaré bien, te lo aseguro, pero es cierto que he cambiado de opinión en muchas cosas. Ya no quiero huirle al juicio.
Freya sintió una oleada de desconfianza por ese repentino cambio. No olvidaba —no debía olvidar— lo que recientemente le había hecho a Nukey.
—¿Por qué Israem quiere ver a Elius?
—Para prepararlo para el juicio, imagino. Le pedirá que ejerza como jurado e intérprete del rey.
—Claro. —Ella sonrió sin gracia al comprender lo que Israem quería de Elius: que mintiera por él—. ¿Y Tyger? ¿Ya sabías que él estaba trabajando aquí? Por el amor a Ara, por supuesto que lo sabías, seguramente te ha estado informando hasta el último de los movimientos de Elius y mi hermana.
—No quiero que sigas enojada conmigo —dijo Nukey tomando uno de los brazos cruzados de ella para hacer que diera un paso hacia él, quedando un poco más juntos—. Tygerusth no es mi marioneta; no tengo esclavos, Freya. Pero sí sabía dónde estaba porque eso es lo que haces con tu familia: debes saber dónde está cada uno si quieres ser capaz de protegerlos. Y sí, responde a las preguntas que yo pueda tener. Pero nunca pregunto sobre tu hermana.
Freya descruzó los brazos y dio un paso más. Ambos quedaron tan cerca que las hormas de sus calzados se rozaban.
—No quisiera estar enojada contigo, pero tú te ganas el mérito con honores.
Nukey rió genuinamente, y ella no pudo evitar que un reflejo de ese gesto se comprimiera en la comisura de sus propios labios.
Lentamente fue cediendo la tensión inicial de ella, a medida que la ira y la vergüenza eran sometidas bajo la impotencia del magnetismo entre ambos. Nukey notó el cambio, lo percibió en el olor del miedo en ella, que no era miedo.
Estiró su mano a la nuca de Freya y la enterró en su cabello, sus dedos abriéndose como terminaciones nerviosas que hicieron a ella tensarse mucho más que antes, pero por una aprensión distinta.
Él dejó la mano allí, anclada a la base del cuello, mientras su otra mano se movía hacia la mejilla. Sintió a Freya contener el aliento pese a que el roce había sido obra del cuero de su guante, y en reflejo su propio cuerpo reaccionó, aunque de manera menos notoria.
Tentado por la propia presión en su cuerpo, llevó su boca para sustituir el trabajo de su mano; se paseó en un roce furtivo de sus labios en la mejilla de la reina, y descendió por la piel tersa conteniendo su propio aliento, sintiendo que sus rodillas se doblarían en tanto sus labios llegaron a la comisura de la sonrisa de ella. Ahí se detuvo, sin avanzar hacia esa boca que era suya sin serlo, y dejó un beso casto e inocente, pero para cuando se alejó del rostro de ella, su corazón chocaba frenético contra las costillas.
—Freya.
Ella tragó en seco, mirándolo con un nudo extraño en su bajo estómago.
—¿Nukey?
—Lamento el daño que te he hecho.
Ella puso los ojos en blanco como una excusa para desviar la mirada. Si no le veía, le sería más fácil evitar sonreír.
—No me siento compensada, empezando porque no tengo idea de tus razones. No tengo idea de nada, a decir verdad.
—Por ese motivo, me parece justo y necesario que me acompañes. Hay algo que quiero mostrarte, y tú y yo tenemos mucho de qué hablar.
—¿Vas a confesar antes del juicio? —bromeó ella.
—Si así lo exige mi reina.
Más tarde, Nukey le dio instrucciones a Freya sobre lo que debía hacer a continuación.
Tyger le entregó un saco con la ropa que debía ponerse. Sin explicación de por medio, Freya confió en el proceso y aprovechó las cortinas del área de observación de Elius para cambiarse.
—¿Desde cuándo le permites a tus hombres que te digan lo que te debes poner? —inquirió Gamma en tanto Freya descorrió la cortina.
El vestido que portaba no honraba su título; cualquier soberana sería censurada por lucir sus piernas en una falda tan corta, carente de tul y estructura. Y aún así, Freya no se sentía vulgar u ofendida, sencillamente resaltada en su belleza; los brillos del vestido le recordaban a la figura mitológica de un hada, y el rojo de la tela la transportaba de vuelta a su cita con Nukey en la cubierta de aquel barco.
Freya fue a sentarse en la camilla junto a su hermana.
—No debes estar feliz con esto, Gam, pero tampoco hace falta que me arruines el momento con tu mal humor.
Gamma bufó.
—Ahora llaman mal humor a la precaución.
—Lo dice la princesa que se cayó de un gripher por andar participando en carreras ilegales.
—Eso es injusto.
—¿En serio? —inquirió Freya con una mirada severa hacia su hermana.
Gamma dejó salir todo el aire de sus pulmones.
—Ese vestido me recuerda a tus vestidos de danza.
—Tomaré eso como un cumplido.
—Bien, porque lo es. Te ves hermosa. —Gamma estiró su mano para tomar la de Freya—. Me tienes al borde de los nervios, mariposa rebelde. ¿A dónde irás? ¿Y si alguien te reconoce? ¿Y si Elius vuelve y los encuentra aquí?
—Gam, me he cuidado bastante hasta ahora y puedo seguir haciéndolo. Elius está ocupado, y si llegara en este instante créeme que no me preocuparía. Nukey es experto en desaparecer.
Justo al ser mencionado, los nudillos de Nukey golpearon la entrada. Traía en el brazo las dos túnicas que iban a utilizar.
Gamma puso los ojos en blanco al verlo, pero él no se fijaba en ella en absoluto.
—Ya nos vamos. —Freya abrazó a su hermana—. Por favor, no regreses al castillo esta noche. Pregunta a Elius si te puedes quedar.
—Sí puedo.
—Bien, pues quédate. Te amo, engendro de Canis.
—Y yo a ti, pecadora sin escrúpulos —correspondió Gamma dando un beso en la mejilla a su hermana.
Apenas se desprendieron de su abrazo, Gamma condujo su mirada mordaz hacia Nukey; aunque él no la mirara, ella se conformaba con que pudiera sentir el resplandor de su desacuerdo.
Freya se plantó junto a Nukey, sus manos nerviosas arreglando la falda de su vestido.
—¿Era... esto? ¿Es todo? —preguntó ella sin saber cómo proceder.
—Mjum —murmuró él, dándole la espalda y echando a andar por los pasillos, dando por hecho que ella lo seguiría.
Ella lo siguió con gran incertidumbre al respecto de su silencio.
—¿Todo bien? —preguntó ella.
—En perfecto orden.
Apenas llegaron al granero de Elius, él abrió la puerta para dejarla pasar primero.
Ella se detuvo al llegar a su lado; ambos quedaron enmarcados en la moldura de aquella puerta.
—Freya, no es prudente la distancia a la que estás de mí en este momento.
Cierto era que la distancia era poca; si respiraban con el ahínco suficiente, sus cuerpos entrarían en contacto. Ella lo miró a los ojos. Todo rastro del dorado se había teñido con el rojo más absoluto. Ella evitó tragar, pero el impulso estaba ahí, acumulándose como una presión en su garganta, porque ella sabía el significado de ese color.
—Creí que me evitabas porque...
—¿Por qué? ¿Porque soy imbécil? —Él apoyó la mano en el marco detrás de ella, su rostro cirniéndose sobre ella—. Intento ser un caballero.
Freya se encogió levemente.
—Eso significa que... sí te gustó.
—¿Qué parte?
—Cómo se me ve el vestido.
—Freya... —Nukey inclinó su rostro hasta que sus labios rozaron la oreja de ella—. Tal cual estás, el único accesorio que necesitas son mis manos por todo tu cuerpo.
Ella tragó, y sus ojos se cerraron mientras su piel resistía contra el magnetismo, contra el deseo insano de ser tocada.
—Era... era eso lo que quería saber —culminó ella.
Nukey se alejó, pero no por ello le dio más espacio. Su mano se posó en la espalda baja de Freya y, ligeramente, la presionó para hacerla avanzar.
—Vamos. Te acompaño.
Caminaron dentro del granero mientras ella sentía que esa mano, tan cercana a sus glúteos, iba a dejar una impresión en su piel por el calor que manaba.
—No es Mizar —señaló ella al notar el gripher en medio del granero.
—No lo es, es uno de los pacientes de Tyger. Podemos tomarlo prestado, pero hay que devolverlo, ya que no nos pertenece.
—Pero... ¿Y Mizar?
—Ocupado.
Ella recordó lo tajante que era él con respecto a la privacidad de su gripher, así que lo respetó.
Ambos avanzaron hacia el gripher, pero antes de empezar a subir a él, ambos se enfundaron las túnicas y sus respectivas capuchas.
—Tendrás que guiar tú —dijo él terminando de ajustar sus botones—. Mizar no es celoso pero sí de ego susceptible.
Freya miró al gripher en cuestión. Se veía dócil, pero no tenía montura ni riendas.
—Te volviste loco, ¿no? No hay forma de que pueda guiarlo, no me comunico mentalmente con estas criaturas.
—No hace falta. Usarás su melena para corregir la trayectoria en caso de que haga falta, lo cual dudo. Ya le di las instrucciones.
Ella tragó todas sus objeciones, pero asintió. Después de embarazarse del asesino de Jezrel, guiar el vuelo de un gripher desconocido sonaba rutinario en comparación.
Ella iba a poner toda su concentración en subirse a la criatura sin sufrir alguna fractura en el intento, justo cuando sintió el cuerpo de Nukey pegarse detrás del suyo.
Contuvo la respiración.
La manos de él sujetaron su cintura, tan cauteloso como si midiera la tolerancia de ella, como si esperara que una nueva hoja fuera clavada entre sus dedos.
Ella dejó sus manos por encima de las de él, notando la calidez de su piel, percibiendo sus rugosidades: las huellas de la tortura que sufrió por defenderla.
—Te quitaste los guantes... —Freya alzó la vista y de inmediato se arrepintió. Él ya estaba ahí, con el rostro inclinado hacia ella a la espera del mínimo desliz—. Creí que intentabas ser un caballero.
—Ay, Freya... —suspiró él deslizando su rostro para abrirse paso hacia el cuello de ella.
Ella emitió un quejido al sentir esa respiración impactar en su piel; un sonido inocente que intentó reprimir mordiendo su labio, pero que ocasionó que las manos de él la reclamaran para pegarla de su regazo.
—El hecho de que mis manos se encuentren actualmente sobre tu cintura, y no dentro de tu vestido, demuestra que me estoy comportando como un caballero.
Esas palabras, dichas sobre su clavícula, hicieron a Freya arquear su espada tanto como para presionarse más contra la parte baja de él.
—Para, te lo imploro —musitó él, pero sus manos no hacían honor a sus palabras, descendiendo hasta las caderas de Freya y aferrando la falda en un par de puños.
Ella recibió con deleite el siseo que brotó de él.
—Qué contradictorio has resultado ser... —musitó ella deslizando la mano para alcanzar su cabello y aferrarse a él.
—¿Qué te confunde, mi reina?
—Dices que quieres detenerte pero aferras mi falda como si quisieras arrancarla de tu camino.
—Qué mala has resultado ser para interpretarme. —Deslizó su mano por la pierna desnuda de Freya, lentamente subiendo hasta el interior de la falda—. No tengo la más mínima intención de detenerme, bonita, es por ello que, en mi intente de caballerosidad, te he dado la opción de parar esto tú.
Los dedos de él avanzaron a su entrepierna, lentamente haciendo contacto con la tela de la ropa íntima.
El roce exacto en el cúmulo de sus terminaciones nerviosas arrancó un gemido a Freya.
Nukey le tapó la boca con la mano.
—Sshhh, no tenemos tanta privacidad, mariposa.
Y mientras decía eso, sus dedos fueron descendiendo por toda la ropa íntima hasta llegar al punto que estaba empapado de humedad.
—Si quieres que me detenga luego de esto tendrás que cortarme el brazo, Freya, así que será mejor que me lo pidas ahora.
Ella sostuvo su mirada y, aún con la mano en su boca, meneó su cabeza para negar.
Nukey apartó ligeramente la ropa íntima de Freya, apenas lo justo para que la punta de su dedo se deslizara por los fluidos hacia dentro de ella.
Ella gimoteó, segura por la mano de él que amortiguaba el sonido, temblorosa, en tanto más y más se iba inmersando ese dedo dentro de ella.
—¿Interrumpo?
Los ojos de Freya estaban a punto de salirse de sus órbitas mientras Nukey ahogó una maldición, cerrando los ojos para contener el impulso que tenía.
A espaldas de ambos, la voz de Tyger, efectivamente, los interrumpía.
Nukey sacó la mano de la falda de Freya en un movimiento imperceptible mientras ella se acomodaba a sí misma.
—¿Todo en orden? —preguntó Nukey a Tyger.
—Técnicamente sí, pero pensé que no te haría gracia si te dejabas esto —dijo el hombre alzando un saco.
—Mierda. Lo había olvidado. Gracias, Tyger.
—No es nada... —Tyger la miró de arriba abajo mientras Freya se arreglaba el cabello disimuladamente, evitando su mirada—. Lamento la interrupción, majestad.
~☆♡☆~
A las alturas que alcanzaron, el entorno era un manto de estrellas decorado con el verde de la aurora boreal. El reino debajo de ellos parecía un tapiz lejano, mientras que el cielo era el decorado de su cita.
Aterrizaron en una especie de suelo cósmico. Una plataforma diáfana donde se había condensado el brillo microscópico que manaba como vapor cuando Nukey era arrasado por su naturaleza.
Freya no quiso aterrizar sus pies por miedo a la fragilidad del material, así que Nukey tomó la iniciativa bajándose del gripher y caminando por la plataforma flotante como si estuviera hecha de hierro.
—¿Cómo es posible que exista esto en medio de las nubes? —preguntó Freya en un hilo de voz, asombrada por lo que sus ojos veían.
—Es lo que estoy por explicarte —contestó él tomando el saco que les había entregado Tyger e incándose frente a ella.
—¿Qué haces? —cuestionó ella horrorizada por verlo, literalmente, a sus pies.
—¿Puedo? —preguntó con sus manos en el calzado de ella.
—Yo... Sí. Supongo.
Él reprimió una sonrisa en el borde de sus labios mientras le quitaba el calzado.
«Es hermoso...», pensó ella.
—Verás, Freya. Este lugar es aleatorio. Mi única intención es que estuviera tan alto como para bailar junto a las estrellas.
—¿De qué hablas? —Ella tenía sus manos tan temblorosas que tuvo que presionarlas en su regazo—. No logro entenderte.
Fue cuando él reveló lo que había dentro del saco.
—No —zanjó ella, sintiendo como si un cuchillo lastimara sus nervios.
—Sí, Freya —dijo él poniéndole los patines blancos sin encontrar más resistencia de parte de ella—. No soy tu hermana, no puedo hacerte un piso de hielo para que patines, pero puedo hacer esto.
—¿Cómo? —indagó ella con sus ojos cristalizándose.
—Los vientos estelares forman naturalmente una helioesfera, pero pueden moldearse si se pone mucha intención en ello. Fue bastante complicado. Me tomó muchos días poder formar algo con el tamaño mínimo para que puedas desplazarte con libertad. Y hacerlo fue una cosa, pero que se mantenga intacto a pesar del tiempo y la distancia requiere un esfuerzo activo de mi consciencia que, a estas alturas, ya me ha provocado una migraña.
—No puede ser, ¿te duele la cabeza?
Él se rio, los bordes de su boca afilándose en el proceso.
—¿Fue todo lo que escuchaste? No parecía importarte que me doliera la cara cuando me diste una paliza.
Ella mordió su labio avergonzada, pero él la miró con su rostro ladeado sin un ápice de rencor.
—Tú... —Freya miró a su alrededor mientras hablaba—. Has estado manteniendo este fenómeno en el cielo incluso los días que pasaste encerrado, incluso cuando yo te...
Él calló ante eso, lo que era exactamente lo mismo a ceder la razón.
Freya sentía como si la lava de un volcán se cirniera sobre su cuerpo para darle un abrazo. Nadie había hecho nada ni remotamente similar por ella.
—¿Por qué? Me odiabas en ese momento.
Él se encogió de hombros.
—No destruiría lo que tanto me costó construir solo por una pelea de la que no estoy seguro que sea definitiva.
Por algún motivo, Freya sintió que con eso él no se refería solo a la plataforma que había hecho en el cielo.
—No puedo... —contestó ella con voz temblorosa, mirando los patines ya en sus pies—. No puedo volver a patinar, Nukey.
—Tampoco a bailar, y conmigo lo hiciste.
—Es diferente… Mi corazón lo anhela, razón tienes al deducirlo, y lo que acabas de hacer es lo más hermoso que ningún ser vivo ha hecho por mí, pero si esto va a terminar en más disputas… No quiero que el recuerdo de la vez que volví a los patines se manche con nada.
—En ese caso... —Nukey se puso de pie, tomando a Freya por la cintura para alzarla y depositarla de pie a su lado.
Ella, instintivamente, acomodó las cuchillas de los patines para que no se deslizaran.
—En ese caso, hablemos y, si al final de esta cita no te sientes del todo cómoda con la idea de patinar, no lo hagas.
—¿Es esto una cita?
—Esto será lo que tú quieras que sea.
De nuevo, Freya sintió que con esa frase él respondía a más de una pregunta.
Y ella necesitaba muchas respuestas.
—¿Por qué? —inició el interrogatorio—. ¿Por qué me trajiste aquí? ¿Por qué haces esto por mí? ¿Por qué quieres pasar este día conmigo?
—Porque voy a hacer algo por lo que te enojarás conmigo. Tal vez tanto como para apuñalarme.
—Por el amor a Ara, Nukey, ¿tú no aprendes?
—Te enamoraste de tu enemigo, Freya, ¿qué creíste que iba a suceder?
—No eres mi enemigo... —Freya sintió el calor de todo un desierto condensarse en sus mejillas—. Y no estoy enamorada de ti. Eres enemigo del reino, y sí, siento una fuerte atracción hacia ti pero todo tiene un límite y...
—Y por eso estoy aquí, para avisar la guerra.
Ella se quitó los brazos de Nukey de encima, deslizando sus patines un par de veces hacia atrás para crear distancia entre ellos.
Aunque no lo admitiera, cada desliz de la cuchilla sobre aquella imitación de hielo era como un acorde conjurado en su sistema nervioso.
—¿Es esto una especie de broma de mal gusto? Porque no me estoy riendo, ya que no le hallo la gracia.
—Qué hermosa te ves cuando discutes conmigo —repuso él antes de relamerse.
—Debes trabajar ese ego porque no concibo que creas que va a funcionarte. Si crees que por venir a avisar que mañana vas a darme un puñetazo en la cara no voy a odiarte por ello, tu desequilibrio mental está más grave de lo evidente.
—Lo que quiero es que confíes en mí.
—¿Que confíe en que vas a traicionarme? Dalo por hecho.
Nukey avanzó caminando hacia ella, logrando que ella se alejara patinando en retroceso.
Cuando se detuvo, él contestó diciendo:
—Quiero que confíes en que estoy enloqueciendo por ti, y que no quiero luchar más contra ese destino.
Ella negó, deslizando sus patines para rodear a Nukey y quedar a su espalda.
—Freya —dijo él volteando.
—No entiendo lo que quieres, Nukey.
—Quiero que, si alguna vez me ves haciendo algo que podría lastimarte, confíes en que tengo una razón.
—Yo también tendré una razón en dado caso: una razón para volver a apuñalarte.
Él rio, y Freya no pudo sentir desagrado por esa risa.
Entonces se alejó patinando, y él la persiguió; no corría, le daba su espacio mientras avanzaba pacientemente hacia ella, pero no por eso se contuvo de hablar.
—Freya, mi vida, estoy siendo lo más honesto que puedo ser, aunque tú no lo entiendas así. ¿Me regalarías un poco de tu disposición para tomar esto con seriedad?
—Me... —Ella quedó paralizada un instante, los patines raspando la plataforma cósmica hasta sacarle chispas. Fue como si la hubiesen bañado en agua helada.
«¿Me llamó "mi vida"?», se cuestionó.
Tragó en seco, y dijo:
—Te escucho, pero intenta ser más transparente con la información que me compartes.
—Soy el mismo monstruo que viste cuando te asomaste a mi sombra y, en lugar de huir, te dejaste atrapar.
Ella asintió para que continuara, su corazón todavía desestabilizado por las palabras anteriores.
—Freya, quisiera decirte que puedo ser tan bueno como tú, que puedo simplemente quitarme la máscara y dejar de vestir la sangre de mis víctimas, renunciar a la ambición, a la sed, a estos pensamientos obscenos que atraviesan mi mente cuando veo tu hermosa carita, dejar de disfrutar del daño que hago hacia quienes, en mi criterio, se lo merecen; pero no puedo, preciosa, porque eso sería mentir, y soy un asesino, pero no un mentiroso. Me gusta que mis presas me vean venir, me gusta dormir sabiendo que gané porque soy inevitable, y no un tramposo.
»Una vez te dije que debías conocer el pasado de Israem porque es importante que sepas quién es el hombre con el que querías criar tu hijo. Pero ahora no estoy pensando en él, en lo absoluto. Quiero, Freya, que no te quede ninguna duda de quién soy para que, cuando me elijas, lo hagas con la máscara incluida. Porque no tendrás solo a Nukey. Si me tienes, seré tuyo enteramente. Eros. Caelum. Enmascarado. No importa cómo me llames, seré tuyo y solo tuyo. Pero debes querer el conjunto de mi identidad, o romperme el corazón de inmediato para que pueda pasar el resto de mis vidas intentando olvidarme de ti.
Freya arregló el ángulo de sus patines para quitar el seguro. Lentamente, su cuerpo fue desliándose hacia Nukey.
—No puedo creer que estés hablando en serio —dijo para exteriorizar sus inseguridades.
—No he hablado tan en serio en mi vida, mariposa. No es juego cuando te digo que soy una controversia ambulante, inmoral, irrespetuoso en muchos aspectos. Y tú tan recta, tan honrada, y tan empática... Y me encantas así, la maldita Ara es testigo de lo mucho que me fascinas tal cual. —Rompió la distancia entre ellos, sus manos sosteniendo el rostro de Freya—. No quiero que cambies, pero debes preguntarte si en tu esencia hay espacio para aceptarme a mí tal cual soy. Y si eso es posible, debes saber una cosa: tengo límites. Sí los tengo. Mi límite eres tú. Y quisiera contarte más, pero... no puedo, Freya.
Entonces la soltó, dejándola con la mirada perdida y el alma desestabilizada.
—Pero pregunta. Intentaré responder tanto como me sea posible.
—¿Vas a matar a alguien? —preguntó Freya en referencia a lo que él prometió que haría pronto.
—Define «alguien».
—¿Hablas en serio? —se quejó ella, pero, aunque no fuera consciente, estaba sonriendo. Lo quisiera admitir o no, él estaba influyendo en ella tanto como ella en él.
—¿Qué esperabas? No puedo prometer no matar a nadie. ¿Puedes tú prometer no comer más?
—Sabes a lo que me refiero. No hablo de matar para cumplir la cuota de tu maldición, hablo de matar como parte de tu macabro plan, así como sucedió con los esclavos.
Él guardó silencio.
Ella arqueó su ceja con impaciencia.
—Mañana no.
—Por los senos de Ara —dijo ella llevándose las manos a la cara e inspirando profundo para mitigar su frustración—. ¿Qué estoy haciendo...?
—Estás conociéndome.
—Y se me está dando fatal, porque no me dices nada.
—No haces las preguntas correctas.
Ella gruñó exasperada.
—¿Vas a atacar a mis hermanas? ¿A dañarlas de algún modo?
—Mi límite eres tú, y el tuyo son ellas. ¿Tú qué crees?
—Sin acertijos, estrellita. Responde.
—Freya, quiero formar una familia contigo, no empezaré lastimando a la tuya. No. No tiene nada que ver con ellas.
Freya había quedado sin aliento por un instante de esa declaración.
Iba a discutir al respecto... pero prefirió fingir que no había pasado.
—El alto lord de Polaris, ¿por qué? —interrogó.
—Sé cómo lo ves tú, ¿de acuerdo? Pero debes entender cómo es desde mi punto de vista. Soy el enemigo más grande de la corona, el asesino del rey, solo el más grande opositor de la monarquía podía alinearse a mis ideales. Ese hombre tiene un imperio, un sinfín de recursos, hombres y casas poderosas leales a su familia. Él me financió por muchos años a cambio de mis servicios, es el motivo de que eventualmente amasara tal fortuna para arreglar la vida a esos a los que llamo mis estrellas caídas. Eventualmente se hizo... personal, digamos. Me ofreció un trabajo más grande y lo tomé.
Freya mordió su labio mientras lo consideraba.
Él le parecía honesto, pero, ¿podía darse el lujo de confiar en su intuición?
—Nunca me pareció que pidiera nada que no sea razonable —añadió él—. Jamás me pidió violar a una anciana o matar a un bebé, ¿entiendes?
—Y supongo que no me dirás qué nuevo trabajo es ese, que claramente me involucra.
—No puedo.
—Nukey, pero...
—No, tú escucha. —Él la encaró y Freya tuvo que trabar los patines para no echarse hacia atrás intimidada—. Tendrás que confiar en mí, la confianza implica elegir, significa que escoges creer aunque te falte información. Elige creer, Freya. Confía en mí.
«Que Ara tenga misericordia de mi alma», pensó Freya antes de decir:
—Sí. Confío en ti.
Él se tomó un segundo para procesarlo, pues no creía lo que oía.
Y en ese segundo, Freya entró en pánico.
Así que lo señaló y le dijo:
—Si estás jugando con mis sentimientos, la herida en tu pecho quedará como un rasguño al lado de lo que planeo hacerte.
—Qué futura esposa tan romántica la que tengo yo.
Ella gruñó, molesta.
—No digas esas cosas.
—¿Por que...?
—Porque me ilusionas, y eso cuenta como jugar conmigo.
—Quiero jugar con todo tu cuerpo, Freya, salvo con tu corazón. Quédate tranquila, que cuando hablo de futuro no es para que te ilusiones, es porque ya lo estoy yo.
Freya sintió el impulso de vomitar. Todo su cuerpo se llenó de pánico, de asco, de temblores y un calor que no era agradable.
Así que dio media vuelta para intentar alejarse tanto como fuera posible encima de la plataforma en el cielo.
—Freya.
Nukey la tomó del brazo y la hizo voltear, pero ella se resistió.
—No, para.
—¿Qué sucede? —indagó él con sus ojos entornados.
—Quiero que pares, ¿no entiendes? —le gritó ella mientras se alejaba a toda prisa de vuelta al gripher.
—De acuerdo, paro... ¿Pero qué mierda se supone que es lo que estoy parando?
Ella se detuvo y, al contrario de su impulso inicial, esta vez patinó a toda velocidad de vuelta hacia el asesino, como si quisiera iniciar un combate cuerpo a cuerpo.
—Tú y tus... —Lo señaló acusatoria—... habladurías a futuro. Me haces daño, ¿entiendes? No puedo seguir escuchando eso.
—¡Bien! ¿No quieres que hable a futuro? Hablemos del presente. Sé mía.
Ella echó el rostro hacia atrás por el impacto de aquella desfachatez.
—¿Qué?
—Quiero que seas mía, Freya Cygnus, aquí y ahora.
—Te volviste loco.
—No, ¡tú! Tú me vuelves loco, y cada vez me pones peor.
Ella soltó una risa nerviosa y empezó a negar con la cabeza.
—Yo no he hecho nada.
—No interesa, sé mía.
Freya meneó las manos como si espantara insectos que la atormantaban.
—Basta, Nukey, ¿no entiendes que me duele?
—¿Qué es lo que duele?
—No puedo ser tuya, necio, estoy casada con el maldito rey.
Él dio un paso más hacia ella.
—Eso es un conflicto para niños. El hombre que tienes frente a ti no va a perderte por una estupidez como esa. Que sea un paso a la vez. Justo aquí, en este instante que es nuestro y con las estrellas de testigo, te pido que me elijas, Freya Cygnus.
—Nukey... No digas esas cosas, te lo ruego, me pondría de rodillas solo para que pararas.
—¿Es eso lo que quieres? ¿Que me arrodille?
—¡No! —jadeó ella con el corazón en la garganta—. Quiero que pares.
—¿Por qué?
—Solo... Debes saber que mi boca dice una cosa que mi corazón no aprueba, pero es lo correcto, y esa cosa es no.
—¿No?
—No.
—Hago constar que lo intenté por las buenas.
Y se lanzó a besarla.
Ella no solo no lo detuvo, sino que lo correspondió como jamás lo había hecho.
Y se besaron, en confidencia con las estrellas y sus corazones como cómplices. Ya se habían demostrado el deseo entre ambos, pero sus labios jamás conjuraron pasión y complicidad semejante a la que surgió de ese beso.
—Sé mía —dijo él entre su boca, las manos frenéticas recorriendo el rostro y el cabello de la reina como si tuviera un tiempo límite para ello.
—No puedo... —musitó ella, profundizando el beso entre ambos.
—Pero eres mía.
Ella jadeó, y se atrevió a recorrer la boca de Nukey con su propia lengua.
—Dilo —insistió él.
—Pero...
Él la mordió con agresividad.
—Escucha, bonita. —Él intercaló un profundo beso que era casi despectivo—. Si de tu boca lo que va a salir es un pero, será mejor que no la abras hasta buscarle un mejor uso.
Las manos de Nukey se aferraron a sus glúteos, alzándola con facilidad. Ella contribuyó enlazando las piernas a su torso mientras seguía besándolo.
—Dilo, Freya —insistió en medio del beso, los alientos de ambos fusionados en un mismo deseo.
Ella abrió la boca para responder, sin embargo, cuando el «pero» estuvo a punto de salir, decidió ocuparse mejor mordiéndolo a él.
Y se deleitó con el gemido ronco que eso le produjo.
Se separaron por ese instante, y entonces él la miró.
La miró de verdad, como nadie jamás lo había hecho.
—Eres bastante agresiva —se quejó él limpiando la sangre de su labio.
Ella no se disculpó.
—Tal vez deberíamos...
—Estoy enamorada de ti.
Él quedó congelado; la mano en su labio, los ojos en ella, el corazón en su boca.
—Te tengo mucho miedo, pero mi corazón no entiende la diferencia entre el pavor y el desequilibrio que me ocasionas. Estoy enamorada de ti, pero no puedo hacer nada al respecto.
Él negó con la cabeza y volvió a ella, esta vez para abrazarla.
—Voy a decir algo que espero escuches con atención —dijo él acariciando el cabello de Freya.
—Te escucho.
—No lo puedes besar, no te acostarás con él. No me importa que él sea tu esposo, o lo que digan la ley y las estrellas: eres mía y no tocarás a nadie más.
Ella alzó el rostro para mirarlo.
Le estaba hablando muy en serio.
—Di que lo aceptas. Necesito una confirmación verbal.
Ella se mordió el labio.
¿Qué estaba haciendo? Era una locura siquiera considerar algo así.
Y, sin embargo...
—Si es lo que quieres, él no volverá a tocarme.
Esas palabras hicieron volver la medialuna en la boca de Nukey.
—¿Podemos sentarnos? —pidió ella.
Él entornó los ojos.
—Tengo una pregunta imprudente para ti, pero no quiero presionarte o incomodar —explicó ella—. Si es demasiado, solo ignórala y háblame de algo de comida. Entenderé el mensaje.
—Quieres que te hable de mi pasado.
—¿Cómo lo...? —Ella se detuvo, tomando aliento para lo demás—. Sí. Si quieres hacerlo.
—¿Puedo preguntar por qué?
Ella se encogió de hombros con el cosquilleo de una sonrisa en los labios.
—Porque quiero conocer a quién le pertenezco, y el pasado hace al presente.
Él se mordió los labios con la vista fija en la boca de ella.
Pero sabiendo lo que venía, prefirió sentarse.
—¿Necesitas ayuda para sentarte? —le preguntó a ella.
Pero Freya fue ágil al maniobrar su cuerpo con los patines y acabar sentada junto a Nukey.
—Necesito que me guíes —dijo él posando las manos detrás de su cuerpo y la vista en las estrellas—. No sé por dónde empezar.
—Eres un príncipe —apuntó ella—. Lo sé, ya me lo dijiste, pero... creo que recién caigo en cuenta de todo lo que eso implica.
Él adoptó una expresión inhóspita al respecto.
No la miró en ningún momento de la conversación.
—Estoy más orgulloso de mi vida como huérfano, mendigo, ladrón y asesino que como príncipe.
—¿Te refieres a tus años como Caelum o a tu vida como Eros? —indagó ella, aprovechando que él estaba mirando al cielo para quedarse contemplando su perfil—. Porque fuiste príncipe en ambas vidas, ¿no?
—Así es.
Él estaba solemnemente extraño, y Freya no sabía gestionar eso.
—Lamento si este tema es demasiado. Lo hablaremos en otro momento.
—No, descuida. Dije que puedes preguntar lo que sea y es verdad.
Pero seguía sin mirarla.
—Verás, ambas vidas fueron... miserables en su riqueza. Sabes que mi nombre real es Caelum Corvo, pero no te di demasiados detalles de cómo fue mi vida antes que decidiera empezar a llamarme Nukey.
—Es cierto. Solo me hablaste de que tu padre murió... y que no sabes del paradero de tu madre —dijo ella, aún sabiendo que esa última parte era mentira. Ella presenció la ejecución de ambos.
—¿Eso dije? —Frunció el ceño y por ese momento sí miró hacia Freya—. Lo lamento, invento muchas historias sobre mis padres dependiendo de la identidad que finja interpretar por trabajo. Pero ambos murieron. A la vez. No te ofendas por la omisión, mis padres en esta vida me eran tan indiferentes como yo a ellos, pero al menos afronté la adolescencia con más mérito que en mi vida pasada. En esta no fui un imbécil, altanero y clasista con complejo de dios del erotismo.
—A mí me parece que te estás describiendo perfectamente, solo quitando la parte de los clasista.
Él sonrió con cinismo.
—Dije «no fui» nada de eso en mi adolescencia, pero eventualmente recuperé el camino.
Ella rio y se sintió tan cómoda como para pegarse más a él, sus hombros rozando.
—Lo que intentas decir es que en tu vida pasada, donde te llamabas Eros, sí eras todas esas cosas, ¿no?
—Lo fui, sí. A veces, incluso déspota y cruel. Pero odiaba matar, Freya. Me resultaba nauseabundo; tanto, que cada uno de mis actos de odio al mundo eran en sí mismo una rebeldía contra mi maldición.
—¿A qué edad... llegaron esos recuerdos?
Él evadió esa pregunta lo suficiente para tumbarse. Quedó acostado, con las manos debajo de la cabeza y la vista en el cielo.
—Siempre lo supe. En mi vida pasada, al menos. Siempre supe de dónde venía y por qué, aunque lógicamente la maldición tardó en desarrollarse. Y me odiaba. Me odiaba por haber sido despreciado por mis padres. Me odiaba por tener este cuerpo perecedero. Me odiaba por haber llegado al mundo a matar y destruir.
»Pero esa vida fue la mejor, en teoría: era un príncipe igual que ahora, pero era heredero. Era terrible persona, pero tuve una familia humana que me amó...
Ahí se detuvo, y Freya tuvo miedo de que su sola respiración pudiera detonar un dolor en él.
Esa vez era él quien tenía preguntas.
—¿Cómo supiste de la reina Amidala? La mencionaste en nuestra discusión por los esclavos.
—Mi embajador me contó la fábula de Caím y Eros Scorp —contestó ella sin ninguna disposición a mentirle—. ¿Es cierto? ¿Ese hombre eras tú?
—Lo era, pero esa fábula es una mentira.
—Lo sé.
Él la miró extrañado.
—¿Cómo podrías saberlo? Te dije que era una mala persona.
—Pero no un asesino. No por elección.
—¿En serio confías en mí?
Ella le sonrió, y se inclinó sobre él para dejar un beso sobre sus labios.
Si ella era suya, él era tan de ella como para que pudiera hacer eso sin miedo.
—Yo sé que en el presente ya disfrutas matar —le contestó Freya cerca de su boca mientras acariciaba su rostro—, pero incluso ahora siempre tienes una razón para hacerlo. Si realmente mataste al hombre que se hizo llamar tu padre, sé que se lo merecía.
—Freya... —Las palabras sobraban para él, así que arrastró a Freya hasta que la tuvo acostada contra él en un abrazo—. Soy tan afortunado de tenerte, mariposa.
—No digas esas cosas, mereces más personas dispuestas a creer en ti.
—Soy consciente de haberme ganado mi reputación a pulso —dijo él—. Pero tú tienes razón.
Le dio un beso en la frente y la dejó acostada sobre su brazo mientras volvía su vista al cielo.
—En mi vida pasada, mi padre no fue un mal padre, en realidad. Fue muy correcto e ideal. Pero mi madre era mejor. Por desgracia, él se enteró sobre mi maldición tarde, y al descubrir que mi madre siempre lo supo, la asesinó. Yo no podía creer que personas buenas hicieran cosas tan malas, una vez llevadas al límite correcto. Pero eso me ayudó a reconciliarme con el monstruo que llevaba oculto por dentro, esperando en las sombras para atacarme con esa hambre de miedo tan impetuosa.
»Caím era todo para mí, incluso por encima de mi madre. Mi hermano. Mi amigo. Mi confidente. Cuando se enteró de lo que nuestro padre había hecho él me propuso un plan.
Nukey calló un tétrico instante mientras los recuerdos volvían.
—¿Te pidió asesinar a tu padre?
—Asesinarlo, sí, pero esa solo era la superficie de nuestro acuerdo. —Nukey hizo otra pausa para sonreír al cielo con un semblante que era triste y lamentable junto a sus ojos cristalizados. Era un recuerdo que, una vida más tarde, todavía le afectaba—. Yo era el asesino de los dos, así que yo lo haría, pero nosotros como herederos de la familia en consenso decidiríamos no tomar cartas en el asunto. A cambio, en honor a nuestra hermandad, gobernaríamos juntos, un año cada uno hasta el fin de nuestros días. Pero como yo era el heredero, Caím dijo que, para «confiar más tranquilamente» en que cumpliría mi parte, lo justo era dejar que él gobernara el primer año...
—No puede ser...
Nukey arrugó el gesto mientras una única lágrima lo atravesaba. Estaba tan rojo que daba la impresión de que había dejado de respirar.
—Él te engañó —concluyó Freya—. Usó su año de mandato para traicionarte, encarcelarte y condenarte a muerte.
—Sí... —contestó él en un hilo de voz.
—¿Por qué las estrellas permiten esto en tu vida? —se quejó ella con dolor, abrazándose con fuerza a Nukey.
—A las estrellas no les importa nada más que su maldita jerarquía. Ya estoy reconcialido con ese hecho, aunque me tomara más de un siglo llegar a ese punto.
—Mi Eros... —murmuró ella acariciándolo en medio del abrazo—. Mi príncipe. Mi Caelum. Mi asesino. Mi Nukey. Mi enmascarado... Mío.
Él sonrió, negando con los ojos cristalizados hacia las estrellas mientras en sus labios se formaba una sonrisa.
—Tuyo, Freya.
Esa misma velada, Freya voluntariamente volvió a los patines.
Un estiramiento, luego otro, y empezó a desplazarse.
Tomó impulso por toda la pista mientras sus músculos se estiraban y calentaban, su corazón acelerando, su respiración agitándose.
Freya dominó la pista de patinaje como las nubes cabalgan el cielo.
Se desplazó con soltura, patinando en retroceso para tomar impulso, dio una patada hacia adelante, los brazos totalmente extendidos por encima de su cabeza, y entonces todo su cuerpo se alzó con un salto triple.
Uno de los saltos más complicados del patinaje, el que había practicado hasta que le sangraron los pies en su infancia.
Lo había extrañado. Había soñado toda su vida con volver a patinar, había llegado a pensar que ese deseo seguiría siendo nada más que un sueño toda su vida.
Luego del primer salto, inició el frenesí; Freya combinaba movimientos líricos dignos de un cisne con saltos con mayor velocidad a la entrada, combinados con otros como si fuera tan natural como respirar. Cada movimiento era una extensión del alma de Freya, expresándose, gritando por ella; por primera vez desde su llegada al reino de Jezrel, era enteramente libre.
Libre, y grandiosa. Una mariposa con alma de cisne.
Rotaba sobre su propio eje, acelerando.
Un giro...
«Por mis hermanas».
Otro giro...
«Por mí».
Y otro...
«Por el bebé en mi vientre. Por aceptarlo. Por protegerlo».
Mientras sus movimientos se aceleraban, el tiempo se detenía.
Lo veía todo, todo con claridad. Cada momento en el que había sido feliz, porque lo había sido.
La sonrisa de Atticus, el humor de Elius, el apoyo incondicional de su embajador, la conexión con Eva. La figura de Isidora, las horas leyendo en el Archivo, la gratitud de los esclavos y la visita de su familia...
Los giros pararon con la pierna de Freya en un medio split perfecto mientras ella sostenía la punta de su pie en alto.
En esa posición final, sintiendo las paredes de su corazón fracturar la crisálida, miró a Nukey.
Él era esa otra razón de su felicidad. A pesar de todo.
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Nota: No me digan que no están llorando conmigo. Comenten cada párrafo, no se olviden de dejar sus teorías. Díganme qué les pareció este cap.
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