63: Nuera de Canis
La princesa Gamma Cygnus entró al consultorio vistiendo su ropa de entrenamiento: una coleta desastrosa que cumplía deficientemente la función de apartarle el cabello de la cara, húmedo de sudor y espolvoreado con pecas de rubor por el esfuerzo físico; llevaba pantalones de algún guardia, sujetos con una soga a la cintura, y una camisa anudada a la espalda para que no le quedara como un vestido. Para disimular su apariencia en la corte, usaba una túnica cada vez que iba o salía del granero donde recibía sus clases de vuelo y entrenamiento físico para no perder su hábito.
Ella iba con toda intención de saludar al rubio simpático, pese a su extraño desempeño social, cuando se dio cuenta de que quien estaba en la recepción del consultorio veterinario era un hombre distinto.
Era de piel oscura, con el cutis más perfecto que la princesa hubiera visto jamás, y una línea indeleble en los labios: el tatuaje de la única expresión que había en su rostro. El parche y la mano falsa eran lo menos intimidante, pues su musculatura había bebido del ejercicio toda su vida.
—¿Viene tu representante contigo, niño? —preguntó el hombre ubicado entre el mostrador y los anaqueles de medicamentos.
—Ja, ja —dijo Gamma Cygnus quitándose los tirabuzones de cabello que se interponían en su campo de visión—. No admito críticas de nadie que no me saque por lo menos media cabeza de altura.
—La mierda de un sirio me importa más que saber si pretendes «admitir» mi crítica.
La princesa suspiró entre el asombro y la diversión por tan elocuente respuesta.
—Déjame adivinar —dijo Gamma apoyando sus brazos del mostrador con plena confianza—. ¿No desayunaste?
—¿Qué carajos quieres?
—Lo que imagino que vienen a hacer sirmpre las personas aquí, disfrutar de la exquisita atención al cliente.
El ojo sano del hombre se entornó como quien tensa la cuerda de una flecha. La princesa, en lugar de intimidarse, le obsequió una sonrisa que desnudó cada uno de sus dientes. Si es que puede llamarse obsequio a tal imagen, puesto que esa clase de sonrisa en Gamma era el equivalente a imaginar un tiburón mirándose en un espejo.
—Ah. Tú eres la hermana.
—Lo dices como si me informaras que he contraído una enfermedad venérea.
—Prefiero la enfermedad a tener a esa por hermana.
Gamma dio un par de golpecitos en el mostrador como para atraer la atención del hombre, e inmediatamente después lo apuntó con su dedo para enfatizar sus palabras.
—Esa es tu reina, Míster Músculos. Y además es una mujer demasiado simpática para lo cara de culo que son todos en este reino.
—Si no le gusta, «mi reina» puede regresarse a su congelador.
—Te lo dije, ella es demasiado simpática incluso para admitir si quisiera irse.
—En mi pueblo a eso le llaman hipocresía.
—¿Y cómo te llaman a ti en tu pueblo? Porque el nombre que te darían en mi pueblo está entre las palabras que una princesa tiene prohibido repetir.
—¿Ves mi cara? —señaló el hombre sin un ápice de mutación en la expresión qud había tenido desde que la princesa entró al lugar—. Es la sorpresa que me produce descubrir que tienes modales, después de todo.
—Y tú tema de conversación. Y yo que decía que la simpática era la hermana mía.
—¿Vas a comprar algo o solo viniste a joder?
—Te dije, vine por la atención.
—En ese caso...
El hombre se dio la vuelta con intención de dejar solo el consultorio, pero a último momento se giró y captó a Gamma a medio ademán de echar la mano al otro lado del mostrador.
El hombre se cruzó de brazos, escrutando a la princesa con su ceja arqueada.
—De princesa a ladrona.
Ella se excusó con una sonrisa inocente señalando el tintero y su pluma junto al cuaderno de cuentas.
—Solo quería tomar la pluma, lo juro.
—Lárgate de aquí.
—No puedes echarme, soy una princesa.
—Di dos palabras más y te demuestro cómo sí que puedo echarte con los ojos cerrados.
—Al menos solo debes hacer el esfuerzo de cerrar uno.
El emotivo momento fue interrumpido justo cuando los dedos del hombre se cerraban en un tenso puño con intensiones poco lícitas. No pudieron cumplir su cometido, pues justo entraba Elius con una bandeja de pastelitos de colores chillones envueltos en crema, azúcar, chispas y hojuelas.
Eran nueve en total, y cada uno de estos pastelitos tenía encima una letra comestible: T, Y, G, E, R, U, S, T, H.
Nada más ver esto, el hombre que atendía a la princesa perdió la tensión en su puño y en cambio casi se le desprendió la mandíbula de tanto abrir y cerrar la boca.
—Elius.
—Tyger.
—Dime, por favor, que no hiciste pastelitos con mi nombre.
—Como no puedo decir eso, diré que estoy orgulloso de que ya sepas decir por favor.
—A veces dudo entre si eres así de ingenuo o una mente maestra del engaño.
Elius le tendió un pastelito amarillo que Tygerusth miró como si le estuviera ofreciendo una gallina viva.
—No comeré esa bola de crema y azúcar.
Elius abrió la boca ofendido.
—Pero si le hice alitas.
—Oh, lo siento. En ese caso: no comeré esa bola de crema, azúcar y alas.
Elius pareció notar recién la presencia de Gamma, quien se había arrimado tanto hacia el mostrador que ya tenía el tintero en sus manos.
—Princesa, no había notado su inoportuna presencia. Lo lamento.
Gamma se detuvo a procesar lo oído, absorta en el debate interno entre si había sido saludada con educación o si acaban de pedirle discretamente que se marchara.
—Descuide, lord mano —contestó a pesar de saber que ya Elius no era la mano del rey—. Yo me disculpo por interrumpir. No sabía que tenía visitas.
—Tygerusth no es visita —dijo Elius riendo.
—Oh. No sabía que tenía pareja. Con más razón, qué inoportuna he sido.
La cara de Tygerusth sufrió un espasmo que tensó los músculos de su mandíbula al oír aquello.
—Si me permiten, voy a suicidarme.
Elius interceptó a Tygerusth con un medio abrazo, dejando los pasteles en el mostrador junto al tintero.
—Tyger no es mi pareja. Ara no me odia tanto para darle a mi vida un amor con sabor a hiel, sal y vinagre.
—Yo desayunaría esa sal, la hiel y el vinagre solo para librarme de una pareja como tú —espetó Tyger agachándose para zafarse del abrazo y dejándolos solos.
—Espera —insistió Elius alzando la voz—. ¿Qué se supone que haga con todos estos pastelitos?
—Puedes introducirlos por tu recto, no es mi problema.
—Lo haría, pero ya no me queda espacio. ¿Dónde crees que guardo todos tus comentarios despectivos?
Tyger quedó petrificado mirando a Elius entre el espanto y el desconocimiento. La broma le había parecido excesiva viniendo del rubio amable que hacía pastelitos y salvaba animales.
Al final solo sacudió la cabeza y se retiró llevándose sus comentarios justo donde Elius dijo que se los guardaba.
—Está progresando su amabilidad —dijo Elius a la princesa.
—Ni falta hacía que lo señalaras, si es evidente.
—Ay, creí que solo yo me daba cuenta —comentó Elius ilusionado—. ¿Un pastelito?
Gamma parpadeó varias veces, incrédula de la ingenuidad del veterinario, pero de todos modos aceptó el pastelito.
—Era broma, te aclaro —dijo ella luego de dar un mordisco al pastel—. Ese tipo parece que desayunara, efectivamente, vinagre.
—No lo tomes personal, está triste, no molesto.
—Es la persona triste más extraña que he conocido.
—Es una historia larga... Te lo contaría, pero antes quiero saber qué haces en mi consultorio. Sola. ¿Te escapas de tu hermana?
—¿La verdad? Venía a robarme un medicamento alucinógeno para el dueño de El bardo violento, a cambio de un barril de cerveza roja, la cual jamás he probado.
—Si esa es tu táctica como ladrona, avisarle al dueño, me parece muy de principiante.
—Al otro le habría robado sin remordimiento, pero luego entraste tú exhumando ternura y repartiendo bolas de crema, azúcar y alas, y me dio la impresión de que robarte un caramelo a ti equivale a un pase directo a la prisión cósmica.
—Niña, ¿no eres algo así como doblemente rica? ¿Cuál es la necesidad de robar?
Gamma suspiró. Si le pagaran un anillo por cada vez que alguien le hacía esa pregunta, sería triplemente rica.
—Se podría decir que sí, lo soy, ¿pero dónde está la diversión en pedir todo lo que se te antoja? Me gusta probarme que puedo sobrevivir como indigente.
—Y yo que pensaba que tu hermana era rara.
—Lo es, no te dejes engañar por sus palabras rimbombantes.
Gamma se subió al mostrador, asomándose de cabeza al otro lado hasta que su tren superior quedó colgando y sus manos pudieron escarbar en los cajones.
—¿Qué haces? —cuestionó Elius al ver que Gamma seguía colgando de su mostrador.
—El que ya no pretenda robarte no significa que tenga intención de irme —contestó la princesa, su voz apenas un eco que se proyectaba desde el mostrador, mientras sus manos seguían buscando alguna otra cosa—. Estoy esperando la larga historia de tu inquilino.
—No es gran cosa… —Elius se quedó mirando los pies de Gamma, y algo en la imagen de la princesa colgando de su mostrador lo hizo suspirar, renunciando a su reticencia—. Te contaré si prometes no decirle nada a tu hermana.
—¡Sabía que debía haber uno de estos por aquí!
Gamma retrocedió impulsándose con las piernas, manteniendo el agarre firme en los compartimentos. Con un movimiento giratorio que podría haber comprometido la integridad del consultorio, aterrizó al otro lado del mostrador.
Tenía un bisturí en la mano.
—¿Qué es lo que no le puedo contar a mi inocente hermana? ¿No es tu amiga?
—No, apenas nos estamos llevando menos mal, pero no somos amigos. Respete.
Gamma lo miró muy extrañada, temiendo que estuviera pasando algo grave en su cabeza.
—Además, no le oculto esta información a la reina porque sea algo que la perjudique, solo... Ella no lo entendería.
—Ajá... —contestó la princesa con expresión de que de hecho no estaba entendiendo nada.
Ella empezó a quitar los pastelitos de la bandeja frente a los ojos curiosos de Elius, que de todos modos no intentó detenerla.
—Digamos que Tygerusth no es estrella de la devoción de Freya. Tienen una historia pasada. Ya escuché la versión de ella, pero también me permití escuchar la versión de él, y te aseguro que es un buena persona. Perdió a su amada, y perdió... a su gripher. Digamos que me siento culpable por esa última parte. No pude salvarlo aunque estaba seguro de que estaría bien. Así que decidí no entregar a Tyger sino dejarlo aquí un tiempo, haciendo trabajo comunitario, en especial en el consultorio y con los griphers.
Gamma dejó la bandeja vacía en el mostrador, usándola para ver su reflejo mientras, con la pluma llena de tinta, se hacía un delineado en un ojo, usando el bisturí como apoyo para que le quedase una línea recta.
—¿Y si le digo a mi hermana? Cosa que pretendo hacer, te aviso. No sé quién es ese "Tyger" —dijo Gamma imitando la voz de Elius—, pero sí mi hermana estima que es una mala persona, yo confío en su criterio y ella tiene derecho a saber si tiene enemigos cerca. No la pondría en peligro. Solo te aviso, por si Míster Músculos te importa y prefieres sacarlo del reino antes.
Elius negó, metiendo las manos en su bata con una tranquilidad que era a la vez la paz de una consciencia limpia y la tormenta de una renuncia.
—Dile si eso quieres, ella va a enterarse tarde o temprano. Si ella quiere, que venga a verme, pero Tygerusth se quedará aquí mientras yo pueda decidirlo.
Gamma hizo una pausa antes de hacer el delineado de su otro ojo, mirando a Elius con una especie de pesar que la hizo reconsiderar su decisión de informar a su hermana.
—¿Por qué se quedó? No parece que se lleven muy bien.
—No parece que se lleve bien con absolutamente nadie, pero tiene matices. Me agradan esos matices. Además, no tiene razones para irse. En su opinión, ni siquiera tiene razones para vivir.
Gamma suprimió la tristeza y con indiferencia aparente se hizo el segundo delineado.
—Debes saber que él pagó con su mano, voluntariamente, el error que cometió con Freya. Solo te pido que no la molestes con este asunto todavía. Él se está adaptando bien.
Gamma pensó que ella debía tener una definición equivocada de lo que es adaptarse, porque ese tal Tygerusth parecía de todo menos adaptado.
—De acuerdo —dijo Gamma dejando la pluma de vuelta en el tintero—. Yo no le digo nada a mi hermana de tu inquilino hostil, incluso la mantengo alejada de aquí, y tú a partir de ahora me das clases de vuelo.
—Tengo entendido que ya tienes un entrenador.
—Sí, auspiciado por la corona, lo que es igual a decir que me enseña lo que viene antes de lo básico.
—Yo no puedo, estoy demasiado ocupado con el negocio, pero Tyger es un jinete de primera y además sabe mucho de artes marciales. Podría pedirle que te ayude.
—¿Pedirle o exigirle como parte de su trabajo comunitario?
—¿Te importa?
Gamma fingió que lo pensaba por un momento.
—La verdad es que no. ¿Empezamos mañana?
Elius asintió con una sonrisa.
—Sé que le hará bien este tiempo de calidad contigo, y la actividad física para variar. Serán buenos amigos.
—Y adoptaremos un gripher con tu nombre —se burló ella, aunque Elius no pareció captar la ironía en su comentario.
La princesita Cygnus fue hasta la salida del consultorio, pero a último momento se giró hacia Elius y se sacó un frasco lleno del píldoras que tenía en el bolsillo.
—Excelente lugar, pero necesitas mejor vigilancia.
—Te vi apenas las agarraste, así como sé que tienes un pastelito en el bolsillo interno de la túnica. Solo no quise dañar momento de gloria como principiante.
—Sirios. Parece que sí voy a necesitar esas clases de tu ladronzuelo.
~☆♡☆~
Freya y Gamma estaban curioseando juntas en uno de los pasadizos del castillo. Era una de sus actividades de hermanas para hablar en completo secreto y, a la vez, descubrir secretos interesantes del castillo y sus habitantes.
A Gamma no le había pasado por alto el anillo rojo que llevaba Freya. No solo no era su anillo de casada, sino que el color le recordaba al rufián que luchó contra su honor en la boda.
Prefirió no hacer preguntas. No porque no quisiera conocer la respuesta, sino porque no se sentía preparada para no opinar una vez supiera la verdad. No quería acabar en una situación como en la que estuvieron Lyra y Freya.
Tampoco preguntó nada luego de que Freya tardara en el mercado. Había reconocido el mechón de aquel hombre que se les acercó, incluso su actitud cuando le ofreció la página del libro eran acorde a como asumía que sería la personalidad de aquel enmascarado que humilló al embajador en el duelo.
Era un hombre atractivo más allá de la máscara. Incluso con la máscara lo era, además de intrigante, pero, ¿por qué para Freya eso era suficiente para arriesgar su vida y la de su bebé? Gamma no lo entendía, y como no se creía capaz de entenderlo jamás, prefería no volver a tocar ese tema.
En un mundo ideal, quisiera que Freya pudiera elegir amar a ese hombre, incluso si era el incorrecto, incluso si se equivocaba de elección y este terminaba rompiendo su corazón. Pero no vivían en ese mundo. Vivían en Jezrel, y Freya era su consorte. La consorte de un reino donde existían impedimentos tales como la ley Medusa.
Ambas se detuvieron en un tramo del pasadizo donde había unas rendijas desde las que podían ver distintos ángulos de un pasillo a través de los ojos de las estatuas.
Detenerse no fue una decisión arbitraria, fue producto de ver a Isidora, la reina madre, justo en el instante en que era tacleado por un abrazo de Atticus, su sobrino.
—Atty, por favor... —refunfuñó ella tocando sus hombros con dos dedos intentando despegarlo como si fuera un cachorro mugriento. Pero el niño se aferraba con una sonrisa enterrada en el vientre de la reina. Y así, esta acabó por desvanecerse bajo ese abrazo, correspondiéndolo con la sonrisa más genuina y resplandeciente que Freya le hubiera visto jamás. Gamma, por su parte, ni siquiera recordaba haber visto a esa mujer sonreír—. ¿Qué me vas a pedir, mocoso?
Atticus rio, su risa amortiguada por el regazo de la reina madre. Estaba encorvado. A pesar de su edad, ya había dado un estirón que lo mostraba larguirucho, a la altura del hombro de Isidora.
—¿No puedo solo querer abrazar a mi tía favorita?
—Soy tu única tía.
—Favorita, única, es lo mismo.
—Estoy contando hasta tres y llevo dos y medio.
A Gamma no le pasó desapercibido que su hermana sonreía con la escena. ¿Le agradaba Isidora, o se estaba anotando la frase para futuras ocasiones?
—Quiero ir con Elius a las carreras de griphers, pero anda de vagabundo desempleado y dijo que esta vez no podrá pagarme la participación. ¡Y hasta usé la carta de lo importante que es para mi educación como veterinario saber volar!
—Y como no te funcionó con Elius, vienes a aplicarle la carta a Tía Pendeja.
Atticus se abrazó más fuerte a la tía, bajando el tono a la vez que aguzaba su voz con extra matiz de ternura.
—Es bueno —silbó Gamma. Y ella sabía del tema. Tenía un magister en manipulación filial.
—Sshh —la calló Freya, absorta en la escena.
—Es que sí es importante para mi educación —fue lo que contestó Atticus.
—Creo recordar que ya financio tus clases de vuelo. Sabes volar, no necesitas carreras.
—Estoy aprendiendo a volar, pero nada como el riesgo real...
—De caerte desde la altura de una torre y partirte el cuello para que Elius pueda perfeccionar sus cirugías contigo, ¿no? —culminó la reina madre—. Porque, hasta donde me alcanza mi vago conocimiento en medicina, tengo entendido que no te puedes operar a ti mismo.
—Pura mierda.
—¡Atticus! —La mujer lo tomó de los hombros y lo despegó de su cuerpo con firmeza.
—¡Patrañas, dije patrañas!
Freya reprimió una risa, y Gamma puso los ojos en blanco.
—¿Decías? —susurró Gamma con sarcasmo—. ¿"Ssshh", no?
Ante esto, Freya la miró con sus ojos entornados cual arma mortal.
—Puede que no tengas el título de un lord, pero eres un Belasius, jovencito —se escuchó decir a Isidora—. No puedes deshonrar el linaje con esas palabras de jardinero.
—Pero las aprendí de ti.
—A mí no me tengas de ejemplo, yo deshonré el linaje hace tiempo.
No solo Atticus rio de ese chiste, sino que Isidora también. Y se veía tan radiante, que era como si hubiera perdido todas las sombras de la edad que enturbiaban su rostro longevo.
Ahí estaba, justo en ese intervalo de risa, la mujer por la que se habían peleado un dios y un rey.
—Te voy a pagar la participación...
—¡Gracias, gracias, gracias! —Atticus la abrazó de nuevo, pese a que ella puso los ojos en blanco—. Cuando sea veterinario ahorraré todos mis sueldos y te pagaré.
—Si tu meta es pagarme algún día lo que me debes, deberás aspirar al sueldo del hombre que posee los griphers, no el que los cura.
—¿No fuiste tú quien insistió en que aprendiera de Elius?
—Como conocimiento extra, no como profesión. Lástima que saliste a tu madre y el cerebro te da para una cosa y media al vez, con algo de suerte.
—Oye, mi mamá es grandiosa. Sin ella, el castillo se cae a pedazos.
—Regla número uno del manual del buen hermano: puedes admirar a tu hermano, pero jamás confesarlo a este o a sus allegados. Ahora, ve a disfrutar tu carrera. Veo que viene un imbécil hacia acá, y no quiero enseñarte más de esas malas palabras. Diles que carguen todo al fondo de los Belasius...
—¡Gracias, gracias, te amo, eres la mejor!
Atticus ya iba a la carrera cuando Isidora dijo:
—Ah, y Atty...
—¿Sí?
—Haré que investiguen el origen del gasto. Si veo un solo cargo en alcohol, prostitutas o «medicina de la felicidad» yo misma veré que te deshereden.
—Descuida, todas esas cosas las consigo gratis en el consultorio de Elius.
—¡Atticus Belasius!
Él se va corriendo muerto de risa en lo que un nuevo individuo llegaba al campo de visión de las hermanas Cygnus. Estas intercambiaron miradas, como si en silencio se preguntaran si debían seguir presenciando esa escena.
Como ninguna sugirió lo contrario, siguieron atentas a lo que veían, pero inmediatamente la atmósfera se tornó distinta, ausente ya esa ligereza que había provocado la interacción entre Atticus e Isidora.
Entonces llegó un lord desconocido con un pergamino en la mano.
Lo más curioso no fue el hombre que llegaba con el pergamino en la mano tan hostilmente dirigido hacia Isidora, sino que de pronto se hiciera visible para las Cygnus lord Cedric, quien claramente estaba fingiendo interés en una pintura de la pared para poder estar al tanto del desenlace de la próxima conversación entre Isidora y el otro lord recién llegado.
—Queda notificada —dijo el lord junto a Isidora y lord Cedric, entregándole el pergamino a Isidora.
—¿Y esto es...?
—Lea el convenio. Las partes del consejo han votado para que desaloje el castillo de inmediato.
—¿Ah, sí?
—No hemos querido insultarla. Usted comprenderá, es la reina viuda, y ya es momento de que se retire y tenga su merecido descanso.
—Mmm... —dijo Isidora con una sonrisa de satisfacción, como si nada le complaciera más que esa idea.
—Si lee los detalles, notará que el consejo considera que justo ahora sus gastos exceden nuestra economía. No podemos sustentar su estadía en el castillo, así que su hijo le concederá una vivienda modesta en Polaris auspiciada por el alto lord.
—Claro... —Isidora asintió sonriendo—. ¿Te refieres a estos detalles?
Isidora rompió el convenio en dos y con altanería se sacudió los pedazos de los dedos, dejándolos flotar en el aire frente a ella hasta que alcanzaron el suelo, donde pisó varios con la punta de su brillante tacón.
—Eso, mi lord, es lo que opino de sus detalles.
—¡Pero, su alteza! Que rompa el acuerdo no significa nada más que una tremenda falta de respeto que hará que perdamos las consideraciones originales. Su resistencia hará que la exilien...
Isidora alzó la mano para detenerlo, y cuando el hombre hizo ademán de volver a hablar, ella cerró la mano en un puño produciendo su silencio. Luego, estiró su dedo al otro extremo del pasillo.
—Retírate.
—No. —Se plantó firme—. Vine con la intención de escoltarla y no me iré sin cumplirla.
—¿Crees que te pido que te vayas del pasillo? No seas ingenuo. Lárgate del castillo. Estás despedido.
—¿Solo por darle un mensaje que no disfrutó? No me haga reír, Isidora. Ambos aquí sabemos que no tiene la autoridad para ello. Y, ¿sabe qué? Antes le daba una advertencia, ahora le juro que voy a destruirla por engreída y prepotente.
En ese momento ocurrió algo que ninguna de las Cygnus esperaba: Isidora le surcó el rostro al hombre con una bofetada.
—Ahí tienes otro motivo para tu venganza.
Entonces el hombre desenvainó la espada que llevaba al cinto, e Isidora se le quedó mirando con una sonrisa de menosprecio. Era como si mirara a una oruga intentando pegarse alas de mariposa.
—¿Tan mal puestos tiene los testículos, mi lord? —Isidora dio un paso al frente, pero tan lento, que se podría admirar cada centímetro de la plataforma de su calzado en tanto impactó con el suelo—. Una dama te alza la mano y en lugar de medirte en tus condiciones, sacas el arma con la que compensas el tamaño de tu dominuta verga.
El hombre la miró con la mandíbula casi dislocada, ofendido y asombrado.
—¿No lo sabía, mi lord? Hasta las esclavas hablan. Y de usted, por desgracia, tenían unos comentarios muy cortos.
El hombre alzó la espada como para dar un tajo mortal, hasta que una voz intercedió.
—¡Mi lord, su alteza! En nombre de Ara, aboguemos por la santa paz para resolver este conflicto.
Lord Cedric alzó una especie de rosario hecho de unas gemas muy curiosas, y lo blandió como si rezara. La fe como única arma.
—Lord Cedric —saludó el lord—. Es bueno encontrarme con alguien del consejo, no había notado que era usted. Esta mujer se rehúsa a cumplir con los requerimientos del consejo...
—¿Consejo? ¿Está notificando una decisión en la que ni la reina madre ni yo hemos participado? Eso no me suena unánime.
—Yo solo entrego el mensaje, mi lord. No estuve involucrado en esto, solo sé que esta petición se llevó directamente al rey y él la firmó. Podría mostrarle el convenio, de no ser por...
—Cephraim.
Lord Cedric, serio de pronto, movió únicamente su mirada, su cuerpo petrificado, para acudir al llamado de Isidora.
—Creo que ambos sabemos dónde está su lealtad —agregó la reina madre—. Hazle el favor y llévalo a conocer a su rey favorito.
No había terminado la oración cuando Cedric cerró el rosario en el cuello del otro hombre.
Freya ahogó una exclamación a tiempo para sentir la mano de Gamma contra su boca, callándola sin temblar, aunque por dentro sí que se estremecía de miedo.
Cedric siguió apretando el rosario de gemas hasta que el hombre en su poder dejó de moverse, amoratado y ya sin vida.
Jadeando, Cedric echó su cabello hacia atrás con su mano y dejó el cuerpo desplomarse a sus pies.
Luego miró a Isidora a los ojos. Gamma notó en esa mirada... ¿Preocupación? Tal vez dolor, aunque definitivamente iba con algo de nostalgia.
—Isis —llamó él, refiriéndose a ella por su diminutivo personal.
—Cálmate —dijo ella—. No recibí ninguna notificación, ¿entiendes? No hay por qué darle importancia a ese convenio porque no tiene por qué existir si yo no lo he visto.
—¿Y tu hijo?
—Alguien más lo está manipulando.
—¿La consorte?
Gamma se crispó al borde del respingo, lo que no pasó inadvertido para Freya ya que seguía con su mano en la boca.
Sin embargo, Isidora no dignificó esa acusación sino que hizo un ruido despectivo al respecto.
—La niña apenas puede mantener la cabeza sobre sus hombros, no podría conspirar en mi contra a este nivel y mucho menos está tan cerca del corazón de Israem como para conseguir esto.
—¿Entonces... quién?
—No lo sé. Todavía.
Cedric asintió.
—Lo averiguaré.
Ella sonrió, y Gamma notó que era una sonrisa distinta a la que tuvo con Atticus, pero no porque fuera falsa, era más... Era igual a ver a su hermana cuando notó que quien estaba en el mercado era el enmascarado de Jezrel.
Isidora extendió su mano, y él se la tomó. Por cómo se blanquearon sus nudillos, era un apretón fuerte.
Después de eso, Cedric se dedicó a esconder el cadáver dentro de una de las estatuas. Por suerte para las Cygnus, era en la pared contraria a donde ellas estaban observando.
—¿Qué sigue? —preguntó Cedric—. ¿Hablarás con él?
—¿Hablar con Israem? No tienes cinco años conociéndolo, no digas bobadas. Voy a actuar como si no tuviera la menor idea de este incidente y voy a dejar sin argumentos a quienes hayan conspirando esto.
—Entiendo. Conseguiré los fondos y prepararé una declaración jurada de que de ahora en más tus gastos por estadía en el castillo correrán por cuenta de un patrocinador anónimo.
—No harás tal cosa, no en ese orden. Sabrán que somos responsables de esto. Tenemos que hacerlo parecer una idea muy espontánea, una coincidencia, pero verosímil.
—Entiendo, dices que ese patrocinador no puede salir de la nada. Debe parecer que le aportas tanto que te quiere tener en el castillo para la eternidad y por su beneficio.
—Exactamente. Saldré hoy a hacer algún tipo de caridad. Inventa una fundación para la caridad que haré. Luego, la fundación fantasma hará una donación generosa al castillo por mi fascinante contribución y solo por lo fascinado que ha quedado conmigo es que se ofrece espontáneamente a ser el patrocinador de mis gastos en el castillo.
—Dalo por hecho, pero debes salir de inmediato a la caridad. Así justificaremos que nunca estuviste aquí y por eso no te llegó el convenio. ¿Atticus...?
Ella hizo gestos con su rostro y manos como si dijera «no te preocupes».
—Cuento contigo, Cephraim.
—Cuentas contigo, Isis. Yo solo apoyo.
Ella reprimió una sonrisa. Pero cuando hizo ademán de irse, él tiró de su mano y le estampó un beso que la dejó jadeando a ella y enrojecida a Gamma Cygnus, pensando en darles privacidad.
Fue el turno de Freya de taparle la boca a Gamma. Al menos no tuvo que recogerle la mandíbula del suelo.
—Esa mujer es hija de Canis —dijo Gamma cuando los tórtolos abandonaron el pasillo.
—No, pero fue su nuera.
Nota:
Capítulo de regalo de navidad ♡
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