55: Bastardo contra heredero
—No me la quite.
Su mirada... Cambia la tensión por una fractura que deja filtrar el fuego azul.
—No aquí —aclaro en un susurro—. Llévame a otro lugar.
Espero hasta que estamos en un despacho de reuniones privadas, a solas él, rey de Jezrel e hijo ilegítimo de mis dioses, y yo, su consorte y representación de todo lo que podría hacer tambalear su reino; y solo entonces, me quito la máscara.
Yo, sin esperar que él me toque. Y me muestro tan desarmada en llanto que lo hago retroceder por el impacto.
—Lo lamento —digo llevando las manos a mi rostro lloroso—. Lo lamento, majestad... Él me obligó.
Israem no tarda en tomar mis hombros con aire protector, sus guantes crujiendo al presionar los filigranas de mi vestido.
—¿Cómo? —inquiere en una especie de gruñido que hace temblar mis tímpanos—. ¿A qué te ha obligado ese asesino?
—Me dijo que si no me presentaba delante de usted con la máscara puesta, volvería por mí y esta vez acabaría con mi vida. Me dijo que aunque no lo viera, él sabría si me la quitaba. Seguro tiene espías en la ceremonia. Yo... tenía miedo de que cumpliera su promesa. Lo siento, lo siento...
—Freya, Freya...
Israem me estrecha entre sus brazos con una fuerza que duele.
¿Dónde estuvo este soporte cuando lo necesité? ¿Dónde estuvo el consuelo cuando era yo la dispuesta a intentarlo?
—No podrá, Freya —murmura a través del cubrebocas mientras sus brazos me arrullan—. Triplicaré tu seguridad, estaré atento a ti en todo momento. Si quiere volver a llevarte tendrá que pasar por un río de sangre.
Niego lentamente limpiando mis ojos.
—Él ya no tiene interés en mí, no se preocupe. Se dio cuenta de que soy inútil para él, que no sé nada del reino o la corte. Al final, secuestrarme no les sirvió de nada. Pero fue muy enfático en que usara la máscara, supongo que como un último recurso para molestarlo a usted.
—Eso se acabó. —Sus guantes toman mi rostro—. ¿Entiendes, Freya? Ahora tú eres todo para mí, y serás mi única prioridad. Todos mis intentos de ser una mejor versión de mí mismo serán por ti y por mi hijo.
Ahora.
Antes, ni siquiera hizo el intento.
Pero una cosa saco en claro de sus agridulces afirmaciones, y es su convicción. Israem puede escoger sus verdaderas, y ya sea que estas hayan sido seleccionadas previamente, no pueden ser una mentira: Israem realmente cree que estoy esperando a su hijo.
—Nuestro hijo —lo corrijo con una sonrisa que no siento.
Eso llena de un gran brillo sus ojos.
Esa ilusión en él debería dolerme, hacerme sentir algún tipo de remordimiento. Pero no lo hace. Solo me produce el atisbo de un miedo que no quiero dejar entrar.
Las palabras de Isidora hacen eco dentro de mí, transmutándose en una nueva versión.
Un hombre que es mal hijo, y un terrible esposo, está destinado a ser un pésimo padre.
Y como evidencia tengo a Elius.
No estoy aquí para aferrarme a ninguna fe en lo contrario. Debo hallar pruebas de que su matrimonio con Sulei es legítimo para poder anular esto sin que él tenga derecho a tomar represalias.
Mientras, puedo sacar todo el provecho posible de mi situación. Y para ello, debo entender antes cuál es mi situación.
Tomo una de sus manos enguantadas.
—¿Le hice falta, majestad?
—La corte ha sido un desastre en tu ausencia. Tu familia estaba creciendo en tensiones, aunque traté de minimizar los daños diciéndoles... les comuniqué que estaba en comunicación con los malhechores, y que estarías bien. Yo mismo he estado tan preocupado que no concilio el sueño.
Preocupado, pero no ha especificado que fuera por mí.
—Vamos a nuestra habitación, no es necesario que vuelvas a enfrentarte a tantas tensiones en tu estado. Tus hermanas te podrán visitar luego de que descanses.
—No son tensiones, son alivios —me apresuro a aclarar. No me repongo con la suficiente rapidez al terror de ser encerrada—. Llevo más de una semana sin ver más que a un montón de criminales, quiero abrazar a mi familia.
—Yo soy tu familia, Freya.
—Lo es, majestad. Pero no toda ella.
Israem niega con la cabeza, sus manos asiéndose a sus caderas.
—Les di caza, ¿sabes? Antes de volver aquí y preparar a toda marcha esta ceremonia, les di caza a esos malnacidos. No estuvo en mis intenciones dejar un solo sobreviviente e hice lo necesario para ello. Hundí su barco, masacré su tripulación... Y tendrías que ver cómo quedaron sus griphers. Y lo hice... —Se acuclilla delante de mí, besando mi vientre a través del cubrebocas—. Todo por ti.
El asco que siento me empuja un paso atrás.
—Freya.
Dio otro paso, de nuevo en retroceso. Su voz me produce náuseas. La escucho ligada con... Sangre. La sangre de las mujeres que vi morir esta mañana, salpicando, llenando el suelo en un charco in crescendo. La sangre que ha confesado derramar este mismo día...
¿La sangre de quién?
—Freya. ¿Estás bien?
Doy otro paso atrás para alejarme de su mano.
Las lágrimas llenan mis ojos sin que pueda contenerlo.
—¿A cuántos?
—¿De qué hablas, Freya?
—¿A cuántos asesinó en el barco?
—Freya, cálmate —ruge con severidad, pero no porque esté molesto, sino porque parece creer que puede ejercer su autoridad incluso en mis emociones—. ¿Por qué me hablas así?
—¿Cuántos de ellos mató? ¿Cuántos sobrevivieron?
Su ceño se frunce.
—Te dije que ni siquiera consideré la idea de dejar algún sobreviviente.
—No empieces con tus trabalenguas, Israem. No me marees y responde. ¡¿A cuántos mataste?!
Él da un paso brusco hacia mí que no me agrada en lo absoluto.
—¡Tócame y llamo a mi hermana!
—Freya, ¿de qué hablas? No estás pensando con claridad, solo iba a abrazarte...
Le aparto la mano de un golpe, lo que lo deja perplejo.
No estoy pensando con claridad, en eso estamos de acuerdo.
Para pensar antes tendría que parar de llorar.
Ni siquiera soy consciente del curso de los acontecimientos a partir de aquí, solo vuelvo en mí el lapso de tiempo justo para notar que estoy fuertemente asida por sus brazos mientras algunos guardias entran corriendo en el despacho.
Por sus caras al mirarme, se podría decir que están viendo un sirio salvaje.
—Le han hecho algo —les grita Israem—. Sé que le han hecho algo, ha perdido la lucidez. Busquen a Elius. ¡AHORA!
—Gracias a Ara que no se ha muerto, porque me matan.
Despierto entumecida, con un dolor en el hombro como si me hubiera rasgado el músculo, y la sensación en la piel de haber recibido más de un pinchazo.
Empiezo a recobrar la consciencia lo suficiente para notar que estoy recostada de un montón de cojines agrupados sobre un sofá plegable. Es lo suficientemente ancho para albergar a más de una persona, y aunque yo no soy precisamente delgada, mi cuerpo deja suficiente espacio para un acompañante. Y no estoy sola en él.
Para el resto del mundo, tengo mi mano congelada en un puño, pero no es lo que yo veo. Asida a mi mano, hay unos dedos brillantes de un tono de azul sólido, como cristal, que parece contener en su interior una nebulosa de polvo y escarcha. Desde que nos reencontramos hoy, Eva se reveló ante mí como una masa de luz corpórea y no con ese efecto de piel humana que solía usar.
Mi cosmo está conmigo.
Hay alguien más en el despacho, pero tardo en relacionar sus cabellos dorados con el hundimiento de su rostro y la sombra natural bajo sus ojos.
—Elius...
—Memoria intacta —apunta en un diario en su mano—. Continúa soltando hechos para confirmar, por favor. Por ejemplo, podrías comentarme quién es el mejor cirujano del reino... Y no te dejes influenciar por lo atractivo que soy, intenta ser imparcial.
—¿Qué me ha sucedido? ¿Cuánto tiempo...?
—Respuesta incorrecta. ¿Quieres una pista? —Se señala a sí mismo con la pluma y me guiña un ojo—. Prueba ahora. ¿Quién es el mejor cirujano del reino...?
—¡Elius! —lo regaño.
—Ese mismo. Todo en orden en tu cabecita. —Parece recordar con quién está hablando, así que rápidamente agrega—: Su Majestad.
—¿Lo dices en serio? ¿No crees que sea un signo preocupante que no recuerde qué haces aquí o cómo llegué a quedar postrada en este mueble?
—Es normal que no recuerdes, tontita. El sedante suele tener ese efecto una vez el paciente despierta.
—¿Me sedaste?
—Entraste en un lapsus de histeria en el que no atendías a razones ni reconocías a nadie. No dejabas de repetirle a Israem que te soltara...
Eso último me parece más que coherente, pero desde luego no se lo digo.
Él deja su frase sin terminar, flotando en el aire junto a nosotros mientras estudia mi rostro en busca de los síntomas del diagnóstico que no le ofrezco.
—He estado... —Carraspeo—. Han sido días difíciles.
—¿Existen de los fáciles? —bromea, y yo se lo agradezco con una cauta sonrisa.
—Veo que sigues aspirando al puesto de bufón.
—La esperanza es lo último que se pierde, ¿no? —También me da un amago de sonrisa antes de volver a la parte delicada de la conversación—. ¿Qué te...? ¿Qué sucedió?
Me remuevo incómoda en mi asiento.
—¿No soy yo quien debería preguntar eso?
—No te finjas más estúpida de lo que eres. Sé que sabes de lo que hablo... —Se rasca la parte de atrás de la cabeza con la pluma—. Al menos lo creo. Estoy cerca de estar seguro.
Pongo mis ojos en blanco.
—Eres raro, Elius.
Suspiro e intento enderezarme en el sofá, pero mis extremidades me duelen en puntos que no había notado. Me siento magullada, a la vez que en algunas partes tengo la sensación de haber sido afectada por abejas.
Imagino que mi rostro ha expresado mi molestia, porque Elius dice:
—La molestia de las inyecciones se te pasará en breve. Tuve que ponerte una sonda para hidratarte, otra para el medicamento, más las vacunas que te corresponden. La suerte es que no sufriste ningún contagio en el tiempo que estuviste... desatendida. Y, si te sientes un poco atrofiada, tal vez se debe a que había como cuatro guardias intentando someterte cuando llegué. Gritabas y te retorcías cual sirio dando a luz.
—Ah... ¿Gracias por la aclaración?
—Pero eso no es lo que me preocupa. Sino las demás marcas. Aunque leve, en algunas partes de tus brazos hay moretones extraños...
—¿Me estuviste examinando?
—No te desnudé.
—Elius, no pregunté si me desnudaste.
—Solo te revisé por encima, lo juro. Es... Un impulso de cirujano. Me preocupaba que tuvieras una herida desatendida, y esos moretones me preocuparon. Israem dijo que no estabas siendo maltratada donde sea que estuvieras...
—¿Eso dijo?
—Sí. Dijo que mantenía una sana correspondencia con tu atacante y que era una mera extorsión. Por ese mismo motivo, los secuestradores te mantenían intacta para cobrar un buen rescate.
—Si él ya te dijo todo, ¿qué podría agregar yo?
—Freya.
Dejo salir el aire de mis pulmones como si fuera plomo. Elius se muestra, a su manera tan particular de ser, preocupado.
—¿Sabes siquiera quiénes fueron?
—Él no me habló de eso. Solo dijo que tenía una sana comunicación con tus los «atacantes».
—¿Podrías intentar no decirle lo que te cuente...?
Asiente repetidas veces. Parece un cachorro de gripher.
—¿Él no puede... leer tu mente? Ya sabes, con la conexión mental y todo eso.
Elius niega sonriendo con condescendencia.
—Israem solo puede transmitir lo que piensa a la mente de su sangre vinculada, pero no puede recibir nada de vuelta. Es una comunicación unilateral y que depende de que esté tocando a la persona. Así que si piensas que ahorita me está mandando mensajitos mentales, despreocúpate. Él tendría que estar tocándome para eso.
Me siento y me dispongo a contarle a Elius solo aquellas partes que quiero sacarme de dentro sin que resulten perjudiciales en caso de que él decida divulgarlas.
—Me raptaron unos hermanos. Mellizos, supongo, pues son idénticos. Y no lo hicieron por ninguna extorsión, no originalmente. Tenían una especie de venganza personal. Al parecer, la esclava que Israem me regaló junto a la rosa, apareció muerta. Y justamente iba a casarse con uno de los mellizos, el hombre. Dentro de la retorcida mente de los criminales, era justo raptarme a mí en venganza...
Muerdo mi boca, arrancándome la piel muerta por la deshidratación, mientras pienso en qué tanto diré a continuación.
—El hombre se esmeró conmigo. Me colgó de las muñecas, expuesta e indefensa, y me golpeó con un tubo hasta que se cansó. Luego de eso, cuando ya no hallaron qué hacer conmigo, fue que el otro tomó «mi caso» y empezó a negociar un rescate con Israem.
—¿Qué otro?
—Ese al que llaman el enmascarado.
Los ojos de Elius se abren de sorpresa.
—¿Trabajaban juntos? ¿Viste algo de los mellizos que nos ayude a identificarlos y dar con el paradero del enmascarado?
Como es posible que ya Israem los haya matado, le digo lo que sé. La descripción exacta de ambos.
Y, por algún motivo que desconozco, eso lo deja helado, mucho más pálido de lo habitual. Luego, se arma con una máscara inexpresiva.
—¿Elius...?
—Israem está muy preocupado —dice de la nada—. Incluso nos dejó a solas en este instante porque le expliqué que era lo mejor para ti una vez despertaras.
—Vaya que le creo su preocupación —el comentario se escapa de la tensión entre mis dientes.
—Obviamente, pues él no puede mentir y tú lo sabes.
Ay, Elius... Su deficiente comprensión del lenguaje coloquial humano logra que el intento de una sonrisa cosquillee por mi rostro. Incluso volteo a ver a Eva, aunque sea fugaz, para encontrarme en su rostro la interrogante clara sobre la inteligencia de Elius.
—¿Es cierto...? Bueno, él cree que sí.
Ese es Elius, de nuevo con un tema al azar que tendrá sentido en su cabeza.
—¿Qué cosa?
—Sobre tu estado.
—Ah, eso. ¿Ya lo anunció al reino?
—Solo me lo ha contado para que lo tenga en consideración a la hora de tratarte.
Asiento.
Espero que a Elius no le dé por hacer una prueba sin mi consentimiento. Por si acaso, me cubro las espaldas diciendo:
—Ellos dijeron que sí. Yo no... —Me encojo de hombros—. No siento nada distinto en mi cuerpo. Tal vez es muy pronto.
—¿Quieres que me asegure?
—No, por favor. Ya la ciencia habló, deja ahora que sea mi cuerpo el que hable.
Él entorna ligeramente los ojos, pero no lo discute.
—Si eso quieres, lo respetaré. —Entonces cierra su diario con la pluma dentro, como si hubiera terminado sus anotaciones—. Debes saber que él quiere que regrese a la corte. Quiero decir, antes lo quería, ahora más o menos me lo exige.
—¿Como su mano? Sé que no es una posición agradable para ti, pero me gustaría mucho tenerte de vuelta. Voy a necesitar un amigo aquí.
—No voy a volver. Antes era una idea endeble, ahora una decisión que debo imponer. Si es cierto que estás en espera, yo soy un riesgo para tu heredero, y he pasado suficiente tiempo siendo mano para saber qué le hace la corte a los riesgos.
—Elius —exclamo herida, envarándome tanto que termino por soltar la mano de Eva—. No es posible que realmente me creas capaz de hacer...
Bajo la voz, inclinándome tanto hacia Elius como para que ni las paredes puedan oírnos.
—¿Crees que sería capaz de hacerte lo que el rey Abraham hizo con su familia?
Las manos de Elius caen a sus lados, sus ojos lentamente asimilando la sorpresa.
—¿Cómo...?
—Leí distintos textos. Son bastante sujestivas las coincidencias entre las muertes de todos los familiares varones del rey Abraham. Y si tu miedo no me lo confirmaba, tu cara acaba de hacerlo.
—Realmente no importa de lo que yo pueda creerte capaz, Freya. ¿Crees que alguien le preguntó a Isidora a qué pariente de su marido quería dejar con vida?
—No lo sabemos. Isidora puede ser bastante dura y ambiciosa. ¿No mató a un dios?
—A un hereje —corrigió Elius—. Y es de mi abuela de quien estás hablando. Solo yo la puedo insultar.
Es un tema delicado, peligroso, capaz de detonar puntos sensibles que antes no veía en Elius porque no tenía la información de su parentesco con Israem.
—Que sepas la verdad lo cambia todo —reitera.
—Lo lamento, si pudiera borrarme la memoria...
—¿Te ayudo? Conozco un par de medicamentos que provocan daño cerebral.
El que no lo diga riendo me preocupa.
—Escucha, loco de mierda, estás siendo paranoico. Incluso sabiendo tu verdad, incluso si esta fuera de dominio público, ¿qué cambiaría? No busco ser insensible, ¿pero no es un hecho que eres ilegítimo? ¿Por qué serías un riesgo para mi heredero?
Esas palabras las escojo exclusivamente por una razón: para estudiar cómo reacciona a ellas.
Y es tan bueno ocultando toda emoción, que ni uno solo de los músculos de su rostro se turba al decir:
—Lo soy. ¿Eso qué cambia? Si algo le pasara a tu hijo y no tuvieras otro heredero, gracias a la precaución del rey Abraham el siguiente en la línea de sucesión sería yo, bastardo o no. No hay más opciones. Y eso es lo que dirá el consejo cuando te aconsejen matarme.
—¡Elius!
—Es la verdad, y es mejor que la escuches ahora.
—¿Y si Israem te reconoce? ¿No mostraría eso nuestro favor y confianza hacia ti? ¿No mitigaría todos los planes adversos?
Me sonríe con ternura.
—No sé si eres tontita o si realmente tienes tanta nobleza, pero lo que sucederá si Israem me reconoce es que esta corte se dividirá en facciones justo frente a tus ojos: los que defiendan la herencia de tu hijo a muerte, y los que conspiren para ponerme en el trono.
—Elius...
El nudo se forma en mi garganta como garras filosas que me abren la piel sin soltarla.
No quiero ni imaginar una realidad en la que la vida de mi hijo corra tanto peligro que deba acabar con la de Elius.
Y debo dejar toda mi consideración del tema para luego, porque entonces las puertas del despacho se abren sin consideración y el lugar se empieza a llenar de gente.
Nota: Misma dinámica, llegamos a 1k de comentarios y seguimos el maratón. Pero antes cuéntenme sus opiniones. Y por favor, los comentarios en los párrafos, que luego me dejan esos párrafo huérfanos y desolados y a mí me encanta leer sus reacciones 🥺
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