5: Pluma carmesí
Es mi primera noche en Jezrel, y la paso en la habitación nupcial. Sola.
Israem no regresó, no que yo sepa. Y soy terriblemente consciente de que, al abrir los ojos, estoy en una cama vacía.
¿Este será mi futuro a partir de ahora?
No importa, realmente no estoy sola, pues cuando se pasa mi adormecimiento entiendo que estoy acompañada por un dolor tan atroz que me ciega. Empiezo a pegar gritos capaces de alarmar a medio castillo.
Entran tres guardias y una anciana.
Y aquí debo hacer un inciso para señalar que me es del todo ajeno ver a una persona con arrugas en este reino. Siento que es muy egoísta de parte de la monarquía no transmitir el secreto de los productos de cuidado de la piel con que mantienen las suyas intactas.
Las personas que entran inmediatamente intuyen que he sido invadida, así que todos intentan mitigar el peligro mientras la anciana hace ademán de ir a llamar a quién sabe quién.
—¡Por favor! Necesito ayuda —chillo, mis dientes apretados para soportar el dolor y mantenerme tan tensa como sea posible. Siento como si las garras de un gripher estuvieran intentando separar las vertebras de mi cuello. Es atroz.
—¿Qué siente, alteza? —pregunta alguien, pero no puedo identificarle porque he cerrado los ojos.
—¡Dolor!
Escucho como murmuran entre ellos, y lo único que distingo es un comentario parecido a «parece que el rey se ha excedido».
—¡Por el amor a Ara, necesito a lord Elius!
Las manos nudosas de la mujer mayor toman mi hombro. Abro los ojos y la miro, justo cuando un nuevo fogonazo de dolor arremete.
—¡Rápido!
—Princesa, lord Elius se especializa en griphers, llamaré a los curanderos de la reina...
—¡NO! ¡Necesito a lord Elius!
No aspiro a ser una reina mandona y obstinante, pero mi cuello está en juego en esta situación. Literalmente. Además, no confío en nadie lo suficiente como para dejar en sus manos mi bienestar físico.
Ya con el emocional y psicológico no hay nada que hacer.
Las personas en la alcoba discuten un momento más sobre si llevarme en camilla hasta el consultorio de Elius en el castillo, pero terminan por hacer caso a mis gritos de auxilio y traen a la mano hasta aquí.
Elius se comporta como el profesional que es al agacharse junto a la cama. Agradecería la gentileza con la que me aparta el cabello de la zona afectada, pero estoy demasiado ocupada dando a luz a Canis desde mi médula espinal.
—Tranquilícese, alteza —dice colocándose unos guantes blancos—. Solo se ha pasado el efecto analgésico, no es nada grave. Permítame examinarle.
—No, Elius, no se lo permito, lo hice llamar para que me oyera gritar.
Su sonrisa, reprimida pero evidente, casi es un analgésico en sí mismo. Algún efecto químico tuvo en mi cerebro, pues el volumen del dolor baja lo justo para ser nuevamente una princesa civilizada.
Por algún motivo, Elius comienza por poner sus dedos bajo mi quijada ejerciendo una ligera presión; labura con una mirada seria mientras sus labios se mueven sin emitir palabra. Pronto entiendo que está contando.
—Tiene el pulso vuelto un sirio.
—¿Ese es su veredicto científico?
—Ssshh —me silencia—. Viene la peor parte. No hable, no se agite. Recuerde a su hermana cantando y soporte.
—No, todo menos las canciones de Gamma, se lo pido.
Él pone los ojos en blanco.
—Hablo en serio, quédese quieta.
Con manos expertas acomoda algunas almohadas, retira las mantas y me sostiene el cuello para ayudarme a ponerme bocabajo. Y ahí empieza a manipular mi cuello, el material de sus guantes helado contra mi piel.
—Se te están formando nuevos hematomas, pero la fisura sigue siendo solo eso. Nada roto, pero debemos inmovilizarlo para que sane correctamente.
—¿Y por qué me duele más que el final de Sirios en luna nueva?
—No sé qué carajos es eso, alteza, pero el cuello le duele como siempre ha debido dolerle. —Me ayuda a sentarme muy lentamente para que mi cuello no reciba más movimientos bruscos—. Solo se le ha pasado el efecto de la anestesia y se le ha vuelto a inflamar.
Mientras me da sus explicaciones, que entrelineas son regaños, prepara la inyección milagrosa que ya empieza a volverse mi cosa favorita en el reino.
Recibo la inyección como una adicta, tan desesperada que ni siquiera lamento el pinchazo. Mi mente está tan condicionada a que este será mi alivio, que, aunque sé que es ilógico, lo siento inmediato. El dolor se disipa como humo bajo una ventisca.
Entonces Elius saca de su maletín hierbas y aceites que usa para preparar una especie de pomada frente a mis ojos.
—¿De qué se trata? —le pregunto.
—La pomada ayudará a reducir la inflamación y acelerar la curación.
—Se lo agradezco mucho, lord Elius. Y disculpe el llamado tan urgente. No sabía a quién más recurrir.
—No se disculpe, usted será mi reina. Discúlpese con su cuello. ¿En qué posición lo puso anoche? ¿En la del cisne?
Se inclina y aplica la pomada sobre mi nuca con una especie de masaje que disminuye el escozor que dejó el líquido inyectado.
—No hubo posiciones que le incumban, lord Elius.
—Lord su tío. Ahora es mi paciente, princesa. Debo saber que sirios le está haciendo a su cuello, porque dejarlo sanar no es la respuesta.
—No me ponga excusas baratas, Elius, yo le cuento el chisme con mucho gusto, no tiene que manipularme.
Él me mira con sus ojos entornados, y bien hace.
—A cambio de que me diga por qué el rey no me habla.
—¿Y yo qué voy a saber? Aunque, conociéndola como la conozco hasta ahora, apostaría a que le vomitó encima.
—¡El maldito animal intentó matarme!
Elius termina de aplicar el ungüento y vuelve a su maleta, donde busca con determinación. Encuentra papel y pluma, y empieza a anotar a mano alzada mientras dice:
—Le voy a recetar este jabón especial.
—¿Para la fisura?
—Para que se lave la boca, por grosera.
Entonces hace una bola del papel que tenía en la mano, y me la arroja a la cara.
Lo miro indignada, no tanto por el atentado, sino por el sencillo hecho de que no pude esquivarlo, pues tengo el cuello en pausa.
—Cuando me case con Israem, voy a ejecutarle. Así que vaya preparando la mudanza. Dicen que Áragog está aceptando refugiados estos días, aproveche.
Él se cruza de brazos.
—Bien, adelante. Atiéndase a sí misma.
Arqueo una de mis cejas, el desafío enmarcando mi mirada.
—Tendré que denunciarle con mi marido por desacato.
—Yo no me estoy jugando así, princesa, respete —dice volviendo al trabajo.
Elius extrae del maletín una bufanda de seda blanca. Con movimientos precisos, envuelve la bufanda alrededor de mi cuello, asegurándola con un nudo cuidadoso.
—¿No debería usar un collarín?
—Si a deber vamos, debería callarse un ratito.
—¡Elius!
—Esta bufanda le proporcionará soporte sin causar incomodidad. Ya que usted es tan vanidosa, supuse que no aceptaría el collarín, y a este paso, un golpe más en el cuello y tendrá que ir a cirugía.
—Ciru... ¿Qué?
—Nada grave, solo voy a abrirle la piel con un artefacto afilado y, mientras se desangra, con la ayuda de instrumentos cortopunzantes, pinzas y otras herramientas, reemplazaré la vértebra afectada por otra de algún material antinatural que tal vez su cuerpo rechace.
Trago en seco, y él me sonríe de forma espeluznante.
—Esperemos que esto la persuada y deje de andar brincando en la cama. Todos en el desayuno hablaban de los gritos que salían de esta habitación anoche.
Abro la boca con espanto y me llevo ambas manos a ella.
—No puede ser... ¿Me perdí el desayuno?
Elius me mira como esperando a que me ría. O que me salga un tercer ojo, también puede ser.
—Mi trabajo aquí terminó —concluye relajando sus hombros.
—Espere, no se vaya todavía. No me ha dicho por qué Israem no quiere hablarme. Solo dígame una cosa: ¿él es mudo?
Una grotesca carcajada es lo que recibo.
—¿Israem, mudo? —Y se sigue riendo—. Ese chiste sí te habría valido el puesto de bufón.
—Entonces...
—Princesa, la situación del habla de Israem ni siquiera es un secreto a voces. Es un asunto tan delicado, que yo lo consideraría de intimidad. Si él logra sentirse afín a usted, se comunicará. Créame.
—Pero no vas a decirme más que eso.
—No me corresponde.
—Elius, necesito comunicarme con mi rey.
—Y lo entiendo, alteza. Créame que se lo abrumador que debe ser todo esto para usted, pero creo que está empezando por las preguntas menos indicadas. Hay todo un contexto que le falta, un reino que desconoce y al que está por llamar suyo. Los asuntos políticos y sociales más importantes, junto a sus deberes, los entenderá luego de la boda. El consejo tiene un plan de acción para su reinado, pero antes hay tanto que desconoce... Creo que le vendría bien aceptar un paseo conmigo. Quiero mostrarle algo para aclarar el asunto que más me compete.
—¿Qué asunto?
—Lo sabrá cuando su cuello sane, por supuesto.
—¿Y mientras?
—Sobreviva a las noches con Israem, y ruegue porque la regrese a la torre.
—Pero...
—Y hablando de la torre, ¿le dijeron de la trampilla?
—¿La qué?
Ah, la trampilla. Lo menos que he pensado yo era en la supuesta trampilla que hay bajo la alfombra de la torre.
—Ah, sí —le contesto—. Y agradecería que no la vuelva a mencionar.
—¿Por qué?
—Tengo prohibido abrirla, y mientras más la mencione, más curiosidad tendré.
—¿Y ya?
Elius me está mirando con una expresión muy extraña.
Justo en ese instante entra una mujer, la anciana que estuvo antes en la habitación, y me entrega un vaso de agua.
Lo acepto extrañada y agradecida en igual medida. No recuerdo haber pedido el agua, y agradezco su bondadosa espontaneidad al traérmela, pero lamento en igual medida que Ara no pusiera en su corazón el deseo de acompañarla con un pan.
Elius me tiende unas pastillas que trago con el entrecejo fruncido, pero sin preguntar.
Luego me pide el brazo.
Cuando veo que saca una nueva jeringa, me crispo.
—¿Hasta cuándo agujas? —me quejo haciendo ademán de arrancarle el brazo.
Pero en este instante el doctor toma control sobre el lord. Tajante, me somete y sostiene mi brazo con fuerza, su expresión concentrada, y me inyecta el hombro sin piedad ni el más liguero temblor en su pulso.
—A este paso voy a quedar como un colador, lord Elius.
—La inyección es periódica, pero las pastillas son algo que debe ingerir todos los días —explica garabateando un nuevo trozo de papel—. Y tome una cucharada de jarabe adicional siempre que vaya a salir. La mascarilla en una precaución en esta zona del reino, pero con la familia real nos tomamos las medidas preventivas tan al extremo, que le recomiendo usarla así vaya a asomarse al jardín. ¿Está claro?
—¿Esto es por la achís?
—Salud.
—Era una pregunta seria —digo mirándolo con mala cara mientras entrego el vaso a la señora.
—La azir, princesa. Y sí, estas son algunas de las medidas preventivas. Pero no se preocupe, que de eso justamente es que quiero hablarle cuando salgamos. Creo que si con algo puedo ponerle al corriente, es con respecto a la enfermedad.
Lo miro con los ojos entornados.
—¿Haces esto mismo con mi marido?
—Soy el único capacitado para atender a su majestad Israem, sí.
—Pero no a la reina madre.
—Isidora no confiaría su salud a un veterinario.
—¿Y por qué lo hace Israem?
—Porque yo —dice recogiendo las cosas en su maleta— atiendo a Scarell'Azar.
Como él considera que esa es suficiente respuesta, no pregunto más.
Me quedo trabajando en mi cabeza con la vista en la nada mientras Elius termina de recoger para marcharse, hasta que le escucho preguntar:
—¿Ni siquiera me preguntará qué hay en la trampilla?
—Estoy más preocupada por lo que hay en la lengua de mi marido que se rehúsa a usarla conmigo.
Gracias a Ara que Elius tiene una comprensión humana muy limitada, porque deja pasar mi comentario sin ninguna zozobra. Sin embargo, por la expresión que tiene la anciana —como si quisiera salir corriendo a un templo— supongo que lo que he dicho ha sonado terrible.
Si Gamma estuviera aquí, no me dejaría en paz con eso.
—Mejor me retiro —se despide Elius—. Si el rey llega y nos oye hablando de él...
—¿Dónde está, por cierto?
—¿Cómo iba yo a saberlo?
—Eres su mano.
—No su culo.
—Elius, ¿a quién sirios se le ocurrió ponerte como mano a ti?
—¿Se puede saber qué es lo que está pasando aquí?
Lo que me faltaba. La reina madre entrando a la alcoba nupcial y malinterpretando una situación cotidiana.
Por suerte está la anciana aquí, al menos puede dar fe de que esto es un mero procedimiento médico.
—Toma tus pastillas, Isidora —se burla Elius caminando hacia la puerta—. Tu hijo le rompió el cuello a la pobre, yo solo vine a atenderla.
—Tengo curanderos especializados que podrían encargar... ¡¿Cómo que le rompió el cuello?!
Cuando me mira, me dan ganas de arrinconarme lejos de esa mirada que combina tan bien el pavor y la amenaza.
—No me digas que ustedes...
—¡No! —me apresuro a aclarar—. No es lo que cree, anoche solo fue muy poco... sociable.
—¿Poco sociable? —se burla Elius—. No estarías viva, querida. Me parece que fue bastante civilizado.
—Déjanos —ordena la reina madre a Elius.
—Tengo ordenes de Israem que contradicen las suyas, Isidora. Yo me iré, pero no puedo dejarlas solas. Además, Freya no puede salir en su estado. Traigan el almuerzo y...
—¿Almuerzo? —pregunto con tristeza. Parece que en serio me quedé sin desayuno.
—Vamos, majestad —dice Elius ignorándome y retomando su conversación con la reina madre—. Vamos a mi consultorio para tomarle la tensión y recetarle un tecito, que tiene cara de que se le va a salir el muchacho de la rabia.
Isidora inspira profundo, las venas de su frente pulsando en confirmación de su ira, y sin decir una palabra más abandona la habitación.
Pero antes de que la mano del rey se marche, noto algo junto a mi almohada. Las almohadas que Elius acomodó por mí.
—Un momento —lo llamo.
Él se regresa sin entrar del todo en la habitación, apenas asomado en el umbral.
—Dejó esto, mi lord —digo alzando la larga y de tallo esbelto pluma carmesí.
Elius apenas entorna los ojos.
—Eso no me pertenece, princesa.
Tenía la esperanza de que se tratara de un ingrediente para sus ungüentos, pero su respuesta me pone a la defensiva.
—Usted es el único que ha entrado a esta habitación hoy, y estoy segura de...
—¿Me está acusando de algo?
Mi boca queda abierta, mis ojos en un parpadeo incesante.
¿Lo estoy acusando de algo? No, salvo de su reacción. Aunque podría justificarla como un reflejo a la manera en que yo misma le he hablado.
Por temor, porque si no ha sido él quien dejó esa pluma aquí...
La única vez que vi una parecida fue en la reunión de ayer, donde la declararon como la firma de un asesino al que llaman el enmascarado de Jezrel.
¿Qué hace su firma en el lugar donde duermo?
Me trago todo, desde mis reservas, hasta los más perversos temores que florecen en mi piel.
—No —contesto a Elius—. No le estoy acusando de nada.
—Con su permiso.
Es lo que dice antes de dejarme sola en la habitación.
Nota: .
Agradecería mucho que me comentaran por aquí sus opiniones de este cap, de Elius, y qué piensan de ese detalle al final...
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