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47: Mi asesino [+18]

Camino envuelta en una niebla espesa, mis pies descalzos rozan la viscosidad de la sangre. Espesa, roja, hirviendo como recién derramada de mi corazón. Un zumbido gutural vibra en mi piel, atrayéndome. Es un rugido encadenado, reprimido de tal forma que su mero atisbo me declara lo poderoso que ha de ser una vez liberado.

Mi corazón se acelera y mi piel se eriza.

Entre las sombras, veo un león de tamaño inconmesurable, solo sus garras igualan mi tamaño. Su pelaje está tan empapado en sangre que no distingo ni una hebra de su pelaje. Sus ojos, dos esferas de llamas violeta, me miran fijamente. Siento una mezcla de miedo y fascinación. Cada músculo de su cuerpo se tensa.

El temblor de su voz resuena en mi mente, llamándome desde las profundidades de mis sueños. Me acerco, hipnotizada por su presencia y la manera en que su pecho late con su respiración. El aire a su alrededor vibra con una energía oscura y poderosa.

Cuando estoy a solo unos pasos, el león se desvanece en una nube de humo negro. En su lugar, aparece un hombre misterioso. Su cuerpo está envuelto en sombras, como si estuviera hecho de la misma oscuridad que lo rodea. Sus venas son visibles, negras como el carbón, y sus ojos son dos terribles rayos en una tormenta. Siento el frío de su mirada atravesar mi piel, como si pudiera ver directamente al miedo que le tengo.

Sargas, el maldito por las estrellas. El cosmo que pisó el plano terrenal para destruirnos a todos.

—¿Qué haces en mis sueños? —espeto.

—Me cansé de visitar los de Lyra.

Cuando habla, la oscuridad se ondula y mis huellos chillan bajo tortura. Nunca intercambié ni una palabra con este monstruo, solo tuve la desgracia de mirarlo aquel maldito día de aquella maldita boda.

Recuerdo cómo transformó los invitados de más de cinco hileras de asientos en sirios, solo con un chasquido de dedos. Recuerdo cómo desintegró un banco con sus manos, convirtiéndolo en polvo negro. Recuerdo verlo enfrentarse a Antares, desplegar sus alas robadas, y secuestrar a Lyra.

Israem presume demasiado para lo poco que habla, jactándose de ser el rey al que los sirios temen. Pero me parece irrisorio, basura charlatana, al lado de la maldad del escorpión maldito que tanto daño ha hecho a mi familia.

Debo recordarme no solo que estoy sonando, sino que Sargas ya es un chiste viejo. Ya no es un peligro potencial, tiene al menos tres años sin aparecer.

—Vete de mi mente —le ordeno—. Déjanos en paz. Ya perdiste hace mucho, no te humilles más.

—¿Cómo se pierde contra rivales que no son conscientes de lo que juegan?

—Esto no es un juego, monstruo. Vete, déjame... DÉJANOS.

—No. Nada que Lyra ame tendrá paz, no hasta que yo me aburra. Dulces sueños —finaliza escupiéndome la cara.

No alcanzo a sentir el impacto de su putrefacta saliva, porque despierto un instante antes de que suceda.

Ha sido un sueño. 

Solo un sueño.


Llevo un rato despierta, pero no he querido molestar a Nukey.

Duerme con la tranquilidad de quién no tiene que molestarse por quedar encinta y engatusar a un rey inmortal al punto en que crea que el hijo en tu vientre le pertenece.

Con honestidad puedo decir que no me molesta. Me gusta la calidez que me da su cuerpo, la comodidad que me aseguran sus brazos.

Puede que no confíe en él, pero confío en mi cuerpo. Sé que Nukey no nos disgusta.

Cuando lo siento removerse a mi lado, sé exactamente lo que pretende ocultar, escurriéndose en la cama y levantándose con cautela.

Me siento para que note que no puede salir sin que yo me haya enterado.

Se petrifica frente a la puerta, pero no me da la cara. Se queda de espaldas.

—¿Se dirige a algún lado que me interese saber?

—No me dirijo a ningún lugar lo suficientemente interesante para conversar de ello. Tampoco pretendía ausentarme tanto.

—Voltea.

Él lo duda un instante, pero termina por obedecer.

—Disfrutas torturarme.

—No disfruto ningún mal en este mundo —miento con una sonrisa apenas contenida en las comisuras de mis labios—. ¿A dónde se dirige?

—¿Tu confianza hacia mí es selectiva?

—Al igual que su honestidad.

Él frunce el ceño.

—No he sido deshonesto en ningún momento. Agresivo, perverso, irracional, y evasivo, a veces, pero jamás deshonesto.

—Si va a desayunar, me gustaría acompañarlo —le cambio el tema.

—Te busco en un rato.

—¿Cuánto es un rato para usted?

—Freya —me dice con una advertencia muy plausible en su mirada. Sus pies están a un impulso de salir corriendo de aquí.

Me encojo de hombros con una sonrisa inocente. Y aferro mis manos al borde de la cama. Su cama, en la que plácidamente he pasado la noche.

—¿No tolera la curiosidad?

—Tengo una tolerancia bastante alta —debate.

—Pero a la segunda pregunta ya me suelta un regaño.

—No te regaño, te aviso.

—¿Qué me está avisando? No me queda claro.

Me mira desde mis piernas cruzadas a mis labios incapaces de disimular. Sí, estoy disfrutando esto. He sido demasiado buena, demasiadas veces. Me autorizo un error, aunque ese error se vea como de esos que te desgracian la vida.

—¿Está asustado?

Él sonríe, tan condescendiente que parece como si se burlara de mí.

—¿Asustado de qué?

—Usted dígame, lo asumo por los diez metros que ha puesto de distancia entre nosotros.

Cuando le arranco esa sonrisa de su preciosa boca, me siento llena de una vitalidad que podría avivar una fogata. Él muerde se boca, mientras mira en otra dirección. Se ve completamente incrédulo, pero en lo absoluto disgustado.

—¿Qué clase de sueños tuviste, Freya? —me acusa.

Yo pongo los ojos en blanco. Esto no tiene nada que ver con mis sueños. Es su respeto que no deseo, es verlo escabullirse como si temiera corromper mi inocencia. Es el haber notado cómo reacciona su cuerpo a mí apenas empezó a despertarse.

—No quiero su virtud.

—Es bueno saberlo, ya no hará falta una denuncia por mi parte —responde con su sarcasmo desatado.

—Solo tengo curiosidad —insisto.

—Eres demasiado pura para ese tipo de curiosidades.

—Pruébeme.

Lo estoy aniquilando por dentro, un pilar de su resistencia a la vez. Estoy viviendo esta tentación como nunca he disfrutado ningún otro diálogo en mi vida.

—Probarte —dice con su mirada anclada a mí— es precisamente lo que he pretendido desde que llegaste.

—Duplique sus esfuerzos.

—¿Qué carajos quieres de mí, Freya?

—Quiero verlo.

—¿Verme? —Su ceño se frunce por un instante, pero toda confusión se disipa en tanto nota cómo mordisqueo la esquina de mi boca—. No es posible que quieras eso.

—Usted no me conoce.

—Eres... —La manera en que me señala y niega con su cabeza, es como si discutiera consigo mismo—. Eres una pequeña mariposa. Sientes, pero no codicias. No quieres ni que te toque. No puedes ni tutearme.

—Puedo hacerlo —discuto encogiéndome de hombros—. Sencillamente no me place.

Él lo desea. Yo lo necesito. Y él parece empezar a entenderlo, a notar que no estoy armando este debate porque quiera ponerle en una incómoda situación. Y eso es lo que termina por teñir sus ojos de rojo.

Y así lo entiendo. El rojo es su fase más primitiva, el dorado apenas aparece en los momentos de paz.

—Solo quieres ver —se asegura.

En serio es un caballero, el desgraciado. Cuánto quisiera que, a estas alturas, dejara de serlo.

Asiento, pero no conforme con eso, le doy una confesión verbal.

—Sí... mucho.

De hecho, incluso le abro espacio en la cama para que sepa exactamente dónde lo quiero.

Cuando pasa por mi lado, ni siquiera alcanza a rozarme, pero solo la sombra de su presencia es suficiente para hacerme cerrar los ojos y contener la respiración.

Necesito irme inmediatamente de este barco. No es racional lo que este hombre empieza a ocasionar en mí, al punto en que no puedo engañarme al respecto.

Nukey se recuesta en la cama, apoyado del respaldo con sus piernas abiertas y sus ojos inyectándose en mí. Podría simplemente quedarse así, y ya tendría fantasías para un largo tramo de mi vida.

Las voy a necesitar.

—¿Hay algo de moral en usted? —le pregunto.

—Muy poca, y muy cuestionable, ¿por qué?

—Me intriga saber si debe rendir cuentas ante alguien, y qué ha de pensar ese alguien de lo que accede a hacer conmigo.

Eso incendia su sonrisa, tornándola en una medialuna que opaca todo el resto del brillo en la habitación.

—Es muy curioso que lo digas —dice, llevándose los dedos a la boca para quitarse uno a uno los anillos que lo adornan.

—¿Por qué...? —pregunto en un hilo de voz. Mi corazón ha perdido el norte, mis nervios ahora lo atacan. No sé si debe a la intriga, o la vista frente a mí.

—Porque tú eres el principal objetivo de las personas que más procuran mis servicios.

—¿Ah, sí? —Ni me sorprende, ni me asusta. Estoy anestesiada por la manera en que sus manos desbrochan su pantalón—. ¿Y qué le piden que me haga?

—Pues, esto no, mariposa.

¿Y qué es esto...?

No se lo pregunto a él, porque no quiero saber su respuesta. Quiero saber la respuesta de mi razón, y de mi inconsciente. Quiero saber qué es lo que me trastorna hasta volverme esta irreverente persona que desconozco, pero no juzgo.

¿Qué haces? ¿Por qué lo haces?

No tener respuesta nunca se había sentido tan liberador.

Lo miro a los ojos. Sé cuánto ha avanzado, pero me cohíbo de echar un vistazo. Quisiera reunir ese descaro, pero en mi pecho solo hay golpes que amenazan mi estabilidad, pero no me ayudan a reunir valentía.

Estoy demasiado nerviosa.

—Tú querías ver —me reclama—, así que aparta tus ojos de los míos y obversa.

Bajo mi vista lentamente hasta llegar a sus caderas, y en tanto lo miro pierdo el pudor. Él lo sostiene con firmeza desde la base, y lo presume con tal altanería que quisiera interactuar con él, simplemente para confirmar si es tan irresistible como parece a primera vista.

Su mano se desliza frente a mis ojos, recorriendo toda esa longitud, intimidante, hinchada y visiblemente necesitada de una liberación.

Miro las venas de sus manos cómo brotan con la fuerza en que aprieta, y paso saliva, procurando no hacer ningún gesto que sea demasiado esclarecedor. Este hombre podría presumir mañana que me ha dejado embobada mirándolo, y no quiero reducirme a eso.

Él me asusta, pero me asusta del mismo modo en que las alturas me aterran, y aún así voluntariamente las conquisto con mis giros en los patines. Él me produce precisamente esa clase de vértigo al que soy potencialmente adicta.

Alzo mi vista de vuelta a su rostro, a sus ojos con el color de la sangre.

—¿Estás esperando una aprobación?

—No, pero creo que tú sí.

—Qué arrogante —me burlo con una risa que me surge demasiado inexperta.

Su sonrisa se afila, y su mano se mueve en un recorrido lento que capto aunque no quiera. Una caricia cauta, como si jugara con una bestia, como si me invitara a participar de su juego.

—Quiero que me lo niegues, Freya. Dime que no quieres.

No caeré, no cederé el control de la narrativa.

—Estoy aquí para mirar.

—Estás aquí para hacer exactamente lo que desees.

—¿Crees que te deseo a ti? —me burlo.

—Tal vez a mí no —responde insinuante.

—Eres un cochino.

—Dice la dama que me pidió tocarme delante de ella. Te juzgué mal, Freya... —Su voz en este momento... Su mirada, incluso. Son un crimen independiente—. No hay un ápice de inocencia en tu mirada. Eres una perversión que nadie ha sabido liberar.

Me aferro a las sábanas, incapaz de negar las acusaciones, no teniendo voluntad ni para querer hacerlo. Él se equivoca, sí hay inocencia en mí, pero yo ya no quiero que exista.

—Enséñame.

Él niega con la cabeza, apoyando una de sus manos detrás de su nuca, y la otra apretando con más firmeza su miembro delante de mí.

—Aquí eres libre, Freya. Haz lo que quieras.

No tengo nada qué pensar.

Sé que me siento tentada por él, sé que me gusta lo que veo. Sé que quiero esta experiencia, y que en realidad no me interesa en lo absoluto lo que él pueda pensar de mí al respecto.

Me acerco a su entrepierna, lentamente intercambiando su mano por la mía. Lo aferro con cautela, y aún así no se hace esperar el espasmo de todo su cuerpo.

Siento cómo contiene la respiración busca acompañarse a medida que empiezo a recorrerlo. Está duro, y su tamaño dudo que me facilite lo que deseo hacerle.

Deseo...

No es posible que en serio desee esto. Ni siquiera es una acción que me beneficie en lo absoluto, pero no por ello mi cuerpo es indiferente. Tengo a mi corazón latiendo en los lugares equivocados, y a cada parte de mí pensando en las posibilidades con lo que sostengo en mi mano.

—Yo... no sé qué le gusta.

—Tú.

Eso se sintió absolutamente perfecto, aunque en el fondo sepa que es una mentira.

—Hablo en serio, no quiero fallar...

—Ay, Freya... —Él muerde su boca, negando delante de mí—. No tienes la más mínima idea de lo que dices.

—Explíqueme —le pido apretando ligeramente el miembro en mi mano, simplemente porque me provocó, y porque disfruto del efecto que tiene en su rostro.

—Con las ganas que te tengo es rotundamente imposible que hagas algo mal.

—Pero, ¿no quiere que lo complazca como usted prefiera?

—No —se ríe por lo bajo—. Quiero verte hacer conmigo lo que quieras.

Asiento,  y lo tomo como un permiso para empezar a cobrar confianza.

Es en tanto empiezo a estimularlo, moviendo mi mano de manera ascendente y en reversa, que él decide quitarse la guardacamisa. Justo frente a mí, desvelando ese torso tatuado que ayer casi aniquila todo mi autocontrol.

Es un imbécil, un arrogante, un ególatra que disfruta de maltratar con su físico; y es tan hermoso que me duele lo accesible que está, y las ganas que le tengo, y no poder disfrutarlo.

Mi saliva se vuelve espesa, y mi hambre tan voraz que no imagino otra forma de saciarla que aumentar la velocidad con la que froto su miembro. Siento cómo tiembla bajo mi mano, cómo se tensa y sus venas brotan a mi ritmo.

En cada movimiento siento que me pide una liberación, y no me avergüenzo de desear que me explote en la mano.

Él contiene la respiración, pero esta vez de forma audible, y mi cuerpo no lo resiste.

Necesito más.

—¿Puede sentarse al borde de la cama?

—¿Se me permite preguntarte por qué?

Llevo mi dedo a mi boca, mordiéndolo ligeramente mientras los resquicios de recato en mí afloran.

—Desearía estar arrodilla —explico.

—Si mi reina me pide arrodillarse, ¿quién soy yo para negarme?

Cuando se sienta al borde de la cama, lo hace totalmente desnudo para mí. Y yo lo agradezco, ubicándome entre sus piernas, dejando las manos sobre sus rodillas.

Estoy completamente hinchada, diminuta bajo su impía mirada. Degradándome a mi misma, por elección, humillándome de una manera que satanizaría mi razón.

Pero yo me siento libre, en completo control. Cada avance en esto es porque yo así lo decido, porque mi cuerpo lo desea y yo lo complazco.

Llevo la mano de vuelta a su miembro, y acaricio la punta. Está hinchada, y húmeda. Me deleita con solo sentirlo.

Sé que él nota el hambre en mí, y aunque me avergüenza, no me cohíbo.

Conduzco mi boca hacia él, y unto mis labios con sus fluidos, acariciando la punta con delicadeza, besando levemente mientras dejo que ponetre mi boca.

No lo introduzco todo, pero compenso el resto del espacio con mi mano, apretando la base mientras me dejo llevar por mi impulso de lamer, chupar y sencillamente degustar.

Esto es lo más condenatorio que he hecho en la vida.

¿Por qué no me estoy deteniendo?

¿Por qué se supone que estoy dándole placer a él, y soy yo quien gime?

Cuando jadea, ese glorioso sonido como la recompensa de mis actos, me detengo, lamiendo de mis labios su sabor.

—¿Le está gustando?

Él niega levemente mientras sonríe con picardía.

—No imaginas la delicia que es estar en tu boca.

Mi sonrisa es una adulación, un incentivo a su ego. Disfruta mucho cómo me trago cada unas de mis palabras, y un poco más que eso. Sé que me avergonzaré de esto, pero no será hoy. No será ahora.

Estoy tan encendida, tan nublada por el placer que doy, e insólitamente recibo, que se me ocurre una irrverencia total.

Asida a su miembro todavía, llevo mi otra mano dentro de la falda, alcanzando el límite del body y moviéndolo a un lado para abrirme paso  hacia mí misma.

La tela está que podría exprimirla.

Llevo mi boca nuevamente a su punta, y la rodeo con mi lengua, deleitándome con su sabor, prendiéndome de ella con la tranquilidad de quien sabe que algo le pertenece, incluso sin tener un título de propiedad.

Jamás había sentido esto, esta posesividad sin diálogo de por medio, esta emoción de lo implícito, este susto por malinterpretar, y la adrenalina de arriesgarse de todos modos.

Con su lengitud en mi boca, tanto como me cabe hasta dejarme llena y sin aliento, llevo mi dedo a mi entrepierna. Mis fluidos han hecho del camino una facilidad, tanto que mi dedo se desliza a mi interior sin problemas. En ese mero acto un gemido brota de mí, vibrando en el miembro de Nukey.

Los músculos de sus piernas se tensan tanto que temo puedan reventarse. La visión de él, con la cabeza hacia atrás, sentado en desnudez con las piernas abiertas y los codos en la cama, es simplemente enfermizo. Soy una persona muy enferma por disfrutar de lo que veo, y por empezar a chuparle con más pasión.

Renuncia al autocontrol, me entrego a la codicia. Necesito más. Mi cuerpo me pide más.

Mi dedo, completamente empapado de mí, sale, y empiezo a estimularme por fuera, donde él me enseñó que me gusta.

Soy incapaz de moderar cómo mi rostro expresa el placer que siento mientras me toco, succiono su miembro y lo estimulo con mi otra mano.

—Maldita sea, Freya.

No me molesta que él maldiga. No me molesta nada de él en este instante, aunque me reservo el derecho a luego recordar que le odio.

—Mierda. Qué deliciosa te ves dándote a ti misma, qué bendición que me gimas así y, maldita sea, qué rico me la estás chupando.

Eso acaba conmigo. Ni siquiera estaba tan cerca, sencillamente, sus ojos como sangre oscura, sus gruñidos de placer y sus palabras tan inmoral, perversas y halagadoras en igual medida, me llevan a explotar sin que ni siquiera tenga que aumentar el ritmo con el que me toco.

Alejo la mano de mí, y se la ofrezco al notar el hambre en sus ojos.

No solo dejo que lama los fluidos de mis dedos, sino que hago una pausa para no perderme de ningún instante de esa bendición.

Cuando me regresa mi mano y yo vuelvo a aferrarme a su longitud, no puedo controlar mi boca en tanto me provoca decirle:

—Me encanta lo rica que le sabe, lo grande que la tiene, y en serio me aniquila cómo aguanta el gusto con el que se la estoy chupando.

Gusto.

No debí decir eso.

—Quiero matarte en este momento —expreso con tanto rencor que me produce ternura.

—Yo deseo precisamente eso, señor.

No sé de dónde saqué este impulso suicida, pero estoy segura de que no quise decir lo que dije. Sencillamente, quería ver esa reacción en él. Porque cuando tiembla así, oscilando entre el asesino que es y el caballero que pretende ser conmigo, entonces es cuando se vuelve mi versión favorita.

Él se aferra a mi cabello, con firmeza, pero sin dañarme. Es como si midiera mi tolerancia al dolor. Mueve mi cabeza hacia un lado, y luego al otro. Lentamente, estudiando ambos lados de mi cuello, bebiéndose todas las impurezas de mi mirada.

—¿Quieres la experiencia completa? —me pregunta.

—Necesito más información.

—Quiero llenar tu boca con nuestros hijos, y necesito saber si tú...

—Sí, por favor.

Mi asesino sonríe, y lo hace como si acabara de obsequiarle la yugular.

—Cuánta educación.

Su mano libre se aferra a su miembro. Conduce mi cabeza hacia él, y lo apunta para abrirse paso en mi boca.

Él no tiene la consideración que yp tuve, y empuja más allá de mis límites, llenándome los ojos de lágrimas.

No sabía que era posible llorar de placer.

Me da una pausa, sacándolo todo para que respire. Pero apenas tomo aliento vuelve a penetrarme, esta vez aferrándose con ambas manos a mi cabello mientras sus caderas marcan el ritmo de sus embestidas.

Así se supone que debe sentirse.

El cuarto se llena de una neblina espesa, cálida, una humedad que forma gotas de sudor qué recorren mi columna y dejan mi cabello como si saliera de una ducha. Es un aviso de su poder, un instinto que me advierte lo que está por venir.

Tiembla en mi boca, y me descubro a mí misma pidiendo la explosión antes de que ocurre.

Los chorros estallan y todo el barco tiembla, agitándose como si se fuera a partir. Son cálidos, proyectiles que no tardan en llenar mi garganta e inundan mi boca. No llego a tragarlo todo, y cuando él sale de mi boca, sigue temblando y chorreando sobre mi rostro.

Su mano sostiene mi mentón mientras él recupera el aliento.

Se ve sencillamente hermoso así.

—No puedo odiarte más —exhala para mí, mientras usa su guardacamisa para limpiarme la cara.

—¿Necesita que me acurruque y le diga cosas bonitas, o se siente gratamente utilizado?

—No solo acabas de hacerme un oral, Freya, sino que toda la tripulación con certeza lo sabe, creo que puedes empezar a tutearme.

—¿Pero sí quiere que me acurruque a su lado o...?

Él pone los ojos en blanco, pero de todos me tiende el brazo para acunarme a su lado.

Una vez estoy sentada junto a él, nos deja caer juntos en la cama. Mi mano en su pecho, mi rostro huyendo del suyo.

Me gustó mucho lo que acabo de hacer, no creo poder ocultarlo.

—Eres tú o nada, Freya.

Cuando dice eso, mi corazón da un vuelco que casi lo saca de mi pecho.

—No diga eso, habrá tenido mejores mujeres, con más experiencia, dándole un mejor placer.

—Y dale con eso... —Se burla. Teniéndome bajo su brazo, me busca el rostro sin importarle que yo me niegue a verlo, y me besa la mejilla, peligrosamente cerca de la comisura—. No ha habido ninguna antes que tú, y no habrá ninguna después.

—Mentiroso. —No le doy tiempo a responder, y le digo—: Hoy cumplo veintiún años.

Me mira con los ojos ligeramente entornados.

—¿Hablas en serio?

—Es día de las estrellas caídas. La fecha en que nací.

—¿Y esto qué ha sido? ¿Un autoregalo?

Arrogantee...

—Tatúatela, si tanto te gusta la palabrita.

—Jódase —le digo dejando un beso en sus costillas, sobre las alas del tatuaje.

No sé por qué hice eso.

—Con cuánta elegancia insultas —dice, teniendo la consideración de no mencionar mi beso inoportuno.

—Solo a usted.

—¿Ya somos exclusivos?

—Repito: jódase.

Esta vez, le pego mi dedo medio de la frente mientras él se ríe.

—Tal vez luego lo haga —responde—. Antes voy a darte tu regalo.

—Pero si ya...

—No, eso fue de ti para ti. Ahora viene mi regalo.

Nota: enculada no, lo que le sigue.

¿A ustedes qué les ha parecido leer a la Freya desatada, y al Nukey... Nukey?

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