Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

46: Una sola cama

Voy a dormir con Nukey, no porque quiera dormir junto a él, sino porque prefiero la comodidad de su lecho.

El espacio y lujo de su camarote me había sorprendido, pero he olvidado hasta el color de las paredes en tanto entramos y la camisa cae al suelo.

Su camisa.

Su torso es tal cual como podía adivinarse a través de la transparencia. Lo que me deja pasmada es el tatuaje. Un gripher a medio rugir, con alas desplegadas, pero no a mitad de un vuelo. Es una criatura que quiere demostrar todo el diámetro de su poder, intimidar con su tamaño, persuadir con su grandeza. El negro de la tinta contrasta con la piel del asesino, creando una especie de ansiedad en mis dedos. Quisiera recorrer cada trazo, sentir su relieve, comprobar lo indeleble de esas marcas...

El enmascarado es atractivo en su enigmático anonimato y su sonrisa impía, pero Nukey no es atractivo: es francamente irresistible.

—¿Podría ponerse la camisa, señor?

—Vuelve a llamarme «señor», que no solo no me pondré la camisa, sino que te pondré a ti a colgar del techo tal cual estabas cuando llegaste aquí, pero con distintas intenciones.

—¿Esa es su idea de una amenaza?

Creo que mis palabras han sido malinterpretadas, porque Nukey se relame con el rojo de su mirar encendido.

Me da la espalda mientras revisa el interior de su guardarropas. Debería concentrarme en lo respetuoso que es mi secuestrador al obedecer mi petición de que se vista, pero justo ahora he perdido el orden de mis prioridades.

He de sincerarme conmigo misma. La espalda de Nukey no me resulta desagradable. Su olor, lo toleraría cada instante de mi existencia. Su mirada, tiene un efecto en mi piel que ningún tacto ha siquiera igualado. Siendo una mujer, y nada más que eso, puedo reconocer un gusto superficial hacia este hombre; tal vez, inspirado por las múltiples prohibiciones hacia la sola idea de tocarlo; tal vez, porque he sentido su lengua en mis labios, y estoy segura de que no me negaría a tenerla en todo mi cuerpo. No es amor, no es ni siquiera un enamoramiento. Es un concepto más primitivo. Es un apetito incorrecto, visceral. Soy piel y no matriz, soy impulso y no deber; soy una chispa sobre hielo que augura una llamarada. Soy solo unas manos, y una mente muy desviada. Soy una mujer que desea a un hombre que esta buenísimo.

Se termina de poner la guardacamisa con sus ojos fijos en mi. Y su ceja, se arquea con una arrogancia que hace que desee escupirle.

—Puedo volver a quitármela, si no viste suficiente.

Que se vaya a la letrina de Canis con todo y su torso tatuado. Soy reina antes que nada, y él me desagrada en cada aspecto que es racional. De hecho, mi psique no lo tolera.

—¿Dónde dormiré yo? —inquiero, un poco más abrupto de lo que debería, como un medio de autodefensa de mis pensamientos.

Su mirada degusta mi cuerpo de pie a cabeza, deteniéndose en la parte de mis muslos que no cubre el body. Es como si la falda no existiera para él.

—Sabes que no estás aquí para dormir en la alfombra.

—¿Me dejaría dormir en el suelo?

Se encoge de hombros.

—A mí la cama no me incomoda, ¿y a ti?

—Eso depende. —Mis pies se arrastran por el suelo, la punta de la bota deslizándose con gracia para avanzar un paso, luego otro, hasta quedar tan de frente a Nukey que podría usar sus anillos para adornar mi cuello—. ¿Ha considerado mi oferta?

—¿La de embarazarte?

—No lo diga así —pido en un hilo de voz.

Su mano se posa en mi espalda baja, dando un tirón que me deja un brusco paso más cerca de él.

—Lo lamento —se corrige—. ¿Te referías a que te haga el amor, múltiples veces, para, eventualmente, embarazarte?

Niego lentamente con mi cabeza.

—Con una vez bastaría.

—Habría que asegurarnos, ¿no?

—Prefiero el riesgo.

—Si lo que prefieres es riesgo, quédate, y te hago todos los hijos que quieras.

Él intenta pegarme más, pero mi mano se interpone, firme, aunque sin alejarlo. No me molesta esta prudencial distancia, con mi tobillo enganchado al suyo.

—Solo necesito uno, seño... —Me callo a tiempo, pero no lo suficiente para evitar que de él surja una sonrisa tan perversa, que casi puedo compartir sus bizarros pensamientos—. No me quedaré, pero usted todavía puede sacar provecho de esto. Solo acepte, no pierde nada.

Su dedo se desliza desde la base de mi cuello, recorriendo mi garganta, hasta alzar mi mentón para exigir mis ojos en los suyos.

—Te deseo, Freya, pero te deseo entera. No puedo ayudarte si me ofreces menos que eso.

—No negociaré lo que no poseo. No soy dueña de mí misma.

—Eres una propiedad muy inusual, en ese caso.

—Váyase a la mierda. —Digo pegando mi dedo a su pecho. Lo hago con tanta fuerza, que siento que reprimo una tormenta detrás de mi ira injustificada. Lo toco de tal manera que un golpe no tendría nada qué envidiarle.

Y se ríe.

Odio que se ría.

—Usted puede irse a la mismísima mierda en la letrina de Canis. Usted y sus barcos que no son suyos, y su tripulación de maleducados, y todas sus palabras malintencionadas que solo existen para tentarme y luego juzgarme porque no he caído en sus garras...

—A mí me parece que uno que otro tropezón has dado sobre mis garras.

Detesto demasiado su cinismo, casi tanto como aborrezco la gran parte de razón que cargan sus insinuaciones.

Le lanzo un golpe directo al pecho, y él lo acepta, pero luego se aferra a mi puño.

No me toques, no me toques, no me toques...

—No sabes cuánto deseo besarte en este momento.

Me zafo de su agarre.

—No es la clase de cosas que se vociferan en una discusión —lo acuso—. Además, usted tiene esta... tendencia a apresionarme contra su cuerpo. Si quisiera, ya me habría besado.

—Me pediste que no volviera a intentarlo.

—Tiene razón. —Me encojo de hombros, sintiendo cómo mi corazón se salta un latido. Esta vez, no es por la ira. Son los nervios. Todo con respecto a él me pone nerviosa—. O tal vez no lo desea lo suficiente.

—Tal vez. O tal vez deseo mucho más que tú lo desees.

No puedo.

No puedo desearlo.

Desearía poder desear con libertad.

—Ayúdeme —insisto con la docilidad de quien pide auxilio, alejando mi pierna de él. Esto no quiero lograrlo con trucos de seducción barata. Estoy pidiendo un favor del que quiero que sea muy consciente al aceptar—. Esto no es un juego para mí. Si usted dice que es posible que funcione mi descabellada idea, entonces ayúdeme con ella. No se lo pediría si no tuviera al menos la vida en juego.

Eso torna su ánimo en algo muy distinto de la arrogancia y la malicia. La atmósfera se vuelve espesa, la sensación térmica aumenta en un calor que enrojece mis mejillas.

No sé si lo que le hace al aire es intencional, o instintivo. Por la respiración en su cuello y la tensión en su mandíbula, entiendo que está muy molesto.

Se aleja de mí caminando al otro extremo del camarote.

—Nukey, por favor.

—No insistas, Freya.

—¡Te estoy pidiendo que hagas lo que deseas hacer! ¿Por qué te cuesta tanto...?

—¡NO!

La manera en la que exclama me deja perpleja, anclada fríamente a las tablas del suelo sin siquiera considerar moverme.

Estoy decidida a dejar el tema y no seguir empujando más sus límites, cuando lo suelta todo con una especie de brillo sarcástico en su semblante.

—Aceptar ayudarte sería una renuncia. Significa que acepto que te irás con él, y que no puedo ni aspirar a tenerte, porque cualquier movimiento para acercarme a ti te pondría en peligro. Y yo... —Se ríe, pero no hay gracia en el acto; hay fatiga, hay ironía—. Me niego a renunciar. No puedo hacerlo.

—¿Por qué? —indago—. Soy un capricho más de los muchos que tendrás en tu vida.

—Porque... —En lugar de acercarse a mí, se aleja, pegándose exhausto a la pared—. Porque te deseo, Freya. Y sé que has sido deseada, y que no entiendes la novedad en esto. Pero yo he pasado mi vida sin desear nada más que lo intangible, encontrando placer en hacer de mis objetivos unos acertijos, haciendo montañas de caridad, para compensar las injusticias diarias que cometo. Nunca he considerado la idea de arrastrar a nadie a este tornado en el que vivo. Valoro demasiado mi libertinaje y estoy aferrado a mis objetivos. Pero a ti te deseo. En qué medida, es irrelevante. Desearte es lo suficientemente esclarecedor para mí. Y no solo me pides que te deje ir, sino que renuncie a toda posibilidad de alguna vez tenerte.

Él está tan mal informado... Por supuesto que habré sido deseada en el pasado, pero no con este descaro y honestidad. No con este nivel de exclusividad. El estándar para mí es compartir mi anillo de compromiso con otra.

Algún hombre ha puesto atención en una parte física de mí, pero no llega a sentirse como esta necesidad compulsiva y recíproca.

Quisiera que la persona que me tiene me deseara la mitad de lo que me desea Nukey. Quisiera desear a Israem una cuarta parte de lo que me fascina la presencia de este hombre.

Habría preferido jamás tener un punto de comparación. Habría preferido nunca pasar estos días con Nukey.

—Debe haber algo que desee más que a mí. —Murmuro. Me armo de valor, y lo miro a los ojos, sin demostrar la más mínima consideración con lo que ha dicho. No puedo dejar que se arme ilusiones peligrosas—. Pídamelo, haré que esté a mi alcance.

Se queda callado. Es suficiente para confirmar, aunque no parece dispuesta a discutirlo.

¿Qué quiere?

—¿Es esto realmente lo que quieres?

Asiento sin pensarlo.

—Es lo que quiero. ¿Qué quiere usted?

—No lo decido.

—Miente. Sabe perfectamente lo que va a pedirme.

—Lo que no decido es si aceptaré este trato.

Le sostengo la mirada. Es intensa, cargada de impotencia, pero no parece avergonzarse de lo que me ha dicho, ni demuestra algún impulso de retractarse. Asume el rechazo y lo enfrenta sin vergüenza, aunque no por ello con menos ira.

—Si hacemos esto tienes que irte definitivamente, Freya.

—Usted me raptó.

—Irte de mi cabeza.

No quiero decir lo que debo decir...

—Yo no escogí estar ahí en un principio —respondo con la frialdad de una Cygnus.

Asiente y me señala la cama.

—Ponte cómoda.

—¿Y usted?

—Tengo mucho en qué pensar. Te agradecería que descanses, y que no te asustes cuando regrese.

—¿Sí regresará?

—Sigue siendo mi cama.


Cuando regresa yo estoy sentada a la cama, mis pies moviéndose nerviosos en la espera.

—¿Quieres que te ayude a dormir? —pregunta.

—De repente ha recuperado el deseo de hablarme.

Él frunce su ceño.

—Nunca he dejado de hablarte, solo pensaba mejor mis palabras.

—Y ya no está pensando.

El arco en su ceja es bastante insinuante.

—Tengo un par de pensamientos que podría compartirte, si deseas.

—Le escucho.

Pero niega, con una sonrisa que desvela todas las fechorías que no me confiesa.

Se mete a la cama junto a mí, dejándose la guardacamisa. Queda acostado con la vista en el techo, y yo me giro, todavía sentada, para verlo.

—¿Qué es lo que esperas? —pregunta sin mirarme—. Si crees que tengo intención de embarazarte en este momento, te equivocas. Acuéstate tranquila.

—¿No va a...?

—Freya. —Clava el codo en su cama para verme de frente—. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste sexo?

—¿Qué clase de imprudencia es esa?

—Una menor a las que suelen salir de tu boca.

—No es de su incumbencia mi vida sexual.

—¿Existe, siquiera?

—Cállese.

Me acuesto. Evidentemente estoy a su lado, pues compartimos la misma cama, pero salvo la situación mirando al otro lado de la habitación, para así darle la espalda.

—¿Puedo acercarme?

Su voz, aunque está a una eternidad de distancia, se cuelo en mi columna vertebral, haciendo que tenga que reprimir un escalofrío.

No debo voltear para saber que me mira, y esa certeza solo hace que sienta una laguna eléctrica entre nosotros. No quiero que se acerque, porque con esta distancia ya siento que me provoca chispas en la piel.

—Ni siquiera lo piense —musito—. No caeré en sus artimañas de ladrón barato.

Lo siento moverse en la cama, aproximándose a mí.

—¿Qué crees que pretendo?

—Poner mi cuerpo en la gripher posición.

Él se deshace en una risa que rápidamente escala hasta el podio de una carcajada. Yo debo poner mi mano sobre mi boca para no unirme a él, pero en consecuencia mi cuerpo tiembla con la risa que contiene.

Pensé que me preguntaría qué es la gripher posición, pero resulta que ha captado el contexto bastante bien.

—Tienes unas ocurrencias muy únicas.

—Lo importante es que entendió.

—¿Pero no es precisamente eso lo que me pedías hacer un rato? ¿Por qué ahora te preocupa que quiera hacerlo?

—Lo que yo le pido es una medida desesperada de supervivencia, lo que usted desea hacerme es inmoral.

—¿Y si te doy mi palabra? ¿Me dejarías dormir pegado a tu cuerpo?

—¿Su palabra de asesino o de imbécil?

Nuevamente se ríe, y yo me muerdo los labios agradecida de que no pueda verme. Me encantaría que insista, que me de un salvoconducto para dormir pegada a él sin que mi consciencia desee el suicidio.

—Te doy mi palabra, lo que sea que eso signifique para ti, de que si me dejas acercarme no intentaré absolutamente nada que tú no apruebes.

Ese es precisamente el problema, que estoy tan vulnerable que sin duda aceptaría lo que sea que se le ocurra, siempre y cuando él me esté tocando.

—¿No hay suficiente espacio en la cama? —bromeo.

—Hay suficiente espacio en el mundo, y aún así escogería estar pegado a ti.

Cierro los ojos, y espero que mi silencio y falta de negativa acaben por ser lo suficientemente esclarecedores.

Contengo la respiración al percibir su dureza contra mis gluteos. Su mano se posa en mi cadera, quieta, pero igualmente amenazante, y un gran calor se forma entre mis piernas. Parece derretirme por dentro, de alguna forma siento que empiezo a gotear.

Esto no es normal, mi cuerpo ha de estar fallando en algo.

Sus dedos van a mi escote, donde se rozan en la piel expuesta, y se deslizando hasta el borde, bajando lentamente la tela hasta que queda cubriendo apenas mis pezones.

¿Qué estoy haciendo...? Si mi alma no había pecado en lo que llevo de vida, estos minutos se ha dedicado a compensarlo. Estoy desbordando en contradicciones, ganándome un diploma a la hipocresía. No reconozco a la mujer que se eriza en los brazos del asesino, así como tampoco puedo juzgarla.

—¿Puedo...? —pregunta a mi espalda, mientras inmersa su dedo al interior de mi escote, rozando mi pezón.

—¿Qué...? —le pregunto.

—Lo que tú desees. Para todo estoy disponible.

Pongo los ojos en blanco justo cuando termina de bajar mi vestido y dejar todo mi pecho al descubierto.

Sus dedos acarician mi pezón, una fricción que me sensibiliza el doble.

Sus labios van a mi cuello, donde empieza por dejar un beso, mientras su mano va reconociendo la piel expuesta de mi pecho.

Su boca se desliza por mi clavícula, donde respira de una manera que aniquila mi razón.

Nunca había deseado tanto rendirme. Estoy exhausta, agotada de ser tan firme. Quiero perder, quiero dejarle ganar. No quiero cumplir leyes ni deberes, quiero pecar toda la noche a su lado.

Su mano se cierra autoritaria sobre mi garganta, apretando ligeramente, pero me deleita de tal manera que mi cadera se echa hacia atrás, presionando ese bulto que él me restriega son vergüenza.

—Tengo varias sugerencias, por si quieres sentirlo mejor.

—No seas arrogante...

La manera en que agarra mi cuello de un lado, y prende con su boca a besarme del otro, me calla por completo y sin derecho a réplica. Si así besa mi cuello, no quiero ni pensar en lo que podría hacerle a mi boca. Y precisamente no quiero, porque es doloroso pensar en probar un bocado de algo que no podrás comerte.

Sus besos bajan nuevamente por mi clavícula. Son aguijonazos de placer que amenazan todo mi núcleo. He hecho de mí un lienzo donde solo él sabe crear arte.

Sin besar más, sus labios entreabiertos bajan por la piel de mi pecho, aproximándose a la zona más sensible. Parece a una orden de subirse encima de mí.

—¿Me dejas lamerte?

Lo deseo tanto...

Debe dejar de hacer preguntas. En este momento, agradecería que no fuera un caballero y simplemente me tomara.

Pero la opción está servida, y no puedo aceptarla.

Pero acabo por acomodarme el vestido, ladeando mi rostro para mirarle.

Él ni siquiera se muestra ofendido, lo toma con lógica.

—¿Él te ama? —pregunta tomándome por sorpresa.

Por algún motivo, no estoy dispuesta a mentir al respecto.

—Está demasiado enamorado de otra como para siquiera intentarlo.

—¿Quién podría, Freya, mirarte y siquiera recordar el nombre de otra?

—No es necesario que juegue así conmigo.

Su beso en mi quijada es toda mi respuesta antes de que sus brazos me estrechen contra su cuerpo.

Se siente tan bien estar así, pegada a un hombre como él, sentir que puede ceder en sus brazos y dormirme en paz. No tengo, ni por un instante, temor a que explote y me abandone el resto de la noche, o a que desaparezca por la mañana. Estoy convencida de que, al abrir mis ojos, él estará aquí, todavía abrazándome.

—Nukey...

—¿Sí, mariposa?

—Me gusta estar así contigo.

Nota de una autora enamorada: Ay, para cuándo la boda de esta gente. Ya yo vivo en su luna de miel.

Y bueno... Este capítulo es de celebración por la nueva edición de Vendida.  Y si quieren, pueden comentar mucho a ver si retomatos el maratón ♡

Pero antes díganme toda su opinión del capítulo y sus teorías.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro