44: Secret love song
Escuchen Secret love song de Little Mix
Pd: el capítulo va dedicado a Jessica del grupo de WhatsApp por su cumpleaños ♡
Pasé cada hora del resto de la tarde revisando entre la montaña de ropa para mi estadía, buscando algo que ponerme. Más que un simple vestido, necesitaba hallar una huella para dejarla en la memoria de Nukey. Soy una mujer hermosa; aunque no me he reconciliado con esa parte de mí —al aceptar que solo soy una moneda política— esta noche tengo una oportunidad para demostrarlo ante un hombre al que parece atraerle toda esa energía que reprimo. Sencillamente, me sentí negada a pasar desapercibida.
No recuerdo haber sentido una emoción así desde los instantes previos a conocer a mi esposo. Esos nervios a flor de piel, la anticipación que convierte cada segundo previo en una eternidad agónica. Y el miedo ante las múltiples posibilidades.
Miro el anillo en mi mano. El símbolo de su matrimonio pasado. La prueba de su amor por otra, una mujer a la que sí pudo amar, y que sí pudo darle un hijo. En mi vida no he llevado puesto nada tan espantoso, salvo sus cicatrices.
¿Qué estará haciendo Israem en este momento? Mientras yo me arreglo para negociar con su enemigo. Un enemigo en común, ya que representa un peligro para nuestro reino.
Me quito el anillo. No porque esta noche vaya a pretender que no existe. Simplemente, tomaré los beneficios de los distancia. Por muy rey que sea, mientras esté aquí, Israem no me puede obligar a usarlo.
De todos modos, si su corazón puede vagar donde él quiera, dudo que le moleste lo que haga con el mío.
Estoy casi lista. Con un body strapless que llega a cubrir solo un tercio de mis muslos. Es entallado cual corsé, del que se desprende una falda de encaje transparente. Todo, hasta mis botas, son tan rojos que podrían verme llegar de entre una multitud.
Sacudo mi cabello frente al espejo. Está rizado con ese efecto natural que me hace lucir como si tuviera una melena. Me siento capaz de rugir.
—Te pusiste unos tacones tan altos como para asesinar a un hombre.
—Justo lo que pretendía, gracias, Eva.
—¿Qué crees que tenga planeado?
—Dudo que sea de los que planea. Con algo de suerte me dará las flores del comedor, dirá dos bazofias que no creeré e intentará, en vano, besarme.
—Si ya tienes repasada la noche en tu cabeza, ¿por qué le dedicas tanto empeño? Te probaste más vestidos que una actriz.
No lo respondo al instante, pues mi concentración está derramada en procurar que el labial me quede a la perfección.
—Por Ara, Freya... No te había visto usar tanto rojo jamás.
—No voy a esta cita a jugar, Eva.
Ella abre la boca como para dejar entrar en ella un huracán y sus ojos se empapan de un brillo contagioso.
—Ay... ¿Qué tenemos en mente? —me pregunta aplaudiendo de emoción.
Exhalo. No he dicho esto en voz alta, pero llevo desde el desayuno pensándolo.
—Voy a pedírselo.
—¿Su mano en sagrado matrimonio?
—¡No! ¿Cómo puedes creer que...? Ay, ni siquiera me voy a molestar. No, Eva, lo que voy a pedir es su... apoyo... en nuestro asunto.
—Tú asunto.
—Eres una mierdita como cosmo.
—Yo no te mandé a casarte.
—¿No se supone que eres mi apoyo moral?
—Y tu golpe de realidad.
Le muestro mi dedo medio a través del espejo.
—Dejando de lado la violencia... ¿Te volviste loca? ¿Cómo le vas a pedir eso? Primero invítalo a un café.
—Ya tomamos café temprano.
—Freya, que a ti te hayan pedido un hijo con contrato, involucrando dos reinos y dos familias, no significa que así funcionen las cosas para la gente normal.
—Él no encaja en dicha categoría, ¿o sí?
Esa soy yo intentando justificar lo injustificable, solo por el desespero.
—Freya, el hombre es un prófugo, pero tiene demasiada libertad. Y riquezas. Y personas a su mando. Querrá legar todo eso, no que su hijo lo crie el rey, al que además detesta...
—Pero...
—Sin mencionar que lleva toda la vida célibe, es incoherente que de repente olvide todo eso y te regale un hijo para que seas feliz con su competencia.
—¿En serio le creíste lo del celibato...? Espera, no estabas cuando me dijo eso. Chismosa.
—Piensas demasiado en ello, es como si me gritaras el chisme. Indiscreta. Y sí le creo, le creo más a este que a otros por ahí que supuestamente no pueden mentir.
Lo de Eva con Israem es evidentemente personal.
Y ahora debo tener cuidado hasta con lo que pienso. Vaya suerte.
—Da igual. Supongamos que el de la máscara acepta la desfachatez que se te ocurrió. ¿Te volviste loca? Te van a matar a ti y al bebé en tanto lo descubran.
—Si lo descubren. Y, en todo caso, nueve meses de vida me parecen mejor que cero, porque apenas llegue al castillo sin un bebé en el vientre, ya sabes lo que va a pasarme.
La cara de la Eva cósmica lo dice todo. Muestra toda la preocupación que yo no me permito sentir para no desesperarme.
—¿Nerviosa? —me pregunta.
—Y con más hambre que la garrapata de un peluche.
—Sugiero que tomes unas clases de etiqueta antes de regresar al castillo. Solo para repasar.
Dos hombres vestidos con elegancia me buscan en la puerta del camarote. Me escoltan hasta cubierta, haciéndome sentir más honrada que vigilada.
Y ahí me espera él.
Sin gabardina. Sin guantes. Sin la máscara.
Nukey.
Lleva una camisa hecha totalmente de encaje negro que transparenta su torso, con las manos desnudas tan visiblemente orgullo de ellas que las tiene llenas de anillos. Pese a no verse como un hombre convencional, no deja de exhumar una imponencia y un magnetismo que empequeñece a cualquiera a su lado.
Creo notar el atisbo de un tatuaje en su costado, pero el encaje no me deja distinguir.
Su mirada me desnuda de pie a cabeza, con esa sonrisa filosa y maligna.
Me tiende su mano, pero la rechazo terminando de entrar a cubierta por mi cuenta.
Lo mas gratificante es, con la falda de mi vestuario asida, mirar hacia atrás, y descubrir que en lugar de lucir ofendido, se muerde los labios.
Ahora, el barco... Me toma por sorpresa.
Las velas se alzan como alas de gripher, adornadas con luces titilantes que emulan una noche estrellada. Luciérnagas. Cada esquina del barco brilla, mientras la escarcha cubre el suelo como si un cosmo hubiera llorado sobre el. En el centro, un solitario órgano blanco que me transporta a la primera vez que vi a Nukey. Solo una cosa hay sobre este: una máscara, y una pluma roja.
Me acerco a la proa para asomarme al mar. Burbujea con un rojo profundo, las olas golpeando el casco con la fuerza de mis nervios. Miro al cielo, a la aurora boreal que nos custodia, y le pido ayuda para lo que estoy por hacer.
—Entonces... —digo al verlo llegar a mi espalda—. Este es su barco.
—Uno de ellos.
Me volteo, con mis manos asidas al borde del barco, y le digo:
—¿Pirata?
Niega con evidente burla.
—¿Capitán?
—Todos mis barcos tienen sus propios capitanes.
—Y usted es el capitán de los capitanes.
—Más, Freya, mucho más.
—No se me dan bien las adivinanzas, necesito más información.
Pero en lugar de responder, se queda mirándome de una manera que me inquieta.
—¿Qué tanto me observa?
—Luces como toda una reina.
—Soy una reina.
—Y una demasiado hermosa.
Pongo los ojos en blanco, desviando mi rostro para que no note lo mucho que deseo sonreír.
—¿Qué hago aquí, Nukey? No entendí por qué me ha invitado.
Él se aproxima hacia mí, guardando tanta distancia como es debido en un cortejo ético, y desde su posición toma mi mano. Cuando la lleva a sus labios, puedo pensar en mil razones para impedirle que me toque, empezando por el matrimonio que me condena. Pero se lo permito. Dejo que la bese, mientras sus ojos buscan aprobación en los míos.
Al soltarme, dice:
—Ya que tu marido ha dicho que puedo hacer contigo lo que me plazca, he pensado que sería buen comienzo presentarnos formalmente.
—No se haga ilusiones, volveré con Israem. Pero me declaro interesada en dicha presentación. —Cruzo mis brazos, mis ojos inquisitivos sobre el—. ¿Quién es usted? ¿Qué hay detrás del hombre de la máscara? ¿Qué lo vincula tanto con Israem como para que no le haga daño, incluso teniéndolo al frente?
Eso último lo ha hecho reír con cierta ironía.
—¿Qué te hace pensar que tu adorado esposo podría dañarme?
—Que es el rey, y usted solo ladra.
—También muerdo, por si estás interesada.
No sé por qué llegué a pensar que se podría tener una conversación tranquila con este irreverente.
Camino de regreso a donde está el órgano, pero lo hago tan de prisa como para que se note mi indignación.
Al llegar, veo al hombre que me puso en esta situación. El que me colgó de la celda sin ropa.
No solo no me mira a los ojos sino que, cabizbajo, le entrega una bandeja con una botella a Nukey en tanto lo ve llegar.
Nukey agradece, y en tanto se marcha el lacayo, veo que al brazo que tiene en la espalda le falta algo...
Miro al asesino mientras deja la botella en el órgano. Mi expresión le dice todo.
—Perdoné su vida —explica—, pero no su mano. Incluso con lo que está sufriendo, nada justifica la maldad con saña hacia ti. En todo caso, eres la reina. Y jamás di orden de lastimarte, solo de traerte. No confiaba en... el calor de mi propio enojo.
¿Qué es lo que está diciendo? Me sorprende que no solo no ordenara las cosas que me hicieron, sino que castigara al responsable.
—Yo... habría elegido la misericordia.
Se recuesta del órgano y, cuando me mira, noto la tensión que se forma en su rostro.
—¿Y aún así mataste a Eva?
No sé cómo haré para que me crea, pero si no consigo que suelte el resentimiento que tiene hacia mí, jamás conseguiré su ayuda.
—Yo no soy esa persona. Sería incapaz de tomar una vida, a menos que sea en mi defensa. Yo incluso me llevaba bien con ella. Era muy arisca, y bastante cerrada a mis avances, pero hice lo que pude. No estuve de acuerdo con su secuestro, incluso me encerré en una celda contigua hasta que hice un trato por su libertad. Al menos, toda la libertad que pude comprarle. La hice mi doncella.
—Dime algo que no sepa. Dime cómo, si eres tan honesta, se explica que juraras que ella estaba viva cuando yo acababa de ver sus huesos.
—Si le contara lo sucedido, no va a creerme.
Él calla. Sus ojos me miran con una intensidad que abruma.
—Te sorprendería saber las cosas que soy capaz de creer.
Tomándome por sorpresa, sus manos se deslizan sobre mi cintura, tirando ligeramente. En tanto me tambaleo más cerca de él, siento que todo el barco se inclina conmigo, y que el mundo amenaza con hundirse a mis pies.
Llevo mi dedo más cerca de su cabello, levemente enredándome en el.
—Su mechón... ahora cubre la mitad de su cabello. Cuando llegué estaba mucho más pequeño.
Ladea su cabeza ante mi curiosidad.
—Es culpa del miedo que me tienes.
Mi entrecejo se frunce.
—¿Qué pasa con mi miedo?
—Que ya no existe. Y en el barco nadie más me teme.
¡¿Ah?!
Se ríe de mi extraña expresión.
—Mi cabello, hermosa, se vuelve blanco en tanto más tiempo pasa sin que consuma las hormonas que produce el miedo. Específicamente el miedo hacia mí. Y no cuentan los sustos ligeros. Debe tratarse de un sentimiento lo más inclinado al pavor.
No lo pongo en duda ni un segundo. Pero eso solo hace que mas preguntas lleguen a mi cabeza.
Sus manos en mi cintura me alzan, haciendo del mundo a mi alrededor solo un borrón de luces y colores, hasta que me deja con delicadeza sobre el instrumento.
Me deja así, agitada por su maniobra, mientras se pone a servir el vino en una sola copa.
Sus labios acarician el borde del cristal, mojándose con el vino que se bebe.
En tanto me ofrece la copa, entiendo que compartiremos.
Nací como princesa, estoy basando mi nueva vida en que soy una reina. No comparto ningún utensilio, ni siquiera con mi esposo.
Lo pienso un instante, mirando el tramo donde antes tocaron sus labios, para luego ceder y beber también.
—Ella debió ser muy importante para usted —digo saboreando el vino de sus labios—. Es increíble que se atreviera a secuestrar a la reina por vengarla a ella.
—¿Hablas de Eva? —pregunta con un arco inquisitivo en su ceja.
—No quiero molestarle...
—No lo haces. Y sí, ella fue tan importante como cualquiera de ellos. Pero sin su muerte de excusa igual te habría raptado eventualmente. Solo que por menos tiempo.
—Le era leal, ¿sabe? Solo me habló de usted para contarme de cómo volaron en Mizar, y cómo la ayudó con sus estudios.
Su sonrisa entra en un estado de combustión.
Con un gesto rápido de su cabeza, me vuelve a señalar la copa para que no deje de beber. Y así hago, con precaución en la cantidad que trago, pero disfrutando de su explosivo en mis papilas gustativas.
Le devuelvo el vino. Sin que su sonrisa mengue, lleva la copa a sus labios.
—¿Te dijo que volaba en Mizar? —corrobora.
—Mencionó un gripher de alas blancas...
Su mirada me hace sentir tan estúpida, que quisiera poder recoger cada una de las palabras que dije.
—¿Y creíste que era Mizar?
—Lo asumí, supongo. No pensé mucho al respecto.
Sus cejas se expresan por él.
—No, mi reina, nadie se sube en Mizar. Es tan selectivo que algunos no pueden ni acercarse aunque a mí me agraden. Eva tenía a su pareja para que la llevara.
—¿Qué...?
—El hombre que vino a dejar el vino, se llama Tyger. Iban a casarse en tanto ella se graduara.
Trago en seco. Normal que me odie tanto...
Un momento. ¿Dijo que nadie se subía a Mizar? Pero yo lo hice, y porque él me lo ofreció.
—Parecen tenerle mucha lealtad —digo—. Ese tal Tyger dejó que le cortara la mano, y además sigue a su servicio. Debe dar unos pagos muy generosos.
—No me insultes, mariposa. No compro lealtades. Cada una de estas personas tiene una razón para estar de mi lado.
—¿Y no dijiste que esta noche era para presentarnos correctamente? He aquí su oportunidad: preséntese.
El hace una especie de reverencia y accede.
—Digamos que he tenido demasiados años para hacer de mi vida exactamente lo que me propongo que sea. Cuando hablé de tener reyes de rodillas no alardeaba. He sido rico, huérfano, ladrón, mendigo... Pero con los años me fui trazando un objetivo. Conocimiento, alcance, riquezas, aliados y por consiguiente poder. Lo que tú conoces como mi tripulación es solo una minúscula parte de mi familia. He llegado a tener tanto dinero y comodidades que no podría ni pensar en acapararlas. De vez en cuando, conozco a una persona, de entre lo vil y menospreciado, y lo adopto como mi causa personal. Eva fue una de ellas. Imagino que Israem la escogió porque Tyger y Tyla, su melliza, son intocables al vivir pegados a mIi.
—¿Cuántos años? ¿Cuántos años le toma a un huérfano convertirse en el enmascarado de Jezrel?
—Oh, no... —Me tiende la copa de vuelta—. Las preguntas profundas para después del primer beso.
—No sea arrogante.
En lugar de tomar mi consejo, me guiña un ojo.
Me llevo la copa a los labios, pero me detengo con recelo. Los ojos de Nukey se han tornado tan oscuro que podría decir que son negros.
—¿Se encuentra...?
Sus manos en mi quijada me toman por sorpresa. Con ella manipula mi cabeza, moviéndola para revisar libremente mi cuello.
—¿Te las hizo Tyger?
Me libro de su agarre con un manotazo. Sus ojos se encienden, e intenta volver a llevar su manos a mi cuello, pero esta segunda vez lo golpeo con mas determinación.
Por como me mira, parece que por primera vez en toda la noche recuerda que me aborrece.
—No ha sido ninguna persona que usted conozca. Aunque no es como si fuera de su incumbencia.
—Freya —me regaña con visible tensión en su mandíbula.
Como si me importara.
—Tenga. —Le doy un trago al vino y vuelvo a pasárselo.
Lo acepta, aunque a regañadientes.
Creo que debo bajarle a la recurrencia con la que estoy bebiendo, porque empiezo a ver el doble de luciérnagas de las que había.
—Entonces, ¿toda su vida se basa en asesinar personas para patrocinar su caridad?
—Eso, y esperarte a ti.
Empiezo a creer que este hombre se cree sus propias mentiras.
—¿De verdad piensa que le voy a creer que ha estado esperando todo este tiempo en divino celibato a la "dama indicada"?
—No todos somos unos promiscuos.
—¡Deje ya de meterse con mi esposo!
—¿Y quién lo ha mencionado a él?
Pero qué maleducado. Me está provocando, y disfruta cada instante de mi frustración.
Parezco ingenua por notarlo recién. No sé qué esperaba yo de un rufián.
—De cualquier forma —agrega posicionándose frente a mí, sus manos a cada lado de mi cuerpo, a duras penas manteniendo la distancia con mis piernas cruzadas—, no escogí el asesinato como vocación. El mechón no solo está para verse bonito, sino para recordarme lo que sucederá si mi cabello se vuelve totalmente blanco porque no consumo suficiente miedo.
Mi semblante palidece, al igual que si escuchara una historia de terror. Tiene toda mi atención.
—Morirá.
—Cuando eso se cumpla. Lo cual espero no suceda pronto. Sería lamentable, dado que recién empiezo a conquistar a mi chica.
Parece que pretende seguir con esa narrativa, así que le sigo el juego.
—De acuerdo, supongamos que le creo. Ha esperado toda su vida por la chica indicada. ¿Qué hace perdiendo el tiempo conmigo? ¿No le preocupa que ya he estado casada y mi cuerpo ya ha sido tocado?
Cuando bufa, es como mi bofeteara toda mi resistencia. Creo que lo nota, porque su mano desliza por la abertura de mi falda. Es un gesto leve que pronto retrocede, quedándose sujeto a mi rodilla.
—Mejor para mí si tienes experiencia, Freya —dice acariciando mi mentón—. Así no te quedan dudas de que lo que vas a sentir no tiene punto de comparación.
Que Ara me perdone por lo que recuerdo al tener sus dedos en mi boca.
Si no tuviera tan presentes las palabras de Israem sobre Nukey, estaría tentada a creerle cada palabra al igual que Eva.
Un cambio en el viento me alerta.
Levanto la vista, sorprendida.
Veo las poderosas alas de Mizar batiendo con fuerza. En sus garras, lleva a una persona, sujeta con firmeza pero sin daño aparente más que el que le hace a su garganta mientras grita. Aterrizan en medio de la cubierta, y entonces el gripher lanza al aire al desconocido, atrapándolo entre sus dientes.
Mi sobresalto, pero mantengo mi compostura. El hombre sigue con vida, por ahora.
El desdichado trata de huir, pero Mizar se alza en vuelo para luego aterrizar delante del hombre, enseñándole los dietes y haciendo que huya en la dirección contraria.
Todo el barco se sacude con los movimientos de Mizar, por lo que...
—¡NOS VAMOS A HUNDIR!
Nukey tiene la decencia de guardarse la risa en la comisura de sus labios.
—No es tan frágil —dice—. El barco tiene un núcleo de acero para que la azir no dañe la madera.
—¿Y no es pesado? ¿Cómo flotamos?
—Trabajo de mis ingenieros.
Este hombre parece que tiene gente hasta para que le corte el desayuno.
Miro a Mizar, que ha logrado mantener al desconocido inmovilizado bajo sus garras.
—¿Y quién es ese?
—Ya no le pregunto esas cosas a Mizar. Confío en su criterio.
—¡Se lo va a comer!
—Solo después de desmembrarlo, descuida.
Miro a Nukey sintiendo que voy a desmayarme, y es entonces cuando deja escapar su risa. Una risa libre y estruendosa, pero tan agradable como para formar un cumulo de mariposas ficticias que se empujan mutuamente para acariciarme la piel.
Sin dejar de reír, sus manos encierran mi rostro. Siento que todas esas mariposas ficticias mueren incendiadas por el calor que me recorre en tanto el me toca. Sus ojos me miran con un matiz distinto a cualquiera que le haya visto.
Y entonces me besa levemente en la barbilla.
—Tienes miedo —se burla—. ¿De verdad le temes más a Mizar que a mí?
—¿Y quién no? —digo en un hilo de voz, desconcentrada por sus manos y su cercanía.
—Aush. —Finge una expresión de dolor—. Tal vez debería empezar a corregir eso.
Sí, por favor, que me ayude a temerle.
El rugido de Mizar nos desconcentra.
Cuando volteo, palidezco.
Mizar está crispado, su pelaje explotado como si todo fuera una gran melena. Y ruge, mientras lanza dentadas a lo que parece ser el aire. Pero no es el aire, sino Eva cósmica, con una mano en la cadera y la otra señalando firme al gripher, como si lo regañara.
—¿Es tu cosmo con el que hablas cuando estás sola?
Eso definitivamente me toma desprevenida.
—No sé de qué me habla.
Me señala la escena con su cabeza. Pero Eva ya no se ve por ningún lado, imagino que ha huido.
—Según dice Mizar, tu cosmo se escondió en la proa y Mizar lo descubrió.
—¿Mizar puede ver a Eva...?
—¿Le pusiste su nombre?
—Yo de verdad estoy confundida, y usted me malinterpreta, tal vez...
—Basta. —Sus manos en mi cintura me bajan del órgano—. Puedo notar que te incomoda el tema, podemos sumarlo a las explicaciones delicadas y lo hablamos luego de nuestro beso.
Ahora de pie frente a él, me parece que es realmente lo que promete. Cada poro de mi piel quiere creerle y simplemente ceder a todo lo que me es lícito, pero no me conviene. Mi mente me dice que Nukey no nos desagrada, mi corazón dice que va a matarnos.
Es precioso, con los modales de un caballero y el ímpetu de un ladrón. Es interesante y cautivador, al punto en que nunca puedo prever por dónde va a salir a continuación.
Pero sé que es un personaje, hecho a mi medida para algún fin que desconozco. Y, todavía si fuera honesto, nos queda mi realidad, plantada como un muro justo frente a mis deseos. Soy la reina de Jezrel y, desgraciadamente, eso implica ser la esposa de Israem.
Estoy a punto de matar la posibilidad de que ocurra algo más entre nosotros, proponiendo la locura que le confesé a Eva.
Es cuando se planta detrás de mí.
—¿Qué cree que hace? —inquiero al sentir sus manos en mis hombros.
Entonces toma la mascara sobre el órgano y la pasa por encima de mí, delicadamente poniéndola sobre mis ojos.
—No va a darse por vencido, ¿o sí?
Sonrío tanto que agradezco que él esté detrás de mí. Llevo las manos a mi rostro, y toco la máscara.
—Eres tú o nada —susurra en mi cuello—. No pierdas esta, por favor.
—No puedo usarla —digo volviéndome hacia el—. No la entiendo.
—Lo harás. Tienes tiempo para entender cada detalle.
—¿Como por qué vive en medio de un mar de veneno?
—Son solo vacaciones. El mar me pertenece.
—Y los vientos.
Él mira con extrañeza.
—Elius mencionó algo como eso —me explico—. Aunque no sé lo que significa.
Su mano va a la mía, rozando el dorso lentamente, con la mirada perdida.
Está considerando.
—Significa que el viento es mi fuerza —confiesa en un hilo de voz.
El viento no es su fuerza, es su voz. Es la capacidad de ponerme a temblar con solo un par de palabras. Y estas ni siquiera tienen permiso para erizarme, pero lo hacen. Porque se está abriendo conmigo. No estoy acostumbrada pedir y obtener respuestas.
—¿Me explica, por favor? —pido, moviendo mis dedos para que se tropiecen con los suyos.
—Una de las virtudes de ese poder, es que mi cuerpo puede desintegrarse y desplazarse en partículas a la velocidad del viento.
—Por eso a veces da pasos tan... agigantados.
Él se ríe.
Es hermoso, maldición. Yo no debería pensar que nadie lo es, se supone que estoy casada.
—Algo así —responde.
—¿Por qué entonces vuela con Mizar, por qué no usa el viento?
—Es un poder con limitaciones. Cada vez que mi cuerpo se deshace, tengo la misma sensación como si dejara de respirar. El tiempo pasa distinto cuando estoy en ese estado, es como si se congelara, y luego se derritiera lentamente, una gota a la vez. Pero sí está transcurriendo el tiempo. Y si paso demasiado sin volver a mi estado natural, sería el equivalente a dejar de respirar por demasiado tiempo. Quedo atentado, desorientado. A veces pierdo la lucidez por días. Claramente no ha sido el caso todavía, pero incluso podría morir.
Por eso no recorre largas distancias. Entiendo.
—Pero no es todo —sigue—. El viento es literalmente mi aliado. Mira esto.
Al fin alejo su mano de mí, y de repente veo cómo un remolino se forma progresivamente a mi alrededor, y cómo lentamente la temperatura va subiendo. Es como si estuviera atrapada en una ventisca bajo el sol más abrasador, esas que parecen más una llamarada que un alivio.
La sonrisa no me cabe en el rostro.
—Puedo cambiar su velocidad, su temperatura...
Mientras habla, de pronto la ventisca se hace tan helada que toda mi piel se eriza. Empiezo a frotarme los brazos con las manos para calentarme.
—Puedo manipular su densidad...
El viento a mi alrededor se disipa, como un manto que se deja llover sobre el suelo. A mis pies, se evapora, formando leves gotas de condensación en el suelo mientras una especie de nube baja se alza sobre nosotros.
La neblina comienza a espesarse, al punto en que llevo a hiperventilar, sintiendo el peso del oxígeno en mis pulmones. Si intentar correr con este ambiente caería desmayada en un par de pasos.
Luego, la ventisca se aleja, regresando el viento a la normalidad.
—¿Es así como logra esas maniobras imposibles? ¿Como atar guardias en el techo y entrar en la habitación nupcial a tocar el órgano sin que nadie lo detenga?
—Precisamente.
—Es muy poderoso... —digo maravillada.
—Sí, mi reina.
No lo corrijo, no sabiendo lo que estoy por pedirle.
Nota: el capítulo quedó kilométrico, así que tocó dividirlo. ¿A ustedes qué les pareció? ¿Les parece que queda con la canción del título?
¿Qué piensan de Nukey?
¿Qué teorías tienen?
¿Qué piensan de la Eva Cósmica?
¿Les gustó la ropa de Freya y Nukey? El vestido de Freya es algo como la imagen de abajo, pero en rojo
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro