43: El placer del odio
Nada más llegar al camarote, Eva me espera con las manos muy juntas, sus deditos moviéndose en compañía de una curiosa mirada a la que no quiero darle ningún tipo de cabida para seguir volando.
—Deshazte de esa expresión de psicopatía, Eva. Que el resto del universo no pueda verte no significa que no debas cuidar las apariencias. Das miedo.
Eva se lanza en la litera del camarote, su rostro apoyándose en sus puños. Tengo que parpadear un par de veces para regresar a esta realidad. Era un gesto usual en Gamma. Imagino que los ha tomado de mis recuerdos para perfeccionar su naturaleza humana.
—Estoy esperando la narración con lujo de detalles —aclara, por si su cara de estúpida ya no me diera un indicio de sus intenciones.
—¿La narración de qué, jovencita, de mi baño?
—Precisamente. —Lo dice con una mirada de las que ilustrarían un relato de terror.
—No seas entrometida.
—Pedir a tu alma que no se entrometa es el equivalente a ordenarle a tu culo que no cague.
—EVA. ¿A quién le copiaste los modales, a un vagabundo?
—Así soy yo, que me acuses de plagio es ofensivo —dice rodando en la litera para hacerme espacio.
Me arrojo a su lado.
—No hay nada qué contar —pruebo a ver si puedo sostenerle una mentira—. El asesino me mandó a bañar y se quedó solo para vigilar que no me escape. Seguramente tenía a la tripulación mareada con mi olor a gripher salvaje.
—MEEENTIROSAAA.
Tengo que taparme los oídos, porque su chillido sacude desde mis tímpanos hasta los tablones de las paredes. Incluso una sacudida lleva el barco a ladearse de manera preocupante. Tengo que asirme con fuerza al mástil de la litera para no caer.
¿Lo ha provocado ella?
—Lo lamento, me emocioné —dice—. Resulta que me emociona verte tan contenta.
—Estoy secuestrada, no contenta.
—¿Sabes que siento tus emociones como si un abanico las soplara en mi cara, no? Puedo sentir cómo estás tan contenta que podrías brincar en la cama. De hecho, hasta siento cómo te contienes para no chillar.
Bueno, mi cosmo ha logrado que me sonroje. Este es el colmo.
—Déjame quieta —digo enterrando la cara en la almohada.
—De acuerdo, no me des detalles, no vaya a ser que te desmayes, pero... —Sus dedos se enredan en mi cabello mientras habla—. ¿Él es bueno? ¡Y no estoy diciendo que hayan hecho qué cosa! Tú interprétalo como quieras.
Alzo ligeramente el rostro como para solo descubrir mis ojos.
—Es el peor de todos, Eva... Pero no siento rechazo. Le temo, desconfío el, pero no le temo a temerle... No tiene sentido, lo sé.
—Ay, cosita... ¿No podías enredarte con un clérigo? Digo, si te vas a jugar la vida, al menos jugársela por alguien con un voto de silencio.
—No seas boba, no voy a jugarme nada. Volveré, eventualmente, con el frígido del marido mío.
—Ah, ahora es eventualmente, pero esta mañana estabas planificando tu escape a toda prisa.
—Es que no creo que sea sensato apresurarse. Debemos esperar a ver qué plan tiene la corona...
—Te informo que tú eres la corona.
—La otra corona, Eva, no jodas tanto.
Ella se desternilla de la risa, golpeándome con la otra almohada en el cráneo.
Al final resultó que esta Eva me cae mejor. Sin ofender a la otra pobre, que Ara la tenga en su gloria.
~_*_~
La luz que se cuela por la ventana me avisa que ha amanecido. Apenas estoy abriendo los ojos cuando sus nudillos golpean mi puerta y su voz atraviesa mi morada.
—Hoy comerás a mi mesa —me avisa.
—¿Y luego qué, le hago de alfombra? —grito en dirección a la puerta. Un golpe rotundo en la madera es el fin de nuestro amistoso diálogo.
—Te está como pesando la cabeza en los hombros, ¿verdad? —pregunta Eva estupefacta—. Es eso, o te está picando la...
—Cállate —la señalo con mi dedo de reina—, o encontraré un modo de deshacerme de ti.
~_*_~
Me siento en el salón central del barco. No esperaba ser invitada a su mesa, rodeada de lujo y opulencia. Las paredes están adornadas con tapices de seda y los candelabros de cristal reflejan la luz rojiza que entra por las ventanas, creando un ambiente cálido y acogedor.
Huele a café recién hecho y pan tostado. Debo hacer un esfuerzo por no mostrarme alterada. No debo dejarme influenciar por las comodidades de mi cautiverio. Tengo derecho a elegir la libertad, incluso cuando esta es todavía más opresiva en compañía de Israem.
Además, me niego a mostrar ni el ápice de una sonrisa. No debo dar la impresión de que estoy dispuesta a ser amable con el hombre que ha ideado todo esto. No debo dar pie a otro malentendido entre su perversión y mi cuerpo.
Frente a mí, se sienta Nukey en silencio. Lleva la máscara, pero no los guantes. Hoy no me oculta sus preciosas manos. A este paso, siento que estoy descubriendo su cuerpo por partes.
Su presencia se impone como un peso en mi abdomen. Su mirada despectiva añade una tensión al ambiente que, si quisiera, podría estrangular con mis manos. Cada movimiento suyo, aunque elegante, parece calculado y lleno de intención. Siento su mirada fija en mí, aunque sus ojos están ocultos tras la sombra de la máscara.
Me sobresalto al ver una mariposa que vuela por encima de nosotros. Una de las espías de Eva, la chismosa.
La espanto con la mano, mi mirada inclemente para que sepa que debe darme mi espacio.
Nukey me mira mientras lo hago, pero se guarda sus pensamientos al respecto y mejor me señala la silla que tiene al frente para que lo acompañe.
Me siento y tomo un sorbo del café, intentando mantener la compostura. Un ligero sabor a cacao contrasta la amarga infusión, calentando mi paladar.
Se encuentra mirándome, así que acentúo un arco en mi ceja.
La manera en que se encoge de hombros es como si me preguntara "¿qué me harás si te sigo mirando?"
No lo sé, no quiero saberlo.
El silencio entre nosotros se vuelve denso.
Tomo el cuchillo y el tenedor, y comienzo a cortar mi croissant con movimientos precisos y controlados. Cada corte que hago en la carne es una liberación silenciosa de mi frustración e ira. Podría parecer que fantaseo por desliar de este modo mi cuchillo por su cuello.
Levanto la vista brevemente y veo que él clava su cubierto en su comida con una precisión que me sobresalta. Sus ojos se encuentran con los míos por un instante, y en ese breve intercambio, veo el reflejo de mi propio rencor. Ambos sabemos que este desayuno es una guerra fría, lo que no tengo claro es cómo se decide al vencedor.
Meto un bocado a mi boca, masticando como si fueran sus huesos en mi boca.
Él mastica lentamente, sus ojos nunca abandonando los míos.
El sonido de los cubiertos al chocar con los platos de porcelana es todo lo que llena el ambiente. Nukey un trozo de su comida y lo lleva a su boca con una elegancia que parece innata. Yo, por mi parte, apenas puedo concentrarme ya en mi desayuno. La tensión es ahora una cuerda estirada a punto de romperse.
Vienen un par de lacayos a recoger todo, mientras que nos dejan vino, sirviendo un cáliz para cada uno.
—Deja la botella —dice Nukey sin siquiera levantar el rostro.
—Sí, señor —dice el aludido.
Café y vino no suenan a una combinación apetecible, pero aseguro que, una vez vives privándote de tantos antojos, un exceso de vez en cuando no viene mal.
—Debo informarte que no nos sirves de nada.
No me esperaba su voz. Dejo el cáliz a mitad del trayecto hacia mis labios, y lo regreso a la mesa para concentrarme en el asesino.
—Me generas tanto rechazo que ni siquiera la idea de matarte me complace. Así que pedimos un rescate a los Corvo.
Eso no debe dolerme. Solo soy una prisionera.
—¿Y bien? —demando sin demostrar más que rabia.
—Hoy respondieron.
Entiendo. Por eso estoy en su mesa.
—Nos piden una prueba de embarazo con resultado positivo —agrega—. Si no estás encinta, dan por concluidas tus oportunidades con la monarquía, y nos dan permiso de hacer con tu vida y tu persona lo que me plazca.
Mis dientes se presionan entre sí mientras mi mano se aferra con fuerza al cáliz.
—Ha de amarte mucho tu marido, por tan romántica contestación.
—Cállese.
—Lo haría, pero necesito saber... ¿Estás esperando a su hijo?
—No es de su incumbencia.
—Entiendo que no —concluye estirando su mano para alcanzar su cáliz—. Ya estarías apresurando esa prueba para largarte de aquí.
—¿No ha considerado que tal vez no quiero irme? La comida es agradable.
Bebe su vino y aleja la copa. Soy un poco invasiva, pues observo cómo se hunde el cuello de Nukey con la respiración, y la vena que brota, urgida y palpitante.
Cuando se arranca la máscara, siento que ha cambiado por completo el contexto del desayuno.
—¿Consumaron siquiera? —pregunta.
Maldito, desgraciado, imbécil desconsiderado...
No puedo creer lo insensible que es en cuanto al tema de mi matrimonio. No tiene idea de lo que me ha costado en lágrimas sobrevivir a ese acuerdo como para que el se ría en mis fracasos.
—¿Así de mal?
—¡¿Puede callarse?!
—Yo soy capaz de hacerlo, quien no parecía conocer el silencio eras tú ayer...
Le lanzo el fondo de mi de vino, tirando el cáliz con ira contra los tablones del suelo.
No tolero más sus insensibles palabras. Prefiero estar encerrada en el camarote.
Me levanto y camino apresurada, dispuesta a poner tantos metros entre nosotros como sean posibles.
Pero no me deja ir. Me toma de la muñeca y gira mi cuerpo, tirando de mí con brutalidad hasta que mi espalda queda pegada de su torso.
He perdido el balance. Insólito, que sea su olor a lo que ahora más tema, por su poder de nublar mi mente. Inexplicable, lo incompatible que es el calor de su cuerpo al fusionarse con el mío, de lo contrario, ¿por qué parece que siempre temblaré con cada roce?
Su boca se desliza por mi mejilla, es como el roce de una mariposa de fuego sobre mi piel. Con total parsimonia, me tortura mientras sus labios bajan al borde de los míos.
—Por ti vivo siendo aniquilado por mis fantasías...
—Qué necedad, culpar a la mariposa por no poder atraparla.
No debo ver hacia sus labios. Es lo último que debe ocurrírseme.
—¿Soy un necio, entonces?
Por Ara, cómo sonríe este hijo de Canis...
—Ujum.
—Me pregunto qué ocultarán tus palabras como para que decidas guardarlas.
Su mano se aferra a mi rostro mientras su boca presiona en la comisura de mis labios. No quiero detener esto, deseo saber que es lo que sigue a las sensaciones de las que ayer tuve una prueba, quiero más que un vistazo a sus perversiones. Pero no debo permitirlo. No es propio del hielo dejarse derretir, no es licito para una reina dejarse llevar sin pensar en lo que ha de ocurrir a futuro.
Es por ello que, en tanto siento la punta de su lengua abrirse paso a mi boca, no le doy tiempo a las sensaciones a invadir mi cuerpo. Le vuelo una bofetada a ojo cerrado.
—No vuelva a intentar besarme.
Con una mano en su rostro herido, me clava los anzuelos de su mirar.
—No lo voy a intentar. Lo pedirás tú.
Se me abalanza encima, sus manos aferrándose a mi cintura con una fuerza sobrehumana. Grito aterrada, pero el tiempo no parece suceder con normalidad. Para cuando quiero darme cuenta de lo que sucede, ya me ha levantado y subido a la mesa, donde el impacto de nuestros cuerpos es tal que las patas se rompen de inmediato, y toda la bebida sale desperdigada por el salón.
Está encima de mí, yo tan acorralada a su merced que siento como si fuera un león hambriento hiperventilando.
No me caben los latidos del corazón en el pecho. Toda mi piel parece poseída por los aleteos de una gran mariposa en tanto él me mira de ese modo tan impío, y caballeroso a su modo.
—Sal conmigo.
Su voz es la verdadera prisión de mi cuerpo.
—Estoy casada, necio.
—A cubierta, ególatra, no como pareja.
Intento empujarlo, pero su agarre es firme sobre mí. Y creo que de todos modos no lo intento con suficiente fuerza.
Su mano desnuda repasa el contorno de mi rostro, acabando en un dedo que me acaricia los labios con una lentitud agónica.
Definitivamente no siento que esté tocando solo mi boca.
—¿Recuerdas cuando bailamos?
Sí, lo recuerdo tan bien... ¿Cómo olvidar el evento que mas he repetido a consciencia en mis sueños?
—Si a eso llama usted un baile —respondo con ironía.
—Tienes razón, no puedo llamarlo baile cuando yo también sentí que tuvimos sexo.
Una sonrisa se forma en mis labios bajo su dedo. Aunque no me veo, sé que es una gesticulación de las más cínicas en mi repertorio.
—Apenas y nos rozamos.
Su cabeza se mueve de forma dubitativa.
—Recuerdo que te toqué bastante, aunque nunca suficiente.
—Medio minuto duró el baile, por el amor a Ara.
—Duró más que eso, y todavía más si contamos el tiempo que pasé reviviendo ese momento en la intimidad...
—Basta —digo haciendo ademán de morder su dedo—. Soy su reina.
—¿Y eso qué? ¿Quieres usarme de trono?
—Usted no tiene mesura —me horrorizo.
—Lo admito, pero de lo que no carezco es de un deseo abismal por usted, mi reina.
—Incoherente —le acuso—, dada la vehemencia con la que dijo que le doy asco.
—No lo recuerdo, ¿fue antes o después de chupar de mis dedos los fluidos de su entrepierna?
Esta vez mi empujón es más determinante, y aunque no sirve para quitármelo de encima, sí para que él entienda que lo deseo seriamente.
Se aparta hasta que me levanto, mi rostro acalorado por toda la sangre que me ha subido a la cabeza. Arreglo mi cabello mientras el se aleja hacia los aparadores del salón.
A este paso acabará conmigo. Debo imponerme reglas de supervivencia. Principalmente, no dejar que me eche sus manos encima.
Pero eso no me parece posible en tanto lo veo tomar asiento con una jeringa en la mano y llamarme. Y no es cualquier llamado, sino su mano golpeando su pierna en una invitación.
Está realmente loco si cree que soy la mascota que puede sentar en su regazo a su antojo.
—¿Qué contiene la jeringa?
—Veneno, me harté de ti.
—Holgazán.
—¿Preferirías que te estrangule?
¿Por qué cualquier cosa dicha por su boca parece tan tergiversable?
Voy hacia él. Lógico, desde luego, acercarse al asesino de la jeringa en mano.
No me siento en su regazo ni lo pretendo, solo le extiendo mi mano, visiblemente sorprendiéndolo.
Con gentileza, él prepara mi brazo para la inyección.
—Realmente me gustaría conocer el contenido de esa cosa.
—Te toca tu vacuna contra la azir.
Cierto, la vacuna periódica.
—¿Por qué sonríes? —pregunta mientras inserta la aguja en mi piel.
—Recordé que hacía esto con lord Elius.
Por la expresión que pone, hasta creería que le he mencionado a un enemigo personal. Pero pronto lo disimula, sacando la jeringa de mi brazo y dejando en su lugar el algodón para la sangre.
—Entonces, ¿Elius es mi contendiente en tu piel?
Imbécil.
—Aunque le resulte imposible asimilarlo, soy una dama —respondo ofendida—. No he estado con otro hombre más que mi marido, ni he besado otra boca que la suya.
—Debatible.
—Cierre la boca un rato.
Él en lugar de lucir ofendido, se ríe por lo bajo, negando con la cabeza.
No creo que su mente esté bien.
—No te enojes, ¿sí? Cuéntame, ¿qué es ese tal Elius para ti?
—Un muy buen amigo.
—¿Te llevas tan bien con tu hijastro?
Este hijo de Canis...
—¡Usted sabe todo!
Él se reclina del respaldo de la silla con las piernas abiertas y las manos en el interior de sus bolsillos. Esa imagen suya es desconcertante.
—No bromea al decirte que por un paseo en barco te respondo hasta el origen del universo.
Él es impío, inmoral, un hombre con el alma manchada de sangre y la reputación de crímenes. Es la cara de todo engaño, pero me siento tan inclinada a creerle...
—¿Esto no cuenta como paseo? —pregunto.
—Ni se acerca.
—¿Y qué es un paseo para usted?
—El paquete completo, desde recogerte hasta desvestirte... —Al ver mi expresión se ríe, solo un momento, previo a morder sus labios—. Lo último es opcional, pero no por ello de menor calidad al resto del servicio.
—Es decir, que es usted un prostituto.
—¿Es lo que quiere que sea para usted, majestad?
—Irónico que uses el título para llamarme, pero no para darme el trato que merezco.
—Es que usted quien no me ha permitido que la trate como una reina merece.
Su mirada es incluso más obscena que sus palabras.
—¿Seguimos hablando de política?
—Ya jamás hablo de política mientras coqueteo.
—Me está coqueteando —me río.
—Desde el instante en que la conocí.
¿Por qué eso me ha provocado un cúmulo de mariposas en mi vientre?
—Vaya manera de coquetear, haciéndome colgar de un balcón.
—Me gusta dejar claro la esencia de la experiencia desde la primera cita, para que sepa a qué atenerse.
Estoy sudando... Hasta reconsidero su oferta de sentarme. No es posible que sea tan fácil de manipular.
Debo recordar, recordar la advertencia de Israem: "Nukey es un buen orador".
Y vaya que lo es.
—¿Y ha tenido muchas citas?
—No, pero he tenido demasiado tiempo para practicar para la indicada.
—Yo no estoy ni cerca de ser la indicada, señor, soy la mujer de otro.
—La mujer de otro pero sueñas conmigo.
Y han vuelto mis ganas de abofetearlo.
—¿De qué sirios habla?
—Dices mi nombre en sueños.
—No. No le creo una palabra.
Se levanta de la silla, sus manos todavía dentro de sus bolsillos mientras me planta cara.
—Te paso buscando en la noche, mariposa.
Nota: AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHH FUEGOOOO, FUEGO UTERINOOOOO.
Ya me calme. Amo a Nukey, por si no se habían dado cuenta.
DENME SU OPINION Y TEORÍAS
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