40: Madre y esposa
(Escuchen la canción con el capitulo) Y, este cap lo subo a las 12 en Venezuela para que sirva de regalo de cumpleaños para la chica del grupo de whatsapp como para la que me escribió por aquí, que cumplen el 8 y 9 respectivamente. Feliz cumple a ambas.
—¿Israem?
Isidora entra a la habitación nupcial con un ramo de flores en las manos. Me ve a mí, tendida en el suelo, y pasa su atención a su hijo, que hiperventila de la ira cual animal rabioso.
—Querido, ¿qué sucede?
Ella trata de acercarse a él, pero el brazo de su hijo la rechaza, arrojándola de espaldas con tanta fuerza que Isidora golpea su cabeza contra la encimera. Tras el rebote, su cuerpo impacta contra el suelo, y junto a ella cae el reloj de arena que contabiliza mi tiempo en este acuerdo matrimonial, quebrándose en tantos pedazos como ha hecho mi tolerancia luego de este día.
La arena de nuestro tiempo ahora alfombra el suelo que ambos pisamos.
Para cuando la reina madre se levanta, intentando no demostrar su desorientación, ya Israem ha salido del cuarto azotando la puerta.
Es cuando reacciono y me pongo de pie, acomodando la sábana para que cubra la mayor parte de mi cuerpo.
Voy hasta donde Isidora, y la ayudo a levantar el ramo de flores con el que llegó aquí.
Flores blancas, amarillas y rojas.
—¿Eran para él? —pregunto.
—De hecho, para ti. —Contesta alisando la falda de su vestido con un gesto digno—. Las ha enviado lady Jane junto a una nota de disculpas.
No dejo mediar el tiempo sobre mi enojo.
Camino con las flores asidas con fuerza, y al estar frente a la chimenea de la habitación, las lanzo a su fuego. Los pétalos impactan contra las brasas desprendiendo chispas, y el crepitar ahoga el silencio que se ha formado.
—¿Puedo preguntar por qué...?
—Hoy muere la idea de que el precio de mi perdón es tan accesible.
Me quedo mirando el fuego, abrazada a la sábana, pensando en cada segundo, cada palabra, y cada mirada que intercambié desde que me ofrecí a casarme con el rey de los cuervos.
Isidora se planta a mi lado, también mirando las llamas. Siento que, de alguna forma, vemos exactamente lo mismo, aunque en edades y contextos distintos.
Su hijo acaba de agredirla delante de mí. Si me corazón está roto, no quiero imaginar el de ella.
—Tendrás que ocultarlas —dice mirando las marcas en mi cuello.
La miro de vuelta con los ojos entornados. Las palabras tardan más de lo debido en calar en mí, porque deben atravesar un cúmulo de emociones.
—Querrás que las vean —me explica—. Creerás que alguien podría ayudarte de ser así. Pero no, nena. Una reina a la que su rey no respeta, es un objetivo público. Si debes escoger, muestra las peores partes de ti, pero jamás las vulnerables, Freya.
Entonces hace lo ultimo que podría esperar de ella. Toma mis brazos, tira de ellos y me estrecha con fuerza contra su cuerpo. No es gentil, pero sí tan firme que me transmite la impresión de que no hay fuerza alguna que pueda movernos.
Me cuesta asimilarlo, así que tardo en corresponder, pero al final acabo envuelta en el abrazo. El que debería darme mi madre, de estar con vida. El que quisiera que pudieran darme Lyra y Gamma.
—Llora hasta la ultima lágrima en esta habitación, pero ni una sola cuando salgas.
Asiento, apretándola con más fuerza contra mí. Después de todo, ha resultado que sí, solo soy una niñita.
Sorbo rápidamente por mi nariz, y limpio mis lagrimas para devolverle a Isidora sus brazos. No la quiero incordiar ni un segundo mas.
Volvemos a mirar la chimenea. Quisiera decirle algo. Un gracias, un largo, o un lo siento. Pero no me siento capaz de nada en este instante.
—Yo estuve en tu lugar —la oigo decir a mi lado—, creyendo que mi marido me pondría a su nivel. Y acabé peor que tú. Pasé de ser una leyenda, la mujer que salvó este reino de la extinción, a casarme con un rey y que me redujera a ser su tapete. Incluso después de muerto, su recuerdo me sigue pisoteando.
Me enfoco en su perfil. Me habla a mí, pero mira el fuego. ¿Qué será lo que ve en él? ¿Estará reviviendo la noche de las hoja rojas, y su participación en ella? ¿Su matrimonio con el rey Abraham? ¿Cada uno de sus tormentosos embarazos? ¿O todo ello?
—Te ofrecí aliarnos para poder llevar juntas a Israem —sus palabras son menos que un susurro, flotan en la corriente de aire de la habitación, y se extinguen en el fuego—. Pero escogiste creer que él estaría de tu lado. Esta es una lección que se aprende a las malas: un hombre que es mal hijo, jamás podrá ser buen esposo.
—Usted quiso ganar mi lealtad con mentiras y medias verdades.
Sé que no puedo culparla a ella, pero estoy tan decepcionada de todo, tan herida, preguntándome por qué no merecí que alguien me protegiera del mal inminente.
—En este reino solo el rey puede decir tan abiertamente la verdad sin que haya consecuencias. —La oigo responder—. E incluso así, te di mandamientos que te habrían ayudado a sobrevivirle a él.
—Y eran falsos... Al menos lo parecían. Eso creí en tanto Elius me convenció de que a Israem le gusta la música, hasta me sugirió el laberinto del fauno.
—¿Y no te dijo que también pasó a prohibirla luego de que fuera tocada en el funeral de Suleima? Porque así fue. Israem ama la música, pero no contigo. De haber escuchado esa pieza... Tal vez habría perdido el control.
¿Esto que hizo no fue perder el control?
Un escalofrío recorre mi piel mientras intento pasar saliva.
Isidora sí intentó ayudarme después de todo, a su terrible e insensible manera, pero, ¿puedo culparla? Si me hubiera dicho abiertamente a lo que me enfrentaba, corría el riesgo de que no le creyera y que se lo comentara a su hijo. No me conocía, y aún así me dio herramientas para sobrellevar esta pesadilla.
—Ya voy dejarte sola.
Pero no lo hace.
Ella no quiere irse. Ella quiere llorar. Quiere gritar, quiere quemarlo todo. Ella quiere romper las cadenas que aprisionan tan avasallante alma.
—Todavía puede —le digo— seguir siendo esa leyenda.
Cuando nuestras miradas conectan, sé que ella está viendo su pasado en mí, y yo temo estar viendo mi futuro en ella.
—¿Puedo pedirle un favor?
—¿Está a mi alcance?
—Usted dígame. Quiero darme un baño de verdad.
~*~
Además de conseguirme el baño, la reina madre me consiguió un pase libre de vigilancia al consultorio de Elius. Siguiendo su consejo, me cubro el cuello con maquillaje y un chal alto y velludo e incluso uso la diadema de mi coronación. Necesito toda la ayuda posible para volver a proyectarme como una reina.
No me verán derrumbada.
Me sorprende que, pese a Elius no estar ya ejerciendo como mano del rey, está atendiendo a Scar.
El gripher yace de lado en un camastro, sus ojos apagados y la mirada perdida, mientras Elius le limpia una especie de pústula, preocupante y maloliente en su cuello.
—¿Qué le sucede? ¿No debería estar con el rey?
—Tal como se encuentra, su vuelo es demasiado débil como para cargar al rey. Una de sus heridas se ha infectado por el bozal. Los responsables no lo limpiaban como se debía.
—Ay, Elius... Pobre criatura.
El gruñido de Scar es una clara opinión hacia mi compasión. Y Elius se ríe de mí por ello.
Se ve distinto. Menos inclinado a ser proferir una incoherencia detrás de otra. En lugar de llevar puesta la bata, usa su camisa con las mangas recogidas sobre los codos, y el cabello totalmente echado hacia atrás, lo que resalta sus facciones marcadas y sus inseparables ojeras.
—Debe odiarte mucho como para insultar a tu madre incluso en el estado que está.
Imagino que se ha contagiado del amor que me tiene su dueño.
Scar podrá ser un facilote, pero no se merece el trato que recibe. Luego de volar en Mizar, me queda totalmente claro que es posible montar a los griphers sin tantos grilletes y cadenas. Me llena de impotencia que este reino anteponga sus necesidades que el bienestar de estas criaturas; mientras ellos tengan cómo transportarse, hacen caso omiso al sufrimiento de los griphers.
—Scarell'Azar. —Me planto delante de el, mi porte sin demostrar menos que la actitud de una reina al dirigirse a su pueblo—. Yo me disculpo. No debí haber vomitado en ti aquella vez que nos conocimos. Jamás se repetirá. Además, espero que te mejores.
El chillido que profiere es tan lastimero, que se me asemeja a un llanto. Cierra sus ojos, y se deja vencer por el sueño delante de mí.
—Dejemos que descanse —dice Elius desechando los guantes que lleva puestos—. ¿A qué debo el honor de su visita, majestad?
—He venido aquí por tantos motivos que la verdad no tengo idea de por dónde empezar.
—Tengo dulces en la bodega del consultorio. ¿Quieres que compartamos?
—Depende de si también podrías ofrecerme alcohol.
El arco en su ceja me revela que ha captado de inmediato mis intenciones.
—¿Qué clase de información me quieres sonsacar?
—No lo sé —Me encojo de hombros y tomo asiento en la silla de pacientes del consultorio, mientras que él igualmente se sienta, solo que encima de su escritorio—. ¿Algo que me quieras confesar?
—¿Debo tomar esto como que no quieres ir a la bodega?
Suspiro. Sobre la falda de mi vestido, mis manos se retuercen nerviosas. No sé cómo abordar nada de lo que tengo en mente, en especial el motivo que me mantiene en su consultorio.
—¿Puedo... pedirte una opinión médica? Como un favor, y con discreción.
Su cabeza afirma para mí. Esta versión de él es la más extraña por la seriedad que predomina, aunque no afecta su amabilidad hacia mí.
—Anoche el rey y yo consumamos nuestro matrimonio. —Pruebo su reacción, pero él solo espera que prosiga—. Y tanto entonces como esta mañana, al terminar el acto he quedado... Hinchada. Herida, con la piel sensible e irritada, y en el momento en que su semilla corre... Arde.
—¿Es un ardor tolerable o anormal?
—¿Qué es un ardor normal?
—Lo que sucede cuando te recorre una sustancia extraña en una cortada. Y con extraña me refiero a "no agua".
—Sí, se asemeja a eso.
—Y dices que te sucede desde anoche. ¿Ha sido desconsiderado con tu primera vez? ¿Consideras que debería bajarle a la intensidad del acto?
—No recuerdo que fuera intenso. ¿Por qué? ¿Es el... coito intenso, lo que provoca esta reacción?
—Estás lastimada, pero no tiene ninguna relación con la intensidad —me explica con la paciencia y profesionalismo de un médico—. El semen arde porque está bajando por tu cavidad herida. Y la hinchazón de tu zona es el resultado de la fricción mal tratada. Para eso caso, deben cuidar la lubricación del acto.
—¿Es decir... que debo usar algún producto externo?
—Mi recomendación profesional es que tu marido te complazca. Tu cuerpo hará el resto.
—¿Significa que debemos pasar más tiempo...?
—Buscando tu placer.
—No, gracias. Recétame una crema.
—No lo haré.
—Elius, por favor...
—Si no quieres pasar más tiempo del debido en la intimidad con tu pareja, ni siquiera deberían tener ese tipo de intimidad en lo absoluto.
—De acuerdo, gracias por nada —bromeo—. Ya podemos irnos a la bodega, si la oferta sigue en pie.
Cuando llegamos al lugar donde Elius guarda sus dulces, espero tranquilamente mientras los sirve en platos separados junto a un par de copas de vino.
—Toma asiento —ofrece señalando la mesa.
—Sorprendida estoy —digo estirando el brazo para tomar algunas de las golosinas—, de que no estés paranoico por estar tan a solas conmigo. Tal vez Scar nos delate, ¿consideras eso?
—Considero que esta conversación lo vale. No eres la única con preguntas.
Una sonrisa de satisfacción invade mi boca, y es tan agradable saber que todavía puedo sonreír, que decido dar el primer paso bebiendo un sorbo de vino.
—Me enorgullece, Elius, que al fin dejes salir la vieja chismosa que hay en ti.
Él intenta hacerse el duro con su seriedad autoimpuesta, pero sé que también disfruta este momento de genuina amistad entre nosotros.
—¿Cómo lo hiciste? —pregunta al despegar la copa de sus labios—. ¿Qué le vendiste a Cedric para que te ayudara a llegar a la cacería?
—¿Tú también vas a insistir con eso? Hasta me ponen nerviosa. En realidad Cedric me dio un precio bastante accesible.
—¿Qué te pidió? ¿Un beso? —dice con sarcasmo.
—El fácil aquí es Scar, que se deja montar por cualquiera. Mis besos son inaccesibles, imbécil. —Me río de mi propia maldad, y aprovecho para beber más de su vino. Es muy ligero. No siento nada de licor, solo la fruta añeja—. En realidad, Cedric solo me pidió información sobre el asilo político en Deneb y...
—¡¿Qué carajos?! —Elius se levanta como si hubiera recibido un golpe en la retaguardia—. ¿Por qué Cedric querría asilo político en tu congelador?
Vuelve a sentarse.
—Sin ofender —agrega.
—No quería asilo, quería saber del proceso y los requisitos y nada más. De todos modos, no me interesa Cedric. Sin embargo, hay algo que me gustaría que tú me aclararas.
—¿Es sobre por qué renuncié a mi puesto como mano?
—¿Qué? No, a estas alturas me pregunto más por qué no lo habías hecho antes. Siendo Israem un rey tan... agradable.
—Es un buen rey —me corrige, y lo hace con total convicción.
—Y un mejor padre, espero.
Aguardo, pacientemente, pero el rostro de Elius es un sepulcro. No me da ni un indicio.
—El anillo que tengo puesto es de tu madre, ¿no es así? Porque eres hijo del matrimonio de Israem y Sulei. Te puso su nombre, después de todo, al menos un anagrama de este.
No me dice nada. Ni un músculo de su rostro se mueve.
—Debí saberlo en tanto me dijiste tu edad. Israem es rey hace veinte años, y previo a eso estuvo con Sulei, pero no demasiado tiempo antes. Eres demasiado joven para ser su mano, pero, también tiene sentido una vez entiendes que Israem necesita alguien a quién transmitirle sus mentiras sin hablar, para que las diga por él. Y tú llevas su sangre. ¿Me equivoco en algo?
Sigue tan petrificado en su silencio, que hasta parece que aprendió eso de su padre.
—No te estoy juzgando, no vine aquí a condenarte ni nada parecido. No me importa que seas hijo de la otra esposa. Solo quiero entender... ¿Él es tu padre? ¿Por eso no desconfía de que me toques?
De ser así, tal vez la reina madre me dijo que Elius es eunuco para justificar que no me le acercara sin revelarme que, de hecho, era su nieto. El primogénito de Israem.
—Iba a pedirte que me ayudes. Que influyas en él y lo convenzas para... —Elius se encoge de hombros, y por si su voz temblorosa no fuera suficiente indicio de las emociones que contiene, el brillo en sus ojos, y la perla contenida en su lagrimal, lo confirman—. Ya no tiene caso. Le dije cosas terribles que nunca me perdonará.
—No entiendo lo que ibas a pedirme...
—Quería ser reconocido como su hijo, un Corvo legítimo. Pasé toda mi vida a su lado, admirándolo y agradecido de ser su confidente, soñando con el momento en que me daría su apellido. Perdí la esperanza de dejar de ser un bastardo. Hasta que llegaste tú.
—Elius...
—Ya no importa —dice—. Desde mi nacimiento estoy obligado por ley a usar gotas para los ojos que cambian su color, para que nadie sospeche mi parentesco con el rey al ver su azul natural. Eso debió darme un indicio, ¿no crees? De que mi anhelo de niño me sería más inalcanzable que el cielo. Israem tuvo veinticinco años para decirme "Elius, hoy no ocultes el color de tus ojos". Con eso me habría bastado.
Quiero decirle algo, quiero abrazarlo. Quiero decirle que haré hasta lo imposible para recuperar la buena voluntad del rey, y entonces convencerlo de que lo reconozca como su hijo legítimo.
Pero... ¿cómo se dice algo en un momento como este, con un vacío como el que compartimos?
—¿Puedo pedirte que me dejes solo? Te prometo que volveré a invitarte luego para que nos terminemos el tazón de dulces.
~*~
Estoy recostada de las paredes externas del consultorio de Elius, incapaz de abandonar el lugar, negada a regresar a mi prisión.
No quiero ver a Israem. No estoy lista.
Veo que alguien se me acerca. Ha corrido hasta aquí, así que para cuando se pega en la pared junto a mí lado ya esta jadeando.
Eva, con un cigarrillo en la mano.
Es liberador y gratificante verla vivir incluso con mas libertad que yo.
—Le tengo información —me dice.
—¿Cómo me encontraste?
—¿Qué clase de espía sería si no pudiera encontrar a mi contratista.
Supongo que ese es un buen punto, aunque no una repuesta.
—¿Qué información me tienes?
—Su marido ha estado visitando la torre con demasiada frecuencia, pero intenta por todos los medios que nadie le vea pasar por ahí. Creo que se debe a lo que hay bajo la trampilla.
—¿No estaba vacía? Creí que era una prueba.
—Habrá que averiguarlo.
Tiene razón. Tengo que ver qué hay bajo esa trampilla que mantiene tan ocupado a Israem.
—¿Qué le sucede, majestad?
¿Cómo lo habrá notado?
No importa cómo, tengo toda la intención de hablar esto con ella.
—Ya consumamos.
—¿Y qué tal, majestad?
Creí que saltaría y pegaría del techo, pero parece más un doctor con su paciente. Más emoción puso Elius en hablar de mi vagina médicamente.
—Bien —respondo mientras ella lanza al aire cascadas de humo.
—Oh.
Esa respuesta es muy extraña.
—¿Por qué esa reacción, Eva?
—¿Le gustó?
—Sí. Bueno... De hecho no es para tanto, los libros exageran y hasta endiosan el acto. Es superficial.
—Ay, amiga.
Frunzo mi entrecejo al ver cómo se me ríe en la cara.
—"Ay, amiga", ¿qué?
—Dese cuenta.
—Darme cuenta de...
—Que su marido es malo en la cama.
Miro en todas direcciones para asegurarme de que nadie nos escuche.
—¡No digas eso! No es culpa de Israem. Es un asunto de mi cuerpo. No soy... tan voraz como creía.
Ella me mira con expresión de lástima y burla mezcladas.
—Siempre creí que gritaría —agrego—. Pero no hubo ni una mínima sensación que ameritara gritar. Tal vez tengo la piel insensible.
—Tal vez él no te hizo gritar.
—Imposible, él ha tenido otras experiencias. La novata aquí soy yo.
—O, tal vez, en esas otras experiencias nadie le dijo jamás que su técnica no era buena.
—¿Dices que gritaban... para convencerlo?
Eva se encoge de hombros.
—Es posible.
—Pero eso es mentir...
—¿Y cómo se llama lo que te dices a ti misma?
—Eva, ya. Dejemos ese tema hasta ahí. Y, por cierto, tu amigo te ha estado buscando. Tal vez deberías darle al menos una señal de vida.
No debería hacerle favores al asesino, pero le debo el viaje de vuelta al castillo.
—¿Mi...? No sé de quién me habla.
—De Nukey.
Eva abre sus ojos con sorpresa y ligera admiración, y yo contengo la sonrisa justo en la comisura de mi labio. Al decir el nombre del enmascarado delante de ella, hasta siento estar presumiendo una especie de medalla.
—¿Lo has descubierto por el libro?
—No, tengo demasiadas cosas qué hacer como para ponerme a darle vueltas a las notitas secretas de un asesino. Él terminó diciéndomelo.
—Tienes demasiadas cosas qué hacer, pero no tantas como para te impidan frecuentarle.
—¡No lo...! —Bajo la voz y veo hacia ambos lados a ver si nadie nos ve—. No lo frecuento, Eva. Tú has de saber cómo es. Me acosa.
—Huuy —Eva finge un escalofrío—. Desborda temor, majestad. No se acerque mucho, pues se contagia.
—No le temo, solo es molesto.
—Se notó su temor, sin duda. En especial en la parte en que te mordías el labio para que no notara la sonrisa que se te formó.
—Eva...
—Por el amor a Ara... Te tiene mal.
—¡¿QUÉ?! No digas esas cosas, podrías meterme en un grave problema.
—Parece que a tu vida le hacen falta algunos problemas, si lo mejor que tienes para decir de tu vida sexual es «bien».
—¡No hables de sexo! No en la misma conversación donde hablamos de N. U. K. E. Y.
—Él tiene cara de hacer gritar hasta a un mudo, aproveche.
—¿No es tu hermano, o algo? Porque de ser así, asco tu manera de expresarte de él.
—¿Qué? A ese apenas lo conozco.
—Pareces conocerlo bien.
—Tengo ojos. Unos bueeenos ojos. Y tú unas buenas manos que te aconsejo aprovechar. Toda reina feliz necesita de una buena doncella que le ayude a ingresar al amante a los aposentos.
—Ya te volviste loca.
Le muestro elegantemente mi dedo medio, y la dio atrás mientras emprendo mi marcha de regreso al castillo.
Estoy riéndome todo el camino. La locura de Eva me ha revitalizado.
Por desgracia, la sonrisa no me dura mucho. Desaparece en tanto noto que dos desconocidos andan siguiéndome.
—¿Freya Cygnus?
No respondo, sino que estiro la mano para intentar alcanzar el broche de mariposa.
—Esto le va a doler, maldita hija de perra.
Es lo último que recuerdo. Ni siquiera recuerdo haber sido golpeada. Simplemente, perdí la consciencia.
Nota: pongo imágenes de Nukey por todos estos capítulos para que así cuando realmente salga él no se lo esperen MUAJAJAJA. No, mentira, las pongo porque es hermoso y lo amo.
CUÉNTEME SU OPINIÓN.
Lo que se viene es... UFF
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