4: El sonido del silencio
Elius se ha ofrecido a llevarme personalmente a la alcoba nupcial. Caminamos por pasillos cavernosos, con antorchas de plata a cada esquina, cuando decido decirle:
—Temo por mi vida.
—Es lo más inteligente que ha dicho desde que llegó al reino.
—No lo digo por... lo obvio, lo digo por mi cuello. Siento una tensión junto a una especie de calambre y...
—De gracias a Ara que siente el cuello, ingrata. Eso que describe es por el sedante y el antinflamatorio, pero no se estás recuperando, solo ignora el problema.
—Precisamente, Elius. Tengo una fisura en el cuello, y estoy a punto de entrar a la habitación del rey. ¿Qué si se le antoja ponerme en la gripher posición?
Lord Elius se detiene en seco y me mira con sus ojos fuera de órbita.
—Siento que me arrepentiré de preguntar esto, pero... ¿Qué es la gripher posición, princesa?
—Vamos, eres el doctor de esas cosas, sabes bien en qué posición andan.
—¡Cállese, alteza, no diga una palabra más! —Acompaña sus palabras de movimientos desesperados de sus manos—. No quiero ni imaginar lo que me harían si me descubren con esa imagen suya en mi mente. Por favor, respete.
—¡Yo no le pedí que me imaginara en esa posición! —aseguro llevándome las manos a la boca, en parte por la vergüenza, y en gran medida porque tengo muchas ganas de reírme y no deseo que se note—. Yo solo le estaba pidiendo una opinión médica.
—Si lo que quiere es mi opinión profesional: no, princesa, no le recomiendo abrir la noche con la gripher posición, porque probablemente la cierre en la cadáver posición. ¿Eso ha sido claro para usted?
—No es algo que yo desee, mi lord, pero...
—Mi lord, nada. Acabamos de discutir, con fines médicos, sobre posiciones nupciales, no se haga la desentendida y tutéeme.
Intento hablar, pero él me detiene y me señala el pasillo para que sigamos andando.
—Mantenga el cuello inmóvil y aprovéchese de que ya la han escogido para pedirle a Israem un collarín. Dígale que le ha empezado a molestar el cuello. No le importará su aspecto ahora que ya se acordó el matrimonio.
—Pero, y si quiere...
—No creo que su marido la esté llamando para ponerla en ninguna posición salvo la de payasa, porque así es él.
—Pero ahora tiene una novia, tal vez ha decidido cambiar de táctica.
—Israem tiene noventa años, ha tenido más que noviecitas. Y perdone que lo diga así, pero es mejor que lo sepa para que luego no se lleve sorpresas desagradables.
Estamos a punto de doblar el pasillo, pero no lo permito. Tomo a lord Elius del brazo y lo arrastro de vuelta al punto ciego para decirle en confidencia:
—Usted es cercano al rey.
—Soy su mano, no su pie. Obvio soy cercano.
Aguanto la risa para priorizar lo que pretendo decirle.
—Y yo le agrado.
—No, usted ofendió a Scarell'Azar y sigue sin pedirle disculpas. ¿Tan grave está su autoestima que siente que me agrada solo porque no quiero matarla?
—Precisamente, con que no me quiera asesinar me basta por ahora. Y quiero pedirle un favor.
—¿A cambio de...?
—Yo seré la reina, puedo darle lo que desee. Pero seré una terrible reina si ni siquiera entiendo el reino en el que vivo.
Algo brilla en los ojos de Elius. Pensé que sería difícil negociar con alguien de su autoridad, pero parece que incluso la mano del rey todavía puede desear cosas que no estén al alcance de su rango. Él, como todos, también quiere algo de la reina.
Este hombre no me desagrada, pero una parte de mí teme estar pecando de confiada al ofrecerme a su disposición, y a ciegas.
—Yo le explicaré con gusto lo que necesite saber, princesa. ¿Es eso lo que quiere?
—Quiero más que eso. Pero, al igual que yo no sé qué le estoy ofreciendo, le dejaré en incógnita con respecto a lo que usted está aceptando. Hasta que yo crea oportuno decirle.
Él sonríe con su rostro de cadáver sobrenatural, y me hace una reverencia.
—Usted será la reina, usted manda.
~☆♡☆~
Al cruzar el umbral de la habitación nupcial, siento una presencia extraña: décadas de secretos, tragedias y mentiras. Siento que me equivoqué al pensar que viviría una historia como las que suelo leer, esto parece el inicio de la investigación de un crimen. Solo espero no ser la víctima.
Las paredes están cubiertas de tapices abstractos y antiguos retratos con miradas melancólicas. El aire tiene impregnado el dulzor de las rosas, y tiene sentido, pues cada muro de esta habitación parece padecer una enfermedad con pétalos, enredaderas y espinas.
El recibidor de la alcoba no va directo al cuarto de cama; se trata de una gran sala de espera, donde un órgano reluce en todo el centro.
Isidora dijo que Israem no tolera la música, entonces, ¿por qué tener un piano?
Siento que estas personas mienten hasta con decir sus nombres.
El fuego blanco de los candelabros crea sombras danzantes en las paredes mientras camino hacia el cuarto de cama.
El balcón está abierto, y ahí, en su trono privado, está la figura del rey de Jezrel a contraluz.
Su silencio es tan profundo como un abismo. Solo se mueve cuando un cardumen de mariposas diminutas arremete contra la habitación, ingresando a ella siguiendo el vaivén de las cortinas.
Así logro ver su perfil, y confirmo que lleva todavía esa media mascara.
¿Por qué no se la quita? Ya a mí me permitieron quitarme la mascarilla, debe ser seguro respirar en el castillo. Y, además, estamos solos. Yo seré su esposa, ¿por qué mantener el enigma conmigo?
Mi corazón se acelera cuando las mariposas me alcanzan y me rodean, porque él sigue el trayecto con su mirada, así que ahora yo soy su única atención.
¿Será cierto que huele cuando un hombre me ha tocado? Porque tomé el brazo de Elius antes de entrar aquí, ¿eso puede agredir su paz?
Él se levanta. Sus labios guardan silencio, pero su mirada puede atravesarme hasta el tuétano.
¿Qué ve? ¿Qué piensa? ¿Qué sirios es lo que no dice?
—Mi rey —saludo con una reverencia, pero incapaz de flexionar el cuello, así que mantengo el contacto visual.
Escuché decir a Elius que el rey estaba de caza, pero no es así. ¿Me habré tardado? ¿Estará molesto?
Y, lo que es peor, ¿qué es capaz de hacerme una vez se enoja?
La habitación está impregnada de una tensión peor que la que siento en el cuello, como si el aire mismo temiera perturbar al rey.
Entonces, el rey inclina la cabeza.
Lo tomo como su invitación para que me acerque, pero al hacer ademán de ir hacia él, él da un paso atrás, alerta como un animal amenazado.
Me petrifico por sus reflejos.
¿Qué se supone que haga ahora?
—Soy Freya Cygnus, majestad. Yo soy... su novia.
Él arquea una de sus cejas. ¿Se burla?
Tal vez no le gusta el término de novia.
—Pronto seré su esposa —corrijo.
Siento el bufido que emite justo cuando decide darme la espalda.
No sé qué esperaba él de mis primeras palabras, pero parece que no le he impresionado.
Estoy tan desesperada que incluso considero el consejo de Antares de ponerme a narrar los libros que leo.
—Usted mandó a su mano a buscarme, imagino que tiene algo que decirme, ¿no?
Él permanece de espaldas, la luz verdosa de la noche delineando su oscura figura.
—Y si no tiene nada que decirme, debe haber una utilidad para mi presencia en esta habitación. Dígame cual es, que yo le serviré como me pida.
Me preparé mentalmente para un hombre que quisiera poseerme, no para uno al que le tuviera que rogar para que lo hiciera.
Esto es interesante, como mínimo, tanto que empiezo a perder la aprensión del miedo, sustituyendo su efecto por el de la curiosidad.
¿Por qué Israem no me habla?
—¿Debería marcharme?
Su gruñido es definitivo, la promesa de un castigo que no estoy dispuesta a averiguar. Y no acaba ahí, porque él se voltea, brusco, y antes de que pueda entender lo que está pasando lo tengo tan pegado a mí que, su cabello, ondeando por las corrientes de aire que provienen del balcón, me roza la cara.
Me agito tanto por la sorpresa que grito y cierro los ojos. Estos arrebatos de velocidad son lógicos, Antares los tiene cuando usa su cosmo, pero eso no lo hace cotidiano, ni algo a lo que me acostumbre.
Me muerdo la boca, estoy temblando más que las cortinas porque he demostrado mi miedo, y temo que el rey decida castigarme. Escucho el aleteo de las mariposas alborotarse, pero ninguna me toca.
Y entonces siento algo más.
Es... una respiración.
Abro lentamente los ojos, y ahí está él. Lo tengo casi pegado a mi cabello, y estoy consciente de que cualquier contacto podría ser fatal, aunque no sé en qué medida, ni bajo qué condiciones. Y eso solo empeora mi temor.
Su aliento está rozando mi piel. Llevar la boca cubierta no le impide olfatearme, y lo hace, como imagino a un gripher evaluando a su presa.
Hay una condenada corriente eléctrica que solo incrementa a cada segundo que pasa cerca de mí, bajando su rostro para olisquear mi cuello.
Se acerca a mi rostro, tan cerca que su nariz está a punto de tocar mis labios, y si sigo temblando como lo hago, eso podría suceder por accidente.
Miro a sus ojos azules, y me trago mi miedo para decir lo que debo decir.
—Mi señor... —digo con voz apenas audible.
Me mira con una intensidad que me arrebata toda pose de dureza. ¿Qué hay detrás de esos ojos insondables? ¿Qué secretos guardan los noventa años que ha vivido?
—Mi señor —repito tragando en seco—. Yo seré su esposa porque así se ha acordado, pero eso no tiene por qué ser desagradable. Yo quiero... conocerle. Quiero hacerlo de todas las formas que usted me lo permita.
Entonces, algo cambia.
El rey se abalanza sobre mí y estoy tan aterrada de su tacto como lo estuve del gripher en mi viaje hasta aquí. Así que retrocedo como una oveja asustada, las mariposas huyendo a la libertad del balcón.
Pero yo no tengo esa opción, yo caigo sentada en la cama y el impacto agita mi cuello lo suficiente para que reviva todo el dolor de la fractura.
Grito, pero mi escándalo no acaba ahí. Jadeo cuando Israem Corvo decide perseguirme, lanzándose como un felino a la cama encima de mí.
Mi cabeza golpea el colchón, y creo que digo suficiente al confesar que ni siquiera me preocupa mi cuello. Si duele, no le presto atención. Estoy viva, pero tengo agazapado encima al rey de Jezrel, sus rodillas y sus manos como una jaula para mi cuerpo.
Me recojo el cabello que se ha regado por la cama. Es un impulso, mi miedo tomando control de mí. Es tan estúpido, que el hombre que tengo encima frunce el ceño al verme hacerlo, la mirada de desconcierto de una mascota que ve por primera vez su reflejo en un espejo.
Es hasta... bonito. Dócil en su curiosidad.
No, Israem, no busques lógica a lo que hago. Soy solo yo con miedo de que mi cabello te toque, lo cual no tiene sentido porque tengo el tuyo dejando caricias en mi escote.
Solo espero que esto no sea una especie de tratamiento capilar. ¿Estará robándose la juventud de mis senos para darle brillo a su cabellera?
—No me mate —imploro—. Se está perdiendo de la trama de novelas muy buenas, majestad. ¿Quiere que se las cuente?
Su gruñido me hace cerrar los ojos y abrazarme fuertemente a mí misma.
—¡Esto no es comunicarse, Israem! —chillo, presa del desespero.
Y creo que he cometido mi peor error al mencionar su nombre.
No sé cuál es la maldita condición de este hombre, pero sin importar de lo que se trate, veo sus ojos cegarse como si sus instintos hubieran despertado.
Ahora su gruñido es bajo, pero constante.
Sus dedos enguantados se crispan, como si debajo hubiesen garras que quisiera clavarme.
Y entonces sucede algo más, algo peor.
El viento se agita, y en un torbellino de plumas y rugidos se adueña de nuestra atención.
Scar, el gripher azul marino aparece en el alféizar.
Arrastra sus cadenas mientras se acerca al borde del umbral.
Estoy acabada. Si no me mata una bestia, la otra lo hará.
Pero solo me mira. Y son sus mismos ojos, con distinta manera de mirar. Scar e Israem comparten el mismo azul.
Las alas de Scar se baten, parecen querer llamar nuestra atención. Y lo hacen, porque el rey deja de verme por un instante y parece darle una orden con la mirada al gripher.
Las garras afiladas de la bestia rasgan la piedra en reacción, pero no termina de entrar a la alcoba.
No sé si temerle más al rey, que podría acabar con mi vida, o al gripher que ya lo intentó.
En este momento, mientras Israem intercala su mirada entre la bestia y yo, entiendo que mi en este oscuro castillo destino estará entrelazado con ambos.
Tengo que sobrevivir a los dos.
Entonces, tan frustrado que propina un puñetazo en la cama junto a mi cuerpo, el rey se aleja de un salto, cayendo de pie en el suelo frente a mí.
Me incorporo, mi mano contra mi cuello adolorido y la otra echando mi cabello hacia atrás.
—Dime algo... —le suplico a mi rey—. Lo que sea.
Pero él esquiva mi mirada, y corre al balcón para desaparecer más tarde montado en el gripher.
Nota:
Este es un capítulo un poco más corto, pero es tan intenso que no quería unirlo a las escenas que vienen, que cargan su propia tensión. Espero que les haya gustado mucho, y ya saben que cuando lleguemos a 500 comentarios subiré el otro cap.
Ya se están dando cuenta de que hay muchos secretos en esta historia. ¿Qué teorías tienen?
Con respecto a Israem y este primer encuentro a solas con Freya, ¿qué piensan? ¿Qué creen que pasará entre ellos?
¿Qué les parece la conversación que tuvo Freya con Elius?
Y sobre Scar y el hecho de que haya aparecido, ¿qué opinan?
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