38: No muerdas [+18]
Su beso detona mi piel como si hubiera estado en pausa.
Estoy enojada justo ahora, sé que detrás de este momento hay un sinfín de razones por las que debería empujarlo y huir de vuelta a mi reino, pero no puedo hilar ni una de ellas mientras sus labios están en mi boca.
Sus brazos me arrancan del piso y me alzan, avanzando hasta nuestro lecho donde me deposita con delicadeza.
El vértigo me tiene desorientada. No entiendo cómo llegamos a esto.
Frente a mis ojos, desabotona su camisa hasta desnudarme su torso, dejando una visión de su abdomen endurecido.
—Necesito que seas mía —dice al tirar la camisa al suelo.
Agradezco que no pueda mentir. Agradezco, en especial, que en este momento no pueda decirme que soy suya, sino que necesita que lo sea.
Tengo muchas cosas en qué pensar. Nuestra discusión, la suya con Nukey, incluso el resto de cada uno de los días que he estado en este castillo. No puedo simplemente apagar mi mente y pretender que nada de ese existe, sin embargo...
Cuando desabrocha su pantalón, la boca se me seca. Me siento tentada a voltear, por la vergüenza de mirarle. Es un acto íntimo mirar su desnudez. Debería estar preparada para ello, pues parece ser mi único propósito en este lugar, pero la verdad es que los nervios de novata se apoderan de mi rostro.
Para no ser tan obvia, evito voltear a otro lado, simplemente bajo la mirada y miro a la alfombra.
Es cuando su mano sujeta mi mentón, y lentamente lo eleva para que lo mire.
Israem Corvo Belasius yace totalmente desnudo ante mí.
Su cuerpo es todo lo que podría esperarse de un hombre de su belleza, con la longevidad de su piel y el fuego de su mirada.
Paso saliva, e intento no mirar demasiado a su entrepierna. Pero me ha generado tanta curiosidad con todas sus negativas y prórrogas, que no puedo despegar mis ojos de lo que veo.
No tengo con qué comparar, pero estoy convencida que así no ha de verse la verga de un viejo.
Y que me perdone Shakespeare la poesía.
—Freya. —Vuelve a tirar de mi mentón. Entiendo que no pretendía que me quedara viendo su miembro, sino que buscaba un contacto visual.
—¿Mm?
—¿Alguna vez...?
—Ya le he dicho que no.
Él asiente. No luce cohibido, pero sí precavido, de cierta forma. Entiendo que mi inexperiencia impone, y tal vez fastidia. Aunque en él no veo apuros o desagrados. Agradezco la paciencia con la que trata este momento.
—¿Me permites...? —dice.
Miro su mano extendida, cubierta de negro por el guante. Avanzo en la cama hasta sentarme en el borde, y le entrego la mía.
Lentamente él se acerca hasta quedar entre la falda de mi vestido, llevando mi mano a su entrepierna, como si nos presentara.
No puedo creer lo que estoy haciendo. Todas las cosas que estaban atormentando mi atención se apagan en mi mente a la par que mis ojos se abren sin mesura. Estoy aquí. Solo tendré una primera vez en la vida, y más me vale entregar todo en ella.
Mi mano comienza por posarse en su cadera, donde él la suelta, dejándome a mi antojo. Siento su piel como si reconociera a una bestia, con mesura, miedo y curiosidad al mismo tiempo. Lo acaricio mientras me aproximo a su centro, donde mi mano se cierra alrededor de la base.
Cuando lo veo echar la cabeza hacia atrás, sonrío para mí misma. Siento que lo estoy haciendo bien.
Hago una ligera presión, familiarizándome con su tacto y dureza. Muevo mi mano en ascenso, y de nuevo en una caricia hacia abajo...
—Basta.
Su boca vuelve a ir tras la mía. Tiene un sabor exquisito, mezclado con el tacto frío de la noche.
Se sube a la cama a horcajadas, haciéndome retroceder y quedando encima de mi cuerpo.
Sus labios bajan por mi cuello, arañando con el roce de sus colmillos.
«Por favor, no me muerdas...», ruego para mis adentros.
Habíamos acordado esperar a mi decisión sobre este asunto, pero en una especie de consenso fuera de habla, decidimos incluir su boca en este trayecto.
—Quiero verte.
Pienso en decirle «aquí estoy», pero gracias a Ara recapacito antes de que semejante idiotez salga de mi boca.
Ahora entiendo que quiere verme «desnuda».
—Estoy llena de sangre —digo, como una medida para salvarnos a ambos de esto.
—No me molesta.
Me ayuda a quitarme la armadura, y arranca el vestido de mi cuerpo como si le estorbara.
Se queda mirando la herida en mi costado, el dedo de su guante recorriendo sus bordes ensangrentados.
—¿Te duele? —pregunta con gentileza.
Es tan tierno en ese estado, que solo puedo sonreír y negar con la cabeza, aunque mi negativa sea un engaño.
No puedo esperar un instante más, no quiero alargar más lo que debimos haber consumado en un día. Debo salir de esto.
Me desconcentro de mis pensamientos en tanto sus labios besan mi vientre, arrancando de mi interior un jadeo de sorpresa.
Lo miro directo a los ojos mientras sus labios suben nuevamente a mi cuello, y sus manos buscan mi pecho.
Acaricia mis senos, y luego los aprieta con moderacion.
Me gustaría sentir más que el guante, el roce de sus manos desnudas...
Pero también me gusta vivir, así que ni drogada lo sugiero.
Mierda.
Su boca ha bajado a mi pecho, donde sus labios besan mis senos con más pasión de la que jamás ha existido en nuestros besos. La caricia de sus labios, la humedad de su lengua... Pronto soy yo la que debe echar la cabeza hacia atrás. Pero a medida que lo hago, mi mano se gobierna a sí misma y acabo aferrada al cabello de Israem, presionando su cabeza para que no se aleje de mí.
Él emite un gruñido contra mi piel, como si me regañara, pero sin oponerse realmente.
—Debo parar —jadea.
Yo suelto lentamente su cabello.
—¿Paramos?
—No, tú no. Solo... No puedo seguir besando tus senos.
Abre la boca y me muestra el tamaño de sus colmillos para ilustrar sus palabras y, por Ara, qué delicioso se ve al hacerlo.
—¿Le gustan? —No sé por qué lo pregunto, pero una vez lo he dicho entiendo que es una curiosidad que tenía muy internalizada.
—¿Qué cosa?
—Mis senos, majestad.
—Como dices tú: yo los amo.
Le sonrío tanto que ahora soy yo quien desea lanzarse a sus labios. Y lo hago, profundizando en un beso peligroso que podría terminar por dejarme sin alma.
Tampoco me arriesgo demasiado y me desvío a su cuello para compensarlo. Parece gustarle que lo bese, aunque no tanto como le ha gustado cuando le toqué entre las piernas.
—Hueles tan bien...
Huelo a sangre de gripher y a la saliva del enmascarado, pero no voy a ponerme a juzgar los gustos ajenos.
Mi mente divaga y se desconecta con sus ocurrencias inoportunas, pero queda totalmente apagada otra vez en tanto Israem se sube a mi cuerpo.
—¿Quieres hacerlo con la boca o con la mano?
—¿Que si quiero qué en dónde?
—Necesito que lo mojes, Freya.
Ah, pues con la boca no va a ser, que puede que estemos en tregua pero el gusto de arrodillarme no se lo voy a dar. Escupo sobre la palma de mi mano, y miro el miembro de mi marido sufrir de una especie de espasmo que parece dejarlo más duro de lo que estaba.
Llevo mi mano al reencuentro con su centro, y lo empapo entero de mi saliva, desde la base hasta la punta y en retroceso. Repito el movimiento un par de veces, pues disfruto de la expresión de Israem cuando lo hago.
—Freya —gruñe.
Alzo mis manos, y lo dejo ubicarse entre mis piernas.
—Y tu barriga no es fea —dice una vez empieza a empujarse dentro de mí.
¿Ahora estamos confesando verdades?
Ha sido tan dulce... Quiero a ese Israem, y solo a ese. ¿Por qué no pude casarme solo con una fracción de él?
—¡Aush!
—Lo lamento.
—Al menos sé que lo dices en serio.
Él se ríe, y su risa me contagia mientras él lo vuelve a intentar, esta vez por el agujero correcto.
A partir de este momento, mi experiencia se desliga por completo de la de Israem. Mientras él se concentra en avanzar dentro de mí, yo me aferro a las sábanas e intento soportar lo que sigue. No es atroz, pero tampoco agradable. Él es lento, paciente, y aún así siento como si literalmente se abriera paso dentro de mí separando mis caderas.
Tal vez exagero, pero me cuesta disfrutar de la sensación de ardor, y la fricción de sus movimientos progresivos. Es como estirar la piel de tus labios hasta que se parte, y luego pegar el dedo en la herida, quitarlo, y volverlo a poner entonces con más presión.
Una extraña sensación me embarga, algo parecido a la nostalgia, o la soledad. Ni yo consigo clasificar a mis sentimientos.
Tal vez, es la mera decepción y la frustración que esto acarrea. Porque creí... Esperaba sentir una conexión que solucionaría todas las carencias de mi matrimonio, un vínculo que haría que Israem y yo nos aferremos el uno al otro, que nos sintamos preparados para iniciar una familia y enfrentar lo que conlleva. Esperaba, tal vez en el fondo, que este acto borrara el pasado de nuestra historia.
—Freya —me llama Israem.
Es cuando lo veo a los ojos.
—Estoy enamorado.
—Israem...
Y ahí termina de romperme físicamente.
Se agarra a mis hombros, y pasa de los movimientos que antes marcaban la pauta, a un ritmo más ascendente mientras sus labios buscan los míos y sus manos se aferran a mis senos.
Esa combinación ayuda a mi lubricación, que rápidamente contribuye a que él pueda deslizarse mejor en mi interior, hasta casi salir entero y luego volver a llenarme.
Acaba de decir que está enamorado de mí... ¡Y no puede mentir! ¿Cómo es posible que sienta algo tan fuerte y puro hacia mí persona, y me trate con tanto descuido?
Escucho una sucesión de jadeos extraños que me devuelven a la realidad, pero para cuando quiero darme cuenta, Israem ya está tumbándose a mi lado y aferrándose a mi cuerpo.
Me mece en medio de su abrazo, repitiendo las temblorosas palabras
—Estás bien, estás viva, estás bien...
Me volteo y tomo su rostro entre mis manos.
—Claro que estoy viva, cariño. No ha pasado nada.
Ahora soy yo quien lo abraza, de frente y acariciando su cabello.
Lo dejo que pase su susto, hasta que lentamente se vuelve dócil en mis manos.
—¿Estás bien? —le pregunto.
—No lo sé... Estoy bien con respecto a ti, si esa es tu duda.
Qué hermoso es a este punto, cuando parece no tenerle miedo a sus palabras. Qué satisfacción tenerlo así, vulnerable y confiado entre mis brazos.
—Y... ¿con respecto a qué no te sientes bien?
—Tenía mucho miedo.
—No ha pasado nada —lo tranquilizo—. Estoy intacta. Excepto que estoy sangrando por la herida en mi costado, por supuesto.
Él se incorpora y la revisa.
—¿Te duele?
—Un poco.
Un poco muchísimo.
Él seca la sangre de su guante en nuestras sábanas manchadas, y luego me dice:
—En un par de horas te llevaré con... Algún otro cirujano.
—¿Por qué en un par de horas, majestad? Quisiera ir ahora, si no es molestia. Al menos para descartar que no sea nada grave.
—Si te levantas ahora hay menos posibilidades de que la semilla haga efecto.
La sonrisa se me borra de la cara.
Me desangro en su cara y a él solo parece importarle que no se me escurra su semen.
Bueno, me tocará educarlo, sino terminaré perdiendo lo que me queda de cordura.
—Majestad, su semilla puede volver a echarla dentro de mí cuando guste, la sangre que estoy perdiendo, no.
—De acuerdo —dice besando mi frente.
¡No puedo creer que haya funcionado!
—Buscaré a alguien.
—¿Podría buscar a Elius? —sugiero.
—Elius ya no forma parte de mi corte.
—Entiendo eso, pero Elius hizo un excelente trabajo con los cuidados de la fractura en mi cuello. No necesita pertenecer a su corte, usted lo estaría solicitando solo por su servicio médico.
Cuando Israem asiente, me descubro llena de esperanza.
Podemos salvar esto.
—Volveré tan pronto como pueda.
~☆~
Elius ha pasado para limpiar y suturar la herida en mi costado. Pero ese Elius daba miedo. Ni el amago de una sonrisa surgió de él. Estaba taciturno, serio, sin corresponder a ninguna de mis bromas. No hizo un solo comentario sobre mi desnudez, o sobre la posibilidad de requerir la sutura por haber estado en la gripher posición.
Lo único que alcanzo a sonsacarle es que todavía puedo encontrarle en su consultorio.
Una vez nos abandona e Israem vuelve a la cama, lo acuno entre mis brazos cuidando de no lastimarme la herida.
—¿Qué significa Elius para usted? —le pregunto.
—Elius...
Nos quedamos viendo el techo, él con una mirada que parece al borde de un abismo de sentimientos oscuros. Incluso su voz al pronunciar el nombre de Elius se ha combado en tristeza.
—Elius es... tal vez... Quiero verlo feliz. Quiero que sea próspero en todo. Quiero protegerlo hasta del más pequeño de los males. Le gustan los griphers, ¿sabías?
Le sonrío sutilmente mientras acaricio su cabello.
—Algo he notado.
—Y cuida cada una de las cosas en las que se involucra. La medicina, sus deberes como mano, su pasión por las criaturas salvajes que él considera incomprendidas... —Limpio las lágrimas que ruedan por su rostro, cuidando de no hacer ni un ruido que le perturbe—. Es brillante.
—Sí que lo es, majestad. —Le dejo un beso en su frente—. ¿Usted le quiere?
Israem resopla.
—Como a nada.
—Y si piensa, y siente, todas esas cosas hacia él, ¿por qué no le perdona lo que haya hecho y le deja volver a su servicio?
—Él fue quien renunció.
—Tal vez solo quería que usted lo detuviera, que le demostrara...
Un momento.
Un momento...
Todo lo que dice Israem tiene sentido con una cosa que recién recuerdo.
Elius tiene veinticinco años.
—¿Te sucede algo? —me pregunta Israem al ver que he parado de acariciarle el cabello.
Tal vez me detuve porque la mano no para de temblarme. O tal vez porque algunas cosas han encajado en mi mente, y no quiero creerlas.
Yo le sonrío, una sonrisa intranquila, pero él no nota la diferencia.
—No me sucede nada. Sigo... —Aclaro mi garganta—. Sigo insistiendo en que debería reconciliarse con lord Elius.
—Pero me desafió...
—Porque lo aprecia, seguramente. Una persona que le tema acatará cada una de sus palabras en sumisión, pero una que le ame tendrá el valor para decirle incluso aquello que usted no esté dispuesto a oír.
Mi mente sigue dando vueltas...
No es posible.
Pero...
—Si usted lo ama como sé que lo ama —continúo a pesar de mi mente—, debe perdonar, olvidar, y ceder en muchos aspectos que le parecerán desagradables. De eso se trata el amor.
—Eres... —Israem toma mi rostro entre sus manos, y besa mis labios con devoción—. Eres una muy buena esposa.
Yo le respondo besando sus labios de vuelta.
—Tal vez ya es momento de que nos durmamos —dice besando mi vientre—. No sé si es relevante, pero tal vez te ayude a descansar en todo el proceso de formar nuestro hijo.
—Eres un dulce, Israem.
«Cuando te da la maldita gana».
Nos acomodamos para dormir, pero de la nada él se gira y me dice:
—Ven acá.
Y vuelvo a besarme.
¿Dónde estuvo este Israem todo este tiempo?
Pues ha llegado en el peor momento, porque mi mente no para.
En medio de nuestro besos nocturnos, se detiene y mira mi rostro.
—Fue maravilloso, Freya.
¿Fue...?
Ah. Nuestro coito.
Es un alivio oírlo de sus palabras de irrevocable honestidad. Estaba nerviosa, acomplejada y hasta asustada de que no le gustase.
—Sí, la fue, cariño —le digo acariciando su rostro.
—¿Te gustó? —me pregunta.
—Fue perfecto.
—¿Algo que te tomara por sorpresa? No sabía qué tan informada estabas, así que tuve que improvisar un poco.
—Pues... —Echa mi mirada al techo mientras me pongo a pensar—. No lo sé, ¿siempre es así de rápido? En los libros se lee eterno.
Y... parece que le cagué, pues me da la espalda visiblemente ofendido.
¡¿PERO SI NO QUERÍA MI RESPUESTA ENTONCES PARA QUÉ SIRIOS ME HACE LA PREGUNTA?!
—Lo lamento, majestad... ¿He dicho algo malo? —Toco su hombro con delicadeza—. De ser así, le aseguro que no ha sido con intención de herirle.
—A dormir, Freya.
—En serio... No quise lastimarle.
Me volteo yo también de espaldas a él y trato de dormirme.
Pero ahora que estoy en silencio, la inquietud regresa y mi mente no para.
—Majestad.
Me siento en la cama.
—¿Qué sucede? —pregunta él ladeándose.
—Antes que nada, quiero que sepa que no busco iniciar un conflicto de ninguna manera. Pero hay una pregunta rondando mi cabeza que no me permite dormir.
—¿Si la respondo te dormirás?
—Inmediatamente.
—Te escucho.
—Repito, no quiero iniciar un conflicto, pero esto es importante. Si me da una respuesta rápida saldremos de esto en un instante.
—¿Qué pasa, Freya?
—El nombre de Suleima... ¿era Suleima?
No. Me. Responde.
—Por favor... Necesito saber.
Él mueve la cabeza de forma dibitativa, como si dijera «sí, pero no».
—¿Cuál era?
—Freya, ya duérmete.
—Solo dígalo y luego...
—Sulei.
Ah, mierda.
Nota: capítulo sorpresa porque no aguantaba más sin que leyeran esta vaina. Dejen sus opiniones y teorías.
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