35: Pacto matrimonial
—¿Majestad, podemos hablar?
A absolutamente nadie le gustó que cambiara el final del discurso en última instancia. Pasé horas sometida a un sermón por parte de los medios del consejo donde me exponían los riesgos de una acción tan arbitraria. Irónicamente, yo estaba contenta de al menos participar de la reunión, aunque fuera en esas circunstancias. Y, para mi sorpresa, quien menos abrió la boca fue Isidora. Incluso Elius opinó, pero no ella. Se mantuvo sentada, observando con deseñoso silencio. Desaprovechó totalmente la oportunidad de descargarse contra mí.
Noté que, en medio de todas las personas del consejo, ella parecía ser la menos afectada por mi arrebato y por ende la que menos tenía derecho a hablar. En cambio los banqueros, los duques de las provincias, los eruditos, el consejero de guerra e incluso Cedric no paraban de explicarme todo lo que pudo haber acarreado mi boca suelta.
De todos modos, luego tuvieron que admitir que, pese a que había cometido un error, los resultados no fueron terribles. Al contrario, la idea de una correspondencia libre con la reina fue tan bien recibida que el ánimo de Jezrel se avivó en unanimidad.
No solo los de baja alcurnia mostraron entusiasmo, muchos nobles se confesaron dispuestos a colaborar económicamente para llevar el proyecto a cabo.
Según me explica el consejo, me amaron. En la medida que es posible amar a quien no conoces en lo absoluto.
He estado trabajando mano a mano con Elius, el escriba del consejo y el embajador de Deneb para desarrollar el proyecto de correspondencia directa y segura. Para ello, se está habilitando una oficina postal junto a los establos donde se apostará un equipo lector de confianza, un administrador para llevar el registro de asistencia y un mensajero que me hará llegar las peticiones más importantes una vez filtradas.
Esa idea impulsiva me ha traído tan buena publicidad que ya he sido invitada a una infinidad de eventos. Desde luego, cada uno de dichas invitaciones las he legado al consejo para que me las desglosen y organicen en orden de prioridad y beneficios para mi imagen y mi reinado.
Por ahora no acepto nada, aunque tampoco estoy segura de qué tan libre soy de escoger.
Aunque esta labor me ha mantenido ocupada, animada y con una creciente sensación de utilidad, no cubre las carencias de mi matrimonio.
Israem está muy serio. Estuvo molesto por mi actitud en el banquete, pero inmediatamente la había dejado ir, como quien suelta pétalos y los deja vagar con el viento. Pero con el tiempo cambió de opinión, y fue tras cada pétalo que flotaba en el aire, aferrándose a ellos. No es coincidencia que solo recordara mi actitud una vez se cansó de intentar animarme. Ahora, intenta hacerme pagar por mis primeros días de silencio.
Esas noches me iba a la cama con él, pero directo a cerrar mis ojos, dándole la espalda. Acepté sus obsequios sin mirarle a los ojos ni emitir más que un «gracias» tan monótono como sus presentes. Cada mañana o tarde que él decidía escapar, no le preguntaba para dónde iba, ni esperaba despierta a que regresara.
Nunca esquivé una conversación, aclaro, simplemente me negué a iniciar una.
Pero los días pasaban y nada cambiaba. No habría una mejora si lo dejaba a su voluntad. Y yo quería, en serio deseaba, poder darme el lujo de imponer mi orgullo por la eternidad. Quisiera tener el derecho a estar enojada, por el tiempo que corresponda.
Pero estoy en Jezrel con un plazo límite, el reloj de arena en nuestros aposentos me lo recuerda a diario. Y antes me decidí a ganarme el corazón de Israem, hasta que este decida nombrarme su igual. Y no estoy más cerca de eso que de un heredero.
Debo dar mi brazo a torcer, por mucho que duela la torcedura.
Pero cada día que intenté acercarme, Israem solo me dejaba con la palabra en la boca y se retiraba de prisa.
—Majestad... —insisto a su espalda.
Él voltea por fin, mirando receloso el ramo en mi mano. Flores rojas, personalmente recogidas, una a una, del jardín. Las espinas arañaron mis dedos mientras las arrancaba, y mientras sangraba, las lágrimas corrían por mi rostro. Cada rosa, era un clavo al ataúd de mi orgullo, un golpe a la ilusión de recibir, en algún punto, una disculpa.
Dejé esos sentimientos en la tierra del jardín, y me traje las rosas para el rey, comprometiéndome a, a partir de ahora, distanciarme de mis propios deseos.
—¿Aceptaría este ramo, majestad? No pretendo que salte de alegría al verlo, solo tómelo. Una muestra de mi arrepentimiento, por la actitud que tuve durante el banquete.
Él deja el libro que está leyendo y se levanta. Toma las flores, pero realmente me está mirando a mí.
—Tu actitud durante el banquete ya no es relevante —responde con seriedad—. Lo que no tolero es tu actitud de estos días.
—Comprendo. Pero, majestad, no he buscado ofenderle en ningún momento. ¿Entiende que esa es una reacción natural a la tristeza?
Él frunce su ceño.
—¿Estabas triste?
—Lo estoy.
—¿Por qué motivo?
Me encojo de hombros.
—Me dijo que no quiere más distancia entre nosotros, y henos aquí. Detesto estar tan desvinculada de mi esposo.
—Te dije que no más distancia, y tú la impusiste —repone con severidad.
Asiento, mi corazón achicándose. Mi padre usaba ese tono para reprenderme. No logro entender qué daño hice en mi pasado para acabar atrapada en un matrimonio donde mi esposo me habla de igual manera.
Sin derecho a réplica.
—No quiero ver esa expresión en ti —me dice tomándome en sus brazos y estrechándome entre ellos.
Yo lo rodeo también con mis brazos, y sus labios van a mi cabello para besarlo.
—Disfruté de llegar con usted al banquete —le digo para destacar lo bueno, y aferrarnos a ello—, y que me confiara a Scar para el viaje en su compañía.
—¿Cómo sabes su nombre?
Por Ara, este hombre desconfía de cualquier detalle.
—Su mano, majestad —explico—. Él lo mencionó mientras atendía la fractura que me ocasionó el gripher.
—Ah, Elius. No te preocupes, pareces nerviosa.
—No estoy... —De hecho sí lo estoy. No lo había notado, pero me tiemblan las manos—. Lo lamento, en serio. Por haber arruinado nuestro momento en el banquete.
—Sé que lo lamentas. No hablemos más del banquete.
Israem suspira, y me suelta.
—Toma asiento.
Lo hago, y si antes estaba nerviosa ahora estoy que pido a gritos el remedio contra los vómitos.
¿Por qué me pide sentarme?
—He notado que pasas mucho tiempo fuera de la habitación.
—Puede consultar con los guardias, sirvientes, y toda la corte en sí. Estoy trabajando en el proyecto que prometí en mi presentación como reina. Y, de hecho, me alegro de que toque el tema.
—¿Querías comentarme algo al respecto?
—De hecho sí, su majestad. El consejo ha aprobado el proyecto dado que el financiamiento está cubierto. Muchos lores generosamente han donado para la causa.
—¿Y eso por qué es importante hablarlo en nuestra intimidad?
—Solo es contexto, majestad. El consejo aprobó el proyecto, pero no financiará nada que lo relacione. Se supone que este medio de correspondencia se está creando para que yo tenga un acceso directo a las necesidades de nuestro pueblo. Pero no basta con escuchar, debo ayudar en la medida que me sea posible. Eso implica unas inevitables inversiones futuras.
Israem arquea una ceja, como si me apresurara a terminar.
—Como sabrá, mi familia me ha dejado un fondo económico para que disponga de él a mi juicio. Por desgracia, se me indicó que no puedo acceder a él sin permiso de mi marido. Usted, majestad.
—No termino de entender qué pretendes.
—Quiero que me firme una especie de autorización para poder acceder a este fondo cuando lo amerite, y así poder financiar las causas que escoja.
—Por supuesto que no.
—¿Por qué no?
—Para empezar, ni siquiera creí que hablaras en serio en tu discurso. ¿Por qué necesitas estar enterada de las necesidades del reino? No te corresponde.
—El consejo ya lo ha autorizado por diferentes razones, yo solo le pido que firme el permiso...
—No hablaremos de dinero, ni firmaré nada. Pregúntame cuando necesites comprar algo en específico.
Es mi dinero. El fondo que me dejó mi familia para asegurarse de cubrir mis necesidades. Me genera demasiado impotencia ni siquiera poder decirle esto a la cara sin arriesgarme a arruinar todo nuevamente.
—Ahora. Te pedí sentarte porqud tenemos un deber, Freya.
Ah. Es eso.
—Lo tengo asumido, majestad. No crea que estoy indispuesta. Y usted... ¿se siente preparado?
—Ahora sí. No me siento tan desmesuradamente emocionado, y eso es bueno para mi control.
Por algún motivo, eso me ha drenado todavía más mi ánimo.
—¿Y podría decirme cuáles son los posibles riesgos? ¿Es algo que yo podría saber?
Israem se levanta y me da la espalda, caminando hacia el balcón hasta que sus manos quedan pegadas al vidrio.
—¿Eres doncella, Freya?
—Le he dicho, majestad, que nadie ha tocado mi cuerpo. De igual forma nadie se ha acercado al resto de mí.
Asiente, todavía de espaldas a mí.
—¿Qué te dijeron de mí? Al avisarte que nos casaríamos, ¿qué te dijeron?
Su figura oscura delineada por el brillo externo a contraluz, le da un halo de misterio interesante.
Y su voz...
«Estás molesta con él»
—Nadie tuvo que avisarme nada, majestad, yo lo escogí.
Él se gira, y en sus ojos hay desde una acusación hasta una vasta esperanza.
—¿Lyra Cygnus no te ordenó casarte conmigo?
—No, majestad. Fue una elección libre y personal. De hecho, yo sugerí la idea.
—Pero... ¿No se sentían amenazados?
Sí, mucho.
Pero eso no puedo decirlo.
—Lyra venció a los escorpiones y se casó con uno. Hace falta más que una carta para hacerla sentir bajo amenaza.
—Entonces... tú... ¿Por qué?
—Se lo dije. Sueño con construir con usted lo que mi familia me ha demostrado que es posible en un matrimonio.
—¿No acabó en tragedia el de tus padres?
Maldito. Hijo. De la más grandísima puta. Entiendo su inocencia con ciertas cuestiones, pero detesto la insensibilidad con la que habla cada vez que sale el tema de mi familia.
—Sí. Así fue.
—Y aún así querías intentarlo por tu cuenta.
—Al verlo ese día que acudí a su encuentro... Las dudas se disiparon.
A estas alturas debería optar por el trabajo de actriz. Israem cree cada palabra que le digo, y sus ojos se iluminan con un brillo que emula las lágrimas. Dentro de mí, arde el remordimiento de saber que lo he conmovido con una mentira.
—Intentaré, Freya —promete—, cumplir ese anhelo de tu corazón.
Él se sienta a mi lado. Sin tocarme, pero mirando impresionado mi rostro.
—¿Qué te contaron sobre mí, antes de que nos conociéramos?
—Me dijeron que era usted un sirio, que come almas. Y lamento mi brutalidad, pero esas fueron tal cual las palabras que usaron.
Su boca se frunce en una mueca y su mirada se va al frente de la habitación.
—No hay verdad en que sea un sirio. Mi alma no ha sido vendida.
Pero no niega su poder, y, a estas alturas, eso dice más que mil palabras.
—¿Y mi alma, majestad, corre peligro si consumamos el matrimonio?
—No, no por ese medio.
Ay, madre de Ara. Mi pobre alma... Bueno, no es que esté muy intacta y pura, dadas mis lecturas más recurrentes, pero he hecho algo de caridad para compensarlo. No quiero perderla.
—¿Y por qué medio...?
—Solo mi tacto, y mi mordida, tienen ese efecto —confiesa.
—Por eso cubre su boca, y sus manos. Entiendo. Pero, ¿no lo puedo controlar?
—Contigo es difícil. Si te beso, mi impulso por morderte, o por desnudar mis manos y recorrerte entera, se vuelve apenas controlable.
Esa confesión es fuerte, gratificante para mi ego, reconfortante a mi autoestima, y terrible para mi paranoia.
Y eso me lleva a pensar... ¿Y si Isidora no me mintió? ¿Y si me advirtió de no besar a Israem, precisamente porque conoce su predilección a las mordidas, y el efecto de estas? Porque jamás me instó a privarme de consumar el matrimonio, lo cual ya Israem confirmó que puede hacerse sin que mi alma corra peligro. Solo me pidió cuidarme del beso.
Ya no sé qué pensar.
—Entonces, majestad, usted sugiere consumar el matrimonio, sin tener que recurrir a más tentaciones de lo debido. Es decir: sin beso.
—No digo, ni quiero, eso. Pero es más seguro, si te lo preguntas.
—¿Y qué quiere hacer?
—Dejarte elegir.
—¿Elegir?
—Si quieres la experiencia completa y correr el riesgo, o si quieres solo cumplir con nuestro deber, e ir a lo seguro.
No me siento capacitada para responder eso en este momento, no con las capas de enojo persistente bajo mi piel.
—¿Y estará usted dispuesto a lo que yo decida? ¿Aún con mi alma como precio a pagar por cualquier error?
Sus manos sostienen mi rostro, tomándome por sorpresa.
—No te haría un daño intencional, Freya. No busco hacerlo.
Me suelta.
—Pero sí, estaría dispuesto a lo que tú decidas.
Llevo un dedo a mi boca y comienzo a mordisquearlo.
—Majestad, y usted... ¿Tiene alguna experiencia en esto?
—¿Mm?
Está incómodo y evasivo. Sabe perfectamente a lo que me refiero.
—Por mi tranquilidad, me gustaría saber si previamente ha... Quiero saber si tiene experiencia en la consumación del acto marital.
Cuando asiente, aunque no debería sentir dolor, algo parecido me invade. Aunque no quisiera tomarlo como una ofensa, sé que lo es. Con su afirmación, confirma la consumación de su matrimonio con Suleima. Intentan ocultarlo y tergiversarlo, pero lo cierto es que me engañaron tanto a mí como a mi reino con este matrimonio. Soy la segunda esposa.
Me siento terrible, y no tanto por lo confirmado, sino porque me descubro en mi interior deseando que esa mujer esté muerta. Prefiero ser la esposa de un viudo que de un bígamo.
Asiento a la par sin demostrarle mi dolor.
—¿Me deja pensarlo esta noche?
—¿Consumamos mañana? —pregunta.
—Sí. Mañana yaceré con usted, y tendrá mi decisión.
Aunque él dijo que no se sentía ni medianamente emocionado, sus ojos se oscurecen con nuestro pacto. Está acercándose a esa versión suya hambrienta e irracional, que parece hasta más decente que la que se supone habla con razón.
—Pero tendrá que ser tarde —dice—. Mañana es la cacería.
—¿La...?
Claro. El encuentro que pactó con lady Jane y su padre.
—No sé de qué me habla, mi rey. ¿Podría explicarme?
—Iré de cacería con el alto lord de Polaris.
—Suena emocionante. ¿Son divertidas las cacerías? —Pongo mi mano sobre la suya y le sonrío—. Debe apasionarle demasiado la caza, su gracia. Lo asumo dado que no puede faltar incluso en el día que pactamos consumar nuestro matrimonio.
Él me sonríe y posa sus labios sobre mi frente. Parece alentado con mi dulce interés.
—No iría a cualquier otra caza por pasar el día compartiendo mi leche contigo. Pero en esta ya estoy comprometido.
¡¿Dijo leche?!
No. Tuve que haber escuchado mal. Son las lecturas. Me han pervertido.
—En ese caso, podría acompañarte —le digo intentando actuar normal.
—Peligroso para una reina.
—Confío en que mi noble rey estará para protegerme.
—No... Para ti no resultará divertido.
—¿Algo de negocios?
—Mmm.
Eso no fue una respuesta, Israem Corvo Belasius.
—¿Cómo se negocia en medio de animales y armas? —Acaricio su mano mientras le hablo con coquetería—. Me gustaría escucharle hablar al respecto, mi señor.
—Creo que iré a dormir.
—Lo lamento, ¿he dicho algo erróneo?
—No, solo... No quiero hablar.
—¿No quiero hablar en general, o simplemente no quiere hablar sobre la cacería?
Sostiene mi mirada. Sé que quiere responder la primera opción, pero es incapaz de mentirme.
Me acerco a él, dejando mi rostro en su regazo.
—Déjeme acompañarle, por favor. Sé que puedo potenciar la diversión.
—Necesitas una invitación.
—Usted es el rey, ¿no puede invitarme a su propia cacería?
—Necesitas una invitación de la cumpleañera.
—De la... —Me retiro de su regazo—. Somos esposos, Israem. Necesito honestidad, y comunicación. Y justo ahora estoy confundida, ¿qué tiene que ver la caza del lord de Polaris con una supuesta cumpleañera?
—La caza la ha organizado para celebrar el cumpleaños número diecisiete de su hija.
—¡¿Lady Jane tiene dieciséis años?!
—¿Por qué pareces horrorizada?
—Porque lo estoy, Israem. Coqueteaste públicamente con una niña de dieciséis putos años.
Él se levanta de la cama y va a paso apresurado hacia el balcón. Lo persigo, sabiendo lo que viene luego de eso.
—Israem... ¡Israem!
—Vete a la mierda, Freya.
~~~
Nota: Si Freya se va a la mierda, yo me voy con ella.
Disfruten el desarrollo de personaje sin juzgar a Freya, por favor. Hay quienes dicen que es estúpida, otros que es una dramática. Yo creo que no es ni una ni lo otro, pero está viviendo un proceso muy duro que quiebra a cualquiera, y sobrevive a su manera.
¿Qué opinan del cap?
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