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3: Los mandamientos del matrimonio

Soy Freya Cygnus, voy a casarme con el rey y voy a convertirme en la reina consorte de Jezrel.

Es increíble, pero estoy por casarme en serio con un hombre al que no solo no amo, sino que no me ha dicho ni una palabra desde que le conozco.

Mi vida cambiará a partir de este instante, con Antares de vuelta en Deneb, y yo sola en brazos de la familia real.

Ya que de hechos sé muy poco, me veo en la obligación de prestar atención y analizar cada detalle que me rodea para entender este reino.

Y hay mucho para pensar, pero lo que justo ahora no me sale de la cabeza es que la reina tiene la apariencia de una mujer que está pisando los cincuenta; una mujer madura, pero muy bien conservada. Y sin embargo debe tener, por ley de vida y respetando el mínimo de edad para el matrimonio, al menos dieciocho años más que su hijo.

¿Está embarazada con ciento ocho años? Tendrá la matriz de arkanium.

Y dicen que es el reino de los moribundos. Moribunda me veo yo con mis veinte años al lado de esta monarquía de inmortales.

Siento que acabo de meterme en un acertijo donde todos conocen las reglas menos yo. Estoy segura de que hasta las paredes del castillo han de esconder secretos. A estas alturas, me obligaré a cuestionar todo, a asumir que hasta el color de ojos de Elius debe tener un significado. La ignorancia podría hacerme fracasar.

Por ahora, la prioridad es darle un hijo al rey. Tendré que poner en práctica toda mi investigación científica con respecto al sexo, para nada basada en escenas de ficción.

Aunque he de admitir que me intimida más la naturaleza de mi futuro marido que su físico, pues nada en él califica como desagradable a la vista. Solo espero que me respete.

La reina me adopta al instante siguiente en que Antares se marcha. Me entrega una mascarilla, y todos se ponen una similar.

No pregunto, no es el momento ni deseo que me vean como una ignorante. Tampoco son estas las personas a las que quiera incordiar con mis dudas.

Solo me pongo la mascarilla, cubriendo mi boca y nariz.

Así empieza nuestra procesión hacia el castillo.

Jezrel es terrible, terrible a extremos que solo pueden ser hermosos. La niña encerrada en mí chilla de la ilusión que me da saber que seré la reina.

Otro trono para otra Cygnus.

Las calles se extienden a mi alrededor como venas de granito que conducen a un gran corazón ennegrecido y enredado en rosales espinosos: el castillo. Y viéndolo así, todo el mar rojo que hemos dejado a nuestras espaldas, parece el símbolo de un reino que se desangra.

Otro asunto que me llama la atención es el hecho de que estemos caminando. Nuestros flancos están cubiertos por guardias, sí, pero a nadie se le ocurre pedir un carruaje.

En medio de mi andar, un par de mariposas azules se suben a mis hombros, y otro par se enredan en mi cabello, explorándolo como a ramas de un bosque helado.

No me pasa desapercibida la mirada de la reina madre, como si desconfiara de las alas azules a mi alrededor, y de la sonrisa que me provoca. Si supiera que son tan inofensivas como las luciérnagas de su cielo.

Y a su lado, el rey toma del brazo a lord Elius. Se inclina como para hacerle un comentario privado, pero lo único que escucho es a su mano cuando le responde:

—No soy tan fuerte así, majestad. ¿No preferiría...?

Es cuando sucede, por primera vez soy testigo de un sonido emitido por él. Prescinde de las palabras, pero su gruñido es comunicación suficiente. Es un ruido casi animal, me eriza cada vello del cuerpo en su onda expansiva.

No debo olvidarme de que ese hombre no es humano, y ahí está mi recordatorio. Si los rumores son ciertos, ha vendido su alma al dios Canis para convertirse en sirio. Es casi un can maldito por las estrellas.

Pero sus ojos... Tal cual me mira, siento que estoy viendo la misma criatura encadenada que me ha roto el cuello.

Lord Elius, como cualquier ser humano racional, ni se le ocurre discutir con el rey. Por el contrario, viene directo hacia mí y me levanta en sus brazos cual damisela en fabula.

—Mi lord... —No quiero faltarle el respeto, pero esto se ve terrible para mí que voy a casarme con el rey—. ¿Qué hace?

—El ridículo, alteza. Su marido no quiere que camine, y no está especialmente abierto al dialogo.

—Oh...

¿Cómo sirios se responde a algo como eso?

—Pues lamento que deba caminar, mi lord —termino por decir.

—¿Por qué lo lamenta? ¿Acaso desea que quede inválido? No lo sugiera cerca de su marido, se lo imploro.

—No, Elius, me refería a... ¿Sabe una cosa? Gracias y punto.

—Está progresando.

Reprimo una sonrisa y miro al hombre que será mi esposo.

No quería que Antares me agarrara ni el brazo, pero permite que su mano me lleve cargada. Entiendo. Tiene un desequilibrio mental.

Y pronto estaré durmiendo en su misma cama, contra su longeva piel, y compartiendo almohada con ese cabello oscuro que le ondea al viento.

Si se lo pido, ¿se dejaría hacer una trenza en el cabello?

No debo pensar esas cosas. Debo centrarme en no morir en sus manos, ni por ellas.

Miro a lord Elius, que desde mi posición se forman sombras en su rostro que hacen ver a sus mejillas más hundidas.

—Lord Elius...

—No me pida que me quite los zapatos, no llevo los calcetines combinados.

—Ay, qué lástima. Será la próxima vez que me lleve cargada, supongo. Mientras esa oportunidad llega, ¿me diría por qué caminamos?

—Porque Ara es misericordiosa y nos ha bendecido con dos piernas a cada uno.

—¿Has pensado optar por el puesto de bufón?

—Ya estaba ocupado cuando me postulé para mano.

—Eso explica muchas cosas. Pero, en serio, yo me refería a... ¿Dónde están los carruajes?

—Alteza, este tramo es muy corto y los carruajes son muy costosos. No hay suficientes griphers como para generar un tráfico que nos abastezca, por eso usamos los carruajes con suma moderación.

—¿Griphers? ¿Y los caballos?

—¿Es un chiste?

—A mí no me ganaron el puesto de bufón, Elius, yo sí acostumbro a hablar en serio. ¿No hay caballos en Jezrel?

—Pues, no se han extinto, si a eso se refiere, pero ya no son comerciales. No evolucionaron bien luego de la llegada de la azir. Los gases los debilitaron tanto que son incapaces de cargar el peso de un humano, mucho menos el de un carruaje.

—¿Es por eso que llevamos estas mascarillas? ¿Hay una enfermedad en el aire que debilita al reino?

—Eehhh... ¿Sí? Y por supuesto que no. Lo está contando muy aburrido.

—Pues cuéntame tu versión.

—¿A qué constelación le tengo que pedir para que te calle, jovencita? —espeta la reina madre con obstinación.

Y es lo último que hablamos en todo el camino.

~☆♡☆~

En lo más alto de la torre, Isidora Belasius libera todos los candados de una puerta maciza. Dentro de la habitación, la luminiscencia de la aurora boreal se filtra a través del vidrio de la única ventana, creando un mosaico a mis pies.

Camino sobre una alfombra gastada, cuyos colores vibrantes han perdido su intensidad con el tiempo, y pienso en que este parece el hogar de una prisionera, no de una futura reina consorte.

—Haremos un banquete en honor del compromiso —me dice Isidora—. Pero no ahora. Nos ha tomado a todos por sorpresa la decisión tan apresurada de mi hijo, que escogiera retenerte de inmediato, sin que pudiéramos hacer ningún preparativo... Créeme que no ha sido grato ni siquiera para mí.

Le sonrío reverente.

—No me quejo, majestad. Agradezco la oportunidad que me están dando.

La reina me mira por encima de su hombro. Su expresión es la que se espera de quien percibe un mal olor, con sus ojos cafés entornados, como si me sobreanalizaran.

No soy la única paranoica aquí, me queda claro.

—Esta no es la habitación nupcial, la que pronto compartirás con tu marido —dice  al continuar la conversación—. Por el bien de tu reputación, dormirás en esta torre, que es la de servicio. Estoy aquí para darte el recorrido.

No entiendo la finalidad de que me muestre ella en persona una habitación que solo usaré durante un mes. Sospecho que es una excusa para hablar a solas conmigo.

Así que la miro directo a los ojos, y aguardo. Estoy preparada para lo que sea que pretenda decir.

—Freya, tú y yo tenemos que ser aliadas.

—Lo somos, majestad.

—Nuestros reinos, tal vez. Pero dentro de esta corte hay, digamos, bandos. Hay voces que te conviene escuchar, conversaciones que preferiblemente tendrás que omitir, y amigos que no te conviene tener. ¿Comprendes?

Se puede aprender mucho de una persona si se presta atención a quiénes quiere imponerte como amigos, y de quiénes te quiere alejar.

Así que la escucho.

—Y usted está aquí para guiarme —aventuro.

—Estoy aquí para evitar que cometas errores irreversibles. —Camina hacia mí con una sonrisa que dista de sus miradas habituales, y coloca una mano sobre mi hombro—. Yo seré tu familia a partir de ahora, y necesito de ti. Quiero que seamos aliadas porque Israem no es... una persona sencilla.

—¿En qué sentido lo dice, majestad? ¿Hay algo que debería tener en cuenta?

Ella no se contiene, una especie de risa burlona brota de sus labios, aunque se retracta al instante.

—Hay tanto que deberías tener en cuenta, que no sabría por dónde empezar. Tendría que hacerte un manual.

—Me entregaron muchos manuales para que pueda cumplir esta tarea, majestad, y los leí todos. Aceptaré uno más.

—Él no es alguien a quien te convenga desobedecer, pero si debes elegir... sé inteligente. Debes hallar la manera de hacer todo lo que él te diga, sin contradecir mis propias órdenes.

Si estoy entendiendo correctamente, esta conversación me suena a una madre buscando ayuda de su nuera para controlar a su hijo.

Nuera.

Por el amor a Ara, no asimilo que técnicamente tengo novio. Soy la novia del rey.

—Yo... —Me cruzo de brazos, como si la sola idea me resultara incomoda—. Lo que me pide no es sencillo. Israem es mi rey, y será mi esposo. ¿Cómo podría poner cualquier orden por encima de las de él?

—Porque es lo que nos conviene a todos. Mi hijo es... delicado. Complicado. Sin una buena guía, haría de este reino un lugar en el que solo Canis podría vivir. Entiende que él solo piensa en sus propios caprichos, y nuestro deber es no permitir sus malcriadeces sin ofenderlo.

—Es difícil imaginar cómo su hijo ha podido alargar la etapa de la malcriadez unos setenta años.

—Cuando lo conozcas, entenderás. Por ahora, debes ir con mucho cuidado. Nunca le digas que no, nunca... —La mujer se lleva las manos a la cabeza, apartando el flequillo rizado de su frente, y deja salir una bocanada de aire—. Tengo entendido que te han hablado de su condición.

¿Se refiere a la condición de ser un sirio come almas?

—Muy poco —es lo que contesto.

—Y eso es todo lo que debes saber. Es un tema familiar delicado. Jamás le preguntes al respecto.

Menos mal que me lo advierte, sino habría ido directo a preguntarle al temible rey sobre los detalles que lo hacen verse intacto en el tiempo, e indagado sobre el sabor de las almas que se come. ¿Por qué no lo haría? Si se nota tan conversador, ¿no?

—Pero usted la ha mencionado, así que imagino que hay algo en todo ese asunto que espera que yo tenga muy en cuenta. ¿Qué es?

—Cuando se casen, y llegue el momento de consumar el matrimonio, es posible que él quiera besarte. De hecho es bastante improbable, pero existe esa posibilidad. Y no debes permitirlo.

Esa parte de la conversación se derrama como ácido en mi estómago. No he querido asumir los peligros a los que me enfrento, pero que entrecierre los ojos al salir por las calles no hará que el sol desaparezca.

—Le agradezco la advertencia, majestad.

—Para mantener las apariencias, y aunque me halaga, no quiero que me sigas llamando majestad. Tu serás la reina, y es importante que se crea que soy yo quien se debe a ti. Así que dime Isidora.

«Que se crea». Esta declaración de intenciones es más que obvia.

—Otra cosa a tener en cuenta es el informe que se nos entrego sobre ti, Freya. Dice que solías bailar sobre hielo, ¿es eso cierto?

Mi entrecejo se frunce. No entiendo la relevancia de un pasatiempo que no retomo hace más de seis años.

—Es cierto, solía hacerlo.

—Israem no tolera la música, no le hables de ese pasado tuyo, ni siquiera pienses en revivirlo. ¿Puedes olvidarte de eso o es demasiado sacrificio para ti?

¿Hay algo que tolere Israem?

No he sido sarcástica, en serio me gustaría saberlo.

—No danzo hace años, Isidora. No pretendía venir a hacerlo aquí. Así que no se preocupe. He hecho sacrificios por este compromiso, pero ese ni siquiera lo contaría como uno.

—Hay una cosa más.

—De ser así, no veo que esta haya sido una conversación como para llenar un manual. Le pido que, sin necesidad de que me revele nada demasiado delicado para su familia, me diga todo lo que debo saber. Se lo pido porque quiero estar preparada, y porque quiero evitar errores.

—Todo a su tiempo, niña. De hecho, no creo que haya mucho más que sea necesario que sepas sobre mi hijo. Salvo que... —La mujer se muerde la boca mientras mira a todas las direcciones de la habitación—. Esto es incómodo para mí, no sé cómo decírtelo, pero debo hacerlo. Es sobre el asunto de la descendencia.

Ay, no.

¿Y ahora qué?

—Para consumar ese matrimonio tendrás que... animarlo, ¿entiendes? Tienes que ser muy persuasiva, de lo contrario no lograrás que se acueste contigo.

Por algún motivo, pienso en el comentario de Gamma sobre cosas que se pueden parar, y las que no, en el rey.

Espero que la reina no se refiera a eso.

—Yo... —No me esperaba esto, y supongo que mi expresión es muy evidente al respecto—. Supongo que entiendo.

—No, no lo entiendes. Israem quedó muy afectado por una mujer en su pasado, y ahora es incapaz de entregarse a nadie más. No ha tocado ni a una esclava en todo este tiempo.

Es decir, que mi marido no quiere que me toque ni mi cuñado, pero él ya compartió su lecho, y su cuerpo, con otra mujer antes de mí.

Como veo que la reina espera una reacción de mi parte, le digo:

—No imaginaba que había alguien ya en el corazón del rey, pero lo tendré en cuenta.

—Fue antes de que tú nacieras, no vayas a ponerte celosa.

¿Cómo podría? Imagino que la susodicha enamorada no pudo resistirse a la elocuencia del rey.

—Isidora, no se preocupe por mí. Vine a cumplir con mi tarea, no a competir por el corazón del rey. Ese es suyo, y de quien sea que estuvo antes de que yo llegara. Yo solo aspiro respeto.

—Pues suerte con eso, niña. Ah, y una cosa más... Es sobre esta torre, no sobre Israem. Este cuarto, como pronto descubrirás, tiene una trampilla bajo la alfombra. Puedes hacer lo que te plazca en esta habitación, pero si abres esa trampilla te regreso para tu reino, ¿está claro?

El modo en el que me lo dice me toma por sorpresa, tanto que me crispo por sus palabras, pero reacciono como un subordinado y asiento sin protestar.

Y entonces ambas nos volvemos por el chirrido de la puerta.

Es lord Elius, la mano del rey.

Ha cambiado la gabardina blanca del consultorio por una gris, y sus ojos dorados parecen resaltar todavía más con ese cambio.

—Bueno, Isidora, te toca relevo de suegra —dice entrando en la habitación y entregando a la reina madre un rollo de pergamino sellado—. Israem está de... cacería, pero dejó dicho que quiere a su consorte en la alcoba nupcial apenas regrese.

—Imposible. —Isidora rechaza el rollo con un manotazo—. Freya no se mueve de este cuarto, y menos para ir a hacer quién sabe qué a la habitación de Israem. ¿Te has vuelto loco, Elius?

—Dígaselo a él, yo solo soy el desgraciado que lleva el mensaje.

—¿El rey quiere verme? —pregunto con el corazón galopando en mi garganta—. ¿En su habitación? ¿Para qué?

—El rey no quiere verte, querida. El rey te verá. Y será mejor que te des prisa, porque si te retrasas su humor se pondrá mas pesado que un collar de melones.

—Elius, no puedes permitir esto... —intercede la reina.

—Deje a su hijo ser. Es el rey y sabe lo que hace.

Recordando nuestra conversación previa, no me atrevo a tomar una decisión sin antes mirar a la reina madre a los ojos. No pienso desobedecer al rey, pero necesito que ella piense que busco su aprobación.

Ella termina por suspirar.

—Ve. Haré todo lo que este a mi alcance para que esto no se sepa, por el bien de tu reputación.

Entonces no hay nada que considerar, ni salvatoria posible. Iré a conocer al rey. Solo espero que no se le haya antojado adelantar la luna de miel.

Mentalmente, repaso las advertencias.

No desobedecer jamás al rey. No permitir que me bese. No hablar de mis pasiones pasadas. No aspirar su corazón, e incentivarlo para que pueda acostarse conmigo.

Nota:

Espero les haya gustado mucho este nuevo capítulo. Les agradezco mucho el apoyo comentando los capítulos anteriores. Esto de actualizar prácticamente a diario se está haciendo muy emocionante para mí. Nuevamente, cuando lleguemos a 500 comentarios subiré el siguiente... QUE ESTÁ POTENTE.

Ahora, cuéntenme todo de este capítulo.

¿Les está gustando la historia?

¿Qué teorías tienen?

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