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28: Cisne blanco

Esa melodía vuelve a mí en sueños. La sonata del asesino, los acordes de una melancolía que va más allá del discernimiento de mi alma mortal.

Quisiera ser una con sus notas, mi corazón entra en luto por sus confesiones. En medio de la ensoñación, y solo por el recuerdo de esa pieza, navegaría la podredumbre escarlata por recuperar la máscara del asesino y entender el trasfondo de su identidad.

Ahora que le presto atención una segunda vez, ahora que la tengo sonando en mi sueño para desglosarla, me parece una reinterpretación de la composición del Cisne negro en la cultura denebita.

Me levanto agitada, y descubro a mi corazón todavía en sintonía con el compás de la enigmática melodía.

Israem ya no está en la cama. Nuestra cama, fría, como la relación que estamos construyendo.

En su ausencia, la claridad matutina se escabulle mientras una leve brisa me eriza la piel a través de las cortinas.

Las doncellas esta vez ni se han molestado en despertarme. Debe ser agotador fingir que me necesitan para algo en esta corte.

Pero no le doy importancia, no mientras todavía puedo sentir latir en mis venas los acordes del órgano tocado por el asesino.

Paso la mano por mi rostro para despertarme. La descubro manchada de lo que parece un trazo de carbón y brillantina púrpura: el resultado de dormirme con el maquillaje.

En mi pataleta al decidir dormir junto a Suleima —o el anillo que la representa—, he terminado durmiéndome también con la ropa de baile.

Mi mirada inevitablemente decae en mis pies, en las zapatillas que años atrás podrían haber sido mi segunda piel. Mis músculos tienen mejor memoria que yo, y mi ser añora, más que yo a mi tierra, el desahogo de una danza hecha con pasión.

Las zapatillas tocan el suelo, un golpe que hace eco en mi corazón. He privado cada parte de mí a la música, y hoy resiento ese abandono como a una desnutrición. Mi sangre llora, mis poros pulsan; cada fibra que me compone me está rogando una segunda oportunidad con el baile.

Aferro mis uñas a la sábana.

¿Y si lo hiciera? El sacrificio no fue hecho por capricho, no abandoné mi pasión porque deseara autolesionarme: necesitaba curtir mis huesos en una disciplina que combinara mejor con la guerra.

¿Qué sucedería si lo pruebo, y recaigo? ¿Qué si confirmo que este es el único lenguaje que me es propio, y ya no puedo volver al punto en el que me relaciono con los demás?

Me aterroriza más extrañar la danza que enfrentar el oprobio de mi matrimonio. Tal vez, por eso se me hizo tan sencillo usar el baile como una excusa para acercarme a Israem.

Bailar con excusa es una cosa, sin embargo, solo hacerlo porque me provoca, bailar para mí...

Un escalofrío me recorre entera, y esta vez no es por la brisa: es el pasado.

Busco el broche entre la cintura de mi falda, y me aferro a él para sentirme tan firme como puedo estarlo.

Porque cuando necesité ser útil, media década ya en el pasado, arrinconada entre la horda de sirios del rey maldito en la boda negra, mi pasión no me sirvió para nada. De no ser por las flechas de mi hermana menor, ni siquiera estaría aquí ahora, sintiendo lástima de mí misma.

Pero esa melodía sigue en mi cabeza.

«Será solo esta vez...»

Las puntas de mis pies me sostienen mientras me levanto.

Ni siquiera caliento. Calentar, implicaría que pretendo hacer las cosas bien, que evito desgracias a largo plazo. Y no debo pensar a largo plazo.

Cierro los ojos, y vuelvo a estar en esa habitación, la primera, la que se suponía sería la cuna de mi matrimonio con Israem.

Cuando la oscuridad de mi imaginación me envuelve, las notas se intensifican.

Mi sangre pulsa como un aleteo, mi pecho estalla, como si la crisálida de una inmensa mariposa implosionara en mí.

Lo sabemos, mi ser y yo, que queremos esto como un moribundo quiere un sorbo de cualquier suciedad.

Mis brazos se extienden, y siento la gracia que tendrían mis alas en otra vida, traslúcidas y membranosas, al romper su molde.

Aunque me veo en esa habitación donde oí tocar al asesino, la brisa atraviesa las cortinas detrás de mí, acariciando cada vello de mi cuerpo, recordándome la diferencia entre lo que fantaseo y lo real. Me da fuerza, como el viento a las velas de un navío.

Y entonces, doy apertura a mi danza usando un croisé devant como transición para fluir hacia mis primeros giros.

Mis piernas sienten el fuego de inmediato, como si no hubiera tenido una actividad física tan extenuante jamás. A la vez, no lo resienten, lo abrazan, lo absorben, y lo metabolizan en una adrenalina que me golpea, convirtiéndose en pasión.

El extasis es inmediato, mis giros cobran la fuerza de un torbellino, mis manos lentamente se alzan hasta formar una corona sobre mí.

No he practicado, no he calentado, pero mi memoria muscular está intacta, hace todo el trabajo por mí. Esto es lo que me es propio y natural. Aquí, no debo maquinar, no debo codificar, no estoy alerta ni sobrepensando; solo me deslizo de un movimiento a otro mientras mi sangre elimina todas las toxinas que nos lastiman a diario.

Por Ara, esto es mejor que respirar.

Así se siente estar vivo.

En medio de mis giros, flexiono mi rodilla y dejo que el movimiento fluya hasta que mi pierna se eleve lentamente hasta una extensión completa. 

Cuando la presión en mi sangre es tanta que golpea mis oídos, la música de mis recuerdos se intensifica y la figura enmascarada en el órgano se levanta.

Y viene hacia mí, lento, las manos dentro de su gabardina, el rostro en sombras.

Su presencia se impone, envolviéndome como un suave manto de tristeza.

Ese sentimiento no puede provenir de un asesino, así que asumo que estoy fantaseando con la idea del hombre que tocaba el órgano, y no con quien realmente lo hacía.

«Tú también eres una asesina».

Mis pies caen al suelo, las pirouettes deteniéndose como si me hubiesen roto las alas que me permitían llevarlas a cabo.

Pero rápidamente retomo, ahora rechazando la melancolía. Pongo mi pie en relevé, flexiono la rodilla hasta dejar la pierna doblada, y giro; con mis manos me apoyo para repetir el proceso invirtiendo la pierna y el sentido, los aleteos de este cisne herido que no termina por convertirse en mariposa, siendo más violenta para quemar a mayor velocidad la ira que empieza a recorrerme. Y cuando ya he hecho varias repeticiones con ambos pies, intercalo una voltereta con la pierna izquierda totalmente extendida hacia adelante, sin que esta llegue a tocar el suelo.

Ese instante, en el vacío que tira de mí, con toda la fuerza que mantiene al universo en su lugar, mi mente reemplaza las zapatillas por los patines, la danza clásica por el patinaje artístico, lo efímero por lo irrepetible.

Cuando aterrizo, lo hago sobresaltada. Tengo frente a mí al misterioso hombre de la máscara escarlata y el mechón blanco, y mis manos han acabado por tomar las suyas. Aunque son solo guantes, y aunque es solo mi imaginación, puedo sentir las rugosidades debajo de ellos.

Su melodía sigue manando del órgano, las teclas moviéndose con autonomía mientras nuestros pasos acceden a su voluntad.

Esta vez, veo el rojo más intenso en su mirada. No parece triste, ni remotamente complacido, parece odiar cada segundo de este acto tanto como el ser condenado a él por mi desviada imaginación.

Pero es esa misma lava la que incendia nuestros pies cuando me muevo en arabesque, la pierna extendida hacia atrás, como si quisiera tocar el cielo y lo combino con un développé, mi pierna elevándose lentamente, como si emergiera del agua, hasta acabar en el grand jeté, mi cuerpo aterrizando en manos del asesino que me eleva incluso más alto, hacia un clímax que siento tan mutuo cuando lo escucho jadear...

Baja mi cuerpo con sus manos todavía en mi cintura, dejándome tan pegada a él que pareciera que me deslizo hasta acabar entre su cuello, donde esta vez soy yo la que exhalo.

Ira, miedo o melancolía, ya ninguno parece representarnos, solo siento que quisiera quedarme bailando así lo que me queda de vida.

Y entonces, siento cómo aprieta con tanta fuerza mi cadera que podría romper mis huesos.

Y es cuando sé que no puedo estar imaginando esto. Ni siquiera mi mente es tan poderosa para crear un tacto como ese.

Me detengo, helada y con náuseas. Y sé que él lo sabe, que siente el cambio en mi cuerpo y en mi piel. Sé que entiende, de alguna forma, que recién en este instante soy consciente de su presencia.

No abro los ojos. Y definitivamente, ya no veo aquella habitación nupcial, ni la escena de aquel entonces. Ni siquiera oigo esa música.

Solo su maldita y muy agitada respiración.

Lo escucho tragar en seco, y por un lado agradezco no ser la primera en hacerlo, y por el otro... Quiero matarlo.

Porque es su olor. No es Israem, ni algún otro sirviente.

Es él, el enmascarado de Jezrel, con el que estuve bailando.

¿De verdad pensó que hacía esto consciente, que existía aunque sea una mínima posibilidad para que yo aceptara bailar con él? ¿O solo se estuvo burlando de mí?

Eso deja de preocuparme en cuanto entiendo otra cosa: si yo puedo olerlo, Israem definitivamente también lo hará.

Abro la boca, pero su mano se cierra sobre mí, impidiéndome decir cualquier palabra.

Luego, siento sus labios rozar mi oído, y siento cada curva de sus siguientes palabras incluso antes de que mi cerebro las procese.

—Dile que vine a firmar el libro.

«¿Qué?»

Me suelta y se aleja de mí con tanta brusquedad que caigo sentada al suelo.

Pero no escucho que se aleje. Podría abrir los ojos, podría mirarle...

Pero no quiero. No puedo permitirme creer que esto es más real de lo que ya es.

La negación será mi supervivencia.

Lo escucho abrir algún cajón, y me abrazo a mis piernas.

«Está aquí, no podría ser más real».

Pero no puedo abrir los ojos. No puedo ver mi error a la cara.

Solo me veo obligada a hacerlo cuando siento que lanza algo a mis pies y lo veo.

Es el libro que Elius me obsequió.

Busco en el resto de la habitación, pero solo me encuentro con las puertas del balcón temblando y las cortinas casi tan agitadas como yo.

Estuvo aquí.

El enmascarado de Jezrel, el asesino más buscado y que parece decidido a hacer de mi vida una mísera comedia.

He bailado con el enemigo, y temo cuánto pueda costarme.

Israem no va a creer que solo lo hice porque estaba fantaseando, esa excusa a duras penas me la creo yo.

Las lágrimas se mezclan con el sudor en mi rostro, pero no son lágrimas negativas, son como el último drenaje a este desahogo inefable.

No entiendo lo que me está pasando, y estoy aterrada, pero, dentro de mí... Sé que tengo muy pocas ganas de arrepentirme.

Vuelo a ver el libro a mis pies, y es como si algo estallara en mi cerebro.

¡El maldito libro!

Lo abro, apresurada, esperando otra jornada de minuciosa deducción, y al contrario me encuentro con letras que me gritan a la cara, escritas con el mismo tipo de tinta que se asemeja al café, a la primera página.

YEKUN.

«—Dile que vine a firmar el libro».

Ahora esas palabras cobran un sentido. Y, todavía peor, se esclarece mi duda sobre el remitente de estos odiosos mensajes.

«Yo sí hablo», fue el primero.

Como si me hiciera falta confirmarlo.

Por otro lado, las fórmulas...

Mi piel se eriza en compresión de algo que debería ser más que evidente, dado lo que acaba de suceder.

Si el enmascarado está al tanto de mis vómitos nocturnos como para recetarme una fórmula química para ellos, entonces está más que al acecho, incluso en mi intimidad. ¿Y cómo no? Si Israem no para de escaparse y dejar el balcón abierto, raro es que el reino entero no esté enterado de lo que pasa en mi vida.

Israem no parece medir las consecuencias de su irresponsabilidad, incluso teniendo en cuenta que fui operada luego de que me dejara sola y al alcance del asesino en una de sus escapadas similares.

Para cobrar venganza es inmediato, para las precauciones insensato.

Espero que, una vez sepa que el enmascarado estuvo aquí, me permita mudarnos a una habitación sin balcón...

¡Eva!

Su recuerdo me apuñala el pecho. La minúscula brecha de tranquilidad que había llegado con la excusa que me dio el enmascarado, se esfuma al recordar de lo que es capaz mi esposo cuando el asesino lo hace enojar.

No puedo permitir que nuevamente se desquite con Eva.

Así que corro afuera de la habitación, y la encuentro sentada en la esquina, esperándome diligentemente.

—Entre, rápido.

Así lo hace, cerrando la puerta detrás de ella.

—¿Le sucede algo, majestad?

Lo dice como si fuera capaz de saltar a enfrentarse con lo que sea, circunstancia o adversario, que me esté molestando. Casi, casi, despeja mis nervios y dibuja una sonrisa en mi rostro.

Pero debo aferrarme a mi miedo para salvarla.

—Eva, me has servido bien. Me has servido mejor que nadie...

—No.

—¿No, qué, Eva? —pregunto con el ceño fruncido.

—No me libere, ni se le ocurra.

—¿Cómo dices?

—Está hablando como si quisiera liberarme. Y yo jamás podría ser libre luego de haber sido esclavizada. Por favor... Ya no soy esa estudiante que tenía una meta profesional. Déjeme tener un propósito, ya que no puedo recuperar lo que alguna vez fui.

Y para mi absoluto asombro, acaba hincándose de rodilla ante mí.

—Mi reina —dice inclinando la cabeza.

Se supone que eso soy, se supone que mi rutina debería ser esta, pero me parece tan surrealista e inmerecido que siento el impulso de echarme a llorar. Eva, junto a Atticus Belasius, son las únicas personas que hasta ahora me han mostrado respeto como reina, y no solo como a la esposa de Israem.

Pongo mi mano sobre su hombro, y la otra en su barbilla para hacer que me mire.

—Soy tu amiga. Pero no se lo digas a nadie, por favor.

Ella se ríe, y esa risa electrifica todo mi cuerpo.

—Y como tu amiga, Eva, te quiero, y te necesito, con vida.

—Pero...

—No te dejaré sin un propósito, solo voy a cambiar tu profesión. Saldremos discretamente y te dejaré en una posada. Siempre que me pregunten por ti, diré que estás haciendo algún encargo que te pedí. Pero te quiero lo más lejos posible del rey, al menos hasta que yo logre apaciguarlo.

—¿Y mi propósito será...?

—Vas a ser mi informante. Velarás por mis intereses y me informarás de cualquier detalle que me pueda ser de ayuda como reina, y como sobreviviente. Me contarás sobre todo lo que ocurra fuera de estos muros...

—Y tal vez dentro de ellos.

—¿Ah, sí? —La observo con los ojos entornados, intentando decidir si está jugando conmigo o no—. ¿Qué tienes en mente? Te escucho.

—Lady Isobel nos ha enseñado un entramado de pasadizos dentro del castillo. Es... confidencial, para que las doncellas podamos movernos mejor y servir con más diligencia, pero dado que usted es la reina, supongo que a usted no debo guardarle el secreto. Así, puedo moverme dentro de estos muros y ser sus ojos y oídos. Le informaré cuando crea que sea necesario.

—Vaya, yo que dudaba mantenerte viva y resulta que el plan salió mucho mejor de lo que pensaba.

Eva se ríe de mi poca fe, y se lanza a abrazarme sin previo aviso.

—No se muera en los pocos instantes que la dejaré sola.

Termino por ceder a su abrazo, y un recuerdo de la noche anterior interrumpe el momento...

Israem. Si tan solo fuera más como esa versión suya que tan delicadamente me abrazó, esto no se sentiría como un ajedrez donde yo soy el peón y todas las demás piezas reinas.

—Haré mi mejor esfuerzo —le respondo a Eva.

Y entonces recuerdo una cosa, y aunque sé cuál será la respuesta, no puedo dejar pasar la oportunidad.

—Por cierto... ¿Tienes alguna idea de la que "Yekun" significa?

Si me está mintiendo, la disimula con una maestría preocupante, pero lo cierto es que su respuesta es la esperada:

—No tengo la más mínima idea.

Nota de autora: disculpen la desaparición, estaba ocupada con una sorpresita para Sinergia, y también con el maratón de Monarca. Pero ya podemos retomar las actualizaciones, pero como tengo un rato sin aparecer por aquí, dejaré de meta de comentarios 1k de comentarios dando tiempo a que más lectores se pongan al día.

Y bueno... ¿Qué les parece la historia? ¿Qué opinión tienen del baile del cisne blanco y el enmascarado?

¿Qué les pareció el capítulo?

¿Qué creen que sucederá?

¿Qué creen que significa el mensaje que dejó el enmascarado en el libro? ¿Ya sabían que era él quien dejaba las notas?

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