Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

27: El cisne negro

—Fre...

Lo veo acerca su mano hacia mí, con el dedo extendido como si considerara tocarme, pero con tanta distancia de por medio que el temor lo exhuma. Su rostro refleja la mirada más pura, su semblante ha perdido toda dureza.

Sé que mis ojos están mirando al verdadero Israem, el curioso que titubea, el que ansía tocarme pese a las precauciones.

Mi sonrisa se comprime en mis labios, y bajo mi rostro. Soy incapaz de contener lo que siento. Me da ternura su reacción, y me halaga tanto que la sensación en mi pecho es similar a lo que es sentirme querida.

Solo mi aspecto le ha provocado esa reacción. Es insólito.

—¿Majestad? ¿Qué piensa de mi vestuario?

—Pienso que... No hay una sola parte de ti que pueda criticar.

Me río por lo bajo.

—¿Por qué habría que criticar nada?

Me acerco a él, pero solo poniendo un pie delante, y luego el otro, las zapatillas manteniendo mis pies en punta y silenciando mi avance.

Toma su dedo, y luego entrelazo mi mano a la suya, mirándole con una sonrisa.

—No sé si ha caído en cuenta, majestad, pero soy suya. Puede permitirse admirar, apreciar e incluso desear cualquier parte de mí.

Sus ojos se muestran estupefactos, su mano lentamente cede ante la mía.

Ha sido buena idea recordarle que estamos casados, si la reacción va a ser tal docilidad de su parte.

—¿Por qué...? —Carraspea. Aunque el cubrebocas me impide ver sus labios, la vena palpitante en su cuello no es precisamente la imagen de la tranquilidad. Definitivamente, no le soy indiferente—. ¿Por qué te has vestido así?

—Es el traje del cisne negro —explico, lentamente acortando la distancia entre nosotros a la vez que aumento la presión de mi brazo para que él también se acerque a mí—. Es una pieza de mi cultura, y quería mostrársela ya que sugirió conocernos.

—¿Una pieza de qué tipo? ¿Una pieza artística?

—Pues... de alguna forma, sí.

—¿Te has vestido para mí en representación a una pintura de tu tierra?

De acuerdo, el problema de comunicación es claro. Pero sus ojos se han iluminado con una ilusión que no quiero opacar. Es cierto que el cisne negro es una pieza musical y no una pintura, pero imagino que no le hará daño creerlo. Además, lo que buscaba era acercarme a él, que se abriera conmigo; si así lo consigo, no hay necesidad de contradecirlo.

Simplemente le sonrío. La mentira no se anima a salir de mis labios, así que tendrá que bastar con mi omisión.

—¿Le gusta?

La mano que no está aferrada a la mía se alza hasta mi cabello. Sostiene un mechón, y lo recorre hasta la punta. Mi corazón está trabajando como puede con el sobrecargo de emociones que estoy teniendo, y se complica más su labor cuando Israem se acerca a olfatear mis trenzas.

—Eres... —dice contra mi cabello, y me dan ganas de arrancarle el cubrebocas. Quiero su aliento en mí—. Hueles, y te ves, muy bien.

Lo que estoy por hacer es muy arriesgado, pero debo avanzar de alguna forma.

Mi mano tentea cerca del costado del rey, luego me aferro a su túnica, y lentamente me deslizo hasta que todo mi brazo lo rodea. De alguna forma, lo estoy abrazando mientras su mano está tomando la mía, y su rostro enterrado en mi cabello.

Es el contacto más directo que hemos tenido desde el ritual de la ceremonia.

No sé qué está pensando, no tengo idea de qué expresión tendrá su rostro, ni siquiera puedo medir la tensión de su cuerpo porque apenas lo siento a través de tanta tela.

Pero yo siento que me voy a desmayar. Es una sensación parecida a cuando escalamos las montañas de Deneb, y me asomé al borde del pico y temí caerme.

En serio espero no caerme ahora.

La voz de Israem ha bajado una octava, se siente mucho más grave. Me tensa completa cuando dice:

—Imagino que estás esperando que consumemos el matrimonio.

No. De hecho, en este momento acepto la cercanía y lo último que quiero es que el deber se interponga, manchando lo sutil y lo genuino.

—No estoy esperando nada —murmuro dejando mi cabeza sobre su pecho, tan lentamente que hay un montón de segundos de por medio en los que podría haberme empujado, pero no lo hace—. Solo quiero tenerlo cerca, tan cerca como me permita estar.

Lo que sucede a continuación es hermoso. Irónico, porque empieza por soltarme la mano, y temo que esté poniendo fin al momento. Pero no lo hace, solo me suelta para poder abrazarme él mismo. Con ambos brazos.

Es muy leve, apenas y aprieta, pero esto se siente como ser recibida por Ara en el reino cósmico.

Al fin, al fin avanzamos en este matrimonio.

Pasa demasiado tiempo de este silencio. Y es hermoso, pero tenso a la vez. Parece que cada segundo estoy más preocupada porque me empuje y estalle, en lugar de disfrutar tan invaluable momento. Es nuestro primer abrazo, voluntario al menos.

Pero él no me aleja, aunque siento que estamos una hora aquí. No me aleja ni dice ni una palabra, y aunque me taladra el silencio, aunque no me acostumbro a no estar mediando palabras, no quiero arruinar esto con cualquier comentario de mi parte. No quiero ser un detonante de su distancia.

Entonces sucede que lentamente deshace el abrazo y pone sus manos en mis hombros para apartarme con delicadeza.

Experimento número uno: concretado con éxito. Estoy viva después del abrazo, aunque no me sirve de mucho la información, ya que lo hicimos con ropa.

Abrazarnos, cochinas.

—¿Tienes un cosmo? —pregunta de la nada.

Su insistencia tan de improvisto me hace pensar que tal vez, debajo de toda su fachada de indiferencia, él está más ansioso por consumar el matrimonio que yo.

—Pues...

Le voy a mentir nuevamente, por desgracia. No es un buen comienzo para nuestro matrimonio, pero tampoco lo ha sido que el muy insensible me dejara todas estas noches sola sin darme explicaciones, así que... Error con error se cancela y aquí nadie erró.

De todos modos, espero no estar mintiendo del todo, solo adelantándome a los hechos. Lo que sucedió con Eva en el mar de podredumbre es un claro indicio de que muy humana no soy, al menos no del todo.

—Sí, majestad —respondo—. No lo controlo, pero ahí está, en segundo plano.

Su mirada es muy inquisitiva. Si me cree, no lo hace del todo.

A este punto hasta prefiero que no se deje convencer por mí. Si me cree y nos acostamos, y realmente no poseo ningún cosmo... No tengo idea de cuáles podrían ser las consecuencias.

—¿Qué estrella te escogió? ¿En qué consiste tu cosmo?

—Pues... ¿Nos sentamos?

Le señalo el borde de nuestra cama y no lo espero para ir a sentarme.

En el trayecto, recuerdo la historia que Lyra nos contó sobre su cosmo y me apropio de ella a conveniencia.

—Soy portadora de Cygnus, la constelación del cisne a la que pertenece la estrella Deneb, la más brillante. Aunque la poseo en una medida muy pequeña. El don de Identidad que le dio Ara a Cygnus fue «protección», así que no puedo usarlo a mi conveniencia. Cygnus siente cuando estoy en peligro, siempre que este sea tan significativo para llamar su atención. Preferiblemente si me pone en peligro de muerte...

—¿Y te protege?

—Me defiende, sí. A su manera.

—¿Y no controlas cuál es «su manera»?

—Ya quisiera yo. ¿Usted controla del todo su cosmo, majestad?

No responde, por supuesto. Ni confirma ni desmiente que tenga un cosmo.

—No quiero hacerte un daño involuntario —dice de pronto al sentarse junto a mí.

La aclaración de «involuntario» me preocupa, pero no lo señalo.

Pongo mi mano de manera conciliadora sobre la suya.

—Quisiera decirle que no lo hará, majestad, pero esto es muy difícil si no lo entiendo a usted y a su situación. ¿Quiere...? ¿Quiere hablar de eso?

Voltea y me mira a los ojos, el azul brillando sobre la penumbra.

Noventa años tendrá en el miembro reproductor, porque en la cara puedo jurar que no.

—No.

Me había perdido tanto en su rostro que tardé en entender que me estaba respondiendo a mi pregunta anterior.

Tengo que recordarme lo que me ha dicho Elius: Israem me habla. Si me habla, podrá amarme. Soy una excepción para él. No puedo fijarme en lo negativo.

Aunque lo negativo sea lo diario y constante.

—Descuide —lo tranquilizo. En serio intento entenderle, ver las cosas desde su difícil punto de vista—. Sé que no quiere hacerme daño. Ha sido muy atento conmigo, y yo le estoy agradecida por sus esfuerzos conmigo, aunque sean tan inesperados como sus mensajes.

El modo en que sus cejas se hunden es como si hundiera su puño en mi estómago. Empiezo a lamentar mis palabras.

—¿Qué mensajes? —exige con severidad.

«No, por favor. No me hagas desilusionarme.»

—El... El mensaje, con la fórmula para los vómitos —le aclaro por si es que fui muy ambigua.

—¿Por qué te dejaría yo tal cosa?

No puedo evitarlo, mi mano cae lejos de la suya.

Es que ni siquiera eso fue de su parte.

Jamás se preocupó por mis arcadas, yo solo quise creer que era así porque soy una ilusa enamorada del amor que conozco en mis lecturas.

«Viniste a ser reina, Freya, no a ganarte el amor del rey», me recuerdo.

—Tiene razón —contesto—. ¿Por qué haría usted tal cosa? Quiero decir, solo soy su esposa.

Él se levanta como un resorte a mis palabras.

—¿Estás molesta?

—¿Le importa siquiera?

—¿Qué sirios te sucede esta noche?

—Nada...

—No puedes evadirme, ¿de acuerdo? Estás obligada a responder lo que te pregunte.

Me muerdo el labio tan fuerte que siento que dejaré la marca de mis dientes en ellos. Cómo quisiera alzar mi voz tanto con él parece a punto de hacerlo.

Asiento en sumisión a su autoridad, y me levanto firme frente a él.

—¿Qué quiere saber, majestad?

—¿De qué fórmula me hablas? Exijo que me muestres esos mensajes.

Y las tetas también se las voy a enseñar, que las espere ahí parado.

Quiero descubrir quién me deja esos mensajes, y eso solo es posible si sigo teniendo el libro a mi alcance.

—Fue una nota anónima, y la perdí enseguida. Solo me importó el mensaje porque creí que venía de usted.

—¿Quién te la dio?

—Un mensajero a una de mis doncellas. Fue una broma estúpida de alguien aburrido, claramente.

—¿Una broma? No me pareces una persona estúpida, Freya. Estoy seguro que no crees que haya sido una broma. —Su mano, de la nada, se cierra sobre mi garganta. Mis ojos se abren espantados, mi voz se corta en seco—. Estoy convencido de que me estás engañando. A mí, a tu rey y marido.

Aguardo hasta que su arrebato pasa. Y, cuando me suelta, tomo una gran bocanada de aire.

—Tu cosmo no hizo nada para defenderte —Señala, como si eso fuera lo único relevante ahora, como si no pensara ni por un segundo en responsabilizarse por sus acciones—. Si realmente Cygnus te protege, ¿dónde estuvo ahora?

Me queda claro que no confía en mí.

Vuelvo a llenar de aire mis pulmones y lucho contra el impulso de llevar los dedos a mi cuello. No quiero mostrar debilidad, aunque mi garganta arde como si algo se hubiese dañado dentro de ella.

Lo confronto con una verdad, aunque no es mía. Nuevamente, me aferro a lo que sé del cosmo de mi hermana mayor.

—Cygnus ea un alma inteligente, majestad. No actúa por especulaciones. Si no acudió en mi auxilio, es porque conoce sus intenciones. Sabe que realmente no pretendía hacerme ningún daño, que no corro peligro en su poder.

Qué gran falsedad estoy diciendo, tratando de convencerme cuando por dentro estoy llorando, cuando desearía que esta fuera de esas noches en que Israem me deja sola para acurrucarme a descargar este horrible sentimiento en la almohada.

Me siento herida en tantas maneras, que ni diez abrazos de los de hace un momento me sanarían.

Israem mantiene su ceño fruncido durante un rato, pero al final parece concederme el beneficio de la duda.

Me siento en la esquina de la cama, alejada de Israem, alejada de las grietas de mis sentimientos. Si las miro demasiado, se extenderán. Si les doy importancia, tal vez termine por notar que son más profundas de lo que me permito ver, tal vez llegue a sentirlas tanto, que se manifiesten en mi piel y cualquiera pueda verlas. No. Debo mantenerme lejos de las grietas, para evitar una fractura.

Eso implica que me quede en blanco, y que haga un sobreesfuerzo por no pensar en nada.

Solo me aislo de ese limbo cuando noto que Israem está al otro lado de la habitación, caminando de un extremo al otro como si sus pies se mandaran solos. No sé qué hay en su mente, pero lo tiene dando vueltas. Debe ser insoportable.

Vuelve junto a la cama, y lo siguiente que noto es cómo se quita el cubrebocas y lo deja caer al piso.

—Podemos... Podemos intentarlo.

Alzo mi rostro para mirarlo.

Es un avance, es un esfuerzo. Tal vez es esta su manera de acercarse ahora que ha notado que realmente decido guardar mi distancia luego de lo que ha hecho. Supongo que de este modo me expresa que no está cómodo con la situación actual.

Y, honestamente... No podría importarme menos.

«Discúlpate».

Saboreo la palabra al borde de mi lengua, fantaseo con que sale de mis labios. Cada una de sus curvas se deslizan por mi paladar, haciendo irresistible el deseo de escupirla.

Discúlpate, Israem. Y luego hablemos

Pero él es el rey. No puedo exigirle nada semejante. Y ojalá fuera por respeto, pero es por miedo. Después de todo, él sigue siendo portador de un peligroso poder, y yo solo finjo tener un cosmo.

Por primera vez desde que estoy en este castillo, realmente no quiero ni pensar en cumplir con ese horrendo deber.

Pero no debo olvidar que las consecuencias de negarme y jamás tener un heredero pueden ser peores que atravesar el proceso.

Asiento, y solo eso. Esta vez, no tengo palabras para él.

Él tampoco dice mucho y empieza a quitarse todo, desde la túnica hasta la camisa. Solo le queda el pantalón y los guantes cuando llevo mis ojos a la puerta de entrada.

Sé quiénes están del otro lado.

—¿Es necesario que estén las chaperonas afuera? —le pregunto.

Aunque no volteo, siento su peso sobre la cama.

—Es una costumbre jezrelita que siempre haya un testigo fuera del lecho nupcial, por el bien de la sucesión. ¿Cómo es en tu reino? Cuando deben comprobar que se ha consumado el matrimonio, ¿cómo lo hacen?

Es la sucesión de oraciones más largas que me ha dedicado. ¿De eso se trata, entonces? ¿Debe sentirse culpable para hablar?

Que hable lo que quiera, las únicas palabras que me importan ahora no parecen prontas a salir de sus labios.

De todos modos le respondo, pero me aseguro de no imprimir ni un ápice de emoción en mi voz.

—Deneb es una monarquía desde hace apenas un par de años, y sus reyes se instauraron una vez los reyes estaban ya casados, así que no hizo falta comprobar nada...

Volteo a verlo. Está apoyado del cabezal cubierto solo a la mitad con la sábana. Por desgracia, su cuerpo reluce magistralmente balanceado. No hay una sola parte que parezca flácida o desgastada por la edad. De hecho, hay una especie de músculo erecto en su abdomen bajo que se marca y que no se parece en nada a los demás cuadritos.

Desvío la vista al frente, avergonzada por espirar su entrepierna aunque claramente la está luciendo ante mí. No debería sentir vergüenza de observar lo que está por atravesar mi cuerpo intacto, pero de pronto mi saliva ha esposado.

—No sé cómo lo harán en otros reinos —retomo solo por la necesidad de hablar para llenar el momento incómodo—. Supongo que no había tenido la necesidad de preguntármelo. Es decir, he estado en Áragog pero no pertenezco a su monarquía, no sé cómo hacen cuando...

—Ven aquí, Freya.

Por un instante su orden me ciega, me tienta a desear obedecerla. Suena tan bien su proposición...

No.

No hoy, no así.

No puedo hacerme esto. No cuando acaba de extender las grietas que me ha abierto desde que llegué.

Necesito, por lo menos esta noche, ser autónoma y no solo la consorte de Israem.

Me giro, todavía sentada en el borde de la cama pero ahora con una mano apoyada junto a su pierna, y le digo:

—¿Mataste a tu otra esposa?

Su cara es de espanto, por supuesto, y gracias a Ara. Tenía toda la intención de bajarle ese deseo que parece palpitar en medio de él, pero además me sirve este valor para preguntar lo que se me antoja.

—Me lo ha contado su madre —me invento antes de que pregunte, y corrijo la manera de hablarle—. Y si le dice, seguramente su madre me quitará el cuello. Ya que necesito el cuello para sostener la cabeza con la que le voy a sacar los herederos, sugiero que no le diga nada. Es solo una sugerencia.

—Sacar... ¿Qué?

—La mató, ¿no es así? Aunque sin intención de hacerlo. ¿Por eso no quería tocarme sin que usara mi cosmo?

—¿Por qué Isidora te diría una cosa así?

—Pregúntele. Si quiere quedarse sin consorte, por supuesto.

—Lárgate.

Me levanto encantada por la consideración de su majestad. Pero entonces escucho su voz.

—No, quédate.

Esta no es mi noche de suerte.

Estoy parada a mitad de la habitación, y aquí me quedo, esperando que agregue algo.

—Sí temo que pueda pasarme contigo lo que sucedió con ella —declara para mi sorpresa—. He mejorado, pero... Cuando me... emociono... de más... A veces no soy tan fuerte.

Este hombre habla en clave, queda todo a mi muy libre interpretación. Y eso no me gusta nada, tengo una mente con desvíos graves.

Cruzo mis pies para girar lentamente mi cuerpo.

—¿Y yo... le emociono de más?

—Quisiera que no.

—¿Puedo ayudarlo con eso?

Sus ojos taladran los míos con una intensidad que me corta la respiración.

—¿Puedes cubrirte entera y oler a barro?

Por Ara, con esto creo que he dejado atrás todo. No me importa si no se disculpa ahora. Ya lo hará luego. Por ahora, solo me aferro a su confesión. Prácticamente ha declarado su deseo hacia mí.

Aunque su cuerpo ya lo había delatado hace rato...

Avanzo hacia el lecho. Nuestro lecho.

Y veo que la parte dormida en su entrepierna se vuelve a entusiasmar. Y me preocupa un poco, no me parece algo que pueda encajar en mí.

—Usted también me emociona —respondo al poner mis manos sobre el colchón, avanzando a gachas hacia él.

Cuando quedo junto a él, sus manos van hacia las plumas de mi traje, tan cerca de mi escote que mi pecho se empieza a hinchar en anticipación.

—Este detalle me ha gustado —confiesa, y por la cautela de sus palabras, como si las escogiera con tiempo una por una, siento que está confesando un delito.

Quiero responderle en gratitud, tal vez confesar algo de todo lo que me gusta de él, o tal vez arreglar mi engaño y decirle el verdadero origen del cisne negro.

Pero al alzar mi mano para alcanzar la suya, noto esa piedra horrorosa que ya no puedo soportar. Y ya que hemos hablado de su otra esposa y no negó su existencia, debo hacerle la petición.

—Majestad.

—¿Sí?

—Quisiera... —inspiro profundo y cobro valor para alzar la mano de la alianza—. Pido permiso para dejar de usar este anillo.

Su rostro... Por Ara. He dicho tantas cosas, incluso lo acusé de asesinar a su anterior esposa, pero él es ahora que reacciona como si le hubiera escupido un ojo.

Como sigue perplejo, desarrollo mejor mi petición.

—Agradezco mucho el detalle pero no me siento cómoda llevando... un símbolo de su amor pasado.

—Retractate.

—¿De lo que siento? Ojalá pudiera.

—Con ese anillo te he honrado.

—Es el anillo de su ex pareja.

—No sabes lo que dices.

—Tiene razón. ¿Podría aclararme las cosas en las que estoy confundida o equivocada?

—No. No tengo que hacer nada solo porque tú lo quieras.

—Yo no quiero nada, Israem, yo necesito...

—¡Deja de tutearme!

—Lo lamento, es que me frustro...

—¡¿Tú te frustras?!

—¿Y cómo no? Si apenas me habla, y cuando lo hace es para aclararme tan poco que... creo que acabo más confundida.

Se incorpora en un arrebato.

—Pero, ¿quién sirios te crees? Estás aquí para ser mi esposa y nada más. No tienes derecho a estar indagando, escarbando en lo que no te incumbe. ¿Con quién conspiras que pareces tan ávida de información? Acepta, y agradece, lo que se te dice y ya para, para en serio, con estar metiendo tu dedo en yagas que no te pertenecen.

«Estás aquí para ser mi esposa y nada más».

Israem no es diferente. Él, como los hombres en su terrible mayoría, piensa que ser su esposa me anula como persona independiente.

—En realidad —le contesto, con una gran fuerza empleada en no vomitarle todo lo que me provoca—, usted tiene razón. Estos asuntos no me competen. No quiero sus respuestas, no se moleste en contarme su vida, pero, por favor, no me humille más haciéndome llevar el anillo de otra. No le costará nada complacerme y darme uno de plástico si así lo prefiere.

—¿Humillarte? Debería ser un honor para ti.

—Debería, pero no lo es. Entiendo su manera de mirar este asunto —miento con descaro— pero entienda usted por un momento mis sentimientos al respecto. No puedo pasar un segundo más con esta alianza en mi dedo sin pensar... Majestad, lo que usted haya sentido por otra no debería ser motivo de comparación con nuestro matrimonio. No puedo ver este anillo sin verla a ella. No puedo dormir con usted y no pensar que... que ella está aquí. Así lo siento.

—Las piedras son preciosas, ¿no puedes solo enfocarte en eso?

—En ese caso, quisiera saber si me puede costear un curso de origami.

Eso lo deja muy desconcertado, pero aun así dice:

—¿Por qué querrías un curso de origami?

—Para tener algo que hacer con el papel de imbécil que quiere que represente.

Por el ademán que hace, me encojo entre las sábanas. Espero haberlo malinterpretado, pero el rastro de su gruñido todavía está en medio de nosotros.

Iba... ¿Iba a abalanzarse sobre mí?

Bueno. También lo merezco, me he pasado de la línea con mis palabras.

—Lo lamento —me disculpo todavía precavida entre las sábanas—. Yo... Solo le pido, majestad, que me libere. Aunque usted lo vea de otro modo, yo odio cargar con esta joya, por preciosa que sea

—Ruégame.

Parpadeo. Siento que lo he entendido mal.

Aunque... por la ira en su rostro, siento que realmente es capaz de todo en este momento.

—¿Disculpe?

—Si tanto quieres que te libere del anillo, te haré el favor. Pero como a cualquier súbito. Ponte de rodillas e implora mi clemencia.

—¿Quiere...? Majestad, ¿quiere que me arrodille para que me haga un simple favor?

—De rodillas, Freya.

Le sostengo la mirada, esperando que algún momento flaquee, que pueda sentir aunque sea lástima por mí y no me obligue a humillarme de ese modo.

Es mi rey, sí, pero yo soy su esposa.

No puedo creer lo que me está pidiendo.

—No —respondo.

—¿Qué has dicho?

—Que dormiremos con ella, al parecer. —Beso el anillo, y me acuesto dándole la espalda—. Buenas noches, Suleima. Buenas noches, Israem.

~~~~

La imagen me la ha enviado AbreuLa24 así que este capítulo es para ella en agradecimiento ♡

Nota:

No tengo palabras. Digan ustedes qué piensan. Y ya saben, comenten mucho para tener nuevo capítulo ruait nao, porque el drama no se acaba ♡

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro