25: Nukey
Las cadenas pesan más cuando se llevan con una consciencia ligera.
Hacer el bien es lo recomendable siempre, y con frecuencia lo menos conveniente.
Una figura oscura y cabizbaja arrastraba sus grilletes por el corredor de la muerte. La toga se arrastraba por el suelo bañado de las pisadas de verdugos, criminales e inocentes, y una capucha se cernía sobre el rostro perpetuando su anonimato; sin embargo, era incapaz de opacar esa sonrisa de medialuna, tan brillante y afilada que desafiaba toda penumbra.
Era esa sonrisa más que suficiente identificación.
La prisión del núcleo de Polaris se extendía en descenso por lo que parecía una caída eterna. Los pasos se hacían más lentos cada vez, y las puntas de aquella sonrisa se iban volviendo romas en tanto el brillo de la dentadura se opacaba.
Guardias comunes y prescindibles, llevaban sin demasiada precaución al enmascarado de Jezrel a las entrañas de su purgatorio. Y ninguno, ni ellos, ni los pasillos de ambos lados formados por filas de innumerables personas, parecían disfrutar el proceso.
«Nukey», aclamaban. La pronunciación, como si rezaran el título de una potencia en el reino cósmico. Sus voces iban entre los gritos a los murmullos; quebradas y firmes; de fe temblorosa y fieles en su especie de veneración.
«Defiéndete», alentaban algunos. Otros repetían órdenes similares, que más parecían súplicas desesperanzadas.
Al final del corredor, aguardaban dos figuras a cada lado de la puerta; un hombre y una mujer. Mellizos que compartían un tono nocturno en su piel. Uno estaba postrado, la otra resistía de pie, pero no miraba a nadie a los ojos.
Las voces se alzaron como una marea cuando las manos se aproximaron al cerrojo de la puerta.
«Nukey, Nukey», rezaban como sombras detrás de la figura del enmascarado.
—No lo hagas —dijo el hombre postrado junto a la puerta. A diferencia de su hermana, este tenía el rostro alzado, haciendo imposible de ignorar el parche que sustituía uno de sus ojos.
—Le ruego que reconsidere —dijo su hermana, y alzó la vista. La mitad de su rostro resaltaba por las espirales de tinta blanca que llevaba tatuadas—. Hay otras maneras...
Ella se detuvo cuando miró a quien llamaban Nukey negar lentamente, su sonrisa refulgiendo con tanto brillo, pero parecía un último y desesperado intento por mentenerlo vigente.
—Será una cicatriz más. Una arruga más cerca de la sabiduría. Me aferro a que no será la peor.
Pero los mellizos intercambiaron una mirada, como si de hecho dudaran de esa afirmación.
Y justo cuando Nukey atravesó la puerta, la curva de su sonrisa se agotó, y su brillo se apagó, desplomado.
El alto lord de Polaris esperaba en medio del cuarto donde cumpliría su sentencia.
Y no fue este quien habló, sino un escriba posicionado en medio de los verdugos.
Al principio, Nukey ni siquiera escuchaba sus voces. Toda su atención estaba condensada en la jaula al fondo. Una magna criatura, de plumaje impoluto y enormes garras y melena reluciente, estaba sometida bajo dientes de metal en cada parte de su cuerpo que podía considerarse un peligro: todas, en absoluto.
Miró a sus ojos, tan rojos como el mar de podredumbre; entonces tan frágiles como una hoja marchita. La criatura se sometía al libre albedrío del hombre que se entregaba al juicio, pero lo resentía tanto como si fuera este quien le clavara las mordazas dentadas.
El humor del acusado se enturbió, y con él la densidad del aire comenzó a espesarse tanto que respirar se sentía como un intento de verter agua por los pulmones. Y asimismo, el entorno se llenó de una neblina gruesa que ilustraba el fenómeno natural a los ojos de todos.
—Nukey —ladró el alto lord, como quien regaña a un lobo amaestrado.
El pigmento rojo dejó los ojos del acusado como sangre que se diluye en agua. Sus dedos se estiraron y se retrayeron mientras levemente se iba acompasando su respiración. Al unísono, la niebla iba perdiendo su densidad.
Lo sentaron en medio del cuarto, y le amarraron de brazos y piernas a la silla.
—Sabes de sobra de qué se te acusa —dijo el alto lord.
Nukey asintió.
—Ni siquiera voy a darte la oportunidad de interponer tus acertijos. Traicionaste nuestro acuerdo, y me humillaste como nadie había hecho delante de toda la nobleza de Jezrel. Estabas en esa coronación para luchar por mí, y solo me usaste para defender a esa zorra.
—¿Cuál será mi condena? —preguntó el enmascarado.
—Después de mucho pensar... Destierro. No quiero tenerte cerca de mis dominios. No me interesa lo que hagas con tu vida después de aquí.
—¿Y los secretos que tengo de su corte? No parece inteligente desterrarlos conmigo.
—Si pudiera tomar tu vida, lo haría con mucho gusto. Si la alternativa es tenerte de prisionero en una cárcel donde eres un mártir... Prefiero vivir asumiendo que lo que crees que sabes será ahora de dominio público.
—Lo aprecio, mi lord. Pero no lo acepto.
—No es algo que puedas aceptar o rechazar.
—E incluso así, insisto. Yo acepté su causa por nuestros objetivos en común, pese a nuestros diversos ideales. Quiero seguir a su servicio.
El alto lord rio de sus palabras, como si las encontrara contaminadas de gracia.
—Aclaro que no es esto una broma —insistió Nukey.
—Poco te esfuerzas en que parezca lo contrario. Si tanto te importa mi causa, ¿por qué la perjudicaste tanto cuando pudiste beneficiarla enormemente en una sola noche?
—¿Quiere la verdad?
—Si es que conoces su significado, intenta con eso.
Nukey alzó su cara, mirando a los ojos al alto lord.
—Fui humano —Esa dura respuesta hizo temblar los huesos de su mandíbula.
—Tú no eres humano.
—Lo fui entonces —insistió—. La parte humana de mí, mínima pero inevitable al haber sido gestado en un vientre humano, no me permitió ver a esa mujer e imaginar todo lo que se le vendría encima siendo ella tan ingenua que parece falso. Entiendo los motivos de su misión, pero entonces solo veía a tan genuina criatura a punto de ser arrestada, sometida a un examen invasivo, humillada y quién sabe qué otras atrocidades previas y posteriores a perder su lugar en este reino. Solo... no pensé.
—Claramente, no lo hiciste.
Un silencio se prolongó entonces, mientras los verdugos se reunían y deliberaban.
Hasta que dieron la impresión de llegar a un acuerdo.
—No me sirves de nada ni preso ni desterrado, y Canis sabe que eres útil como nadie. Así que te daré la oportunidad de probarme tu lealtad como se acostumbra en mi corte. ¿Estás dispuesto? ¿Crees soportar la prueba de la fidelidad y quieres hacerlo solo por el honor de servirme?
El enmascarado temblaba, sus huesos resintiendo la presión entre sí. Sostuvo la mirada del alto lord con ira, la temperatura del aire a su alrededor subiendo hasta que cada uno de los presentes empezaron a sudar.
Todo en su ser, en su cuerpo, en sus gestos y en su lógica parecía demostrar que no quería hacerlo. E incluso así, acabó por decir:
—Que así sea.
Para cuando empieza a cobrarse el pecado de aquel a quien todos conocen como el enmascarado de Jezrel, el aire estaba tan espeso como ardiente, como si las entrañas de la prisión de Canis sudaran sobre aquel cuarto.
Las llamas danzaban en los bordes de los cuencos de lava, su fulgor naranja y rojo iluminando las caras impasibles de los verdugos.
El alto lord observaba desde trono improvisado. Su mirada irónicamente helada entre tanto fuego.
El primer verdugo se acercó.
Nukey no se inmutó. Era esa certeza de una vida infinita, lo que hacía que pesara más sobre sus hombros el saber que no escaparía indemne.
El verdugo tomó las manos del hombre, sus guantes de cuero crujiendo, y las sumergió lentamente en el líquido hirviente.
El calor fue insoportable al primer impacto. La piel se contrajo, los músculos se tensaron. El hombre aprietó los dientes, pero no gritó. No por negarle la satisfacción al alto lord, si o por minimizar la tortura para el felino que emitía tan lamentables quejidos dentro de su jaula.
Cerró los ojos para no ver al gripher retorcerse, y se concentró en la sensación abrasadora.
La lava se adhería a su piel como una segunda capa, fundiéndose con ella. El dolor se convertía en una marea, como aquel fuego que se elevaba desde sus dedos hasta su muñeca.
El aire en la cámara de tortura se espesó aún más, como si el propio dolor se hubiera materializado en un humo ardiente. Las llamas de los cuencos de lava titilaban, salpicando gotas que derretían el suelo a medida que Nukey más temblaba.
Hasta que escuchó las cadenas y abrió los ojos, viendo cómo el gripher luchaba contra las ataduras que lo mantenían prisionero.
Entonces el dolor se intensificó, porque vivía el suyo, a carne viva ardiendo sobre su piel, y el de aquella criatura inocente que moría por poder ayudarlo.
El verdugo sacó sus manos de los cuencos, permitiéndole respirar una vez, y sin más que esa bocanada de aliento volvió a sumergirlo en la tortura.
El gripher gruñía, un sonido gutural que vibraba en el aire; y cuando Nukey apretó los dientes con más fuerza, sus alas se agitaron con una furia que parecía trascender la carne y los huesos.
Cada vez que el verdugo sumergía sus manos en la lava, el gripher se retorcía, como si compartiera el tormento.
El hombre temblaba, su cuerpo luchando contra la agonía. El sudor brotó de su frente y se mezcló con las lágrimas que no fue capaz de contener.
Cuando el dolor fue demasiado, insoportable en todo sentido, Nukey se refugio en los ojos rojos de su compañero de condena. Era el único que parecía compartir esa rabia.
Finalmente, el verdugo retiró las manos de Nukey de la lava.
Se miró las manos, notando que la piel había quedado tan maleable como plastilina.
Entonces, el alto lord se levantó de su trono con dagas filosas en sus manos.
Nukey sentía los nervios del gripher empujar sus propias emociones, y eso acabó por quitarle el control, haciendo que jadeara.
El alto lord tomó una de las manos de Nukey, que sintió el filo abrirse paso por su piel, hundiéndose en su carne para tallar una «h».
La sangre brotaba, tan caliente que como la lava.
La siguiente letra, "e", se trazó con igual crueldad. El hombre maldecía y bramaba, temblando con los gritos atorados en su garganta mientras sus ojos estaban fijos en el alto lord.
Los ojos del gripher parecían enviarle órdenes, súplicas y hasta palabras de alientos.
«Libérame».
El gripher se irguió en su jaula, sus alas extendidas.
El viento, antes inmóvil, se agitó con brío. Las ventanas del lugar comenzaron a temblar y agrietarse. Pero no era posible, pues estaban hechas para resistir un sismo.
El cuarto rugió como si una tormenta se volcara sobre ellos, como si el gripher hubiera convocado la ira del reino cósmico.
El alto lord retrocedió, sorprendido. Los verdugos titubearon. Pero el susto perdió la primicia, y nuevamente corrieron a someter al condenado.
«He pecado», se leía en una mano, con letras todavía sangrantes.
Y luego fueron por la otra.
Con el rostro inundado en sudor y lágrimas, Nukey vio al techo mugriento mientras la tortura se extendía, y como si hablara a un poder más allá de este, más allá del reino cósmico incluso, dijo:
—¿Por qué me has abandonado?
Nota: qué capítulo... No me gusta comentar mucho los capítulos del enmascarado para que mis reacciones no les hagan spoiler, pero sí les puedo decir que hay algo que me enorgullece muchísimo de esta historia y es que sé que si en algún momento pasan a releerla, van a ver detalles que al final tendrán sentido y que por ahora la mayoría está pasando por alto.
Ah, y que me duele muchísimo que Mizar sufra por razones personales xD
¿A ustedes qué les ha parecido? ¿Qué piensan del personaje?
El siguiente capítulo ya está listo, y es bastante revelador sobre algunos temas, así que cuando llegue este a
500 comentarios lo subo. Les amo ♡
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