Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

2: Un pacto entre dos coronas

Entiendo que es anticlimático abrir cualquier tipo de relato describiendo cómo su protagonista se levanta y abre los ojos, pero, ¿qué puedo hacer yo para evitarlo? Si lo primero que hago una vez estoy consciente es justo eso: abrir mis ojos y parpadear como si me picaran las pupilas.

Confundida, percibo el olor del aire diferente. Incluso la luz, filtrada por las cortinas, es distinta; mas viva, carente del matiz frío que da el cielo congelado en Deneb.

Intento incorporarme con cuidado, pero la rigidez en mis músculos y un tirón en mi cuello me hacen desistir con un quejido.

Entonces voy recordando mi estrepitosa caída, porque eso de volar no tuvo nada.

«Bienvenida al reino de los moribundos, majestad».

Estoy en Jezrel, ya recuerdo.

¿Por qué llamar reino de moribundos a una nación tan llena de colores y vida? Entiendo que cualquier cosa me deslumbre, pues Deneb es bastante monocromático, pero... ¡por el amor a Ara! El cielo de estas personas tiene luciérnagas, y el agua un pigmento rojo espeso.

Tal vez lo de moribundos aplica para los recién llegados que, como yo, se desmayan al aterrizar en los griphers.

¿Dónde estará Antares?

Si Lyra se entera de lo que ha sucedido, y que estoy sola en quién sabe qué rincón de este reino ajeno, el escorpión tendrá suerte si le dejan dormir sobre la superficie helada del lago.

—Alteza, no se muera, que me matan.

Intento voltear en dirección a la voz, pero es como si me clavaran agujas justo en la base de mi cuello. El fogonazo de dolor me adormece, desdibujando mi entorno en una negrura brillante. Y apenas empieza a difuminarse ese efecto, la imagen de un hombre aparece sobre mi campo de visión.

Viste una gabardina blanca y lleva un estetoscopio como yo portaría un collar de zafiros. Las hebras de su cabello y las vetas de sus pupilas comparten el color del oro, mientras que en sus mejillas hundidas está toda la carencia de un moribundo. De alguna forma, este extraño se las arregla para hacer de la disonancia de su rostro un atractivo en sí mismo.

Está acomodando algo en mi cuello, una suerte de almohadilla de la que no había estado consciente en medio de mi adaptación a la consciencia.

—El collarín es para que no mueva el cuello, princesa, no para que lo haga con menos holgura.

Llevo las manos a mi cuello y confirmo la presencia del artefacto mencionado.

—¿Dónde estoy? ¿Por qué llevo un collarín?

—Su aterrizaje le ha costado una ruptura en una de las siete vértebras cervicales en la región del cuello. O Ara no le quiere en el reino cósmico, o es usted su favorita. Como sea, tuvo muchísima suerte. La médula espinal pasa por esta área, y si hubiese sufrido cualquier daño las consecuencias serían tan graves como irreversibles.

¿Me he roto el cuello aterrizando?

Lo consideraré como un éxito, dado que conservo mi vida, y mis ojos. Una vértebra menos es una uña rota para lo que pudo haberme hecho el felino volador.

—Le agradezco sus atenciones —digo con mi mejor sonrisa de amabilidad—. Imagino que usted me ha traído hasta aquí, ¿no?

—Mi deber era recibirle, pero no esperaba tener que habilitar el consultorio.

—Y tal cual estoy, ¿qué riesgos corro?

—El de verse ridícula frente a su marido, querida, porque tendrá que llevar ese collarín unas seis semanas.

—¿Cómo? ¡No!

Contengo la respiración para reprimir el ataque de nervios e inspiro profundo. No viajé hasta aquí para ser rechazada por llevar una almohada en el cuello. Esa sería una resolución desagradable, y humillante como mínimo.

Ya imagino lo que se murmurará en ambos reinos.

"¿Qué paso con la que sería la consorte de rey?" "Pues, se dio de baja luego de que se mareara, vomitara, desmayara y fracturara el cuello en su primera visita a Jezrel."

Es una preocupación ególatra; en realidad la humillación es lo de menos. Lo que en realidad me atormenta es que, si Israem Corvo no me ve tan presentable como para querer casarse conmigo, solo quedará una opción para la paz con Deneb: casar a mi hermana menor.

Primero me corto la médula espinal yo misma.

—Señor... —Intento alcanzar sus manos sin mover mi cuello, y él tiene la gentileza de acercarlas a mí. Las tomo, de manera que formen un vínculo con mis palabras—. ¿Hay alguna posibilidad de que me presente ante el rey sin este collarín? ¿Tan grave estoy?

—El collarín evita el movimiento. Puede empeorar si no lo lleva, agravar la torcedura e incluso sufrir de un dolor maximizado...

—Si es por el dolor, no se preocupe. Estoy acostumbrada a escuchar a mi hermanita cantando.

En la sonrisa que resulta del curandero, veo agruparse el brillo gentil de las luciérnagas del cielo. No soy la mejor interpretando a los hombres, pero este parece haber hallado afinidad en mí con un solo chiste, tanto que aprieta mis manos y se toma un momento para pensar realmente lo que le he dicho en lugar de ser rotundo con sus indicaciones.

—Escúcheme, princesa, yo no se lo recomiendo, y si alguien le pregunta...

—Jamás le perjudicaría, señor, lo prometo.

—Puedo darle algo para el dolor, pero no debe mover el cuello bajo ninguna circunstancia. Y debe comprometerse a dejar que le dé seguimiento a la fractura. Puedo darñe un tratamiento que ayudará a que sane, pero debe usar el condenado collarín aunque sea por las noches. ¿De acuerdo?

—Sí, señor...

Me quedo esperando a que agregue su nombre, pero él solo me suelta las manos.

—Como veo que eres algo lenta para los códigos sociales, te haré el favor, esta vez, de aclararte que estoy ofendido.

—¿Le he ofendido? ¿Pero cómo es eso posible? De todos modos me disculpo, claro, pero, ¿cómo...?

—No soy ningún señor, jovencita, soy lord Elius. De hecho, soy la mano del rey, así que yo que usted me tendría mucho más respeto.

Me deshago en disculpas mientras el hombre me ayuda a sentarme y quitarme el collarín. No parece tan gravemente ofendido. Esta vez he tenido suerte de tropezar con alguien con sentido del humor, pero debo caminar menos a cuestas. Pude haber ofendido un ego mucho más frágil.

Una vez sentada, ya puedo ver frente a mí y darme cuenta de que no estamos solos. Cada músculo de mi cuerpo se tensa, y no precisamente por la inyección que está poniendo lord Elius en la base de mi cuello.

Es el condenado culpable de mi desgracia actual, que no solo me está mirando con los dientes asomados, sino que ya no tiene ninguna de sus cadenas.

—Se ha puesto pálida. Alteza...

Lord Elius toma mi brazo cuando estoy a punto de desvanecerme otra vez.

Ni vergüenza me da admitir lo aterrada que me siento, pues no imagino a ninguna otra persona que pueda quedarse como un témpano de hielo teniendo en la cama contigua un león con alas, que encima intentó asesinarle.

—Scarell'Azar es inofensivo, princesa, no se me vaya a desmayar otra vez porque ahí si va a herir sus sentimientos de gravedad, y todavía no me gradúo en cirugías de almas.

Ese comentario me reactiva como un pinchazo en el rostro.

—¿Yo voy a herir sus sentimientos?

Al verme estable, el médico va en dirección a la bestia que, muy digna y sin refunfuños, le ofrece el cuello. Lord Elius levanta el pelaje en partes específicas, revelando huecos en la piel, algunos húmedos se sangre todavía, otros donde ya se están formando costras que lord Elius empieza a limpiar con un paño y antiséptico.

Si me hubiesen dicho esta mañana que iba a sentir más pena por el cuello de un monstruo que por el mío, que encima fracturó la criatura en cuestión, habría perdido otras cien coronas apostando lo contrario.

—Por eso digo que es usted un hielo en esto de los códigos sociales, y lo digo porque es sorda y ciega, no porque se pueda derretir. Ni siquiera pensó que su vómito podía ofender al gripher.

Tardo más de lo habitual en entender que está hablando conmigo, y entonces respondo:

—Comprendo, mi lord, la siguiente vez que una bestia voladora atente contra mi vida y quiebre mis huesos, tendré la consideración de tragarme el vómito.

El hombre para de limpiar una de las heridas abiertas del gripher, solo para echarme una mirada suspicaz.

No se ha tomado en serio mis palabras, ¿o sí?

—¿Sabe? Normalmente atiendo a los griphers, no a sus jinetes —explica al pasar a agregar un ungüento en las heridas de la criatura.

—¿Lo dice en serio, mi lord? Casi ni se le nota. Ya sabe, por lo intuitivo y afín que es con los humanos y sus emociones, por supuesto.

—Creo detectar algo de ironía en sus palabras, ¿me equivoco?

—¿Cómo se le ocurre? Jamás había hablado mas en serio —contesto, e incluso me río. Pero por la tranquilidad que demuestra el curandero, podría apostar a que me ha creído cada palabra.

Apostar, no. Ya coincidimos en que las apuestas no son lo mío.

—Mi lord, ¿usted va a llevarme con el rey?

—Lo haré, pero antes debo dejar operativo a Scarell'Azar. En la corte no les gusta prescindir de sus griphers. Y este parece estar de peor humor que de costumbre. ¿Qué tanto daño le ha hecho, alteza?

—No tanto como el que le puso el nombre. Tuvo que ser una persona con mucho tiempo, porque con solo pronunciar la mitad ya se me va medio día.

El médico se ríe de mi ocurrencia, y sé que acabo de conocer al monstruo alado, y que entiendo entre poco y nada de su especie, pero cuando dirige la cabeza hacia el rubio, casi parece tener una mirada aún más malhumorada.

No parece haberle hecho gracia mi chiste, tanto que aparta su melena azulada cuando lord Elius intenta acariciarlo.

—Es muy orgulloso —explica la presunta mano del rey—. Pero no te preocupes por el nombre y su pronunciación. También le decimos Scar.

El gripher ruge, su voz como el dictamen de una tormenta. Es terrorífico y vigorizante, pero me ha tomado tan de sorpresa que doy un respingo y me lastimo nuevamente el cuello.

—¡Alteza, no se lastime!

—¡SÍ! —exclamo con la mano en el cuello, el dolor de la fractura resucitado y mis ojos muy cerrados para contenerlo—. ¿Cómo no se me ocurrió, Elius? ¡Gracias!

—¿Sabe? —Por lo que veo, parece que el hombre me está preparando una segunda inyección—. Creo que usted enloquecerá a su majestad. Trate de no hablar mucho en la reunión de hoy.

—Lo crea o no, lord Elius, esa es precisamente mi estrategia desde que me ofrecí para esto.

El hombre frunce el entrecejo al acercarse con la inyección en la mano.

—¿Usted se ofreció?

—Por supuesto —contesto entre dientes y contengo la respiración para el segundo pinchazo—. ¿Quién no querría casarse con un rey?

Nuestras miradas se interceptan por un momento, y aunque su silencio es religioso, no puedo evitar leer la lástima en sus ojos.

Solo por esa mirada, siento que él anticipa mi funeral.

El adormecimiento en mi cuello esta vez se extiende como una molesta comezón, pero la afronto con la esperanza de que dé paso al alivio.

Veo al responsable de mi suplicio al otro lado del consultorio. Está acostado con sus patas flexionadas bajo su cuerpo como cualquier felino.

Cuando Elius empieza a ponerle al gripher, nuevamente, cada una de sus cadenas, veo mi propia piel, y la de mis hermanas; veo al metal sobre heridas abiertas, a las ataduras que reprimen, y al hombre que, carente de toda empatía, doblega nuestra fuerza bajo el peso de sus antojos y hace caso omiso a nuestros rugidos de auxilio.

Veo al gripher a, a Scar. ¿Por qué lo acepta? ¿Por qué, hecho de tanta fuerza, escoge la sumisión, baja la cabeza, y recibe los grilletes? Lo veo a sus ojos tan azules como el hielo, y pienso que, al menos, no han podido encadenar sus alas.

—Tenga, mi futura majestad —dice Elius entregándome un saquito.

Lo abro y reviso por encima para descubrir que se trata de ampollas, jarabes y píldoras de distintos tipos y colores.

—¿De qué se trata esto, mi lord?

—Es el suministro regulado por la organización de salud antipandemia del reino.

—¿La órgano que saluda qué?

El hombre entrecierra los ojos.

—Es para prevenir y combatir la azir.

Mis parpadeos son toda mi respuesta.

—Princesa Cygnus, ¿qué tanto le han dicho de este reino?

Muerdo la esquina de mi boca y me llevo la mano a esa zona, una manía que he adquirido pretendiendo disimular los nervios o la vergüenza, cuando inconscientemente lo que hago es llevar la atención hacia ello.

—Nada —reconozco—. Prácticamente.

—Ay, querida, mejor voy de negro a tu boda, porque mínimo te entierran la misma noche.

Haría lo mismo, pero Aquía me quitó la primicia y a ella no hay quien la imite.

—Ahora andando, princesa. Es momento de que usted y el amor de su vida se conozcan.


Por algún motivo, este encuentro de tanta importancia política, tanto peso para el futuro de la corte y la monarquía de dos reinos, se pacta en una taberna privada, lejos de las lindes del castillo.

Así que si resulto ser rechazada por lo que yo asumí como mi destino, ni siquiera habré saciado mi curiosidad sobre lo que hay más allá de los muros austeros que padecen una enfermedad hecha de rosas y espinas, y esas torres ennegrecidas que se extienden cerca del manto de luciérnagas.

Antares mantiene la pose. No me habla, no me cuestiona, no hace ninguna pregunta sobre mi paradero hasta este momento.

Yo estoy helada, enclaustrada en un bucle del tiempo donde no hago más que imaginar miles de rostros para Israem Corvo Belasius, decenas de arruga por cada año que ha vivido, y un temperamento que arruine más que solo mi tarde.

Con mis manos unidas sobre mi vestido, y mi cuello inmóvil para evitar más castigo a mis tendones, a Ara imploro que abogue a mi favor.

Necesito gustarle, y para conseguirlo necesito convencerme de que puedo hacerlo. Quiero que vea a través de mí a una mujer que es capaz de conquistar lo que se proponga. Él incluido.

—El rey y la reina madre están aquí.

Nos ponemos de pie para recibirles.

La habitación se carga de tensiones cuando la monarquía de Jezrel entra.

Me quedo buscando el rostro nudoso y la cabellera marcada por las cañas, hasta que cierran la puerta y entiendo que no vendrá nadie con esa descripción, y quien realmente lleva la corona no podría ser más opuesto a ella.

¿Dónde puede tener noventa años tan preciosa criatura?

Preciosa en la medida en que la noche es luminosa, y el mar bondadoso; preciosa como solo aquello que no se explica, tan artificial que no puede aceptarse como cierto. Su piel... Es insólito, pero se ve tan longeva como la mía, como si la hubiera congelado para no padecer los latigazos del tiempo.

Toma asiento con una elegancia gélida.

Su cabello, negro como la medianoche, es largo y lleno de ondas que golpean sus hombros. Su semblante es un misterio, sus ojos petrificados en el vacío. Son del mismo azul que los ojos de Scar, y al igual que la bestia, parecen querer romperme.

Necesito algo más que eso, una mueca, o tal vez el atisbo de una sonrisa, pero no podría sacar algo en claro de su boca, pues la lleva cubierta por una especie de media máscara negra.

¿Dónde están sus noventa años? ¿Cómo ha podido burlar la voluntad del reino cósmico así?

A su alrededor, los nobles y consejeros murmuran entre sí, evaluando cada detalle de mi presencia. En especial, su madre, que le susurra al oído.

Cualquiera pensaría que luego de ver a Israem cara a cara ya nada podría sorprenderme, pero no es así: el vientre de embarazo de la reina madre es lo primero que me lleva al borde de la imprudencia.

Poco sé de Jezrel, es cierto, pero algo tengo claro: Isidora Belasius es la viuda del viejo rey Abraham, que murió hace mínimo veinte años. Es el motivo que llevó a la monarquía a coronar a Israem antes de que este contrajera matrimonio.

¿Quién sirios es el padre de su hijo, y por qué todos parecen tan tranquilos al respecto?

Me mantengo erguida en el centro de la taberna. Sé que, aunque esté lejos de Áragog y su mercado de mujeres, hoy estoy siendo ofertada cual vendida, disputando mi valor solo por mi aspecto. Y depende de cada uno de estos nobles si valgo el precio a pagar; y en especial, depende de Israem el desear comprarme.

Solo somos yo y mi vestido ceñido, de un naranja tenue que se inclina al marrón, y mis ojos del color del pálido hielo, contra la eternidad de mujeres que habrá conocido el rey antes de mí.

—Majestad, parece que tendré que hacer de anfitrión en este diálogo —asume Antares sin perder tiempo—. No veo movimiento de nadie por explicar por qué tengo frente a mí a quien podría ser mi hermanito, y no al rey que se me prometió.

—No me sorprenden los prejuicios viniendo de un Scorp —dice la reina—. Pero le aclaro de antemano que este no es su hermanito, es Israem Corvo Belasius, rey de Jezrel y amo del mar carmesí.

—Y un orador apasionante, sin lugar a duda —contesta Antares aparentándose conmovido.

Luego de la presentación de ambas partes, a su curiosa manera, a todos los hombres a la mesa se les entrega y llena una copa.

—Esta es la niña —cuestiona alguien más en la sala. No tengo idea de quien podría ser, pero viste de terciopelo verde y mira con suspicacia, como un ave de rapiña.

—Freya Cygnus —corrige Antares—. Y antes de empezar a debatir sobre ese tema exijo que declaren sobre el paradero de lord Ermes. Vino aquí en calidad de embajador, pero jamás regresó a su tierra con los demás emisarios.

—Sobre eso... Cedric, haz lo tuyo —dice la reina hablándole al hombre vestido de verde.

Este nos extiende una pluma, que bien podría ser parte de las alas de un gripher, teñida por completo de carmesí.

—Esto que ve aquí es la prueba de nuestra inocencia en este asunto, majestad Scorp —explica el tal Cedric—. Es la marca de un asesino en serie al que le seguimos la pista hace años sin nada de información. Como verá, envió la pluma con un diente atado a ella. Puede hacer las pruebas que desee en su reino, pero estamos seguros de que le pertenece a su embajador.

—Tendrá que conseguir otro embajador —señala lord Elius hablando por primera vez en calidad de mano del rey—, no creo que le sirva un diente para representar los intereses de su tierra por aquí.

—¿En serio me están diciendo que debo aceptar un pluma y un diente como prueba de la inocencia de su corte?

—Puede corroborar la información que le hemos dado, majestad Scorp —dice Cedric—. Pregunte por las calles por el enmascarado de Jezrel, pregunte cuál es su firma.

—¿Y por qué atacar a nuestro embajador?

—De los motivos del enmascarado sabemos lo mismo que usted, Scorp: nada.

La reina termina de decir esto y de inmediato vuelve su rostro hacia mí.

—¿No tienes nada que decir?

Evito mirar de soslayo a Elius, la mano del rey, pero lo imagino temiendo lo que saldrá de mi boca.

—Mucho hay que pueda decir, pero poco aportar. Preferiría escuchar antes, majestad.

—Yo he visto suficiente —contesta la reina—. Vienen aquí, sin un plan de acción, sin nada que ofrecer...

—Los términos del tratado se discutieron entre nuestras casas, Belasius —interviene Antares llamándola por su apellido—. Freya está aquí porque su hijo exigió verla antes de aceptarla como su consorte, no porque quiera exponer un proyecto social que espera ustedes avalen.

—Y ya la hemos visto. La jovencita es agraciada, pero con poco que aportar, como ella misma ha dicho. No nos conviene.

—Algo sí que puede aportar. —Esa es, nuevamente, la voz sagaz del hombre vestido de verde—. Y tú lo sabes, Isidora.

—Eso nos lo puede dar perfectamente la otra hermana, Cedric. Yo lo que quiero saber es... —Me mira directamente—. ¿Por qué tú, y no ella?

Llevo minutos en este reino, pero ya hay una cosa que conozco de primera mano. Y me aferraré a ella.

—Porque ella es una fiera a la que no se puede poner mordaza, majestad. Usted juzga mi silencio, yo lo creo oportuno. Jamás diré nada que no aporte, y siempre pondré la obediencia por encima de mis propios deseos. Yo me formé como caballero, ella como cazadora. Yo me debo al deber.

Y ahí estaba. Una sonrisa de Isidora Belasius, apresada en las comisuras.

—Todavía tiene que decidir mi hijo, pero yo no me opondré a lo que sea que él decida. Pero antes, tú misma debes tomar una decisión, princesa. Hay un detalle del acuerdo que no quisimos discutir por correspondencia.

—¿Qué detalle? —espeta Antares. No puedo ver su cara, pues implicaría voltear mi cuello dolorido.

—Como bien dijo lord Cedric, hay algo indispensable que debe poder aportar una reina. La estabilidad del reino depende de un heredero legítimo. Por lo tanto, hemos establecido una condición: Freya e Israem se casarán cuanto antes, pero ella debe concebir un hijo con el rey en menos de un año. Si no lo logra, el matrimonio será anulado.

—¿Cuando ya esté deshonrada? Ni pensarlo.

—Son los términos del rey.

—Debió haberlos mencionado antes, no me habría molestado en venir. —Escucho la silla de Antares rodar y lo siento levantarse—. Nos vamos.

No puedo permitirlo. Sé que él lo dice muy en serio, que es capaz de sacarme de aquí y regresar a Deneb para planear un ataque, o la defensa a uno. Pero yo no puedo permitir ninguna de esas dos opciones.

—Tío, quiero hacerlo. De igual forma sabíamos que es esto era parte de mi deber, un plazo límite no cambiará nada.

Antares me toma del brazo para girarme hacia él, y entonces escuchamos un golpe proveniente de la mesa.

La copa del rey se ha estrellado con más fuerza de la debida contra la mesa, una copa sin utilidad, pues con su máscara no puede beber. Es la primera vez que reacciona, la primera vez que da indicios de estar en la misma habitación que nosotros, y es para reclamarme como su territorio sin siquiera abrir la boca.

Gracias a Ara, Antares tiene la sensatez de soltarme.

Lo miro con tranquilidad y le sonrió. Sé que él tampoco quiere esto, pero va a escoger la opción que salve a su esposa de tener que atravesar otra tragedia.

—Si crees que es lo mejor, no te detendré.

—Así lo creo.

Algo sucede del otro lado de la mesa, donde los cuervos se reúnen al ver actuar a su rey.

Israem Corvo se inclina cerca de su madre, y ella se petrifica, atenta. A todas luces parece que le comenta algo, pero hasta el viento ha hecho silencio, y no se percibe ni la más mínima vibración de un aliento o una cuerda bucal.

Al alejarse, la reina tiene una expresión muy desagradable, como si acabara de tragar algo amargo.

—Hay un segundo cambio de planes.

—¿Ahora quieren que baile? —inquiere Antares—. O, ¿tal vez he de quedarme yo como chaperona? Total, solo soy el rey de Deneb, qué más da.

—No tiene que ponerse impertinente, Scorp, yo no gobierno sobre la voluntad de mi hijo.

—Pero bien que habla por él, ¿no?

La reina encaja el comentario con un tic de un músculo en su mandíbula. Una parte de mí disfruta ver al tío Antares saboreando el límite de este pacto. Que cerremos una alianza no implica que permitamos que nos escupan por ella.

Tal vez a mí sí, que soy poco más que una factura, pero no al rey escorpión que gobierna junto al cisne.

—No quiere hacer enojar a Israem —advierte la reina—. Tenga cuidado.

—De cadáveres de sirios, con todo y su ira, está hecho el muro que protege mi trono. Diga usted, su real majestad, quién no debe hacer enojar a quién.

La reina sonríe, sabiamente tomándolo como un chiste.

—Tal vez debería escuchar antes nuestra petición.

Antares hace una floritura con sus manos, una especie de reverencia dramática para darle rienda a que hable.

Tengo que morderme las mejillas para no reírme de su payasada. Menos mal que Lyra no está aquí.

—Mi hijo se complace en aceptar a Freya Cygnus como su consorte con las condiciones ya acordadas y el agravante de que debe mudarse inmediatamente al castillo, no en un mes como habíamos sugerido antes.

—No. Freya debe poder despedirse de su familia.

—Freya no morirá, va a casarse. Podrán venir a la boda y traerle una mascota si les place, pero si no se muda inmediatamente no hay trato, ni con ella ni con nadie. El rey ha escogido. La quiere a ella, y la quiere ahora.

—Y así será, majestad —me adelanto a responder. No puedo permitir que Antares tenga voto en esto, o me arrastrará de aquí.

—Que así sea entonces, Cygnus. Bienvenida a la familia Corvo Belasius. En un mes serás nuestra reina.

Nota:

Gracias por apoyar tanto la historia. ¡Ya tenemos nuestras primeras 5k lecturas!

Al igual que en el capítulo anterior, si llegamos a 500 comentarios subiré el siguiente. Estoy muy enganchada escribiendo la historia, así que mientras ustedes estén aquí para leer yo con gusto les actualizo seguido ♡

Ahora, cuéntenme:

¡¿Qué pensaron al leer por fin al rey?! ¿Se esperaban esa descripción suya? ¿Qué piensan de él?

¿Qué piensan de esta reunión?

¿Qué piensan de la reina y su séquito?

¿Cómo les cayó lord Elius?

¿Qué piensan de Scarell'Azar?

¿Qué creen que le espera a Freya y qué les parece la decisión final que tomó Israem?

Y cualquier otra cosita me la pueden comentar aquí.

Un beso, y nos vemos en el siguiente capítulo

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro