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El consejero amoroso III

¿creyeron que ya nunca iba a actualizar? PFFF ¿Qué les hace pensar eso? xd


Nombre: Hermond Roderich Van Humboldt Edelschtein III                    

 Edad: 28 años bisiestos (porque cada día cuenta) 

 Tiempo de relación: 8 años 

 Edad de la pareja: 26 años 

 Ocupación: Maestre en artes plásticas y música 

 Fetiche: Usar instrumentos musicales como consoladores.

 Miedo: A no casarse antes de los treinta.


Consejo número 3: Si hay amor, lo demás puede venir sobrando. Que no te importe lo que digan los demás y termina con tus miedos vanidosos, mon ami~



Un día en especial, en una linda casa de los suburbios en donde vive una joven pareja amorosamente disfuncional, una premonición atacó la mente de estas dos personas, obligándolas a lo antes posible antes de permitir que se cumpla. Ambos despertaron de un terrible sueño, uno que les erizaba la piel y les obligaba a desear comer pizza con piña para acabar su agonía de una vez por todas. Y no, no estoy exagerando.

Por un lado, el sueño de Gilbert –un ser albino perdido en esta era– soñó que estaba en el futuro, arrugado como pasita y sin dientes propios. Pero eso no es la parte horrenda, el verdadero terror de ese sueño provenía en que junto a él estaba otro anciano, uno que no se callaba, escupía al hablar y sacudía su bastón con intenciones de atestarle un golpe.

"Dijiste que nos casaríamos"

Era una de las frases que repetía una y otra vez aquel vejestorio, que se veía menos arrugado y eso también le causaba pánico, nadie era un abuelo más apuesto que él. Nunca.

"Han pasado ochenta y cuatro años"

Y seguía y seguía hasta que el viejito albino le cubrió la cabeza al viejito huraño con una bolsa de papel, que tenía una cara de pollo dibujada. Fue así como dio fin su pesadilla, al despertar cayó en cuenta de que su pareja lo observaba molesto a un lado suyo.

--¿Así que soy molesto?—pregunta Roderich, la pareja de Gilbert—Adelante, si tienes otra queja es mejor que la digas ahora mismo—se cruza de brazos, dispuesto a abandonar el lecho no nupcial.

Gilbert, el hombre que duerme rezando un "Padre asombroso nuestro", le mira un rato confundido, pero luego recuerda su sueño y que suele hablar dormido y que es un imbécil que usa los calzones al revés.

--¡Era un sueño, lo que pasa es que las palabras pasan al plano terrenal un poco distorsionadas por el viaje inter-espacial hasta mi boca!—le responde muy convencido de sus palabras bien fundamentadas al estilo Harvard.

Roderich tuerce la boca en un supremo intento de no darse un facepalm que podría arruinar su imagen seria y sofisticada. Simplemente sale de la habitación, bufando algunas cosas en francés para que el otro no lo entendiera.

--¿Te amo?—vocifera, tratando de conseguir una respuesta que le asegure que todo está en orden y que su estómago no pague las consecuencias—Yo también mi amor~

Se responde así mismo en una vergonzosa imitación de la voz de su pareja, que para nada sonaba masculina, o humana.

(...)

Más tarde, luego de tomar el desayuno –consistente en una taza de café, un biscuit hecho en casa, y un platón jumbo de cereal con malvaviscos— cada uno fue directo a continuar con el itinerario habitual de la casa no nupcial que compartían. Gilbert es dentista, diariamente tiene el día repleto de citas, y eso es porque su horario de trabajo es después del mediodía, concluyendo a las seis de la tarde y con una hora de descanso para comer. Incluso un niño está más ocupado en la escuela que él, pero es dueño de la clínica así que hace lo que quiere y los demás se callan.

Como sea, se da un baño rock and roll matutino, se viste, alista sus cosas –que no son más que un álbum de especies ovíparas (camuflada de revista académica), una bolsa llena de gomitas amarillas y su teléfono celular— se despide con un beso y una frase típica de enamorado y se va en su automóvil amarillo.

Por el lado Inn, Roderich es de los que prefieren trabajar en casa, pues no es como si la idea de salir a la calle y tener contacto con otros mortales –que huelen a smog, según su afinado sentido olfatorio— sonara lo bastante alentador como para abandonar su bonita casa.

Por el día de hoy, sólo tenía un alumno que era particularmente "antidiestro" con cualquier cosa que tocara con las manos. Sólo era una sesión de dos horas, algo leve que más tarde podría permitirle pensar en lo miserable que es la vida y lo injusto que es cupido (Perséfone, el dios del apareamiento, Shakespeare o quien sea que tuviera el poder supremo) al hacerle enamorarse de un niño que piensa que lo único importante en la vida es ser más asombroso que los demás. El problema es que hoy tuvo una pesadilla, peor que las de antes ya que se veía a sí mismo como un ancianito gruñón e infeliz. Ese no era un final digno para él, primero muerto antes que verse lleno de arrugas. El caso, es que está llegando a su límite y claramente de eso no se da cuenta su pareja.

"Seré paciente"

Se había prometido así mismo hace tres años, pues ser una molestia (más de lo que ya puede llegar a ser) es algo en lo que no quiere convertirse, es muy plena su vida ahora, tiene un trabajo estable, una casa muy linda y una pareja que...una pareja... Bueno, el caso es que tiene la compañía de la persona que ama desde hace ocho años pero que parece evitar el tema del matrimonio como si fuera un tabú. La última vez que hablaron sobre eso no lo pudo sacar del cuarto de baño por más de cinco horas. Y no lo desea porque ese proceso mejore su relación, o porque le asegure su vida o cosas al estilo telenovela, la razón principal es que él se rige por principios arcaicos, muy anticuados hoy en día y además, su madre siempre habla pensando en que está casado, sus amistades presumen sus felices vidas nupciales... él siempre soñó con hornear su propio pastel de bodas. Pero claro, se juntó con el hombre más irresponsable, después del cartero, que encontró en todo el país.

"Decidiremos esto juntos cuando llegue el momento"

Pues un carajo, es capaz de llegar a la tercera edad y seguir en la unión libre. Justo como en su sueño/pesadilla. Debía hacer algo ya o terminaría con un cayo en el dedo de tanto frotarlo al imaginar un anillo de compromiso. No existe una regla que impida al "pasivo" de la relación pedir matrimonio. Porque también cabía en su mente, ese horrible pensamiento de que algún día su relación llegara a maltratarse tanto que ya nada pueda arreglarla, esa inseguridad que últimamente le carcomía cuando se distraía. Al menos casados, las cosas no suceden como en el noviazgo... o al menos eso dice el libro que leyó.

[...]

--Es la quinta vez que te explico cómo se colocan la manon—señala, sin alzar la voz más de lo que su tono permite, pero haciendo un gesto cansado—Imagina que acaricias algo muy delicado, no debes-

--Yo no acaricio nada, tonto—le contesta su alumno, un joven castaño de ojos tan verdes como malhumorada es su persona.

--Te he dicho que me llames maestro—le corrige, aunque ya lo conoce lo suficiente como para entender que esa persona tiene un afán en molestar a cualquier ser vivo a su alcance.

--Cómo quieras, maestro tonto—dice mientras mantiene es su cara un gesto de fastidio, era el decimotercer instrumento que intentaba aprender y las cosas estaban saliendo mal. Aunque ya concluyó que el problema son los maestros y no él.

--Escucha Lovino, tal vez la música no es tu don...--comenzó a justificar el patético talento de su alumno, suspirando entre cada frase—puedo enseñarte otras áreas artísticas, como pintura o-

--Como sea, sólo vengo porque el psiquiatra me obliga—le taja antes de que termine, restándole importancia y poniéndose de pie para caminar a cualquier lado lejos del piano.

--¿Psiquiatra?—pregunta sorprendido, y también algo asustado.

--Sí, ya sabes, esa persona que te dice que eres un error de la naturaleza y te manda a hacer cosas y repetir frases estúpidas a la nada para que te veas como un imbécil—y no suena muy específico, podría tratarse de un padre, un monje o un profesor de secundaria. Quién sabe, con suerte sólo esté confundiendo términos y no se trate de un psicótico que pueda matarlo si algo no le sale bien.

El pelinegro sólo se limita a pedirle que lo acompañe, recordando que por la tarde, se verá obligado a salir de su linda casa porque tiene una cita con el oftalmólogo. De paso se piensa un poco cómo le pedirá/ordenará matrimonio a Gilbert.

.

.

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--Abre la boca y di ¡Mi dentista es asombroso!—ese es Gilbert trabajando. Un niño está semi acostado sobre el asiento de consultorio, mirando confundido al señor frente a él. Obedece lo que le pide el albino, mientras este le hace algunas cosas con instrumentos raros, escuchando al fondo de la habitación una canción muy ruidosa y en un idioma muy feo—Listo, te portaste bien pequeño—le ofrece una pulsera con su información bordada, color amarillo y son pollitos de fondo. El niño sale aliviado, y enseguida entra una persona--¡Siguiente!—grita el licenciado en odontología, especialista endodoncista. Bien mamón el hombre.

--¡Ya estoy aquí!—grita en respuesta su nuevo paciente--¿Cómo has estado Gil?—pregunta animado, más por los nervios que por cortesía,

--¡Feli, mi nuero favorito!—responde contento, recibiendo con un abrazo al castaño—Ven, te haré una revisión y curaré todo lo que tengas en esos dientes—le alienta a sentarse y una vez que el otro lo hace, no muy seguro, toma uno de sus instrumentos y se coloca el cubrebocas—Abre la boca y no me vayas a morder como la última vez ¿de acuerdo?

Feliciano obedece, temblando, apretando las manos a cada lado de su cuerpo y cerrando los ojos con toda su fuerza.

--¿Cuántas bolsas te comiste esta vez?—pregunta Gilbert meneando la cabeza y suspirando mientras se aleja de la boca del castaño—Ya habíamos hablado de esto Feli...

--¡Fue culpa de Lud, él me dio una tarjeta de regalo para la dulcería!—se libra de la culpa, culpando a otro—Me duele mucho, mucho, mucho—se queja mientras se soba la mejilla, en el área que cubre su muela—¿Es muy malo?

--Con suerte podré recuperar la mitad de tu diente, y eso que soy asombroso en esto—afirma convencido pero con un tono que no preocupe, o asuste, demasiado a su nuero— ¡No te preocupes, no te dolerá y será rápido!

Y así, tuvo que cancelar todas sus citas para poder atender al esposo de su querido hermano menor. No le molestaba, lo hacía con gusto pero era el colmo que su hermano le regalara esa clase de cosas a un potencial candidato a dentadura postiza, y diabetes... cuando lo viera le echaría en cara las consecuencias de sus actos. Feliciano solía gritar tanto cuando lo trataba que era necesario amarrarlo al asiento y cerrar la clínica. Seguro tendría que usar guantes de jardinería y protectores de oídos. Aunque durante el proceso, es seguro que no oirá más que sus pensamientos respecto al matrimonio. Lo consultaría con los treinta y dos dientes de Feliciano, basar sus decisiones en los dientes de otras personas hasta ahora le había resultado bien, además su paciente era un hombre casado y no había mejor consejero en ese momento. Nada le sale mal al doctor Gilbert, nenes.

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Una vez fuera, luego de librarse de su alumno problemáticamente inservible para el arte, se arregló para salir a su cita médica. Era sólo un chequeo de rutina, no es como si realmente fuera necesario usar los anteojos pero él insiste mucho en eso. Salir siempre ha sido un dolor de cabeza, con la gente caminando frente o detrás de él, peor aún aun si alguien que no fuera Gilbert iba a su lado. Normalmente no es frecuente cuando le pasan esas cosas porque ha estado acostumbrado a viajar en automóvil; el problema es que otro problema, llámese Gilbert, descompuso su hermoso jetta azul. Faltaban algunos días hasta sacarlo del taller y por lo tanto, se tenía que rozar con las masas inferiores, incultas y sin clase. Según él, claro.

Sólo caminó una cuadra (la cual tardó media hora en recorrer) y seguido se pidió un taxi ¿Creyeron que usaría el transporte público? JA.

(...)

Llegó, con cara de pujido mal pintado, a la clínica que quedaba a una hora de su casa, ubicada estratégicamente a dos minutos del trabajo de su pareja. Entró, con la presumida mueca en sus labios que suele poner en lugares públicos, caminó tomándose su tiempo para barrer con los ojos a todas les personas presentes.

Faltando quince minutos para su cita optó por sentarse en uno de los bancos de espera, esos que están repletos de periódicos del siglo pasado y revistas de chisme para gente que prefiere fijarse y criticar en vidas ajenas antes que la suya...y les sorprenderá saber que Roderich es una de esas personas.

--Oh, disculpe...-escucha una tenue voz llamarlo. Al principio piensa en ignorarlo pero comenzó a sentir que le jalaban del abrigo así que volteó irritado—se sentó sobre mi receta médica...

--Te cuidado en dónde dejas las cosas—Roderich responde, levantándose para que el otro tomara su papel. Entonces le presta un poco más de atención, el chico es bajito, pelinegro y con unos rasgos ajenos a ese país--¿Te he visto antes?

--Eh...no lo creo señor—el joven responde confundido ante la pregunta, mintiendo con rigidez por lo cual no fue suficiente para aplacar las dudas de Roderich.

--Primero—comienza a enumerar con tono firme—no soy señor, y segundo, juro que te vi antes y ahora que me estoy acordando bien—sonríe desdeñoso—te vi con el cuñado de mi esp...

Repentinamente se queda en silencio, con las palabras estáticas en la boca sin saber por qué. No era una buena señal, eso lo comprendía bien. Es por eso que dejando de lado aquel tema trivial, retomó su asiento y se dedicó a leer su interesantísima revista.

--¿Se encuentra bien?—el intruso insiste, y no es porque quiera ayudar a una pobre alma que de pura casualidad se encontró en esa clínica visual. Aunque cierto era que estaba ahí por una revisión óptica después de ver quince horas seguidas las mejores colecciones del año, especialmente aquella BDSM tan intensa que Francis trató de quitarle más de treinta veces; inútil pues Kiku tenía copia en USB, RAM y todos los medios posibles de almacenamiento.

La verdad de todo, era que un amigo de Gilbert conocía la precaria crisis no nupcial por la que estaba pasando Roderich y por eso decidió intervenir de la manera más discreta posible: habló con Francis y Francis mandó a su verdugo, quiero decir, asistente para que interceptara al pobre pasivo acomplejado.

--No, gracias por preocuparte—contesta tajante, su ceño estaba fruncido y sostenía la revista con mucha fuerza—en realidad, se trata de mi vida amorosa y no creo que sea apropiado hablar con un extraño sobre esas cosas.

--Pues yo creo hoy es su día de suerte—Kiku se pone de pie y le extiende una tarjeta de presentación que decía: "Consejero Amoroso; los sentimientos no son único importante en el amor"—Si viene conmigo ahora va a agradecerlo por mucho tiempo.

Roderich pensó la propuesta por unos cortos segundos, apenas meditando las posibilidades que fuese un engaño y terminara secuestrado por unos psicópatas...estaba desesperado y eso se notaba todas luces.

--Pero tengo una cita—trata de excusarse, esperando se contradicho con una solución.

--El doctor es conocido mío, podemos mover tu cita y todo solucionado—,qué eficiente, aunque sospechoso.

Sin más qué decir, luego de arreglar el asunto de las citas, salieron de la clínica y abordaron un taxi que minutos más tarde los dejó frente a un establecimiento color azul y rosa, como una especie de burdel camuflado a plena luz del día.

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--¿Entonces tu novio le teme al compromiso o... a ti?—el famoso consejero pregunta mientras hace anotaciones sin sentido en la libreta que lleva en la mano.

Roderich está recostado en el camastro, intrigado por obtener un resultado verás con soluciones efectivas. Por el momento sólo estaba recibiendo regaños y acusaciones de un extraño.

--No lo sé, es por eso que estoy aquí ¿no crees?—responde rendido, harto de demasiadas preguntas--¿Hay solución o no?—la pregunta que más terror le causaba escuchar respuesta. Apretó sus manos, sus labios y hasta el culo se le estrujó de la incertidumbre que sentía.

--No—el rubio le responde de a tajo, sin compasión alguna pero luego compone la situación con una sonrisa ladinamente presuntuosa y coqueta—eso te dirían si hubieses ido a otro lugar pero estás conmigo y te juro, que me vas a recordar hasta en tus peores fantasías libidinosas~

Y después de recibir una bien propinada bofetada, puso manos (más bien mente) a la obra para planificar su bien famosa terapia de pareja –o trío, cuarteto, orgía- y luego mandar a su fiel asistente a montar de tal forma que, de nuevo sienta la gran satisfacción de hacer su trabajo a la perfección (y también de ver los videos que guarda como "evidencias estadísticas").

(...)

--Entonces usted da clases de música—Kiku, extrañamente, intenta iniciar la conversación mientras arregla algunas flores en la mesa de la sala.

--Sí...--responde con un suspiro hastiado al aceptar que ese joven seguiría sin cambiar el innecesario uso de la propiedad como si fuera un señor anciano—Solía enseñar en una academia pero...--al recordar, los colores invadieron su cabeza, desde el cuello hasta las orejas teñidas de rojo, más el claro tono de piel se veía impresionante.

El hecho que le hizo enrojecer era, que tras hechos impúdicos en una institución académica, perdió su empleo. Esos hechos abarcan una flauta cubierta de vaselina y otros fluidos además de haber ingresado a un individuo externo, llámese Gilbert (y su caja de sorpresas).

--Supongo que es más cómodo trabajar en su propia casa—Kiku prosigue, percatando la situación mientras, esta vez, sacaba una bolsa de gomitas amarillas.

--Supongo—entonces se dirige a una de las cajas que había traído Kiku y al abrirlo con curiosidad al ver una etiqueta con la palabra "vestuario" rotulada en color rojo--¿Y la ropa?—pregunta al encontrarse solamente con un moño y una tanga color negro adornados con encaje blanco que de alguna forma le recordaba a la ropa de las mucamas.

--Ya debería saber que en esta terapia no se necesita ropa—Kiku sonríe con tal inocencia que cualquiera creería que estaba hablando de gatitos y delfines que hacen trucos.

--¡Esto es inaceptable!—vuelve a enrojecer, aunque no tanto porque internamente esa idea le gustaba demasiado. Mentiría si dijera que no se estaba excitando.

--Calma, nunca nadie se ha quejado de los métodos del señor Francis—mira la hora reflejada en su teléfono móvil, se estaba quedando sin tiempo—debemos apresurarnos, está anocheciendo.

Terminada su frase corre a elaborar un apresurado camino de gomitas desde la puerta principal hasta el piano de cola que estaba en la sala. Ordenó a Roderich que se... ¿vistiera? Bueno, que se pusiera la tanga y que dejara de estorbar por un momento.

Las flores estaban en su lugar, adornando muy diestramente la sala, algunas veladoras ya estaban encendidas, todas de distintos colores al igual que la flores. Una caja pequeña estaba oculta en uno de los cojines del sillón, con algo especial y muy pequeño dentro. Todo estaba listo, sólo había que explicarle el resto del plan a Roderich pues de haberlo hecho antes, difícilmente hubiese aceptado.

--Usted debe actuar como una mucama—Kiku dijo sin miramientos, apresurado por irse cuanto antes y no arruinar la terapia.

--¿QUÉ?—Roderich se casi se traga su propia lengua, eso nunca lo leyó en el contrato—N-nunca, olvídalo.

--Debe hacerlo para que funcione—respira con profundidad—por una vez en su vida debe dejar de lado su humor sobreestimado y mandón, debe abandonar su egoísmo y pensar en los demás o se quedará solo toda su vida, nadie querrá casarse con usted—habla rápido, para no titubear y verse serio.

Roderich auto reprime sus deseos de contrataque, se traga una parte del gran orgullo que tiene y guarda silencio, aceptando todo lo dicho por Kiku. Sabe en el fondo que es cierto, ya no quiere arruinar las cosas y mucho menos la relación que tiene con Gilbert, si es por amor hará lo que sea. Aunque se arrepienta de ello.

Kiku le ayuda a subir en el piano, le acomoda el cuerpo de tal forma que termine en una pose sugestiva y sensual, con una mano recargada en la cubierta del piano y sosteniendo su cabeza; la otra mano reposando en su cadera y las piernas cruzadas una sobre otra, haciendo lucir la tanga y el encaje. Le quita los anteojos si graduación pero no comenta nada al respecto. Roderich está hundido en una vergüenza interna que se exterioriza como rubor y una mordedura de labios. La imagen es provocadora, al mismo tiempo tierna pero con ese aire erótico abundando en el aire.

--Mi trabajo aquí terminó—Kiku anuncia su retirada, guardando sus cosas y sonriendo satisfecho del resultado a sus esfuerzos. ¿Quién dijo que estudiar diseño de interiores no servía de nada?—Espero que lo disfruten mucho—y con eso último sale por la puerta trasera, cual intruso en casa ajena.

Ahora sólo es cuestión de esperar al macho alfa pecho lampiño ojos de dragón cabello de plata.

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Gilbert podía ser todo menos impuntual, eso nunca se lo permitiría el instinto alemán ni por más que lo deseara. Al menos que el asunto fuera lo suficiente desagradable como para obligarlo a cometer locuras.

Claramente este era uno de esos asuntos por que llevaba parado frente a la puerta de su casa más de diez minutos sin mover un solo músculo. Con un violín cubierto en su caja negra, adornado con un moño discreto, colgando de su hombro mientras lo toma de la correa con tal fuerza, que los pliegues se quedan marcados en la piel de sus manos. Es de las pocas veces en que se siente intimidado por algo que no sea pagar los impuestos o Roderich dándole de comer acelgas.

--Mein Got...--suspira, reuniendo por fin todo su valor para entrar—es ahora o nunca, apuesto que así se sentía Lud cuando lo hizo—y agarrando aire con fuerza, guardándolo en su pecho, por fin sacó sus llaves y abrió la puerta de golpe--¡Estoy de regreso baby!

Roderich se mordió la lengua para no soltar una queja y guardar la postura.

--¿Por qué está tan oscuro?—presionó el interruptor para iluminar el camino y entonces lo notó; el camino amarillento de gomitas de dulce esperando a que el hiciera algo--¿Acaso estoy soñando?—se pregunta mientras se hinca, dejando el violín a un lado de la escalera, y avanza a gatas cada vez que se mete a la boca un dulce que apenas mastica antes de meter otro.

Luego, antes de que terminara con un coma glucosídico, el camino se acabó y a sus narices llegó el olor a flores, la iluminación tenue y el inconfundible aroma del perfume que usa Roderich. Alzó la vista, aún con golosinas a medio tragar y entonces casi escupe. Casi, pero tragó con dureza poiendo los ojos de plato.

--Esto definitivamente es un puto sueño—suelta como quien se da cuenta de que los perros dicen guau y los gatos miau.

"Qué te he dicho de ese lenguaje en casa, Gilbert" quedó como un pensamiento, abrió la boca para exteriorizarlo pero al final se quedó tal y como estaba; callado y con su pose sugestiva, a la espera de las acciones de su hombre.

--Rod, pellízcame una nalga antes de que haga cosas de las que no quiero que te enteres mientras sueño—le pide entre un sollozo y un gemido difícil de explicar para el castaño. Simplemente se mantuvo en el papel, con un bolo de vergüenza en la garganta le respondió.

--Bi-bienvenido a casa, señor Beil...schmit...--habló por fin, retirándose de la cansada pose que estuvo manteniendo—Te estuve esperando muy ansioso...--se sienta a la orilla del piano, dejando entre sus piernas la cabeza de su pareja y dándole, la vista descarada de sus atributos europeos vestidos con la indiscreta tanga decorada.

--¿...Sexo?—fue la gran revelación de Gilbert, casi como si hubiese tenido la más mística epifanía de todos los tiempos.

--Si...--Roderich traga su saliva con dificultad antes de seguir—si mi señor lo pide, entonces...--con una de sus piernas enrosca el cuello del albino, con la otra sobando su pecho y moviéndose con gracia por sus hombros en ademanes para quitarle la bata de dentista que aún llevaba puesta.

--Ay por Gilbird, ay por Gilbird—reza mentalmente mientras dirige su vista al techo—Dime que esto no es una prueba de abstinencia o me voy a estrangular con ese moño que llevas, Rod.

--No lo es, mi señor—y como el castaño cuenta se daba que su pareja no estaba al tanto y que le estaba complicando el asunto, se inclinó para susurrarle en la oreja—sigue el juego, o si no vas a lamentarlo por el resto de tu vida, mi amor.

Con eso fue suficiente para que luego de que tomara su posición sentada, Gilbert se pusiera de pie y sonriera, pero no con su típica sonrisa presumida y sonsacadora. Esta vez, el deseo y la lujuria estaban gravados tan puros que a Roderich le recorrió un espasmo tal de excitación que soltó un gemido ahogado.

--Señorita mucama, más le vale que mi novio no se entere de esto—y se lanzó como una fiera sobre el cuerpo del otro.

(...)

--¿Cómo dices que pasó?—un alterado rubio se encuentra acostado plenamente en su cama mientras se abraza a su esposo.

--Ya te dije, le va a pedir matrimonio~

--Pero, es imposible—abraza con fuerza a su italiano mientras lo voltea a ver más que incrédulo—esa palabra no existe para mi hermano, nada que tenga que ver con compromiso si soy preciso.

--Pues esta vez no es así Lud, yo mismo lo acompañé a la tienda de regalos—Feliciano suspira mientras lo observa con cariño, él estaba muy contento de que por fin aquellos sentaran cabeza antes de que los años se les vinieran encima.

--¿Tienda de regalos, le compró un anillo de caramelo o qué?—frunce el ceño como símbolo de desaprobación hacia su hermano supuestamente "mayor".

--No a esa clase de tienda—ríe un poco antes de bostezar con sueño—Mañana te enterarás, ahora durmamos capitano~

Le da un beso tierno en la mejilla y se acomoda la cabeza sobre la almohada para dormir. Ludwig permanece despierto dos horas tratando de comprender tremendo golpe de adultez en la vida de Gilbert. "Seguro fue Antonio, apuesto un litro de cerveza a que fue él"


(...)


Mientras tanto, a esas horas de la noche lo que Gilbert menos deseaba, era dormir.

--Oye...ve más rápido...-suspira entre jadeos, con los ojos cerrados mientras se recarga en las orillas del piano con Roderich entre sus piernas—Joder Rod, me voy a...

Y como o quiere terminar así, le jala del listón en su cuello para atraerlo hasta su boca. Con saliva escurriendo de sus labios, con las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes de lascivia le da un húmedo y pausado beso. Cambia las posiciones dejando al castaño de espaldas al piano, lo levanta de la cintura para que se siente, le susurra obscenidades en un tono que podría hacerlas por las más bellas poesías.

Roderich comienza a quitarle la estorbosa bata, la camisa. Lo besa en los labios, el cuello, hace todo por mantenerlo lo más cerca que puede.

--Me pones mil...—le dice antes de deshacerse por completo de sus pantalones. Y cuando el otro se disponía a acomodarse para lo siguiente, una nebulosa idea le llamó los sentidos, con una mueca extasiada le lamió un pezón con parsimonia antes de alejarse por completo y mirarle dominante—...tócate.

Y no sabría decir si fue por el tono en que lo dijo, por la mirada que uso, por la excitación del momento o todo lo anterior junto pero sin debitarlo más de un segundo, olvidando cualquier ápice de vergüenza y dignidad, sobre el piano comenzó a mover sus manos casi inconscientemente.

Gilbert observa con éxtasis plasmado en sus ojos, siguiendo las manos de su traviesa y obediente mucama. Primero pasando por su cuello, por su pecho y rozando sus pezones. Una mano detenida ahí, pellizcando y sobando uno de los botones rozados mientras la otra bajaba silenciosa por su abdomen, acariciando su ingle demasiado cerca de su miembro cubierto por aquella ardiente tanga. Ligeros espasmos lo invaden, algunos gemidos escapan de su boca y Gilbert se deleita desde su lugar, sintiendo a cada instante menos resistencia.

--No te detengas, sigue despacio...--inicia dándole indicaciones precisas de dónde debe tocar, no quiere que todo acabe demasiado pronto. Como si la mano de Roderich fuera la suya propia, imagina el tacto de su piel, caliente y lozana, erizada por los roces y la excitación. Ve su pareja al borde del mar del erotismo, con su mano rozando su esfínter invisible para él en ese momento bajo la tela oscura de la tanga, imagina sus dedos tratando de entrar y es ahí cuando sucumbe—ahora de eso me encargo yo.

Lo besa, juega con la lengua y los dientes. Sus manos estrujan y acarician sin perder detalle, le quita la única prenda digna que le cubría de por mayor. Se separa un poco para admirarle completa antes de seguir, reafirmando en su mente el hecho irrefutable de que, es justo con esa persona con la que quiera pasar su vida hasta ser un ancianito sin dientes celoso de la apariencia más joven de Roderich. Se acerca de nuevo, le susurra una petición que tras un momento de titubeo el otro termina por cumplir. Sobre el piano, boca abajo se coloca con las piernas en tocando el suelo y dejando caer su peso y soporte contra su pecho, con el trasero a plena vista y disposición del albino.

--Si te muerdo no te quejes, es tu culpa por provocar al lobo—bromea en tono profundo, como si de verdad fuera una bestia sin consideración.

Pero no pasó nada de lo que Roderich estuvo esperando. Gilbert le dio un beso en la nuca, y otro más abajo, y así siguió hasta bajar cada vez más y fue entonces que Roderich se dio cuenta de sus intenciones.

--Hey, Gil-Gilbert qué crees qué—

--Shhh—le interrumpió y luego le dio una ligera nalgada, izquierda porque él es zurdo—Usted no puede contradecir mis deseos, ¿o sí, señorita mucama?

--No...señor—cierra los ojos con fuerza preparándose mentalmente para lo que venía. En toda us vida sexual había experimentado tal cosa, pudo incluso meterle un flauta pero, algo como aquello ni imaginarlo. Le estaban temblando las piernas.

--¿Qué pasa? No te voy a meter la silla, Rod—bromea, llevándose como respuesta un golpe en la cara con el talón del castaño. Éste de disculpó con sarcasmo y entonces Gilbert se olvidó de la consideración. Sin esperar más fue a dirigir su boca directo entre las nalgas austriacas, jugando con su lengua, sus labios y sus dientes.

¿Dijimos antes que llevaba brackets?

Roderich se queja de tanto en tanto, cuando una de las piezas metálicas llega a rozarle la piel y pellizcarla. Sin embargo también jadea y gime cuando la lengua prusiana lo penetra y juega dentro, cuando lo embiste y da vueltas cuando sale. Aprieta inconscientemente, se abre sin abre cuenta. Todo el cuerpo le vibra y está seguro de que en cualquier momento va a dejar todo salir.

--Hey, hey eso no se vale, todavía no puedes Rod—le canta cuando se da cuenta de la situación. Considera que ya ha jugado lo suficiente, y que al mismo tiempo relajó lo suficiente aquel lugar que esperaba a su amiguito con ahínco. Juró escuchar en algún momento algo así como un jadeo anal...

¿Qué?

--¿Lista, señorita mucama?—pregunta pero no esperaba una respuesta realmente, pues la conocía muy bien. A este punto de la relación, la confianza era tanta que se daban el lujo de no usar protección cuando las cosas no premeditadas. Además a Gilbert siempre le incomodaba.

Ya dentro, guardando la tranquilidad en vano mientras se acostumbraban a la sensación, ambos suspiraron al unísono cuando el momento de moverse llegó. El atípico vaivén que amaban, nada regular y tan melódico para Roderich que nunca se quejaba el sexo. Y de hecho ese era el único momento en el que no lo hacía.

Gibert entraba duro, Roderch casi gritaba. Las teclas del piano estaban vibrando y sonando quedamente al unísono de sus movimientos. Incluso en el momento en que culminaron, el piano hizo un sonido extraño y se recorrió unos centímetros hacia atrás, tal vez por el impulso y la fuerza con la que ambos llegaron al éxtasis.

--Juro que tu piano acaba de gemir—le susurra Gilbert entre jadeos mientras le da vuelta para plantarle un gran y amoroso beso en los labios.

--No arruines el momento Gilbert—y sin embargo le sonríe cómplice pues también lo escuchó—Te amo...

--Yo más, Rod—se quita de encima y lo carga como una damisela hasta el sofá de la sala. Ahí le comienza a besar candente, sin dar tregua a sus cuerpos y con sus manos inquietas buscando los puntos débiles de su pareja, que se limita a gemir y jadear. Aun recuperándose de la primera ronda. Correspondiendo los besos y las caricias, ambos termina acostados, Gilbert sobre Roderich y los juegos manuales, labiales y linguales siguen su curso. En dado momento, el albino se precipita un poco y termina tirando uno de los floreros, para evitar reproches se levanta rápido para recoger el ornato. En ese instante voltea hacia las escaleras y recuerda la misión de esa noche.

--Espera aquí Rod—avisa y va hacia el regalo que dejó en las escaleras de la entrada. Roderich suspira al verse en cuenta de que algo más importante que el sexo había tomado lugar.

"Es el momento de decírselo, ahora que está dopado por el orgasmo" pensó y se sentó firme sobre el sofá mientras veía al otro acercarse cauteloso y con algo entre las manos. Un hermoso violín blanco, descansando en su acojinada caja.

--Sé lo mucho que la música simboliza para nustra relación—comienza a hablar Gilbert—en especial los violines y por eso...--se acercó hasta ofrecerle el instrumento con las manos extendidas con una rigidez admirable. Y es que era cierto. Se conocieron en la orquesta sinfónica de la universidad y habían sido rivales por obtener los máximos halagos por parte del director. Cuando Gilbert se le confesó, fue después de un concierto en Viena. La primera vez que hicieron el amor, fue tras bambalinas en una presentación de las cuatro estaciones. La música los había unido tan profundo, hasta el más mínimo rincón.

Roderich lo tomó aun sin comprender bien las cosas. Aunque de cualquier forma agradecido, saca el violín de su caja y lo examina con ojos maravillado. Como el buen músico que es, revisa cada rincón y cuando llega a la parte trasera superior, se da cuenta de una irregularidad. Gilbert carraspea para llamar su atención, cuando la consigue, con las mejillas rojas y tan brillosas por su blanca piel, se hinca sobre una sola rodilla y le toma la mano a su austriaco, con toda la delicadeza y el cariño que le podía profesar en ese momento.

--¿Quisieras hacer a este hombre, el albino más feliz del mundo?

--Este debe ser un puto sueño—Roderich infringe su propia regla, demasiado sorprendido para poder creerlo. Sus ojos se comenzaron a nublar de lágrimas, sus labios tiritaban de tanta emoción y le gritó a los cuatro vientos—¡Claro que quiero, siempre lo he querido!

Dejó a un lado el violín, con todo el cuidado que las emociones se lo permitieron y fue a encontrarse con los brazos de Gilbert, a horcajadas sobre su cadera y volviendo a los besos.

--Hey, señora Beilschmit—habla Gilbert un tanto cohibido por el uso tan formal de su apellido, aunque ya llevaba varios minutos queriendo decirlo—Estoy excitado otra vez—confiesa y recibe un beso sensual sobre su oreja.

--Yo igual, señor Beilschmit.

"Eres el Do de mi Re

Eres el arco de mi vida

Eres la melodía de mi corazón"




Próximamente, el penúltimo disparo sexualmente cursi que seguro querrán leer~


La fidelidad es una prueba que hasta el hombre mas honrado, fracasa.

Nombre: Tino Väinämöinen.

 Edad: 17 años 

 Tiempo de relación: 3 años 

 Edad de la pareja: 17 años 

 Ocupación: Estudiante y ayudante de pesquero 

 Fetiche: Los saunas 

 Miedo: *indefinido*

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