prólogo
—¿No te preocupan los efectos secundarios, Lisa?
—¿A qué te refieres precisamente?
—A los efectos que puede presentar tu conejillo de indias, por los experimentos que hiciste en él.
—No tengo la más mínima preocupación en eso. Durante las pruebas no mostró ninguna reacción negativa.
—Sabes bien que si algo no muestra efectos secundarios a corto plazo, quiere decir que los habrá a largo plazo.
—Tu preocupación es innecesaria ya que esos experimentos se hicieron hace 15 años. Además, te puedo garantizar que el sujeto de pruebas no mostrará ningún efecto secundario. Ni ahora ni nunca.
Lisa dejó de anotar en su libreta y salió de la sala, dejando a su compañero solo. Él soltó un suspiro en señal de derrota. Conocía muy bien a su compañera, sabía que Lisa nunca admitía sus errores antes de que se mostraran. Solo esperaba que esta vez Lisa no se equivocara en su predicción.
Después de unas horas, salieron del laboratorio. El compañero se ofreció a llevarla a su casa, pero Lisa se negó, despidiéndose de él con un movimiento de mano. Él vio cómo Lisa desaparecía de su vista en medio de la oscura noche. La oscuridad envolvía el campo como una manta, interrumpida solo por el débil resplandor de la luna y las farolas de la banqueta. El viento susurraba entre los árboles, llevando consigo un frío que penetraba hasta los huesos de Lisa mientras caminaba a un ritmo calmado. No tenía prisa por llegar a su casa, ya que no había nadie que la esperara.
A pesar de tener suficiente dinero para comprar su propio carro, prefirió no hacerlo. Según ella, tener un carro implicaba darle tiempo para mantenimiento, y prefería usar ese tiempo en sus proyectos en lugar de en un coche. El silencio de la noche era algo a lo que se había acostumbrado. El caminar sola a casa le permitía refrescar su mente.
Una sensación incómoda la recorrió, un escalofrío bajó por su espalda. Miró de reojo sobre su hombro, pero no vio a nadie. Regresó su mirada al frente y mantuvo su ritmo, pero la sensación de que alguien la observaba seguía presente. Intentó ignorarla, pero no pudo. La idea de comenzar a correr cruzó por su mente.
Antes de que pudiera considerarlo, alguien la sujetó. Esa persona tenía uno de sus brazos enrollado en la cintura de Lisa, mientras que con la otra mano sostenía un pañuelo sobre su nariz. Lisa forcejeó, intentando liberarse del agarre, pero sus esfuerzos fueron inútiles. El sujeto tenía bastante fuerza y la había sujetado en una buena posición.
Al inhalar aquel químico, comenzó a sentir una sensación de vértigo y desorientación. Lisa sabía que el cloroformo no era lo suficientemente potente para dormir a una persona en un corto periodo de tiempo; eso era una mentira de las películas. Había trabajado desde hace mucho tiempo en ese químico para conocer la cantidad necesaria para al menos dejar somnoliento a un adulto, conocía el olor y la sensación del químico al ser inhalado.
El olor que percibía del pañuelo era diferente, tenía una sensación más suave que la obligaba a cerrar los ojos. No era cloroformo, era otra cosa mucho mejor para hacerla dormir, un químico del que desconocía. Su forcejeo comenzó a ralentizarse, sus párpados se sentían pesados y su vista se tornaba borrosa. Después de unos segundos, Lisa dejó de moverse. El sujeto, al notarlo, la levantó, colocándola sobre su hombro. La acomodó bien y se adentró entre los oscuros campos verdes de la calle, alejándose del lugar, no sin antes dejar tirada a la vista una nota que tenía escrito "L".
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