23- El día más feliz... La hora más feliz 1/2
Oí sus leves pasos antes de notar cómo me apartaba el pelo a un lado y me hacía cosquillas en la nuca con los labios. Más rápido de lo que esperaba, me volví, la agarré por la cintura y me puse a la pequeña figura en el regazo.
-¡No vale!- exclamó Kara entre risas.
-Ah, ¿y qué tú me robes un beso sí vale?- pregunté con falsa severidad.
-No me ha parecido que tuviera que robarlo.- replicó Kara- Me parece que lo has entregado muy deprisa, Conquistadora- dijo, acercándose para darme un rápido beso en la mejilla.
El dolor y el sufrimiento del día anterior habían desaparecido entre las dos, sustituidos por una sensación casi vertiginosa de amor primerizo. Kara parecía incluso otra mujer: se comportaba de una forma totalmente distinta, y no comparada con cómo se comportaba cuando la conocí, sino desde el día anterior. Parecía más segura de sí misma y fuerte y sentí que me volvía a enamorar de ella. Me tomaba el pelo con el título de Conquistadora y sentí que el vínculo que había entre nosotras se había solidificado, para que las dos pudiéramos aceptar una cosa así.
-Sabrás que tienes que pagar por robar ese beso- dije, poniéndome en pie y levantándola sin dificultad en mis brazos. Entré en la estancia exterior, pesando en nuestro dormitorio.
-Oh,- ronroneó Kara con tono seductor- ¿y cuál va a ser mi castigo?
Me detuve en medio de la estancia exterior, con la libido humeante convertida en una hoguera ardiente gracias a la vez de Kara. La miré enarcando una ceja y le dirigí una sonrisa traviesa.
-Tendrás que devolverlo- susurré.
Nuestros labios se unieron en un beso que no tenía nada que ver con los que nos habíamos dado hasta entonces. La única manera de describirlo con meras palabras es diciendo que fue poderoso. Ese solo beso no tardó en convertirse en otro y otro, hasta que me empezaron a temblar las rodillas por causa de algo que tenía poco que ver con el peso de la pequeña figura que sostenía en mis brazos. Por desgracia, justo en ese momento se abrió la puerta. No sé quién se llevó la mayor sorpresa, Sylla o nosotras dos. Se había acostumbrado a no entrar en nuestro dormitorio, pero supongo que pensaba que todavía podía entrar en la estancia exterior.
-Ah... eh... perdón, Señora Conquistadora- balbuceó Sylla.
-No pasa nada, Sylla- dije riendo, sujetando aún a Kara en mis brazos.
De repente, mi amante debió de sentirse un poco tonta, cosa que me sorprendió, pero lo atribuí al nuevo concepto que tenía Kara de sí misma. Era una mujer libre y yo iba a tener que empezar a recordarlo.
-Lena, bájame- ordenó Kara y la obedecí de inmediato, ante el asombro de Sylla.
La joven doncella arregló la habitación y trajo las bandejas con nuestro desayuno. Me fijé en que las dos jóvenes estaban cuchicheando muy pegadas la una a la otra. Silla me miró con desconfianza varias veces mientras yo entraba y salía de mi estudio. Lo achaqué al moratón que todavía tenía Kara en la mejilla y que ya estaba desapareciendo. Por fin, vi que Sylla abrazaba a Kara con fuerza y supe que mi joven amante le había comunicado a su amiga su importante noticia.
-Lena... ¿te vas a sentar a comer algo?- preguntó Kara.
Me acerqué y me metí un pedacito de molleja en la boca.
-Tengo que bañarme y arreglarme, hoy se van a dictar el veredicto y la sentencia. Además,- deposité un besito en la coronilla dorada- tú también tienes que arreglarte.
-¿Yo?- preguntó Kara soprendida.
-Sí, ¿no quieres presenciar el acontecimiento?
-Sí, pero yo...
-Será la primera vez que pises la Gran Sala como mujer libre y quiero tenerte a mi lado- respondí sin esperar a que me respondiera.
Kara me sonrió y cuando entré en la sala del baño, oí que las dos mujeres se ponían a discutir animadamente sobre cómo debía vestirse la futura esposa de la Conquistadora para pasar un día en la corte.
No sé cómo describir lo que sentí al entrar en la sala. Normalmente entraba sin más mientras Brainy, el consejero más joven a mi servicio, me anunciaba. Brainy me caía bien. Era un joven honrado, igual que lo había sido su padre, que me sirvió acertadamente como consejero durante muchas estaciones. Repaso los veranos que han transcurrido en este palacio y me doy cuenta de que, a pesar de mis excesos, siempre he tenido un lado amable. Sólo que no hacía acto de presencia muy a menudo. El padre de Brainy fue consejero a mi servicio hasta que durante un invierno una fiebre lo consumió hasta el punto de que no pudo recuperarse. Ahora podía echar un vistazo por el palacio y darme cuenta de que casi la mitad del personal a mi servicio estaba compuesto por personas que había recompensado de un modo u otro. O eso, o sentía que les debía algo a sus padres, aunque así había acabado en esta desastrosa situación con Kassandros, ¿no?
La costumbre era que todos los presentes en la Sala se quedaran de pie hasta que yo me sentaba. En ese día, entré en la estancia con Kara, guiándola con la mano estratégicamente colocada bajo su codo. Quería dejarlo claro: por el modo en que Kara caminaba a mi lado y no detrás de mí, su posición en palacio, además de en mi vida, había cambiado. Había hablado antes con Brainy para dejar escritos los documentos necesarios referentes a la libertad de Kara y también para que colocaran un sillón al lado del mío. Me detuve y le indiqué a Kara que tomara asiento antes que yo, otra señal de que su situación había cambiado. Era un mensaje muy claro para los presentes en la Sala. Les decía que para mí el bienestar de Kara estaba por encima del mío, y por tanto, eso significaba que sólo había una persona aquí que tuviera tanto poder como yo dentro del Imperio.
-Su Majestad Real, la Señora Conquistadora del Imperio Griego- proclamó Brainy con voz sonora- y la dama Kara- añadió por petición mía.
Brainy sonrió ligeramente cuando pasamos a su lado y le guiñé un ojo al joven. Mientras Kara y yo ocupábamos nuestros asientos, oí los murmullos entre el público. En parte se debía a la confusión creada por el título añadido al nombre de Kara y en parte a la indignación por el simple hecho de que estuviera allí. Cogí unos cuantos pergaminos de la mesa colocada junto a mi sillón y fingí repasar la información que había en ellos, mientras que uno de los hombres encargados de presentar este caso ante mí se levantaba, carraspeando.
-¿Tienes algo que preguntar, J'onn?- pregunté, sin levantar la mirada.
-Ah, Señora Conquistadora...
Levanté la mirada y vi que observaba nervioso a Kara. Me di cuenta de que no quería ser él quien lo comentara. J'onn era un hombre bastante decente, pero yo estaba incumpliendo la ley al permitir que una esclava se sentara en la Sala.
-Ah, sí- dije como si acaba de caer en la cuenta. Lo estaba pasando en grande- Braiby, ¿no tienes que leer una proclamación?
-Sí, Señora Conquistadora.- se adelantó y carraspeó, mientras desenrollaba el pergamino- Por orden de su Majestad Real, la Señora Conquistadora del Imperio Griego.- dirigí una mirada avergonzada a Kara mientras que Brainy leía mi título y ella se tapó la sonrisa con una mano- Esta mañana, su Majestad Real decreta que la esclava conocida únicamente como Kara sea liberada de la servidumbre. Como marca la ley, la dama Kara se presentará ante esta corte dentro de siete días para recibir el decreto oficial. Hasta ese momento, a la dama Kara se le otorga la ciudadanía griega temporal con todos los derechos inherentes a ese privilegio.
Kara me miró y la sonrisa de su rostro me calentó el corazón. Sólo veía amor, mezclado con un poquito de sorpresa. Me incliné para susurrarle al oído.
-Dijiste que si lo diría a la gente... ¿era esto lo que tenías pensado?- pregunté con aire inocente.
-No exactamente.- susurró a su vez- Me imaginaba algo un poco más íntimo, pero gracias, Lena.
Esos ojos azules me miraban chispeantes y en el fondo de mi corazón supe que no sería ésta la primera vez que intentaría mover una montaña por mi amante.
Contemplé el mar de rostros que nos miraban a su vez. Algunos sonreían y asentían con aprobación, otros parecían un poco desconcertados y otros, por supuesto, parecían enfadados, temerosos de que el estilo de vida que conocían estuviera a punto de cambiar. En la pared del fondo vi los ojos de un rostro conocido y la gran sonrisa que animaba los rasgos de la mujer mayor. Los ojos de Eliza relucían llenos de lágrimas y la saludé inclinando la cabeza, como gesto de deferencia hacia la mujer que me había enseñado lo que era la amistad mejor que nadie, con la posible excepción de la joven sentada a mi lado.
J'onn se inclinó y retrocedió.
-Señora Conquistadora... Dama Kara- dijo respetuosamente.
-¿Ha alcanzado el consejo un veredicto, J'onn?- pregunté, volviendo al tema que nos había reunido.
-Sí, Señora Conquistadora- contestó.
-Que traigan a los prisioneros ante mí para oír el fallo- ordené sin dirigirme a nadie en concreto.
Trajeron a los seis encadenados. Entraron en fila, rodeados por cuatro guardias, con Kassandros al final de la fila. Por fin, todos me miraron y a Kara se le escapó una exclamación de sorpresa. Cuando la miré rápidamente, la pequeña rubia alargó la mano y me aferró el brazo, clavándome las uñas en la piel.
-¿Kara?- me incliné hacia ella.
Tenía la cara contorsionada de dolor y respiraba apresuradamente, como se notaba por el rápido movimiento de su pecho. Se le pusieron los ojos vidriosos mientras miraba fijamente a los hombres, en especial a Kassandros.
Sólo pude alargar la mano hacia ella y llamarla por su nombre, cosa que ella no parecía notar. Kara se levantó, clavando una mirada asesina en el hombre. De repente, pareció perder el equilibrio y volvió a aferrarse a mi brazo. Me levanté de un salto justo a tiempo de evitar que se estampara contra el suelo. La cogí en brazos y Alexandra abrió la puerta que daba a una cámara lateral. Entré por la puerta abierta, llamando a mi sanador.
-Qué bonito- comentó Kara con tono soñador cuando recuperó el conocimiento.
Me preocupé entonces: la muchacha no parecía coherente y miraba hacia arriba, sin verme, con la vista clavada en el vacío. Yo estaba de pie junto al sofá bajo donde había depositado el cuerpo inerte de Kara, nada más entrar en la estancia. Kuros, mi sanador estaba de rodillas a su lado, y anunció que simplemente se había desmayado y que no veía que le pasara nada más desde el punto de vista físico.
-Kara, ¿estás bien?- pregunté nerviosa.
-Veo estrellas- Kara intentó concentrarse, señalándome.
-Ya te he dicho que no estaba bien, Kuros- regañé a mi sanador. Por los dioses, es asombroso que el hombre siga aguantándome, con lo infantil que me pongo con él.
Se volvió hacia mí y abrió la boca para hablar. De repente, sonrió y señaló por encima de mí.
-Señora Conquistadora... sí que ve estrellas.
Miré hacia arriba, puesto que tanto Kara como Kuros señalaban el techo. Entonces sonreí. Santa Afrodita, esta muchacha iba a acabar conmigo algún día, estoy segura. Me quedé contemplando el cielo nocturno sobre Anfípolis, que le había encargado pintar a un artesano en el techo varias estaciones antes, cuando estaba sumida en uno de mis momentos de mayor melancolía.
Alexandra entró en la estancia y cerró la puerta. Se detuvo cuando nos vio a los tres mirando al techo. Inclinó la cabeza y luego volvió a mirarnos a los tres.
-¿Señora Conquistadora?- preguntó inseguro.
-Oh, no es nada- dije rápidamente, dándome cuenta de que debíamos de parecer una panda de bobos- ¿Kara?
Me arrodillé a su lado cundo Kuros me cedió el sitio y le aparté el pelo que se le metía en los ojos. La besé en los labios y vi que el color regresaba poco a poco a sus mejillas. Su rostro perdió rápidamente el aire soñador del desmayo e intentó incorporarse de golpe-
-¡Oh, Lena!- exclamó.
Kara se aferró a mí y noté que le temblaba el cuerpo. No me parecía miedo, más bien era como si fuera presa de la rabia.
-Calma, calma.- dije, ayudándola a sentarse en el borde del sofá- Por los dioses, Kara, dime qué te pasa- le pedí.
-Yo... ¡Lena, ese hombre!- exclamó Kara. Levanté la mirada con impotencia y Alexandra se encogió de hombros, pues comprendía tan poco como yo a quién se refería Kara.
-Kara, no te entiendo. ¿Qué hombre? ¿Alguien te ha hecho daño?- pregunté despacio.
-El hombre... el que estaba ante mí encadenado... fue ése- balbuceó Kara.
-¿Kassandros? ¿El hombre fornido del final?
-¡Sí! Fue él Lena, jamás olvidaré su cara- se le llenaron los ojos de lágrimas y me puse furiosa por lo que le había hecho Kassandros a Kara para aterrorizarla de tal modo.
-¿Qué te hizo?- pregunté en voz baja, entre dientes, intentando controlarme.
-Fue él.- Kara parecía querer explicarlo, pero no lograba organizar sus ideas de forma comprensible- Lena, fu él quien secuestro a las niñas de mi aldea fuera de Potedaia. Nos raptó y nos vendió en Anfípolis al día siguiente.
A Kara se le desbordaron las lágrimas, que cayeron a chorros por sus mejillas ligeramente pecosas. Levanté la mirada y vi que los hombres que había en la estancia estaban petrificados y boquiabiertos. Nunca le había preguntado a Kara cómo había llegado a ser esclava. Le había preguntado cuánto tiempo llevaba sirviendo y de dónde era y cien cosas más, pero nunca se me había ocurrido preguntarle eso. Sólo había tres formas legales de ser esclavo en mi reino. Podías ser destinado a una vida de esclavitud si eras capturado como parte de botín de guerra, si tenías deudas que no podías pagar o si te vendías como esclavo voluntariamente. Rozando el límite de la ley estaban las personas que vendían a sus propios hijos como esclavos, pero a algunos les costaba romper con las viejas costumbres. Mis cárceles estaban llenas de hombres arrestados por los mismos crímenes que habían cometido Kassandros y sus secuaces. Por mi cabeza pasaron todas estas ideas, pero descubrí que no podía hablar.
-Entonces, ¿no eres esclava?- dijo Brainy, recalcando lo evidente.
-Nunca he sido esclava.- dije, como para convencerme también a mí misma. Miré directamente a esos tristes ojos azules- Kara, ¿por qué no se lo dijiste nunca a nadie?
-Lo intenté, al principio.- lloró aún más mientras relataba sus recuerdos- Me daban palizas por intentar decírselo a la gente, yo era tan pequeña y los hombres tenían maneras de hacerte...- se estremeció visiblemente y la estreché contra mi pecho, acariciándole el pelo mientras hablaba- Conseguían que no lo volvieras a decir.
Reconozco que sentí tantas cosas a la vez que no pude concentrarme en una sola. De repente, cayó sobre mí como una tromba la idea de que me pasado había venido para atormentarme. Todas las antiguas pesadillas, las noches en vela, las personas que habían entrado y salido de mi vida... durante muchas estaciones me torturé por mi pasado. Cuando quise intentar empezar a expiar aunque sólo fuera una mínima parte de mis crímenes pasados, me costó saber por dónde empezar. No tenía concentración ni meta, pero ahora todo había cambiado.
Kara estaba sentada ante mí como un recuerdo vivo de mi pasado. Yo no era la causa de todos los males del mundo, pero desde luego, no había hecho gran cosa como gobernante de Grecia para combatir el mal y la crueldad que existían aquí. Tenía el poder para hacer un gran bien y lo había malgastado todo sin pensar. Ahora tenía una meta y, aunque a algunos les pareciera ínfima, sabía que era un principio. Dedicaría el resto de mi vida a reparar la destrucción de la joven vida de Kara. Mi amor nunca sería excesivo, el tiempo que pasara con ella nunca sería demasiado. Sólo podía rezar a Atenea para que fuera suficiente. En el fondo de mi corazón, sabía que no lo sería ni por asomo, pero lo intentaría igual.
-Kara... ¿por qué no intentaste nunca decírmelo a mí?- pregunté.
La pequeña rubia me miró. Secándose los ojos, miró a los hombres boquiabiertos que la rodeaban.
-Porque era esclava- dijo.
Mi amante había usado esas mismas palabras en una ocasión anterior y me impactaron entonces tanto como ahora. En un mundo donde una persona podía ser dueña de otra, donde la vida de un ser humano se consideraba que valía mucho menos simplemente por el modo en que las Parcas habían tejido el hilo de su vida, las palabras de Kara completaban el cuadro. Se permitía que la injusticia y el trato inhumano florecieran por una sencilla razón: la esclavitud. Eso hacía que me entregara con más fuerza aún al compromiso que iba a hacer realidad en este día.
-Entonces no nos hace falta la proclamación... Kara es una mujer libre, ¿verdad?- dijo Brainy con entusiasmo.
Alexandra y yo nos miramos, sabiendo que las cosas nunca eran tan fáciles.
-Kara,- dijo Alexandra por primera vez- ¿Dónde ocurrió esto?
-Mi padre tenía una granja a bastante distancia de Potedaia. Yo era muy pequeña, pero recuerdo que hacía falta un día entero de viaje para llegar al puerto de Potedaia- contestó Kara.
-Esta granja... ¿es posible que tus padres sigan viviendo allí?- preguntó Alexandra de nuevo.
-Nunca he conseguido volver a la zona de Macedonia para averiguarlo.- replicó llorosa- Unos tratantes persas me compraron en Abdera y pasaron tres estaciones más hasta que me vendieron a un amo griego.
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