15- Secreto
Me apoyé en la pared de piedra del pasillo, escuchando su risa tras la puerta de madera que tenía enfrente. Podría haberlo dejado pasar, pero había adivinado sin dificultad el secreto que guardaba Kara y aunque estaba implicado un amigo de confianza, no quería que nadie de mi palacio pensara que podía librarse por completo de mi atención. De modo que espere pacientemente fuera de los aposentos de Samantha, aguardando el momento oportuno.
Las hijas de Samantha se estaban convirtiendo en las mascotas de palacio, sin duda alguna. Creo que los niños siempre han sido mi debilidad... Bueno, y también las rubias menudas, pensé con una sonrisa. Con el paso de los años, había permitido que los niños se tomaran unas libertades en mi presencia que a pocas personas había concedido jamás. Me reí por lo bajo al recordar lo que había ocurrido esa misma mañana.
Después de dejar a Kara en mis habitaciones, me dirigí a la gran sala pública de palacio. Había llegado a detestar este sitio y me había jurado que esta estación iba a esforzarme más para cambiar su aspecto. Se trata de la gran sala donde el público se reúne para verme tomar decisiones sobre los asuntos del reino. La única razón auténtica por la que detesto esa sala es porque fue decorada en una época en que estaba bastante pagada de mí misma. Todo estaba dispuesto para darme el aire de una soberana poderosa. Tras veintitantas estaciones como Conquistadora, había aprendido que las apariencias son lo último que hace poderoso a un gobernante. Ah, ¿por qué estas lecciones sólo se aprenden con la edad?
La sala contaba con una tarima, sobre la cual se alzaba un trono muy historiado. En estaciones anteriores, me gustaba la imagen que aquello creaba. Sin embargo, al cumplir los cuarentas, hice que se llevaran esa monstruosidad de trono y la quemaran. Ordené que instalaran una de las butacas más cómodas de mis aposentos privados, lejos de la tarima, debo añadir, y concedía audiencias desde allí. Era más informal y menos amenazador para los campesinos sin educación que a menudo recorrían grandes distancias para presentarme una petición. Actualmente, no era inusual ver niños corriendo por la sala o escondidos tras la faldas de sus madres. Tal vez por eso las dos niñas de Samantha escaparon tan fácilmente a la atención de los guardias.
Demetri, mi administrador, a quien últimamente tenía muy vigilado, no paraba de hablar con tono monocorde sobre una petición relacionada con un grupo de esclavos que se habían amotinado a bordo de un barco que viajaba de Anfípolis a Corinto. Algunas personas aseguraban que algunos de esos esclavos eran ciudadanos libres capturados ilegalmente. Como sabía que Demetri estaba implicado aquí en Corinto con los tratantes ilegales, no me sorprendió que fuera él, el portavoz de los dueños del barco de mi ciudad natal.
A mi administrador se le desorbitaron de repente los ojos y perdí el hilo de mis reflexiones sobre por qué había declarado ilegal matar a idiotas como éste. Me parecía que así se resolverían muchísimos problemas. Bajé la mirada, sorprendida al ver a las dos niñas de Samantha pegadas a mis rodillas, sonriendo de oreja a oreja y tirándome de las perneras del pantalón.
Se hizo un largo y profundo silencio en toda la gran sala y vi que algunos esperaban atemorizados para ver qué iba a hacer a continuación. Mi temperamento todavía me precedía y, en justicia, la mayor parte del público no había tenido oportunidad de ver cómo había cambiado en las últimas estaciones. Al mirar a estas preciosas niñas, sin embargo, ni se me pasó por la cabeza regañarlas. Sus sonrisas confiadas eran tan balsámicas para el alma de esta vieja guerrera como las que recibía de Kara.
- Te conocemos- dijo la niña mayor, con una sonrisa radiante.
Detuve con un gesto al guardia que había corrido a intervenir y me subí a las niñas al regazo. Pobre Dementri, la cara que se le puso cuando le dije que continuara, no tuvo precio. Estaba tan distraído por las niñas, que se agitaban, reían y lo señalaban, que empezó a tartamudear. Por mi parte, debo confesar que estaba sorprendida por mi propia reacción. Recuerdo claramente el terror absoluto que había sentido la primera vez ante la idea de estar cerca de estos tesoritos. Ahora, no sólo no tenía miedo, sino que apenas me daba cuenta de que una niña me tiraba suavemente del pelo y la otra jugaba con los cordones de mi camisa. Entretanto, escuchaba atentamente la monótona diatriba de Demetri sobre la esclavitud y la ley de Grecia.
Una de las niñas se puso a clavarme el dedo en las costillas y dio con un punto donde tenía muchas cosquillas, lo cual me hizo soltar una carcajada, que disimulé fingiendo carraspear. Agarré las manos que me atacaban, pero ahora aquello era un juego para la niña. Dándome cuenta rápidamente de que empezaba a tener un aspecto muy poco regio en mi actual situación, di por concluida la sesión de la mañana.
- Libera a los esclavos y devuelve el barco a sus dueños- interrumpí.
- Señora Conquistadora, sin duda...
- ¿Qué parte de mi orden no te ha quedado clara?- le pregunté a Demetri, levantándome de la butaca y haciéndole un gesto a las niñas para que se quedaran dónde estaban. Las dos se callaron al instante y se quedaron sentadas obedientemente en la butaca que yo acababa de dejar.
- Pero son esclavos, Señora Conquistadora... y los dueños del barco...
- El tema de su esclavitud parece estar en entredicho.- dije bruscamente, avanzando hasta plantarme delante del hombre. Reconozco que siempre disfruto haciendo estas cosas. Era casi una cabeza más alta que cualquiera de los hombres de mi corte y de vez en cuando, la intimidación física era lo único que comprendían hombres como éste- Libera a todos y cada uno de los esclavos y dales diez talentos de plata del tesoro de palacio. Devuelve el barco a sus dueños y se acabó.
- Pero, Señora Conquistadora, sin duda los dueños del barco merecen una compensación- dijo Demetri con tono quejumbroso.
Ya me había dado la vuelta para marcharme, pero volví a colocarme delante de él, para amedrentarlo, y befé con tono grave:
- Su compensación es que les devuelvo el barco sin apropiarme de él. Además de que no voy a enviar a una unidad de soldados para arrestarlos a todos por comercio ilegal de esclavos. Hemos terminado. Escucharé más peticiones esta tarde- dije, dándome la vuelta.
Volví con las niñas, las cogí rápidamente en brazos y me las llevé de la gran sala. Sus risas se oían por los pasillos y gocé muchísimo con las miradas de asombro que iba recibiendo.
- Hola, Alexandra- sonreí al ver la cara de sorpresa total de mi capitana cuando cerró la puerta de las habitaciones de Samantha.
- Señora Conquistadora- inclinó la cabeza, con una fugaz sonrisa preocupada- ¿Así que tu Kara te lo ha acabado diciendo?
- ¿Kara?- pregunté sorprendida, para proteger a mi joven esclava- No, la verdad. Verás, es que no paraba de preguntarme por qué fuiste el primero en aparecer esa noche en que le pegué una paliza a aquel joven teniente. Empecé a atar cabos y me di cuenta de que tendrías que haber estado aquí por alguna razón. No es propio de ti recorrer los pasillos de palacio sin un motivo. Entonces caí en la cuenta de que, efectivamente, podías tener un propósito... aquí, en las habitaciones que están debajo de las mías.
- En ningún caso pretendía faltar el respeto a la señora Samantha ni a ti, Señora Conquistadora- dejo Alexandra secamente. Me di cuenta de que se estaba preguntando si se había metido de verdad en un lío o no.
Me aparté de la pared donde había estado apoyada. Pegándole una palmada al soldado en la espalda, me eché a reír.
- Vamos, amiga mía. Vamos a beber algo, ¿te parece?- dije y guié a Alexandra escaleras arriba hacia mi propio estudio.
- Bueno, ¿y cuándo empezó todo esto?- le pregunté a Alexandra, mientras servía unas copiosas copas de oporto.
Alexandra meneó la cabeza y me identifiqué totalmente con su expresión. Su cara me decía que también ella se hacía la misma pregunta.
- Fui allí para acompañar a Petra después de enseñarle la zona de los mensajeros aquel primer día. La vi, tan pequeña y débil, y... bueno, no sé ni cómo explicar lo que sentí.
Crucé la habitación, le pasé a la capitana una de las pesadas copas de plata y me quedé allí plantada mientras reflexionaba sobre su respuesta. Si, comprendía perfectamente sus sentimientos. Al parecer, yo misma había caído víctima de la misma dolencia mientras me alojaba en un castillo de Ambracia, cuando me quedé mirando a una pequeña esclava con los pies descalzos. Sacudí físicamente la cabeza para regresar al presente.
- Bueno, querida capitana,- empecé- en vista de que Samantha vive aquí bajo mi protección, considero mi deber asegurarme de que su reputación no se ve mancillada. ¿Qué intenciones tienes hacia esa mujer?- pregunté, pero cuando vi que Alexandra empezaba a irritarse, me di cuenta de que no había captado la broma.
- No he hecho nada que pueda poner el honor de la mujer en entredicho, Señora Conquistadora- dijo entre diente, levantándose de la silla.
- Calma, amiga mía- le puse una mano en el hombro y la empujé de nuevo a la silla- Lo decía en broma, Alexandra- sonreí a la mujer.
La capitana sonrió entonces, meneando la cabeza. Por fin, un silencio pesado flotó entre las dos y cuando la miré, ella tenía la vista clavada en mí.
- Has cambiado mucho, Señora Conquistadora.
- ¿Para bien o para mal?- respondí riendo levemente.
- Es para bien... para mucho bien. Cuando te conocí, fue tu habilidad como guerrera lo que me llevó a luchar a tu lado. Tras casi veinte estaciones, he sido testigo de lo mejor y lo peor de ti, pero siempre he estado dispuesta a morir con una espada en la mano por tus ideales. Estaba presente en la época en que la gente te llamaba Leona y siempre he creído en ti y en las razones por las que luchabas para que Grecia siguiera siendo nuestra. No tengo inconveniente en pedir ayuda y he rezado a Atenea, en más de una ocasión, para que volvieras a los ideales de la Leona. Me alegro de saber que los dioses aún escuchaban las oraciones de una vieja soldado- terminó y me volví hacia la ventana parpadeando para controlar las repentinas lágrimas.
- No estoy orgullosa de la mayor parte de mi vida, Alexandra- contesté.
- No voy a intentar decirte que presentarte ante Hades vaya a ser fácil para ti, cuando llegue el momento. Me gustaría que supieras que en el curso de todo ello, te has ganado mi respeto como guerrera. En las últimas estaciones, te he visto adquirir un conocimiento de ti misma que todos agradecemos. Siempre me he sentido orgulloso de llamarte Señora Conquistadora, pero desde hace poco me alegro de llamarte también amiga.
- Gracias Alexandra. Ese nombre me honra más que cualquier otro.- contesté, todavía de espaldas a ella- Dime pues, amiga, ¿qué sientes por esta joven, por Samantha?- pregunté, cambiando de tema.
- Pues... bueno, supongo que la quiero- respondió Alexandra algo cohibida. La comprendí, ¿pero a quién más iba a preguntarle una cosa así?
- ¿Y ella siente lo mismo por ti?
- Eso creo, Señora Conquistadora. La verdad es que nunca nos lo hemos dicho, pero... bueno, ya sabes cómo es... es como una sensación.
Quise decirle a Alexandra que no sabía cómo era, que por eso estaba aquí plantada, sin duda con aspecto de idiota, preguntándole a una soldado cosas sobre el amor. Lo último que me hacía falta o quería era quedar como una imbécil. Me pregunté si valía la pena intentar dilucidar qué era lo que lo que sentía por mi joven esclava. No era posible que una bella joven se fuera a enamorar de la Conquistadora del mundo conocido, ¿verdad? Además, lo que yo sentía por Kara no era amor, ¿verdad? Sólo habría una forma de averiguarlo. Tenía que decidir si una relación con Kara, por ridículo que sonara, merecía la pasar por una leve humillación.
Me volví y coloqué una silla pequeña delante de la mujer sentada. Le di la vuelta y me puse a horcajadas en el asiento, apoyando los brazos en el respaldo de la silla, delante de mí. Abrí la boca para hablar, antes de acobardarme y salir huyendo.
- Alexandra, ¿cómo lo sabes?
- ¿Saber qué, Señora Conquistadora?
- Si lo que sientes... si lo que ella siente... o sea, ¿si es de verdad amor?- ya era tarde para retroceder, la pregunta había quedado planteada, y por ello lo miré con firme determinación, con la esperanza de que fuera lo bastante listo para no obligarme a darle explicaciones.
Por fin, la luz de la comprensión iluminó sus ojos avellana y asintió con la cabeza, al tiempo en que sus labios esbozaban una leve sonrisa de entendimiento.
- Ya veo.- dijo por fin. La importancia de las personas implicadas había acabado por hacer mella en ella- No es muy fácil de explicar, es por lo que siento cuando estoy con ella, pero más que eso, es por lo que siento cuando no está a mi lado. Si está lejos de mí, me preocupo por ella, y cuando está conmigo, me preocupa hacer algo estúpido delante de ella. Es por la especie de dolor que siento esperando todo el día para verla y entonces, en el instante en que estoy con ella, el dolor continua porque sé que dentro de poco tendré que dejarla. Es por saber que todo lo que dice o hace me resulta fascinante. Es porque tengo que recordarme a mí misma que debo respirar cuando me sonríe. Sobre todo,- Alexandra tomó aliento por fin y advertí que sus ojos adoptaban una expresión tierna al hablar de Samantha- es por saber que seguramente quedaré como una cretina absoluta, delante de ella, pero que no se dará cuenta y, si se da cuenta, puedes estar segura de que no le dará importancia. Ya sé que nada de esto es muy concreto, pero el único modo en que puedo expresarlo es que ella me completa.
Justo cuando terminaba de expresarse de una forma que no era para nada propia de un soldado endurecido por el combate, oí chillidos seguidos de carcajadas que llegaban de fuera. Me levanté, fui al balcón que daba a mis jardines y me quedé mirando mientras Kara le tapaba las piernas a Samantha con una manta pequeña, pues la mujer ligeramente mayor estaba sentada en uno de los bancos de piedra. La joven esclava se volvió entonces y se lanzó sobre una de las niñas, la levantó en volandas y se puso a dar vueltas, acompañada de las carcajadas de deleite de la pequeñina.
Ésta era la más pequeña, la que siempre se las arreglaba para encontrarme, como hizo una vez más. Cuando señaló con un dedo regordete hacia al balcón abierto, Kara alzó los ojos y se encontró con los mío. Sonrió y me descubrí, tal y como había predicho Alexandra, recordándome a mí misma que debía respirar. La niña me saludó agitando la mano alegremente y no pude evitar agitar los dedos para saludar a mi vez y entonces me detuve en seco y miré a mi alrededor, cohibida, para ver si había alguien mirando. Carraspeé e intenté parecer severa una vez más, pero creo que las mujeres de debajo comprendieron que era todo fachada.
Kara besó una mejilla regordeta y la niña se soltó de sus brazos y se adentró corriendo por el laberinto de senderos de piedra que serpenteaban por el bello jardín. No sé si esas flores habían oído risas alguna vez antes de ahora, y menos la risa de un niño. Nunca se permitía a nadie la entrada a mis jardines privados, pero dado que Kara tenía libertad para moverse por toda la zona, los guardias sabían que no les convenía negarles el paso a ella y a sus nuevas amigas.
En cuanto la pequeña rubia soltó a la risueña niña, Kara levantó la cabeza para mirarme de nuevo. Con esa sola mirada, todo lo que Alexandra acababa de decir cobró sentido completo.
¿Es eso lo que siento, pequeña? ¿Es por eso por lo que me preocupo cuando no estás conmigo y me siento cautivada por tu encanto inocente e involuntario? ¿Es cierto? ¿Estoy sintiendo algo que Lena la Conquistadora pensaba que nunca seria para ella?
El contacto de nuestros ojos no duró más que unos segundos, pero para mí fue como una eternidad. Al contemplar esos ojos en los que siempre parecía haber algo más que lo que el resto del mundo veía, reconocí la verdad. Kara, tú me completas.
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