13 de agosto del 2009

Mis brazos abrazan firmemente a Sr. Zanahorias, un conejo de peluche de color gris que me regalo mamá, es el único que juega conmigo, estoy muy aburrida porque ya jugamos a la fiesta del té, también a las escondidas, aunque él no sea muy bueno, también hicimos dibujos, yo dibuje a nuestra familia, y él una gran torta de chocolate, odia las zanahorias a pesar de ser un conejo.

Normalmente mamá juega con nosotros, pero ella se fue a visitar a una amiga y dijo que volvería en unos días, mis hermanos casi nunca están en casa, además hoy es el día libre de Juana, mi niñera, ella dijo que papá me cuidaría hoy, pero solo lo vi en el desayuno, supongo que se olvidó de que me tenía que cuidar.

Pero no hay problema ya que mientras no salga afuera todo estará bien, solo tengo que esperar a que alguien regrese para que juegue conmigo y el Sr. Zanahorias.

Salgo de mi cuarto de juegos, y camino por los largos pasillos de color blanco, me detengo cuando las escaleras, me acerco con sigilo a ver si hay alguien, no hay nadie.

Agarró el barandal para no caerme, mientras, bajo las escaleras despacio porque mis piernas son demasiado pequeñas, cuando llego a la planta baja, voy hacia la cocina para tomar un jugo, Juana siempre me deja un jugo abajo de los estantes para que pueda alcanzarlos.

El ruido de algo deslizándose resuena en toda la casa, me acercó a la puerta de la cocina, no hay nadie, caminó hacia un pasillo que me lleva al recibidor, hay algo.

Sonidos de gritos resonaron por toda la casa esa noche.

Sonidos de latigazos se escucharon esa noche.

Llantos incesantes de oyeron esa noche.

Pero él no se detuvo, él siguió con su tortura y muy lejos de sentir remordimientos, aquello le causo placer, sintió el éxtasis de ver la cara de agonía de su víctima, esos dulces ojos marrones que por mucho tiempo había añorado verlos llorar, hoy por fin pudo hacer uno de sus sueños realidad, tuvo que esperar mucho, pero cada segundo valió la pena, no solo por haber cumplido sus sueños, sino también por la felicidad de saber de qué uno de sus rivales se sentirá miserable y culpable por aquello.

Para cuando todos en la casa volvieron, encontraron aquella escena, los muebles todos movidos, pedazos de los que habían sido unos jarrones de cristal, los cuadros que hasta esa mañana estaban colgados, ahora estaban tirados en el piso.

Luego vieron un charco de sangre, todas las alarmas se prendieron en ellos, se miraron a las caras, todos las tenían pálidas, ninguno dijo nada, pero en todos resonaba la misma pregunta, ¿De quién era la sangre?, casi al instante, se dieron cuenta que en aquel recibidor faltaba una persona.

Empezaron a gritar su nombre, no hubo respuesta, todos se dispersaron en la casa para buscarla, buscaron en el patio, no estaba, buscaron en la casa del árbol, no estaba, buscaron en su cuarto, no estaba, buscaron en el sótano, no estaba, buscaron en el cuarto de juegos, había algo, pero no era ella, sino un pequeño peluche de conejo de color gris.

Rastros de gotas de sangre que llevaban a un castillo pintado en una de sus paredes, era una habitación de pánico, los niños estaban rezando para que ella estuviera ahí dentro, su padre estaba poniendo su huella en la pequeña rendija que estaba oculta en una de las flores pintadas.

Las manos le temblaban al momento de deslizar la puerta, todo estaba oscuro, toco las paredes en busca del interruptor que encienda las luces, cuando se encendieron, la vieron ahí estaba ella en medio de aquel cuarto.

Los tres se acercaron rápidamente a ella, su padre la tomo en los brazos, estaba desmayada, llamaron a una ambulancia, vieron su vestido un poco desgarrado, los cortes en sus brazos no eran profundos, los tres se pusieron a llorar mientras la llamaban.

Mientras la acompañaban en la ambulancia de camino al hospital, cada uno le hizo una promesa a la pequeña niña de seis años que estaba en una camilla respirando a través de una máscara de oxígeno.
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