
Capítulo VIII
Después de la charla que cada príncipe había tenido con cada uno de sus padres, nuevamente al reencontrarse comentaron lo que cada uno sentía que estaba pasando. No obstante, un tema nuevo también salió a flote.
—Mi padre tiene sospechas de que ando contigo, Leo —dijo Wilfredo tomando las garras del león— Y no quiero que nunca me separe de ti.
—Yo tampoco quiero eso, Wil —dijo el león acariciando las manos del lobo— Pero nuestros padres nos autocuestionan por la decisión que hemos tomado de descubrir el entorno que nos rodea por nuestra propia cuenta.
—Eso es verdad, además quiero plantearte algo que quizás consideres arriesgado pero es vital para que este odio absurdo no se siga dando en nuestros territorios —dijo Wilfredo con gran preocupación.
—¿Qué idea tienes acerca de esto? —preguntó el león esperando la respuesta de su amigo.
—Iré al grano, Leo. A ti te han contado una versión distinta de la que yo he escuchado sobre la guerra que hubo entre Leonyx y Lycax. Nuestros antepasados se han odiado por un hecho que a ciencia cierta nadie sabe cómo sucedió y que deberíamos investigar nosotros mismos —respondió el lobo con determinación.
Leonardo se echó a reír con tal proposición pero luego su semblante cambió de tonalidad al observar que lo que su amigo proponía era algo muy enserio.
—Wil, debe ser una broma. Los que gobernaron estos territorios en aquel entonces eran nuestros antepasados, es muy complejo que ahora con tantos años que han pasado podamos descubrir algo.
—¿Quién quita que en esa aventura descubramos el origen de aquella guerra que cobró la vida de muchos lobos y leones? —dijo el lobo con seriedad en sus palabras— No está de más que nosotros vivamos una aventura descubriendo la historia de Lycax y de Leonyx.
—Pero... Podría ser peligroso, Wil... —dijo Leonardo algo preocupado y con mucho temor sobre tener que salir de su territorio para ir tras una aventura que le causaba mucha incertidumbre, con una idea tan absurda como esa y sin un rumbo fijo— Nosotros nunca hemos ido de viaje así, solos. Podría pasarnos algo.
—Se que pensarás que es una idea absurda, Leo. Pero, tanto tu padre cómo el mío nunca se dieron a la tarea de ver más allá de simples relatos de oratoria. Nosotros podemos descubrir mucho más allá de lo que ellos saben si nos lo proponemos.
Leonardo miró fijamente los ojos de Wilfredo y asintiendo con la cabeza decidido a todo, estrechó sus manos y se decidió a seguir la aventura que el lobo estaba proponiendo. Era algo arriesgado, así que ambos fueron a sus respectivos castillos para comentar la idea a los reyes de cada lugar, sus padres en efecto. Sin embargo, la negativa de cada uno fue inminente.
—¡Yo no voy a exponer a mi único hijo ante semejante petición! —exclamó el rey Horacio muy exaltado manoteando.
—Pero... Padre... Es mi oportunidad de probarte que puedo ser de gran utilidad —le comentó el príncipe.
—¡No, hijo! No voy a exponer a lo que me queda en este mundo. ¿Y sí te secuestran o matan? ¡No! ¡De ninguna manera!
Entretanto, el rey Sebastián estaba aún más exaltado por la proposición que le había hecho su hijo. Pensaba que él estaba muy equivocado con sus ideas e intentaba convencerlo de ello.
—¡¿Qué?! —exclamó el soberano reciamente— ¿Es que acaso quieres morir a manos de los enemigos o no eres feliz aquí? —le preguntó después bastante serio.
—Padre, ya soy mayor y puedo cuidarme solo.
—Olvídalo, no puedes ir por ahí pensando que las aventuras son simples. Los alrededores más allá del reino están llenos de peligros y no deseo que te expongas a ellos. No, no quiero que vayas a ningún lado y olvídate de esa absurda aventura.
—Padre... Por favor...
—Es una orden y también una promesa.
Haber confesado los planes que cada uno tenía de vivir una aventura juntos para descubrir lo que sucedió hace tiempo en los dos reinos no fue aceptada por los reyes, así que no les quedó más remedio que aceptar lo que cada uno les impuso. Sin embargo, no iban a desistir tan fácilmente de tal idea y clandestinamente salieron de sus castillos a la medianoche para experimentar tal aventura.
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