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Capítulo 1: ¿Puedes verme?


Mis párpados pesados, mi cabeza dolorida, mis oídos molestos por un fuerte pitido y mis manos temblorosas, fue lo que sentí cuando noté de vuelta la luz. Despegué lentamente mi cabeza del volante, tocando mi frente donde venía mi dolor. Mis manos estaban manchadas de sangre, pues es lo que pude ver, me miré en el retrovisor y sequé la sangre que molestaba en mi rostro.

Como si nada volví a arrancar el coche, no sin antes masajear un poco mi cuello. Una vez tuve el motor encendido seguí mi camino. Conducía lentamente, pues con el golpe que me había llevado no veía muy bien, la vista se me nublaba y mis sentidos se entretenían con mi dolor.

Llegué hasta la calle donde daba a mi apartamento, aparqué como pude, tampoco me costó mucho ya que había bastante hueco, creo que hasta cogí dos pero tampoco es que me importara. Salí del coche quejándome. En estos casos uno va al hospital, pero yo y los hospitales no nos llevábamos muy bien, no había sitio que odiara más pisar.

Tras varios intentos de introducir la llave en la cerradura, entré, tirando al suelo las llaves y la chaqueta que me quité. Caminé mareado hasta mi cama donde me dejé caer y volví a perder el conocimiento.


[...]

Los rayos del sol se colaban por las finas cortinas de mi habitación, haciéndome despertar malhumorado. Como cada día, odiaba despertar y mucho más que lo hicieran. Por suerte no vivía con nadie que pudiera provocar eso. Me quedé mirando mi almohada, la cual estaba manchada de sangre. Fue entonces cuando recordé lo sucedido.

— Agh..., no más mezclas de alcohol y drogas cuando deba coger el coche —me reproché a mí mismo, terminando de levantar mi pesado cuerpo y dirigirme hasta el baño, donde me di una buena ducha y quité todo rastro de sangre seca.

Vestido con un pantalón deportivo y una sudadera sin nada debajo, sequé mi cabello mientras iba hasta la cocina y me servía un poco de café. Colgué la pequeña toalla al cuello y me senté en el sofá con mi taza en mano.

Con la televisión de fondo, ojeé las cartas que había recogido el día anterior. La mayoría eran facturas o publicidad. Rompí todas las de publicidad, quedándome con las facturas, las cuales miré una por una.

— Otro mes hasta el cuello —las tiré todas en la mesa, algunas se cayeron pero ni me molesté en recogerlas.

La puerta sonó y después de dejar mi taza en la pequeña mesa central, fui hasta ella, abriéndola y viendo a mi casero de brazos cruzados.

— ¿No es muy pronto para venir a darme el aviso? —le dije, con un tono poco correcto, pero que solía usar con él.

— Siempre me haces esperar más de la cuenta, incluso se te llega a acumular con el siguiente mes, es por eso que he decidido ir avisándote con antelación —el hombre, mucho más bajo que yo y el cual sólo se le veía bigote, tenía el rostro arrugado e irritado a causa de mi persona. Me había señalado con el dedo mientras me decía cada palabra, y aunque odiara que hicieran eso no podía darle una buena hostia.

— Sí, sí, le pagaré en cuanto cobre.

— Eso espero, porque estoy harto de venir a llamarte la atención. Sé un poco más responsable.

— Es una buena idea —le dije, dándole largas para dejar de verle ese asqueroso rostro que tanto asco me daba—. Ahora debo cerrar, tengo que irme a trabajar.

— Recuerda que estaré esperando, Kim NamJoon —fue lo que escuché justo antes de cerrarle la puerta en las narices.

— Jodido gordo pesado —recogí las llaves y chaqueta que tiré anoche mientras me descargaba contra mi casero.

Me vestí con un pantalón negro, mi camisa blanca y mis zapatos negros. ¿El porqué así cuando no iba con mi imagen?, pues porque trabaja de camarero en una cafetería. O bueno, lo intentaba, ya que si no estaba rompiendo cosas estaba peleándome con la clientela. Llevaba unos tres meses en este trabajo y hasta el momento fue en el cual más había durado. Era, lo que se viene siendo a decirse, un desastre de persona.

A las 07:05 de la mañana ya me encontraba en la calle. Hoy me tocaba abrir a mí por lo que tenía que estar allí a y media. Me acerqué hasta el coche, el cual estaba horriblemente aparcado, eché un vistazo al capó y vi que estaba un poco hundido.

"Genial"

Ignorando el estado de mi coche, me subí a él, arrancándolo y conduciendo hasta mi trabajo. Aparqué unas calles atrás del local, no muy lejos, y anduve el camino que faltaba.

"Las 07:28, justo a tiempo, para que luego se quejen de mí"

Preparé todo el local para su apertura, me coloqué el delantal y dejé abierta las puertas.

Las mañanas solían ser tranquilas, al menos hasta las 09:00 o 10:00, donde llevaban los clientes que trabajaban por los alrededores a desayunar, pero tan rápidos llegaban se iban nada más terminar.

— ¡Buenos días! —elevé mi cabeza al oír su voz.

— Buenos días —saludé a mi compañero.

Él, y otro más, eran mis compañeros de trabajo, pero el otro tenía turno de tarde, y  lo agradecía, HoSeok, el chico que entraba a trabajar más tarde solía ser muy ruidoso y me ponía bastante nervioso, aunque te hacía las horas más divertidas y ligeras, pero aún así no lo cambiaría por mi compañero que compartía casi el mismo horario que yo, JungKook.

Era un chico muy joven aún y que trabajaba para pagarse la universidad. Su rostro angelical podría engañar a cualquiera pero lo cierto es que había cumplido hace poco los 20 años.

— ¡Hyung!, no te vas a creer lo que pasó ayer —me dijo, mientras se colocaba el delantal y se acercaba hasta mí—. HoSeok hyung me la jugó ayer. Era su turno y no apareció, tuve que estar esperándolo como una hora hasta que me mandó un mensaje diciendo si podía hacerle su turno..., ¿te lo puedes creer? —dejó caer su cabeza en la barra.

— Luego le diré algunas cosas —le revolví el cabello y él me sonrió.

— Gracias.

HoSeok era el encargado de la cafetería ya que llevaba trabajando aquí unos cinco años, pero no por eso debía de aprovecharse. Solía hacerlo con JungKook, ya que el pobre derrocha inocencia, y además éste le costaba la misma vida negarse. Conmigo era diferente, desde que entré a trabajar aquí jamás hizo un intento de jugármela.

"Ni le convenía hacerlo"

— Oh, ¿qué te ha pasado? —me señaló en la frente.

— Nada, un golpe.

— Bastante feo —salió corriendo hasta la mochila que solía traer y sacó unas tiritas—. Te pondré una.

— No hace falta.

— Hyung, eso tiene muy mala pinta, déjame hacerlo —sabía que insistiría e insistiría y no ganaría nada, sólo un aumento de dolor de cabeza.

— Está bien —con toda la delicadeza del mundo, me la puso, sintiéndose bien consigo mismo por haberme ayudado en algo.

"Amabilidad es algo que le sobra a este chico"

Estuvimos atendiendo los clientes conforme iban llegando. La mañana se hizo algo lenta ya que entraban pocos clientes, bueno, a excepción de los trabajadores que tenían sus empleos cerca de aquí.

— Hyung —me llamó el pelinegro que estaba sentado en un taburete con los codos apoyados en la barra.

— ¿Sí?

— Si un chico se pone pesado y acosa a otro..., ¿qué hay que hacer para que deje de hacerlo? —lo miré extrañado, dejando de lavar los vasos.

— ¿Alguien te está molestando?

— ¡No! No es a mí.

"Que mal miente"

— Pues... decírselo, supongo. Hablarle claro.

— ¿Y si no deja de hacerlo?

— JungKook..., si hay alguien que te esté molestando sólo dím-... —el sonido de unas pisadas me interrumpió, miré hacia la puerta viendo a un chico que entró mirando a su alrededor y que sin decir o hacer nada más volvió a irse.

— ¿Hyung? —la mano de JungKook se agitaba frente a mí.

— ¿Hmm?

— ¿Qué te pasó?

— Ah, nada creí que era un cliente —volví a abrir el grifo para seguir con los vasos.

— ¿Cliente? —giró su cabeza hasta la puerta, confundido y sin entender nada.


[...]

Horas después llegó a su fin mi horario, me despedí de JungKook y HoSeok, éste último había llegado hace un par de horas. Estaba bastante cansado, por lo que llegaría directo a dormir, aún me dolía un poco la cabeza.

Me paré en un semáforo que estaba en rojo para los peatones hasta que de pronto vi a un chico cruzarlo.

"Pero, ¿qué hace?"

"¿Está loco?"

Lo llamé pero no me escuchó, fue entonces cuando di algunos pasos rápidos para detenerlo pero una mano me lo impidió. Miré al causante y era un hombre que me miraba entre asustado y confundido.

— ¡¿Pero qué haces chico?! ¿Quieres matarte?

— ¿Qué?, ¡no!, es que el chico de allí... —señalé por donde había pasado aquel chico, pero ya no estaba, ni rastro de él.

— Esta juventud de hoy en día... ¡Chico, deja los porros! —exclamó, dando un leve golpe en mi hombro y cruzando la calle, pues el semáforo ya estaba en verde.

Crucé también, mirando en todas direcciones, sabía que no era imaginación mía, lo había visto y no me había fumado ningún porro, de eso estaba seguro, así que no pudo ser ninguna alucinación.

Algo lejos vi una espalda reconocible y cuando en mi mente llegó la imagen del chico cruzando, caí en cuenta que se trataba del mismo. Ccorrí hasta él y lo giré bruscamente.

— ¿Eres gilipollas? ¿Acaso querías matarte?

El chico me miraba asombrado y me percaté de que fue el mismo que había entrado esta mañana en la cafetería. Quise decir algo más pero tras darme cuenta de la situación a mi alrededor, vi que las personas me miraban entre asustados y sorprendidos.

"¿Qué cojones?"

"¿Tengo monos en la cara?"

— ¿Puedes verme? —la suave voz del chico se llevó toda mi atención, dejando mis ojos fijos en él, intentado entender su extraña pregunta y descifrar qué significaba su cara de asombro.

— ¿Eh?

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