Capítulo 14.3: Usame
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En la soledad de mi cuarto de adolescente, sobre la cama llena de almohadas que ni veo ni siento, mi mente se lanza a sus costillas con los dedos rozando la prenda delicada del avatar y amenazando con bajarla, besando, lamiendo, mientras rozo con mis dedos la cintura de esa prenda íntima. Paseo por su vientre, su ombligo y lentamente la imagen del estómago plano de Canela se confunde con las diseñadas. Intento apagarlas con más besos apasionados y sé que Cinnamon sabe lo que ocurre. Es lo que ella temía, pero me está pasando a mí.
La desnudo torturando lenta y perezosamente sus labios y sus canales. Los gemidos de Canela se me confunden con los sonidos de ella. Dios mío... la extraño y necesito que Cinnamon me cure de sus besos rencorosos.
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El dolor es punzante cuando al acariciar una vez más su vientre siento una marca que no está en el diseño. Cierro los ojos con fuerza y dejo que él absorba mi congoja y se la lleve con más besos en mi piel sensible de placer.
—Quedate conmigo —ruega como si comprendiera que mi mente volaba lejos de él.
Besa las lágrimas que escurren de mis ojos. Y entiendo que no son lágrimas diseñadas las que besa, porque no existen así como no existe sonrojo ni sarpullido ni sudor. Él ve mis lágrimas reales.
Por momentos creo que éste juego es perverso y hurga en nuestras desdichas para torturarnos. Como si reconociera los recuerdos dolorosos y los reprodujera fuera de toda realidad.
—Y vos conmigo —consiento.
—Acá estoy. Usame —propone y tienta.
Esto es una sanación mutua.
—Usame también —acuerdo.
Y esas palabras lo arrojan al botón de impacto final.
Abre mis pliegues y lambetea cadenciosamente mi clítoris, acompañándolo con movimientos pélvicos involuntarios que se alivian apenas con la presión de algunos almohadones virtuales, donde apoya su ingle.
—Te necesito —me expongo.
—Anch'io.
—Por favor —ruego por mi necesitada liberación.
Entonces comprende y suavemente deja un camino plateado con la lengua, pasando por mi vientre, cintura, costillas, senos hasta mi cuello y una vez entre mis piernas se zambulle dentro de mí.
—¡Oh Dios!
—¡Oh Dio!
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Ya no podía aguantar mucho más. Me acomodo entre sus piernas y cierro los ojos. Aunque sé que no está, mi mente la siente debajo de mí.
Necesita lo mismo que yo. Ya no podemos aplazarlo más.
La penetro y de pronto es como si fuéramos cuatro personas en una mente. Como una orgía virtual involuntaria. Como si se hubieran ligado las conexiones satelitales en un instante y estuviéramos percibiendo las sensaciones de más personas. Los dos avatares y las dos personas de carne y hueso, cada uno aportando una sensación y yo sintiéndolas todas en mi mente y en mi cuerpo.
Siento lo que cualquier hombre siente cuando penetra a una mujer. La necesidad, la urgencia, la humedad. Y siento lo que creo que cualquier mujer debe sentir. Como si mi carne se abriera recibiendo, expandiéndose, soportando el peso de un cuerpo viril. Pero también bombeando con deseo irrefrenable en un ser completamente femenino. Una fusión de mentes destellando placer.
Ambos gritamos con la conexión. Y cada retirada mía es un vacío en ella que también siento. Entonces la vuelvo a llenar y a vaciar. A saciar y dejar anhelante.
Mi cerebro va a hacer cortocircuito. Temo que todo explote antes de que pueda satisfacer esta necesidad.
—Nunca... jamás... sentí algo tan... oh por Dios... excitante... Sos increíble, es el mejor sexo que pude haber tenido jamás.
¡Dios! Es la mujer de mis sueños. La que cualquier hombre desearía, y yo necesito tenerla por completo.
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Lo abrigo con mis piernas y clavo los talones en sus glúteos que se contraen cuando empuja. Puedo sentir todo. Sincronizados a un ritmo perfecto, empuja y se retrae, recibo y me retiro.
Me arroja al orgasmo exigiéndose más allá, hasta olvidarnos quiénes somos y por qué lo hacemos.
Me sigue con un gruñido ronco. Descansa parte de su cuerpo a un lado y el resto cae rendido, laxo sobre mí.
Más tarde me acurruca delante de él, me abraza rodeando mi cintura. Su mano sensualmente cerca de mi pecho. Besa mi cuello, acaricia mi hombro con la nariz. Y ya no siento nada más, hasta que la caricia suave de unos dedos rosa la piel desnuda de mi vientre virtual.
Me toma nuevamente en la oscuridad de la noche, con el ruido salvaje del viento y la lluvia, cayendo al precipicio de la lujuria una y otra vez. Despertando con apasionados lengüetazos en mi entrepierna, con punzadas en un pezón y tiernas succiones en el otro, con deliciosas y suaves caricias en la espalda y las piernas. Durante toda la noche y parte de la mañana, no me permitió siquiera recordar por qué necesitaba tanto sus caricias en primer lugar.
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Me siento extraño. Feliz como hacía años no estaba. Como si la chica que me gusta me hubiera dicho por fin que sí. Como cuando vi a Canela correr hacia mí en medio de la oscuridad de la noche para decirme que me quería, hace más de diez años.
Pero no hago más que entrar a la oficina y verla para sentirme culpable.
Siento que la engaño y me pregunto si debería cerrar definitivamente lo nuestro antes de encontrarme en persona con Cinnamon18, que tampoco sé si cerró lo suyo con su ex.
Empezamos a trabajar en el diseño pero los chisporroteos entre nosotros es instantáneo.
¿Cómo voy a poder estar con cualquier otra mujer y permanecerle fiel si sigo trabajando con una mujer que me electriza la piel con una mínima palabra?
Pero en un intervalo en el que decido hacerme unos mates, la veo enfilar a la salita de testeo, seguramente a encontrarse con ese amigo que desearía dejar fuera de combate para que sólo esté pendiente de mí.
La sigo sin que se percate y veo la ansiedad con que acude a su encuentro y desearía ser él.
Le sonríe, se para de manera femenina y provocativa, juega con su cabello como si pudiera verla a ella en vez de a su avatar. Estoy que hiervo a fuego lento en el caldo de mis celos.
Pasado el intervalo, la insensatez se apodera de mí y comienzo a acorralarla en tableros de diseño, en rincones de alacenas, tras las puertas de los muebles.
—¿Buscás que arda?
—¿Cómo?
—La casilla abandonada... en éste nivel.
La miro con suficiencia, llevándola a dudar si son sus pensamientos pecaminosos los que derrapan hacia el doble sentido y que los encuentros son totalmente fortuitos.
—¿Te gusta que dure mucho? —la acoso más tarde—. ¿Que sea bien largo?
—¿Qué cosa? —se sobresalta.
—El nivel. ¿Qué va a ser?
Ella se sonroja y evita mirarme, pero no me aleja.
—La parte que sigue me desvela —suelta al finalizar las tareas del día.
—¿Y tu compañero?
No aclaro si me refiero a mí o al de su partida virtual. La ansiedad crece en mi mente.
Me mira con ojos cándidos y se ruboriza. No me quita de ésta quemazón.
Es hora de irnos y la cruzo en el guardarropa. Estamos solos porque siempre somos los últimos en irnos. Cierro la puerta y quedamos aislados de cualquiera que pueda quedar dando vueltas.
Ella está bajando su piloto de lluvia y paraguas del perchero. Se voltea y queda encerrada en el rincón conmigo acorralándola con los brazos contra la pared.
—Te acompaño a casa. El clima está inestable.
—No hace falta Milho...
Me acerco a su boca.
—Quiero ir con vos hoy.
—Milho...
—Shhh... —pongo mi índice en sus labios y acerco mi boca.
Le hablo rozando su boca y me excito al instante.
—No puedo estar sin vos.
Aún no la beso.
—Yo...
—Sabés lo que quiero...
—Es que—ronroneo ante el roce suave que consigue al hablarme—, no puedo.
Abandona su cuerpo contra el mueble y yo cierro los ojos saboreando los rastros de sensaciones que dejó su respiración sobre mis labios.
La encierro más apoyando mi cuerpo contra el mueble y arrinconándola contra el vértice que forma la pared a la que se amolda.
La tiento girando la posición de mis labios y rozando los suyos al insistir.
—Sí podemos... Quiero pasar la noche con vos. Quiero dormir a tu lado. Te deseo con locura... Quiero hacerte el amor...
Dubitativamente extiende su mano a mi cabello. Cierro mis ojos a su tacto tan lento, tan sensual e inocente a la vez. Hasta que al llegar a mi nuca, me sujeta el corto cabello y me mira. Lo reconozco en su mirada. Es puro y salvaje deseo. La conozco bien.
Parece una eternidad mientras nos contemplamos con el corazón galopando violentamente. Las bocas tan cercanas. Su aliento bañando mis labios. Mis muslos sobre los suyos. Sus pechos rozando el mío.
No puedo contenerme más. Arrojo mis labios a los suyos para, de pronto, encontrarme solo contra el frío mueble.
—¿Cuánto más que a tu amiga virtual?
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