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31. Kinn

Kinn terminó de abotonarse la única camisa que quedaba en su ropero, sonrió de lado. Su omega se había adueñado de todo su guardarropa, debía pasar por el centro comercial y comprar más. Porsche lo iba a necesitar, tenía pequeños y torpes nidos regados por la mansión. Que los guardaespaldas ajenos al agrado de Porsche tuvieron que ser reasignados, no soportaron el dominio de su omega combinado con el suyo.

Su omega reclamó su posición y la mansión fue entregada a él. Kinn tranquilamente se adaptaba a los nuevos cambios que él imponía, porque notaba cómo Porsche recobraba la tranquilidad. Le era suficiente para saber que hacía lo correcto, que ayudar al instinto sobreprotector de su omega a ser satisfecho era de sus mejores muestras de lo mucho que lo amaba. Porque no dudó en renunciar a gran parte de su personal de seguridad en la mansión, a incluirse en la rigurosa dieta que el colega del doctor Top ordenó y sobre todo, a enfrentarse a su padre para prohibir el ingreso de cualquier extraño a la mansión.

Porsche no quería que se celebrara ninguna reunión en la mansión por Pete, suponía que sería la excusa perfecta para que el alfa de su amigo se escabullera y fuera tras él. Tanto Porsche, Khun y él, no se lo iban a permitir. Los tres creían conocer lo suficiente al alfa de Pete, no quería que volviera a ser herido o burlado por él. Y a pesar de que el mismo Pete les aseguró que tomaban una medida desproporcionada para alguien tan "insignificante", ninguno se retractó.

Así que, ahora le esperaba un viaje de hora y media para llegar a la reunión con su padre y tío. Pero no se quejaba, no si tenía a su omega profundamente dormido en la cama. Kinn se acercó a él, lo contempló embobado desde el marco del vestidor. Su Porsche era tan hermoso, su piel canela estaba adornada por las rojizas marcas que le hizo la noche anterior, y mechones de su cabello se posaban en su rostro como finos pincelazos. Su apariencia tranquila era igual de seductora, Kinn tuvo una gran fuerza de voluntad para no lanzarse encima de él y perderse en el calor de su cuerpo.

Dejaría descansando a su lindo gatito, Kinn hundió su rostro en la espesa cabellera de su omega y se llevó consigo el exquisito aroma dulzón de su pareja. No sin antes despedirse de él y de su cachorro.

—No te portes mal con papá, vuelvo pronto. —Kinn susurró cerca del vientre de su omega. Empezaba a tomar forma, y aquello le enternecía.

"Soy muy afortunado".

Con una enorme sonrisa en su rostro, Kinn salió de su habitación. No importaba si le aguardaba infernales horas soportando con la segunda familia, estaba lo suficiente contento con su vida. Era feliz, demasiado. Tenía una manada que lo quería, un omega que lo adoraba y un cachorro al que enorgullecer.

La sonrisa de Kinn se ensanchó, pero se borró de inmediato cuando divisó a Arm y Pol. Se suponía que iría con los nuevos a la casa del centro. — ¿Todo en orden con Khun?

—No nos quiere en su piso, Khun Kinn, él cree que somos los responsables de que Pete aún vomite por las mañanas. —Pol informó inocentemente, Arm le tiró un codazo a su compañero.

Kinn suspiró, Pete se esforzaba por mejorar. Pero aquello requería más que su disposición, necesitaba de su alfa y tristemente no podría reclamarlo.

—Ignore a Pol, Khun Kinn. El señorito Tankhun nos envió con usted por petición de Khun Porsche, su omega no confía en los nuevos. —Arm ofreció una respuesta con verdades y mentiras a medias. Esto para remediar la discreción de Pol, le prometieron a Pete que mantendrían reservado cualquier malestar que notaran. Y Arm no quería fallarle, no más de lo creía que hizo.

—Bien, entonces andando. —Kinn aceptó la respuesta de Arm. Después de todo, era un alfa enlazado. Podía comprender que a Pete se le dificulte lidiar con los aromas de sus amigos; en cambio, Khun no. Su hermano mayor se volvió el doble de sobreprotector con Pete.

Era un milagro si su guardaespaldas se libraba de su tiranía.

Kinn resopló, su más leal guardaespaldas no debería estar enfrentando esto -de haber sido un mejor jefe. No bastaría las veces que se disculpara, el remordimiento jamás lo abandonaría.

—Khun Kinn, hemos llegado. —Kinn levantó su rostro, se topó con la entrada de la casa del centro. P' Chan lo esperaba junto con dos hombres más, Kinn tomó aire y cerró sus ojos por varios segundos.

A su mente, vino la imagen de su Porsche durmiendo tranquilamente.

Su corazón se calmó, dejó de sentirse ofuscado.

Kinn se bajó de la camioneta, retomó su papel autoritario frente a sus hombres y los de la segunda familia. Avanzó hasta el salón de conferencias a paso firme, la mirada en alto e imperturbable. No debía dejarse llevar por el enojo ante la posibilidad de encontrarse con Vegas, tenía que mantener la falsa convivencia pacífica que su padre instauró.

Por Porsche, por su hijo.

Por su manada.

— ¿Empezamos? —Kinn preguntó, su padre, tío y primo asintieron.

El control que usó sobre sí mismo era admirable, no se abalanzó contra Vegas cada vez que coincidían. Porsche tendría que recompensárselo y un beso no bastaría. Pero vacilaba que su omega si quiera lo hiciera; fácilmente, lo maldeciría por no haberle roto la boca a Vegas.

Aún tenía oportunidad, su primo seguía en el salón despidiéndose de su padre. Podía simplemente acercársele y tirarle un puñetazo, se lo merecía. No solo jugó y expuso a su omega, sino también al hombre en el que más confiaba. Sus manos le picaban, su lobo sacaba su lado más rencoroso. Sin embargo, el recordatorio que tenía a dos gestantes y a otros dos recelosos de sus cuidados detuvo sus deseos más primitivos.

No los iba a arriesgar.

—Cuídense. —Kinn susurró, Khun Korn negó en desaprobación. Porque lo dicho por Kinn se escuchó como una amenaza.

—Debes esforzarte, Kinn.

—Créame que lo hago, padre. Mis manos se mantuvieron lejos de mi arma, de inicio hasta el final de la reunión.

Khun Korn sonrió. —No todas las guerras se acaban con el fuego de las balas, Kinn. Hay otras maneras.

— ¿Cómo cuáles?

—El amor. —Khun Korn respondió al instante, Kinn frunció el ceño. Su padre realmente sonó estúpido, y no lo era. Absolutamente, no lo era. "¿Qué trató de decirle?".

Para cuando iba a pedir alguna explicación, Kinn se percató que estaba solo. Pudo soltar el aire que retuvo cada que las ganas de golpear a Vegas lo visitaban, y sus nudillos se ablandaron. La habitación fue dominada por la asfixiante mezcla de sus aromas, Kinn cansado movió su cabeza en círculos. Debía volver a casa, pero antes pasaría por el centro comercial. Fue lo primero que cruzó su mente, hasta que divisó la chaqueta de cuero de Vegas en la silla que ocupó.

Su primo había olvidado la chaqueta, lo correcto era ordenar a uno de sus hombres que lo devolvieran. Pero pensar que debía comprar más ropa para ayudar a su omega, le hizo también pensar en Pete. Su amigo era un omega gestante y enlazado, tenía la misma necesidad de sentir el calor de su alfa -o por lo menos, su aroma cerca de él. Kinn maldijo por lo bajo, se levantó de su silla y fue por la chaqueta de cuero.

Seguramente, Khun lo aventaría al fuego por llevarle una parte de Vegas a Pete. Pero el guardaespaldas lo requería si buscaba estabilizarse y reducir los riesgos a su embarazo y propia vida.

Kinn estaba por salir, la puerta de la oficina fue abierta por Arm para dejar pasar nuevamente a Vegas. Ambos alfas se miraron directamente, e inconscientemente, desataron un duelo.

La rivalidad seguía intacta, el perdón de su padre no significaba el olvido para ninguno de los dos.

—Deberías haberte ido, ¿no?

—Estaba a punto de hacerlo, pero recordé que dejé mi chaqueta. —Vegas mintió. El alfa dejó a propósito su chaqueta, esto para confirmar si Kinn estaba enterado de su enlace con Pete. —. Tal parece que me la ibas a llevar, ¿cierto?

Vegas murmuró cuando divisó a Kinn con su chaqueta en las manos. Kinn sonrió de lado, sus nudillos volvieron a tensarse al estrujar la chaqueta de cuero.

Kinn detestaba el juego de palabras, no era ni sería un hombre de rodeos. —Si pretendes fingir ignorancia, hazlo solo. A mí no me estorbes, Vegas.

Kinn empujó a su primo, no le iba a devolver la estúpida chaqueta. Él no la necesitaría, no tanto como Pete lo hacía. Quería irse antes de perder el control, pero Vegas se estancó en el marco de la puerta.

—No te voy a dar tu puta chaqueta, Vegas.

—No lo hagas, llévasela. —Vegas pidió; y por primera vez en su vida, Kinn no encontró la característica arrogancia en la voz de su primo. —. Puedo sentirlo, no está bien.

—No, pero sobrevive. Es más fuerte de lo que crees.

Vegas asintió, su intención fue dejar salir a Kinn. Pero su lobo inquieto por no sentirse satisfecho con ese vago reporte por Kinn se lo impidió.

—Vegas, muévete. No agotes el poco control que me queda.

—Ambos somos alfas enlazados, Kinn. —Vegas ignoró la advertencia de Kinn. Estaba desesperado; desde su encuentro con Porsche, el remordimiento de haber perdido su oportunidad de volver a Pete no lo dejaba dormir ni comer. Esta vez, no sería el mismo idiota y actuaría con prudencia. —. Tú mejor que nadie entiende que no me basta tus palabras, necesito verlo.

—No. —Kinn respondió sin titubear y seguido, ordenó a Arm abrir la puerta. Salió de la oficina sin voltearse hacia atrás, sin mirar nuevamente a su primo.

El único que pudo apreciar cómo la dureza de Vegas se derrumbaba y era cambiado por una profunda tristeza fue Pol.

El más alto prefirió callar y continuar con el camino.

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