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14. Porsche

Kinn sonrió de lado; apenas llegó a la pequeña cocina, se encontró con Porsche preparando el desayuno. Su omega terminaba de freír los panqueques, a medida que lamía la cuchara de nutella que tenía en la mano. Estaba tan concentrado, la música sonaba a fuerte volumen y los torpes pasos de baile que daba le enternecían. Su Porsche era feliz, y nuevamente a su lado. Kinn suspiró más enamorado de lo que se imaginaba, se acercó cuidadosamente y lo tomó por la cintura.

—Maldición, Kinn. —Porsche susurró asustado, Kinn escondió su rostro en el cuello de su omega. Le encantaba olerlo, sentir ese cambio dulzón en el aroma de su pareja y también sentir su propio aroma en él. Y esa combinación lo dominaba; corrección, su omega realmente lo hacía. —. Si quemo uno de mis panqueques, juro que te golpearé.

—Correré el riesgo entonces. —Kinn empezó a dejar piquitos en el cuello de su pareja, lo amaba tanto. Tenerlo entre sus brazos, poder besar su piel, sentir cómo su respiración sube y baja le era tan reconfortante. Que no tenía dudas, Porsche era su lugar seguro.

Era su verdadero hogar.

—Kinn... Basta. —La voz de Porsche apenas se sostuvo, cada piquito que Kinn dejaba le hacía cosquillas. El omega se removía bajo Kinn, pero el alfa no tenía intención de soltarlo ni dejar de besarlo. —.  Voy a quemar... ¡Kinn!

Los dos últimos panqueques estaban volviéndose negros y humeantes. Se lo advirtió, Porsche le tiró un codazo. El alfa rio al recibir un codazo de su pareja, se apartó de él y alzó sus dos manos en son de inocencia. Porsche se giró, lo miró amenazante. Pero, la sonrisa tan genuina de su alfa le hizo replantear el deseo de querer golpearlo.

Estaba más guapo de lo usual, Porsche resopló. —Te odio.

—No, no lo haces. —Kinn volvió acercarse a su omega, puso sus manos en su cintura y lo jaló hasta él. —. Tú me amas muchísimo.

— ¿Por qué tanta seguridad, ah?

Kinn llevó una de sus manos hacia el pecho —Porque lo siento aquí, tú me amas. Soy el hombre de tu vida.

—Por el momento. —La sonrisa de Kinn desapareció; en su lugar, frunció el ceño e hizo una mueca. Ahora el que sonreía era Porsche. —. Cuando nuestro cachorro nazca, te quitará ese lugar.

La mirada de Kinn se entristeció, con sus labios hizo un pequeño pucherito. Porsche negó con su desaprobación para terminar sonriendo, estaba acostumbrado de que su alfa le hiciera tiernos berrinches en estas semanas. Y cada uno de ellos se desataban ante la ligera posibilidad de que alguien o algo alejara su atención sobre él. Su alfa se engría y no podía reprochárselo -ni patearlo.

Lo convertía en alguien débil y no se avergonzaba.

Porsche enternecido acarició la mejilla de su alfa. —Nadie tomará tu lugar, ¿está bien?

—Quiero que lo jures.

—Kinn... —Su alfa estaba tentando su suerte.

—Por favor. —Y ahí estaban sus ojitos de cachorro, esta faceta solo la sacaba con Porsche. Sabía cómo convencerlo, cómo hacerlo caer.

—Te juro que nadie tomará tu lugar. —Porsche suspiró, pegó su frente a la de su alfa y le dio un besito. Se sentía ciertamente avergonzado por su debilidad. —. Eres y serás el hombre de mi vida.

—No me convence, creo que necesito un beso acá. —Le señaló la punta de su nariz, Porsche fingió mirar a su alfa. Pero terminó cediendo. —. Y otro acá.

—Kinn, no estés... —Porsche rodó los ojos y nuevamente cedió. Y fue así como terminó besando todo el rostro de Kinn, su alfa reía victorioso para acabar revirtiendo los papeles.

Ahora era Kinn quien lo besaba, lo tenía aprisionado entre sus brazos. Porsche trataba de esquivarlos, pero no era tan fuerte. Dejaba que su alfa lo impregnara con su aroma, que lo hiciera sentir tan bien entre sus mimos y feromonas.

Hasta que Porchay los interrumpió, muy avergonzado.

—Hola, Hia. —Los cachetes de Porchay se tornaron en un rojo carmesí intenso. —. ¿Qué tal, P' Kinn?

—Ché. —Porsche apartó a su alfa de un codazo, Kinn se quejó. Mientras que, su omega fue con Porchay. Lo volteó y dirigió hasta la mesa. —. A la próxima, grita que estás bajando.

Porsche le dio un zape a su hermano antes de devolverse a la cocina, ordenar a Kinn acompañar a su hermano. Su alfa obedeció y él fue con el desayuno. A pesar de que no era de su gusto, ciertamente había estado antojado de esos desayunos norteamericanos que preparaban en la mansión de la primera familia. Así que, les tendió a su alfa y hermano, sus platos de panqueques bañados de miel y con frutas picadas encima. También se hizo una malteada, demasiado empalagoso. Pero era lo que su bebé quería, no podía negárselo.

Kinn sonrió de lado, su omega estaba terminando su malteada con ese mismo brillo que le pertenecía a un niño comiendo su helado favorito. —Hoy es sábado, he pensado que sería bueno salir. ¿Qué les parece?

—Yo quisiera quedarme. —La voz de Porchay se escuchó triste, Porsche y Kinn se vieron mutuamente. —. Tengo que practicar una canción para la audición, pero ustedes pueden salir. Le hará bien al bebé.

—No quisiera dejarte solo, Ché.

Porchay tomó la mano de su hermano, le sonrió. —Estaré bien, no sería la primera vez que me quedo solo por una tarde.

—Pero podemos quedarnos y...

—Salgan, necesitan distraerse. El bebé necesita tomar aire.

—El bebé necesita lo que yo necesito y eso es quedarme contigo.

—Hia, por favor. —Los ojos suplicantes de su hermano bastó para confirmar sus recientes sospechas, él estaba triste. No lo presionaría, no por el momento.

—Bien, pero estaré llamándote a cada hora. ¿Entendido?

—Sí, Hia. —Porchay se giró hacia Kinn y le hizo una mueca de compasión. El alfa sonrió. Con el embarazo, Porsche se volvió más protector y celoso con su familia.

—Entonces saldremos después de desayunar. —Kinn avisó, Porsche asintió. —. Te dejaré mi tarjeta para lo que quieras pedir, Ché.

—Gracias, P' Kinn. —Porchay volvía a avergonzarse.

—Necesito foto de lo que vayas a comer. —Porsche demandó, su hermano asintió junto con un "Sí, Hia". —. También que acabes tu desayuno, sino no me muevo de acá.

—Sí, Hia. —Porchay se contuvo de reírse, y empezó a comer su último panqueque.

Para cuando menos lo imaginaba, Porsche estaba siendo empujado por Kinn fuera de la casa. El omega no quería dejar a su hermanito, su instinto se lo impedía. Podía sentir su tristeza, quería saber la razón y confirmar si se debía a una persona. Porque estaba dispuesto a pisarle la cara a cualquiera que entristeciera a su pequeño hermano, Porchay no estaba solo. Lo tenía a él para cuidarlo, protegerlo y defenderlo. Sobre todo, si se trataba de un corazón roto.

Porsche apretó sus puños, enojado. Si su pequeño hermano estaba llorando por alguien, iba a cobrar cada lágrima de él con golpes. Eso era lo que haría, Kinn notó el estado eufórico de su omega. Por lo que, liberó sus propias feromonas para calmarlo.

Lo que funcionó.

La atención de Porsche estaba en cada exhibición de la feria, Kinn lo trajo al centro de la ciudad. Su alfa estaba igual que él, muy concentrado en disgustar cada postre que le ofrecían. Porsche negaba divertido y demasiado avergonzado, su pareja le daba cada prueba de los dulces a la boca. Quería empujarlo lejos, las miradas de los ancianos estaban sobre ellos. Y Kinn lo sabía, se empeñaba en mostrarse más y más empalagoso.

Esto solo para fastidiar a su omega.

—Lo disfrutas, ¿no es así? —Kinn tenía agarrada a su omega de la mano, ambos caminaban cerca de la fuente de la plaza.

—Totalmente, soy muy feliz.

La sonrisa de Kinn se volvió de sus imágenes favoritas para Porsche. Y es que, para el omega, la sonrisa de Kinn iluminaba a cualquiera que lo viera. Era hermosa, y muy sincera.

—Lo sé, sonríes más seguido.

— ¿Y te gusta?

Porsche se detuvo, se acercó más a su pareja y le dejó un beso en la mejilla como respuesta. —Me encantas, Kinn.

—Y te encantaré más. —Su alfa prometió, Porsche frunció el ceño al verlo acercarse a un pequeño grupo de gente que rodeaba a tres chicos que tocaban una balada extranjera.

Porsche tragó saliva, siguió a su pareja. El omega se hacía una idea de lo que él haría y no se equivocaba, Kinn no tardó en tomar el micrófono del solista para empezar a cantar. Era otra balada tan antigua que solo los ancianos cerca de ellos la reconocían y disfrutaban, Porsche se contuvo de reír. Debía ser bueno, no burlarse como la otra vez en el bosque. Su alfa parecía verdaderamente gozar de su momento, así que merecía ser grabado. Porsche sacó su celular, Kinn le guiñó y lo señaló para dedicarle expresamente la canción. El grupo volteó a verlo, Porsche se avergonzó. Pero, no dejó de grabar.

Porque el Kinn que apreciaba a través de la pantalla era uno tan distinto al que conocía, le costaba creer que su pareja podía sentirse así de libre con él.

Porsche tomó aire, dejó de grabar y aplaudió con el resto -muy orgulloso. Kinn agradecía las propinas que le daban los ancianos, el trio de chicos se acercaron a pedirle parte de las propinas. Kinn negó y antes de que los chicos pudieran reclamarle, tomó la mano de Porsche y salió corriendo.

No pararon hasta una cafetería que a Kinn le llamó la atención desde un inicio.

—Eres un tonto. —Porsche rio, ambos sabían que Kinn no necesitaba de ese dinero.

— ¿Así? —Porsche asintió, Kinn sonrió de lado. —. Entonces es tu culpa.

— ¿Mi culpa?

—Tu amor me volvió un completo tonto. —En respuesta. Porsche lo pateó.

Kinn apenas pudo esquivarlo, seguido le ofreció su mano para entrar juntos. Porsche no dudó en aceptarla, en dejarse arrastrar hasta una de las mesas de la cafetería. El olor a de esos exquisitos croissants fue la razón, y le extrañaba. Porque todo lo que comía no acababa con él vomitándolo, lo contrario. No estaba seguro si era por el avance del embarazo, o si era por Kinn. Su vínculo con él era sólido, y su bebé lo sentía. Tal vez, esa era la razón.

No importaba, solo saberse seguro con él.

Y esta vez, sin dudas.

—Me grabaste, ¿verdad? —Porsche asintió, su atención estaba en los ricos panecillos que el mozo les trajo. Su alfa sabía elegir. —. Bien, ahora quiero una foto así.

Porsche alzó la vista, encontró a Kinn inflando uno de sus cachetes y señalándolo, también sosteniendo la bandejita con los panecillos. Se veía tan tierno que Porsche suspiró más enamorado.

— ¿Por qué?

—Quiero que mi hijo sepa que su padre era, es y será divertido.

Muy orgulloso, Porsche obedeció y tomó la foto. —Oh, créeme que lo sabrá.

Kinn le guiñó y empezó a comer los panecillos, Porsche lo contempló. Era cierto que estas semanas fueron las mejores, que ambos pudieron acercarse más al otro y que él finalmente podía sentirse seguro al lado de Kinn. Pero, no podían permanecer por más tiempo en esta burbuja.

Porsche no era tonto, se dio cuenta de los guardaespaldas que lo seguían. Su alfa no podía dejar su vida, tampoco él podía obligarlo a exponerse. No era justo, menos había razón.

Porsche tomó la mano de Kinn, la entrelazó y apretó. Su alfa dejó el último panecillo para mirarlo. —Es momento de volver.

— ¿Tú estás listo?

—Lo estoy, Kinn. Volvamos a nuestro mundo.

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