Confusión
Adoraba el silencio sepulcral, el susurro de las condolencias, la muerte saliendo vaporosa a posteriori de cada lamento. Observaba la multitud, gente muy diversa, elegante, vulgar, familiares, amigos, colados Era la sala funeraria más húmeda en la que alguna vez estuve, por ello el horror vacui de este escenario casi pudo pringar mi carrera como director funerario.
Ex abrupto, la florista entró en la sala con frenesí animal, hacía perder el equilibrio a todo aquel que se interpusiese entre nosotros. Deslizó su palma en mi boca con precisión, evitando cualquier quejido de mí parte y posicionó la otra mano con fuerza sobre el féretro cerrado. Procure no quedar in albis, dentro de este ataúd está el muerto equivocado, el suyo está en el velorio de arriba, susurró. Miré alrededor, los clientes no se habían percatado. Actué en tic-tac, rezando por que quedase en peccata minuta.
Ordené al tanatoestético provocar un incendio anónimo en el edificio, no podía dejarme hecho un ecce homo, debía cuidar la reputación de la funeraria y él me lo debía por arriesgar mi imagen al confundir cadáveres. A priori¸ la alarma de incendios no me tuvo sobrecogido; hice que mis hombres evacuasen a la multitud.
Sin un alma en el salón, la florista y yo empujamos el féretro hasta una gran ventana tras la cual aguardaba el limpiavidrios con la otra caja. Quid pro quo, le dije y colocamos el sujeto adecuado en su funeral.
Para más inri¸ el féretro -que teníamos nosotros- resultó vacío y ahora necesitábamos un cadáver para el otro funeral. Había registros de que el hombre fue ermitaño y tendría dos que tres parientes lejanos que nunca habría visto. Entonces decidí suplantarlo en su caja. Sic transit gloria mundi.
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