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8 - Un amor prohibido

Marc se levantó dándole vueltas a la proposición que le hizo Elvira el día anterior. Él nunca había formado parte de aquellas personas que hacían manifestaciones por cualquier pretexto, nunca tuvo motivos suficientes o no se veía involucrado de manera personal a alguna causa. Sin embargo, aquel tema sí que le preocupaba, no podía dejar a los seguidores de la religión elementarista apropiarse de la catedral de ConfinaTown, aquella que durante siglos había sido el centro de culto por excelencia en la capital y que desde su construcción formaba parte de la enseñanza católica. Estaba dividido en sus pensamientos, no sabía qué debía hacer

Elvira, sin embargo, se reunió con el grupo de jóvenes creyentes en el garaje que uno de ellos había proporcionado voluntariamente para sus concentraciones. Estaban preparados para dirigirse a la catedral y realizar una ocupación del templo para impedir su traspaso de propiedad. Cada uno de ellos estaba nervioso, era la primera vez para muchos manifestándose por algo, pero estaban convencidos y seguros de hacer lo correcto.

—Esperamos cinco minutos más, para aquellos que anden con retraso, y marchamos.

No hubo muchos más añadidos a la concentración, apenas dos personas que fueron retardadas por el transporte en común, pero, para decepción de Elvira, no había rastro de Marc. Ella esperaba haber podido convencerle, contaba con él para dar algo de esperanza a sus compañeros, pero al parecer, el joven no se encontraba decidido a participar.

De camino hacia la catedral se cruzaron con otros grupos de jóvenes que se habían reunido con anterioridad en diferentes locales y que estaban al corriente de la ocupación que se iba a realizar. Todos fueron juntos, casi en marea, hacia el templo sagrado. Una vez llegaron a la plaza de la catedral, entraron en ella sin problemas, no había guardias, ni ningún tipo de autoridad alrededor, ni siquiera los seguidores de la religión elementarista estaban haciendo sus típicas llamadas a adhesión. La firma del traspaso de propiedad, según la información recogida, se haría por la tarde, allí mismo, en lo que llamaban la sacristía. Debían estar preparados para aquel momento, y dispuestos a enfrentarse a todo aquel que les intentara sacar de allí por las fuerzas.

Decenas de jóvenes se reunieron, y a cada minuto que pasaban eran más, ocupaban poco a poco los bancos de la catedral, sin apenas dejar espacio entre ellos. El párroco de la catedral, que hasta el momento los había dejado entrar pensando que se trataban de fieles con la única intención de ir a rezar, no se percató de la envergadura que aquello alcanzaba. El viejo hombre, sobrepasado por su edad, se acercó lentamente hacia los manifestantes, pidiendo explicaciones. Elvira tomó la palabra como representante de todos ellos.

—Don Guillermo. Sabemos que nos hemos instalado aquí sin permiso alguno, por cuenta propia y sin avisar. Sabemos igualmente, lo que ustedes están a punto de permitir esta tarde, al aceptar la firma de la transmisión de derechos sobre la catedral de ConfinaTown y dejando que nuestra mayor representación cambie de manos —Elvira estaba firme y algo temblorosa, la figura que tenía frente a ella no era, ni más ni menos que el párroco de la catedral, Don Guillermo, aquel a quien todo el mundo respetaba—. Con todos la atención que le debemos, no lo podemos permitir, estamos aquí para impedir aquello que, según usted, ha llegado el momento de aceptar. Queremos mostrarte que aún somos muy numerosos, y que nuestra religión aún está lejos de desaparecer.

Las palabras de la chica consiguieron penetrar en el hombre, a quien le llegaron a brillar los ojos intensamente mientras ella hablaba. Sin embargo, nada cambió en su postura y el párroco quiso mantener, a duras penas, una expresión de reproche.

—La decisión ya ha sido tomada, y no habrá marcha atrás. Lo siento mucho.

Las decenas de jóvenes que se concentraban en el templo comenzaron a quejarse entre ellos, algunos enfadados, otros preguntándose sobre la necesidad de todo aquello. Las dudas se apoderaban de la mayoría y varios se levantaban con la intención de abandonar.

Justo a tiempo para calmar los cuchicheos, Marc entró por la puerta principal de la catedral, que en un principio debería de estar custodiada por varios chicos que no permitían a nadie entrar o salir de ella. Las cabezas de todas las personas presentes se volvieron hacia él.

—Siento el retraso, hace un día muy bueno y quería aprovechar un poco —dijo al ver que todo el mundo estaba pendiente de él.

El párroco de la catedral lo reconoció enseguida, de echo, de entre todos aquellos jóvenes, era con el que más relación había mantenido durante todos sus años de oficio. Le vio crecer en la pequeña parroquia de su barrio y más adelante formar parte de la iglesia sin apenas dudar sobre el camino que llevaba en su vida.

—Don Guillermo. Escuche a estos jóvenes. Son parte de su familia, tanto como yo, y todos están buscando un objetivo que usted bien conoce.

Cada uno de los asistentes estaban pendientes a las palabras de Marc, sabían que podían contar con él, dada su relación estrecha con cada uno de los miembros de la catedral. Y si alguien podía convencer al párroco debía ser él. Marc se acercó lentamente, cruzando entre todos los jóvenes.

—Hoy estamos aquí para reclamar lo que es nuestro. No vamos a dejar que profanen nuestro lugar de culto, y, por encima de todo, vamos a protegerlo para que siga siendo una identidad de la religión cristiana. Hermanos, —prosiguió Marc, quien se había dispuesto a pelear por aquella catedral como si en ello le fuera la vida— vamos a aguantar, sentados en este lugar sagrado hasta que nos saquen por la fuerza o consigamos evitar esa firma. No estamos dispuestos a rendirnos.

Don Guillermo descendió la mirada.

—Este conflicto me sobrepasa, avisaré al obispo Don Ricardo.

Decidió dirigirse hacia la su habitación privada, en la parte trasera de un edificio anexo al templo, aquella lucha no era suya, él ya no tenía la fuerza ni la capacidad de afrontarse a la nueva generación. Debía intercambiar con el obispo y sería éste quien tomaría una decisión. Marc tenía ahora el liderazgo, estaba preparado, ya no era el niño que jugaba en el patio de la parroquia, se había convertido en un buen guía.

Tras lo que había dicho, y viendo al sacerdote darse por vencido, Marc comprendió que no había marcha atrás. Estaba inmerso en esta lucha y sería el máximo responsable. Ahora todos le seguían y estarían apoyándole incluso en el más mínimo movimiento. El joven tomó asiento al frente, junto a otros chavales de su edad.

—Te envidio —le dijo uno de ellos—. Eres todo lo que yo siempre quise ser.

—¡Lucas!

El chico era su antiguo compañero de catequesis. Cuando los dos estudiaban para poder hacer la comunión, Marc y Lucas intercambiaron muchos momentos. Apenas tenían ocho años y él ya sabía que Lucas se convertiría con el tiempo en su mejor amigo, en aquel a quien haría confianza incluso con los ojos vendados. Eran inseparables, incluso cuando estaban castigados, siempre cumplían los dos juntos. Con el tiempo, los estudios y los quehaceres rutinarios, tuvieron que tomar cierta distancia, pero nunca olvidaron que en cualquier caso, siempre estarían el uno por el otro.

Ahora Lucas se había convertido en un adulto, nada que ver con la cara inocente con la que se presentaba hace unos años. Le había crecido barba, y su cuerpo se veía bien trabajado.

—Se nota que haces deporte ahora —dijo Marc mientras observaba el cuerpo de su amigo.

—Diez años confinado dan para hacer muchas cosas

—¿Te gustaría dar una vuelta por el patio de la catedral? Necesito algo de calma, aquí hay mucha gente.

Lucas asintió.

Se trataba de un claustro abierto con naranjos al que se accedía por una puerta lateral de la nave central. Era enorme, casi tan grande como la catedral, y en él ya paseaban varios de los jóvenes que habían ido para la manifestación. Marc se dio cuenta en aquel momento que habían privatizado el edificio, nadie podía entrar en ella, y los dos jóvenes, que se encontraban ya en el interior, aprovechaban para recordar cada rincón del templo.

Pasearon por él, contemplando la belleza de aquel lugar sagrado, cada naranjo estaba colocado alineado con el anterior y juntos creaban una simetría perfecta que visualmente daba una sensación de limpieza y espacio. Algunos gorriones se posaban en las ramas de los árboles piando y dándole una musicalidad más que agradable.

—Me gustaría saber, Marc, ¿me has echado de menos durante estos años?

La pregunta le pilló algo desprevenido, pero respondió sin dudar.

—Por supuesto que sí Lucas. Sabes que tu siempre fuiste muy importante en mi vida.

—Solo tenía miedo de haberte enfadado la última vez.

Marc sabía a lo que se refería, intentó evitar el tema desde que se encontró con él, pero se dio cuenta de que no servía de mucho retardar más la conversación, debía tratarlo.

—¿Sabes? Para serte sincero, le di muchas vueltas a todo lo que vivimos. Me atormenté día y noche, creyendo que había cometido el peor de los pecados que existía para nuestro Padre. Hablé con él, le pregunté, si lo que había hecho me conduciría directamente al infierno o podía tener una oportunidad. Leí todo lo que pude sobre el tema y su relación con la religión. Y, después de todo aquel trabajo de investigación, me di cuenta de que nada de lo que hicimos estaba prohibido para la iglesia —Lucas le escuchaba atento. Siempre le encantó escucharle hablar, le daba seguridad y le tranquilizaba—. Me sentí muy mal cuando dejé de hablarte, culpable, traidor. No conseguía reconciliar el sueño y tampoco podía dejar de pensar en ti.

—Marc, te necesito, aún lo hago, después de tantos años, nunca he podido pasar página. Tu has sido mi guía, y lo sigues siendo. Pero para mí, aparte de todo lo que representas a nivel espiritual, significas mucho más. Estoy enamorado.

Como si fueran a hacer el más grave de los pecados y recordando los momentos que pasaron juntos cuando eran mucho más jóvenes, Marc agarró de la mano a Lucas para llevarlo a una pequeña sala que él conocía en la catedral.

Rebeca y Yassine se encontraban boquiabiertos con la cantidad de objetos extraños que Elidroide albergaba en su nave espacial, las estanterías estaban repletas de utensilios que en su mayoría daba miedo descubrir. La extraterrestre se cambió de ropa mientras ellos observaban la nave, optando ella en esta ocasión un traje de marinera. Se trataba una vez más una minifalda blanca con unas medias transparentes, su ombligo quedaba al aire y un sujetador de una o dos tallas más chica que la que Elidroide debía llevar cubría sus pechos. Los chicos no pudieron evitar reírse al ver lo ridícula que quedaba la joven con aquella indumentaria.

—No sé qué prototipo de humanos has estudiado tú en tu planeta, pero te puedo asegurar yo que no se trata de una persona corriente.

—¿Eso quiere decir que no están bien logrados mis disfraces?

—Bien logrados están —dijo Yassine, mirando a Elidroide de arriba a abajo. Acto seguido, recibió una colleja de Rebeca.

—Para volver locos a los tíos, quieres decir —susurró Rebeca al oído de Yassine, tirándole del pelo.

Elidroide cogió otra piedra cosamolona y abrió la puerta de la nave para salir.

Decenas de personas se congregaban frente al aparato, que, al abrirse, hizo ahuyentar a la mayoría de entre ellos. Los transeúntes curiosos se escondieron asustados tras los árboles del parque al ver a los chicos salir de la nave. Ellos sabían con seguridad que aquello les acarrearía problemas más adelante, pero no tuvieron opción, tampoco podían quedarse encerrados allí para el resto de sus vidas. La nave espacial se encontraba instalada en mitad del parque, obstaculizando todos los caminos que, justamente, pasaban por ese preciso lugar. No era muy grande, unos treinta y cinco metros cuadrados, pero lo suficiente como para haber aplastado un árbol del cual tan sólo quedaban las ramas esparcidas por el suelo.

Un niño joven se apresuró y acercó hacia ellos, con una gran sonrisa.

—¿Estáis haciendo una película? ¿Me podéis firmar un autógrafo?

Los tres amigos asintieron, pensando que quizás de aquella manera podían salvarse de ser interpelados unos metros más adelante. Y efectivamente fue lo que ocurrió, nadie se atrevió a preguntarles ni acercarse a ellos. Consiguieron salir del parque sin problemas.

—Creo que tendrás que cambiar tu lugar de asentamiento Eli. En el parque, como has visto, mucha gente se pasea para tomar el aire. Pronto tendrás el lugar lleno de policías que querrán investigar.

—No te preocupes, no lograrán entrar en mi nave, la he cerrado herméticamente. Solo con la tecnología de mi planeta y quizás algo de paciencia para poder persuadirla se puede entrar.

«¿Persuadirla?» se preguntó la chica «¿Estaban hablando de una máquina o de una persona?» Rebeca confió en Elidroide, al fin y al cabo, ya les había demostrado que su manera de percibir el mundo no era la misma que la de ellos. Caminaron por la ciudad en dirección al piso de Yassine, quien vivía solo y les propuso quedar allí para tomar una ducha y relajarse un tiempo. Antes, decidieron pasar por el supermercado para comprar de comer y hacerse un buen almuerzo.

—¡Yo voy, yo voy! —insistió Elidroide—. Conozco todo lo que hay que comprar, lo he estudiado a la perfección, me hace mucha ilusión ir a mí. ¡Por favor!

—Ok, de acuerdo, toma algo de dinero. Luego dirígete al número 24 de esta calle y llama donde pone Yassine, yo te abriré.

—No me hace falta el dinero.

Elidroide fue, dando brincos y muy entusiasmada, al supermercado, donde pondría a prueba las horas de estudio que había realizado sobre los humanos.

Al acercarse a aquel lugar se dio cuenta de la riqueza con la que contaban los seres humanos. Pasillos llenos de comida con un sinfín de alimentos para deleitarse. En su planeta, por desgracia, no disponían de mucha variedad para nutrirse. Cogió un gran carro de la compra y siguió a una mujer mayor para copiar su comportamiento.

Aquella dama fue directamente a por compotas y sopa envasada, que se encontraban en el mismo pasillo. Elidroide no recordaba aquellos alimentos en sus estudios, pero veía tal cantidad y variedad que imaginaba la imposibilidad de anotar todo con precisión. Persiguió a la señora mayor y la imitó, esperando que estuviera todo bueno. Tras la lejía, y comida para gatos, la mujer se dirigió a la caja para pagar.

—No puede ser, ¡pero se ha olvidado lo más importante!

Elidroide corrió para buscarlo y cuando lo encontró se apresuró al carrito de la señora antes de que pasara por caja.

—¿Pero qué haces, muchacha insolente? —La mujer parecía no apreciar el acto de la chica—. ¡Quítame esto de aquí!

Al recuperarlo, Elidroide lo metió en su carrito, sin entender porqué aquella mujer había rechazado su consejo de compra. Decidió ignorar aquel altercado y seguir comprando. Necesitaba algo de beber, la comida ya estaba casi lista, y los utensilios que se vendían le recordaban mucho a algunos que existían en su planeta. Una vez que ya lo tuvo todo, fue a pagar y subir al apartamento de Yassine.

Se paseó por la calle con el carro de comprar, con mucha gente mirándola de manera extraña, aunque ella ya se acostumbró a aquellas expresiones. Yassine le abrió la puerta para que subiera al apartamento, que se encontraba en la última planta del edificio.

Los chicos no se creían lo que tenían frente a ellos. Hacía tiempo que no vieron a nadie comportarse de aquella forma en ConfinaTown, y el hecho de ver a Elidroide con aquel carro de compras en la puerta del apartamento les hizo sonreír y recordar el principio de la epidemia. Unos diez paquetes de pasta, cuatro de papel higiénico, diez kilos de harina, varios paquetes de levadura, y cuatro botellas de whisky.

—Creo haber entendido de dónde ha sacado ésta la información sobre nuestro planeta —dijo Yassine, sin poder parar de reírse.

—Vamos a tener que comer pasta durante un buen tiempo —apuntó Rebeca.

La chica enseñó a Elidroide cómo preparar la pasta, «el alimento indispensable para los humanos confinados» decía mofándose de la situación. La extraterrestre miraba atenta a cada detalle, y descubría objetos tan comunes para los otros como la olla, la placa vitrocerámica o la campana extractora de humo. Aprendió a calcular cuándo la pasta estaba bien cocida y no pasada, y la cantidad de sal y aceite que había que verter para dejarle un buen sabor al conjunto.

Tras todo el trabajo de preparación, y una vez los tres platos preparados, se pudieron al fin sentar a la mesa y saborear la creación, escuchando al mismo tiempo las noticias.

«Nos llega una información importante desde el parque central de ConfinaTown. Al parecer, muchos vecinos de la zona informan que desde hace dos días, una especie de nave espacial negra con forma de cáscara de huevo está instalado en el centro del recinto. Según las informaciones recogidas, no ha habido construcción precedente a la fecha, por lo que el objeto ha aparecido allí repentinamente. Muchos confirman que se trata de un OVNI y algunos han asegurado haber visto a tres personas, según las descripciones, una marinera, una chica con ropa multicolor, y otro joven, salir del lugar. Actualmente una brigada de policías e inspectores especializados en el tema se encuentran en el parque central de ConfinaTown para acotar la zona y comenzar las investigaciones acerca del caso.

»Por otro lado, un sujeto, al parecer varón de unos cuarenta años de edad según los primeros análisis, se ha enfrentado al cordón policial creado por los agentes de seguridad de la zona, produciendo varios heridos. Les mantendremos informados a medida que la información se vaya actualizando. Buenas tardes, Marta Brownie para ConfinaNews».

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