7 - La dama y el infacundo
Ani Llegó a casa tras dejar a los niños en el colegio, ir al banco para arreglar algunos papeles, cruzarse con una decena de personas y haber hecho la compra; una rutina que se había creado ella misma para intentar salir un poco de casa y olvidar todos estos años confinada sin salir, que solía seguir con la verificación del buzón, todo, tal y como estaba previsto en su día a día.
Entre el correo recibido se encontraba, para no faltar a la cita de principios de mes, la factura de la luz y del agua y la revista mensual sobre recetas a la que se inscribió hace cuatro meses, y que hasta el momento no había leído ni una sola, por recomendación de la vecina, con la que tenía mucha confianza y habían creado una especie de vivienda común durante los últimos diez años. Para sorpresa de la mujer, entre todas aquellas notificaciones recibidas, también se hallaba una carta escrita a mano y sin remitente; ni siquiera se indicaba su dirección, tan solo rezaba : «Para mi clavel rosado, María».
Ani dejó las bolsas de la compra en un rincón de la cocina, y se sentó en el sofá para poder leer aquella carta, que despertó su curiosidad.
Al abrirla, encontró una hoja de papel plegada con un gran texto y otro sobre cerrado. Muerta de curiosidad, leyó :
«Estimado clavel rosado,
Por favor, no abras el segundo sobre hasta que hayas leído esta letra.
Sé que hace mucho tiempo que no nos vemos, y es que la distancia no es siempre fácil de solventar, sobre todo hoy en día; tus niños, tu marido, al fin has conseguido la vida que tanto buscabas, y me alegro realmente por ello. Aún así, hoy te escribo estas palabras para confirmarte, por si acaso no lo sabías ya, que tú eres y serás siempre mi único clavel, mi clavel rosado. Aquel que tanto me hizo sonreír, soñar y vivir.»
Ani apenas daba crédito a lo que leía. ¿Quién sería aquella persona? ¿Por qué aparecía justo en aquel momento?¿Por qué la llamaba mi clavel? Solamente un número contado de personas la llamaban María, y entre ellos, la mayoría era su propia familia. Por un lado, se sentía halagada, pero por el otro, desconcertada e incluso enojada por descubrir que alguien se estaba metiendo en su vida sin preguntarle si ella estaba de acuerdo. Debía seguir leyendo y descubrir toda la información posible.
«Reconozco que no he sido la mejor persona con la que te has cruzado, a veces he conseguido hacerte enfadar hasta tal punto que las venas sobresalían de tu cuello y tu tez se coloreaba como tu apodo; hemos discutido, llorado y reído, y nunca, repito, nunca, me he arrepentido de nada de ello. Hoy vengo a pedírtelo de nuevo, quiero que vuelvas a ser mi clavel rosado. No me importa lo que me cueste conseguirlo, ni con cuántas personas tenga que explicarme, pondré patas arriba todo lo que haga falta, pero no puedo dejarlo pasar por mucho más tiempo. Te necesito, y sé que tú a mí también me necesitas.»
—¿Pero qué se ha creído? —Dijo cabreada. El vientre le hervía y lo único en lo que pensaba en aquel momento era en tirar la carta a la basura, deshacerse de aquella burla y hacer como si nada hubiera ocurrido. El problema era que si lo hacía, ya no tendría pruebas para mostrar a su marido—. Como me entere de quién... Aunque... ¡Podría ser una broma! Sí, seguro era eso.
La duda le remordía a pesar de su enfado. Respiró profundo , esperó unos minutos para calmarse y una vez algo más relajada, decidió seguir la lectura.
«No pretendo hacerte cambiar tu vida, ni siquiera vengo a alterarla, me alegra muchísimo que te vaya bien con tu esposo, y que tus hijos sean los ángeles que son hoy en día; has podido construir con ellos el hogar con el que tanto soñabas y batir una familia espléndida y rebosante de felicidad.»
—¿Me va a contar ahora a mí lo que he hecho o dejado de hacer con mi vida? —Se preguntó a sí misma—. ¡Decidido! No sigo leyendo hasta que llegue mi marido.
Ani comenzó a recoger las compras y organizarlas según tenía acostumbrado tras dejar la carta sobre la mesa. A pesar de su propósito de no continuar leyendo, la cabeza no paraba de darle vueltas intentando descubrir la persona que se escondía detrás de aquel mensaje. Se hablaba en voz alta, enojada, y a cada instante miraba de reojo a la mesa; soltaba pequeños puñetazos a la pared, frustrada, y se intentaba convencer de que hacía lo correcto, en algunas ocasiones reía, mofándose de ella misma y de la situación en la que se encontraba, completamente absurda bajo su parecer.
No obstante, tras varios minutos de lucha contra su propio orgullo, mordiéndose los labios y las uñas y sin poder concentrarse en ninguna tarea rutinaria, no pudo evitarlo, volvió a leer.
«No te hago esperar más, ya puedes abrir el otro sobre que he preparado para ti, en recuerdo a nuestro pasado. ¡10 años sin vernos, mi clavel! Pero no un clavel cualquiera, no; ni blanco, ni rojo, un clavel rosado»
La última frase consiguió despertar una especie de Déjà vu en la mujer. Pensó, se retorció la mente para intentar dar con aquello que estaba apunto de recordar. Lo tenía ahí, justo en a las puertas de su memoria. Tenía que conseguirlo. De repente, sus párpados se abrieron por completo, incrédula ante su nula imaginación.
—¡No puede ser! —Exclamó con una mezcla de decepción y burla hacia sí misma y abrió la segunda carta, que guardaba una foto, precipitadamente, con las manos temblorosas y riendo— ¿Seré tonta? ¡Cómo no lo había pensado antes!
Al verla, Ani confirmó su teoría. Las lágrimas rebotaron de sus ojos mientras recordaba momentos pasados y su corazón se aceleró. En la imagen, una chica joven, con el pelo rizado y numerosas pecas en la cara se encontraba sentada en un banco, mirando al horizonte; una mano fina aparecía por el lateral izquierdo de la foto, sosteniendo un clavel y ofreciéndolo a la joven. La protagonista de aquella foto era ella misma y, si no se equivocaba, también conocía a la persona que sujetaba el clavel. Dio la vuelta a la carta y descubrió que había una frase más escrita en ella:
«Te espero en casa de la vecina»
Corrió como pudo, sin soltar la foto de entre sus dedos, fue a casa de Gloria, colindante a la suya, y allí la encontró. Su hermana.
Feliz de poder volver a salir y disfrutar de las calles y el ambiente de ConfinaTown, Leandro recuperó todo lo necesario para lanzarse a aquello que más le apasionaba, pintar.
Desde pequeño siempre estaba con un pincel en la mano. En la escuela, su asignatura preferida eran las artes prácticas, básicamente la única que le interesaba, y muy pronto comenzó a realizar bocetos y a participar en concursos de dibujo. Fue su padre quien le enseñó, un gran pintor conocido en la ciudad y que realizó la mayoría de los carteles referentes a las fiestas regionales. Conocía las muy variadas técnicas de pintura y las practicaba casi a la perfección. Durante los últimos diez años, logró pintar la vista desde su balcón desde diferentes momentos del día. Por la mañana, por la tarde, por la noche, lloviendo, nevando, con los árboles en plena flor, y con las ramas como única vestimenta, decoró los edificios imaginándoselos diferentes a como se mostraban, e incluso llegó a ignorarlos en su imaginación y dibujar un paisaje completamente rural. Tras entrenarse con la aquella vista, comenzó con el interior, motivos florales y bodegones para intentar el arte abstracto con influencias de todo tipo a las que siempre intentaba semejarse en sus creaciones.
diez años fueron muchos para estudiar y practicar, ahora quería volver a salir y dar a conocer a todo el mundo lo que era capaz de crear. Tomó su caballete, los pinceles y acuarelas, y su tabla de pintura. Algo cargado, pero decidido, se dirigió hacia el muelle del río que cruzaba la ciudad para volver a inspirarse en algo que aún no había podido dibujar.
De camino, debía para cada pocos metros para poder descansar sus manos, los utensilios que llevaba pesaban mucho y no eran fáciles de transportar.
—¿Te puedo ayudar? —Preguntó una chica que lo adelantó en el camino, alta, delgada, con el pelo corto y rizado y una sonrisa que le intensificaba el color rosado de sus mofletes. Llevaba una cámara fotográfica colgada al cuello y vestía una con una camisa de tirantes blanca y una falda asimétrica de color anaranjado
—No... Bueno, sí. Quiero decir... —Leandro quedó embobado tras comprobar la belleza de aquella chica—. No quiero molestarte. Pero mentiría si digo que no necesito ayuda
—Me llamo Eva. Dame, te llevo esto que no tiene pinta de pesado pero te ocupa mucho espacio.
—Mi nombre es fealandrutro. Quiero decir, Leandro. Nuevamente te doy mil gracias por tu ayuda. No aguantaba más tiempo encerrado y necesitaba salir para pintar otros temas que los que me rodean. Bueno, que rodean mi apartamento. Osea, mi entorno. No sé si me explico.
Eva sonrió, Leandro le parecía bastante simpático.
—Te entiendo, no soy pintora pero comprendo lo que quieres decir. ¿Hacia dónde vas?
—Al muelle, allí donde, creo yo, suelen pasar cosas.
Marcharon poco a poco, realizando pausas cada cierto tiempo para descansar. No tardaron mucho en llegar, apenas una decena de minutos y, delatados por la expresión sonrojada que cada uno de ellos mostró, no les habría molestado intercambiar a solas algo de más tiempo.
—Bueno, voy a pintar un poco.
—Sí, yo voy a hacer algunas fotos.
La chica se alejó dando pasos largos pero no muy ligeros, con las manos entrelazadas en su espalda y con la esperanza de ser llamada por Leandro, pero aquello no ocurrió. Él, por su parte, se odiaba por haber dicho que tenía que pintar. «Hay tiempo de sobra, inútil» se insultaba a sí mismo «Podías haber quedado unos minutos más con ella, tienes todo el día para pintar».
Ninguno de los dos tomó alguna iniciativa, la chica desapareció y él necesitaba ahora concentrarse en su lienzo.
Pensó durante unos minutos qué es lo que debería dibujar. Y, como hacía cada vez que necesitaba inspiración, descubrió su alrededor. Se fijó en todo lo que le rodeaba dejando despierta, al mismo tiempo, a su imaginación. Contempló las pequeñas embarcaciones que cruzaban el río, con pescaderos que se dirigían hacia el mar; las gaviotas que volaban en círculos tras los barcos; observó cómo los marineros ataban sus embarcaciones en el puerto, o recuperaban todo aquello que habían pescado durante el día, o la noche; quedó absorto por la desembocadura del río, que se difuminaba con el mar sin dejar rastro, y daba paso a un abismo de color azul.
Nada de aquello le atraía lo suficiente, a pesar de la belleza que desprendía. No quería dibujar sobre un paisaje, necesitaba algo más humano, cercano a él, algo que le hiciera aflorar sus sentimientos.
Volvió a hacer el mismo ejercicio de descubrimiento, pero en esta ocasión de espaldas al puerto. Prestó atención a la gente que le rodeaba, a la niña con su helado, a típica madre que hablaba por teléfono sin darse cuenta de que el paso que llevaba era muy rápido para la pobre chica y que la obligaba a dar brincos gigantescos para no acabar arrastrada. A pesar de todo, tampoco se veía motivado por aquel tipo de dibujo, necesitaba algo diferente.
—Piensa Leandro, llevas diez años encerrado, algo tienes que encontrar.
No fue nada fácil decidirse, sus pinceles esperaban impacientes en la mano ser envueltos por alguna de las pinturas que iría a mezclar en la paleta.
Tras varios minutos de duda, una imagen nítida vino a su cabeza. Sí, creo que es lo que necesito, sin lugar a dudas.
Respiró hondo, agarró bien el pincel, y comenzó a jugar con los colores, mezclándolos y haciendo que vivieran de nuevo tanto él, como sus utensilios.
Por otro lado, Eva paseaba algo cabizbaja por las calles de ConfinaTown, había esperado tener algo más de discusión con aquel joven tan simpático, intercambiar impresiones y hablar sobre algún tema de actualidad simplemente por el hecho de pasar un buen rato. La chica vivía con dos compañeros de piso desde el principio de las medidas restrictivas que se habían impuesto entre la población hace diez años. En un principio, todos eran estudiantes, recibían clases por videoconferencia y estudiaban juntos, aunque cada uno su materia, pero poco a poco fueron encontrando empleos a los que se dedicaron casi a tiempo completo. Ella, al ser la única que aún no tenía trabajo, se había dedicado a la fotografía. Captaba cada instante que se le presentaba, a veces, en secreto, se colaba a su ventana con la luz apagada y comenzaba a fotografiar a sus vecinos, aún sabiendo que aquella práctica estaba prohibida. No podía evitarlo, necesitaba retratar todo, cada gota de lluvia que resbalaba poco a poco por el cristal de la ventana, cada mosca que se colaba en el interior del apartamento, había fotografiado a todos sus compañeros de piso mientras estornudaban y les mostró lo divertida que podía llegar a ser la fotografía
En aquel momento se encontraba algo decepcionada, por un lado, por ella misma. ¿Por qué siempre era el chico el que debía dar el primer paso? ¿Por qué no podía ser la chica?. Habría preferido proponerle tomar un café juntos al joven antes de empezar en sus proyectos, pero no se atrevió a hacerlo, esperó que fuera él quien lo propusiera. «La sociedad es demasiado machista» pensó «Yo también lo soy, no me he atrevido a hacer algo que me habría encantado, por el simple hecho de seguir las reglas marcadas»
Agarró la cámara que llevaba al cuello con las dos manos y se preparó para captar todo lo que pudiera en foto, para luego descartar aquellas imágenes que menos le gustaran.
Al principio, comenzó fotografiando los detalles ornamentales de cada edificio que se cruzaba, las esquinas, los bajos de balcones, los encuadres de las puertas, cada objeto tenía su particularidad, y Eva era capaz de conseguir el mejor ángulo para hacerla resaltar. A pesar de su motivación, la joven hacía fotos sin apenas concentrarse. Pensaba en el chico que se encontró y no conseguía quitárselo de la cabeza, se odiaba a ella misma por aquella actuación que tuvo, no se pensaba tan introvertida.
Eva nunca tuvo problema para atraer a un chico, era guapa para la mayoría de ellos, con un cuerpo esbelto y un carácter bastante alegre y alternativo, pero hasta el momento no llegó a encontrar el adecuado. Siempre coincidió con aquel que prefería beber alcohol sin control y acabar tirado por la calle, o con el típico sexista que no la apoyaba en nada.
Tras pensarlo en varias ocasiones, y sin quedar completamente tranquila, decidió cambiar su rumbo para dirigirse de nuevo hacia donde dejó a Leandro, con el deseo de que el chico no hubiera cambiado de lugar.
Allí estaba, sentado en el borde del mirador mientras definía detalles de lo que pintaba. No la había descubierto, así que Eva decidió mantenerse a distancia para pensar en cómo acercarse a él. Con un ligero sentimiento de culpabilidad, pero sin poder remediarlo, comenzó a fotografiar al joven. Reguló el objetivo de la cámara para poder ampliar la imagen al máximo, quería observar cada movimiento que realizaba, y imaginarlo cerca de ella.
Contempló sus bíceps, bien trabajados y que quedaban algo apretados en su camiseta de manga corta, las expresiones que realizaba al imaginar o detallar su dibujo; se fijó en el pantalón, pegado al cuerpo y que permitía igualmente observar los cuádriceps. Se imaginaba junto a él, casi pudiendo tocar todo su cuerpo, lo quería, lo deseaba.
Al cabo de unos minutos consiguió decidirse, tenía que cruzar aquella línea machista que la bloqueaba. Aquel chaval le gustaba, necesitaba conocerlo. Eva se acercó al joven esperando no molestarle.
—Hola, ¿cómo va el dibujo?
Leandro se sobresaltó, estaba tan concentrado en su trabajo que no la vio llegar. El tartamudeo le entró de golpe. Contestó:
—Bien... aquí, bueno, poco a poco.
El joven se desplazó un poco para evitar que la chica descubriera el dibujo.
—¿Puedo verlo?
—¡No! Quiero decir... Aún no está acabado.
—¡Va!... no seas tímido, seguro que es muy bonito —Eva esperó unos segundos, dudando si debía hacerlo o no, y en el momento en que notó al chico algo distraído corrió del otro lado del caballete.
Lo que descubrió le dejó con la boca abierta. Era maravilloso, de una precisión casi perfecta, con detalles, luces, sombras, colores, brillos y casi todo lo que necesitaba para ser real. Se trataba de una fotografía coloreada y tan sólo le quedaba estar en 3D para poder sentirla. ¿Cómo lo había conseguido? ¿Cómo había podido captar en tan poco tiempo aquellos detalles y plasmarlos a la perfección en un dibujo hecho a mano?. Eva no conseguía dar crédito a lo que veía. Se trataba de un reflejo de ella, casi perfecto.
—Lo siento —se disculpó.
—No debes disculparte, me parece el dibujo más bello que nadie ha hecho de mí.
Leandro se sonrojó, alagado por las palabras de la chica.
—Quieres...
Eva le paró, poniéndole la mano en la boca rápidamente. No quería dejar que fuera él quien lo hiciera, debía tomar ella la iniciativa y demostrar que podía hacer frente a la sociedad. Liberó al joven y le preguntó.
—¿Te apetece tomar un café conmigo?
Sin salir de la ciudad submarina, Elidroide, Rebeca y Yassine cruzaron varios edificios de coral mientras seguían la estela de Maya. La sirena se conocía el lugar de memoria y la intuición que tenía acerca de dónde podían encontrase aquellos señores Coriolis le hacía dirigirse hacia allí determinada y esperanzada por llegar a tiempo. Los chicos no tenían alternativa, copiaban sus movimientos mecánicamente y esquivaban los obstáculos que se encontraban en el camino apenas señalados por Maya como podían.
Rebeca notaba una pequeña incomodidad en la parte dorsal del disfraz de unicornio, parecía que se despegaba de su piel poco a poco. No tenía la impresión de que iría a desprenderse del traje de inmediato, por lo que no le dio gran importancia, pero le hacía perder velocidad y tenía que compensarlo con algo de esfuerzo.
Tras varios minutos zigzagueando llegaron a una zona despejada, no muy alejada de lo que parecía el núcleo urbano de la ciudad sumergida. Allí, en el centro, presidía un gran montículo de escamas doradas. Eran realmente doradas. En el mundo exterior, y de forma más precisa en ConfinaTown, aquellas escamas tendrían un valor incalculable. Los chicos entendieron de inmediato la necesidad de esconder aquel tesoro a los humanos, quienes de conocer su existencia no dudarían en salir de manera masiva en su búsqueda. Aquellas placas córneas resplandecían aún situándose bajo el agua, el brillo dorado se reflejaba en casi todo lo que les rodeaba y creaban una atmósfera diferente a la del resto del fondo marino.
Vigilando aquel tumulto, quepodía llegar a hacer casi cinco veces la altura de cualquiera de los presentes,se encontraban dos pequeñas criaturas de no más de medio metro, dotadas demanos y pies palmeados, completamente desnudos a excepción de un viejo trapo enla entrepierna y calvos. Eran losseñores Coriolis. Se disponían a comenzar el ritual propio de la creación deltorbellino gigante, pero la presencia de aquellos espectadores repentinos leshizo titubear. Los pequeños seres se encararon a Maya, a la que ya conocían, yle preguntaron:
—¿Qué haces aquí?¿Otra vez vienes a molestarnos?
Aquellos diminutos personajes eran muy rápidos, de hecho, mucho más de lo que era la sirena, que para los chicos y la extraterrestre ya suponía bastante velocidad. En un abrir y cerrar de ojos, pasaron de estar cerca del montón de escamas doradas a jugar con el pelo de Maya. Además, se movían de un lado a otro sin cesar, creando corrientes de agua alrededor de ellos y perturbando la estabilidad de los presentes, a los que ya les costaba bastante mantenerse a flote de forma vertical.
—No queremos molestarles, señores Coriolis —comenzó Maya. Lenta y pausada para no crear tensión—. Las escamas que tienen ahí y con las que intentan crear el torbellino gigante les pertenecen y de eso no cabe la menor duda.
Maya, ante la atenta mirada de los seres diminutos y los demás, medía sus palabras para evitar un conflicto que casi con seguridad llegaría. Los señores Coriolis eran conocidos por su sensibilidad; en cierta medida, era como hacer frente a unos niños cuya única idea presente en su cabeza era la de divertirse y pasar un buen rato. Desde la antigüedad, estos seres, que siempre iban en pareja de dos, solían estar presentes en todos los rincones del planeta tierra, ya sea bajo agua, o en la superficie. Ellos crean lo que comúnmente llamamos corrientes y se apoderan de todo aquello que puede ser desplazado por éstas. En su forma más malvada y cuando necesitan descargar energía, los diminutos seres se manifiestan con tornados o enormes huracanes y tifones en superficie; o con succionadores remolinos en el mar y océanos. Los tritones y las sirenas llegaron a un acuerdo con ellos para evitar perder las preciadas escamas doradas: Los Coriolis podían seguir siendo sus dueños, pero dejaría a las ninfas aprovecharse de las escamas a cambio de un espacio en el que jugar sin ser molestados y en el que no debería construirse nada. El lugar en el que se encontraban.
Todos quedaron contentos conel trato, pero lo señores de las corrientes, como ya intentaron hacer en elpasado, buscaban en ocasiones sus escamas para jugar con ellas y crear elremolino gigante, que siempre tenían en mente. Eran muy celosos, y no podían ser peores que los demásseres de su especie, por lo que debían demostrarlo.
—Nos gustaría poder recuperar algunas. Tienen muchas en ese montón de ahí, seguro que podrán crear un magnífico torbellino con solo una cuarta parte de ellas.
La pareja de seres sonrió a carcajadas al mismo tiempo que giraban sin parar sobre sí mismos. Estaban enérgicos y daban la impresión de ser así siempre.
—No creemos que os haga falta. Siempre creáis esas mágicas escamas para guardarlas bajo llave y no utilizarlas. Soy muy bonitas, se podría crear un torbellino magnífico con ellas. Lo siento. Pero vamos a divertirnos un rato con ellas.
—Por favor, solo déjenme unas pocas, les aseguro que nadie más se enterará.
—¡Hemos dicho que no! —gritaron al unísono, al mismo tiempo que crearon una fuerte corriente que arrastró a los chicos, la extraterrestre y la sirena varios metros hacia atrás.
Seguidamente, sin necesidad de disculparse o arrepentirse del empujón, los señores Coriolis se situaron uno frente al otro, con el montón de escamas entre ellos.
En un principio era como si se pasaran una pelota invisible el uno al otro, lanzaban una de sus manos hacia delante y un haz de burbujas seguía una línea curva que llegaba a su compañero rodeando el cúmulo dorado; en respuesta, la otra criatura realizaba la misma acción desplazándose por el lateral opuesto. Poco a poco se creaba un círculo con la corriente creada por este lanzamiento de pelota transparente y las escamas se agitaban invitadas a jugar con el circuito de agua creado. La velocidad de la corriente creció a medida que pasaban los segundos, Maya intentó interponerse pero la fuerza creada era ya lo suficiente como para eyectarla de un golpe hacia atrás. El remolino comenzó a formarse, las escamas bailaban en círculos y creaban un espectáculo que iluminaba todo el lugar y poco a poco iban subiendo hacia la superficie. Ya no había manera de evitarlo.
Algunos objetos que se aproximaban de manera aleatoria al torbellino eran catapultados con brusquedad en todas las direcciones. Uno de ellos, alcanzó a Rebeca, haciéndole perder parte de su disfraz.
—¡Una humana! —gritaron al unísono. Creando un ruido tan intenso que fue escuchado en toda la ciudad. La sorpresa les hizo parar durante unos minutos en los que su atención se centró en la chica.
Varias Cecaelias, que no se encontraban lejos y escucharon la llamada de los señores Coriolis, acudieron apresuradas para descubrir el origen del problema y lanzaron un grito de furia con la boca cerrada al mismo tiempo que enseñaban todos los dientes puntiagudos.
—¡Corred! O, mejor dicho. ¡Nadad! —gritó Elidroide.
Tuvieron que zigzaguear entre los arrecifes para no ser capturados por aquella especie de brujas marinas mientras evitaban los hechizos que les lanzaban. las tenían muy cerca, y el peligro era inminente. Maya, muy a su pesar, tuvo que escapar con ellos puesto que de lo contrario sería juzgada por traición. El traje de Rebeca, desgarrado, se despegaba poco a poco de su piel, dándole así más dificultades para avanzar. Llegaban al muro de ilusión que protegía la ciudad de las sirenas. Ya solo tenían que pasarlo y esperar que las aquellas criaturas no se atrevieran a cruzar la barrera junto a ellos. Lo conseguían, pero veían al mismo tiempo que sus perseguidoras frenaron repentinamente. ¿Tanto miedo tenían al mundo externo? En la lejanía, el torbellino de escamas doradas había retomado su movimiento, no podían hacer nada.
Una vez se encontraron del otro lado del muro de corales mágicos, Maya no disminuyó la velocidad, algo le inquietaba. Y no tardaron en descubrirlo. Un enorme pulpo, mucho más grande que ellos, casi unas diez veces sus tamaños, les cortó el paso. Estaban perdidos, no tenían escapatoria. Irían con toda seguridad a morir en aquel lugar.
—¡Únanse a Elidroide! Yo intentaré bloquearle. ¡Saca la cosamolona, lo destruiré en cuanto desparezcáis! —ordenó Maya.
La sirena se lanzó contra el pulpo, que la apartó sin dudar agarrándola con uno de sus tentáculos.
Los tres se juntaron tan rápido como pudieron, la extraterrestre sacó el aparato similar a una piedra, y éste les engulló de inmediato justo antes de que otra extremidad del cefalópodo les alcanzara.
Durante unos segundos viajaron en una especie de torbellino de luces y colores que aparecían sin cesar. Duró muy poco, pero fue lo suficientemente intenso como para hacer vomitar a Rebeca al llegar a la nave de Elidroide. Todo le daba vueltas, la realidad se encontraba distorsionada y sus ojos no lograban captar con nitidez lo que le rodeaba.
—Es normal, yo aún no controlo del todo bien estos viajes.
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