2 - ¡A buscarse la vida!
Como cada mañana, Álvaro se levantó con una rutina ya establecida. En primer lugar, subió las persianas de la habitación y abrió la ventana para recibir algo de claridad y aire en la pieza. Más tarde, y tras rehacer la cama vagamente, tan solo estiró un poco las sábanas hasta el nivel de las almohadas, se dirigió hacia el salón donde se preparó un bol de cereales mientras encendía la tele y zapeaba sin ritmo para encontrar alguna emisión interesante. El joven vivía en un apartamento de tipo «Estudio» donde había una habitación con cama individual, un pequeño salón—cocina y un cuarto de baño poco espacioso, en total, cuarenta metros cuadrados que le daban el espacio suficiente para llevar su día a día sin problemas.
Acababa de cumplir veintiocho años y vivía en aquel lugar desde hace once, cuando se emancipó de su familia. Al mudarse, aún no había rastro del virus y la relación que tenía con sus padres era casi perfecta, pero todo esto empeoró con la llegada de la pandemia. Fue estudiante hasta sus veintitrés años y vivía de las ayudas estatales para jóvenes, unos ochocientos euros al mes que le permitían pagar el alquiler del apartamento, así como los gastos de luz, agua y la comida. No necesitaba nada más, no estaba abonado a ningún servicio externo, el coche o la moto nunca habían sido interesantes para él dado el confinamiento, hacía ejercicio en casa viendo tutoriales en videos de internet y la compra se la acercaban hasta la puerta del estudio con el servicio de reparto. Lo tenía todo, no debía dar explicaciones a nadie y llevaba, según él, la vida deseada por la mayoría de los jóvenes de su edad. La relación que tenía con su familia se había vuelto casi inexistente, sus padres fueron confinados en otra ciudad y Álvaro casi nunca les cogía el teléfono, no quería saber nada de ellos. Le insistieron para volver a casa cuando las noticias sobre la pandemia se extendían, pero él se negó en rotundo, una y otra vez, aunque en principio estuvo obligado a mantener una mínima relación con ellos por tema económico; sin embargo, desde que el estado le proporcionaba las ayudas necesarias, dejó de hablarles sistemáticamente. Tan solo se relacionaba con su hermana, que vivía en Confinatown, a algunas calles de distancia, aunque ella sí que guardaba relación con sus padres, era mayor, y trabajaba desde hace años con una empresa de informática.
«Más noticias sobre las nuevas medidas adoptadas por el alcalde de ConfinaTown, esta mañana, tras la comparecencia ante las cámaras del representante de la ciudad, Carlos de ConfinaTown.» A Álvaro casi nunca le habían interesado las noticias, apenas las dejaba cinco minutos, que enseguida se cansaba de ellas y cambiaba de canal. «Tras una votación a puerta cerrada, el legislativo ha aprobado hoy por mayoría simple la abolición de las ayudas económicas a jóvenes mayores de veinticinco años establecidas al principio de la pandemia.»
Los párpados del joven se abrieron por completo, dilatando así las pupilas de sus ojos. Su corazón comenzó a palpitar intensamente y le creó una angustia que nunca antes había experimentado. ¿Había escuchado bien? ¿Qué ocurría?
«La decisión se ha tomado tras el anuncio de la abolición del confinamiento y será efectiva a partir del próximo mes. La medida toma en cuenta la edad indicada como suficiente para integrar la vida laboral, en la que cerca de un 80% de la población se vería obligada a formar parte de la actividad económica. Os daremos más información sobre el desconfinamiento previsto hoy a las doce del mediodía. Pasen un buen día. Marta Brownie, para ConfinaNews»
—¿Desconfinamiento?
Se apresuró para ver lo que decían en el periódico. No hizo falta buscar mucho, la noticia estaba en primera portada, el virus había desaparecido por completo en la región y aquello tuvo consecuencias inmediatas para muchas personas, incluido él mismo. La rabia, temor e impotencia se apoderaron del muchacho, quien tendría que cargar a partir del próximo mes con los gastos de vivienda y comida, sufriendo al mismo tiempo una especie de crisis de angustia por tener que organizarse en su futuro.
¿De qué viviría a partir de ahora? No le quedaban apenas ahorros, estaba sin trabajo y no tenía experiencia en ningún sector, los estudios los acabó hace tres años sin haber conseguido sacar mucho provecho de ellos y apenas sabía lo que era levantarse temprano por las mañanas. Pensó en su hermana, pero recordó que ella tenía un marido y un bebé, y si iba a vivir con ella no se encontraría del todo cómodo. Con respecto a sus padres, serían, sin lugar a dudas, la última alternativa.
Buscó por internet «Trabajos más fáciles de conseguir después del confinamiento» y encontró, entre otros : Mozos de almacén, reparto, hostelería, reponedores y cajeros de supermercado, pero ninguno de ellos le llamaba la atención.
Debía decidirse. Daba vueltas al salón de casa sin saber qué hacer, angustiado, con las lágrimas en los ojos.
—Ok. Vayamos por partes. Mozo de almacén tendré que estar todo el día con paquetes pesados y organizándolos, seguro que al final del día acabaré con la espalda medio rota, no me veo en ese tipo de trabajo. En cuanto a repartidor, no tengo carnet de conducir de coche ni de moto, no me aceptarán. Tampoco me veo sirviendo cafés o platos, seguro que los tiraré nada más toquen la bandeja. —Se imaginó a él mismo con aquel tipo de plato para camareros y derramándolo todo sobre algún cliente—. No, no es buena idea. Para reponer un supermercado y ser cajero... a lo mejor es más ameno como trabajo y no creo que me cueste mucho realizarlo. Intentaré empezar por ahí.
Muy a su pesar, pero obligado por la situación, Álvaro se dispuso a crear su currículo. No sabía qué poner en él, no tenía experiencia y tampoco se la podía inventar, con toda seguridad llamarían para comprobar la veracidad de lo indicado. Al quedarse sin ideas, acabó llamando a su hermana, quien siempre encontraba salida para todo.
—Jajaja... ¿Tú? ¿Trabajar?
Las carcajadas de su hermana le irritaban, él intentaba estar serio y preocupado por la situación mientras su hermana se burlaba abiertamente.
—A ver, o eso, o me acoges en tu casa hasta que encuentre algo.
—¿No has pensado en papá y mamá?
—Sabes que no me llevo nada bien con ellos. No les hablo desde que me fui de casa.
—Quizás es hora de retomar las relaciones. —Se notaba un tono de prepotencia en la frase, la hermana de Álvaro le avisó en innumerables ocasiones que ésto podría ocurrir. Tras varios segundos en silencio, mientras esperaba una respuesta inexistente de su hermano, prosiguió—. Quizás puedes poner en el currículo que has trabajado en el restaurante de tío Roberto, no creo que él hable mal de ti en el caso en que le llamen.
—¡Oh! Gracias, no había pensado en él.
Se apresuró para crear el currículo, que le tomó más de una hora para ser modificado y retocado, y lo imprimió varias veces, avisó a su tío para pedirle permiso por necesidad extrema y, tras buscar en el armario ropa que llevaba colgada meses (en el apartamento siempre estaba en pijama), salió a la calle para buscar supermercados en los que poder trabajar.
Probó primero en la pequeña tienda de ultramarinos situada bajo su piso y, tras entrar en ella tímidamente y explicarle su situación, la dueña le dijo con claridad que no buscaba a nadie, que probara en grandes marcas porque la cosa llevaba muchos años mal para el pequeño comercio. Después de esa intervención, se dijo así mismo que la mujer tenía razón, y se dirigió hacia supermercados más reconocidos a nivel nacional o incluso internacional olvidando así los pequeños negocios familiares.
Cerca de él había dos, uno situado a proximidad de donde vivía su hermana, y el otro un par de manzanas más lejos. En el primero aceptaron su currículo, diciéndole que le contactarían en el caso en que necesitaran a alguien sin dedicarle mucha atención y lanzando su candidatura en una especie de cajón. Tras pasear más o menos quince minutos, llegó al segundo supermercado. «Ya estoy cansado, tengo más de media hora de camino para volver, lo intento aquí y lo dejo por hoy».
Al entregar su currículo, la muchacha le comenzó a hacer preguntas tras echar una ligera ojeada al papel.
—Veo que tienes algo de experiencia, ¿Cuándo estarías dispuesto a comenzar?
—Eh... —titubeó, se estresó un poco— En cuanto se pueda.
—Buscamos a alguien a jornada completa, un perfil polivalente cajero-reponedor. Te encargarías de la reposición, manipulación y cobro de los productos, de asesorar a los clientes y de una presentación e imagen correcta de los alimentos, asegurándote del buen estado de los mismos. Si estás interesado, vente mañana a las seis de la mañana, haremos una primera prueba y, si todo va bien, podremos contratarte, te anoto en la lista de candidatos.
—Aquí estaré.
No se lo esperó en absoluto. ¿Tan rápido? ¿Tan sencillo? Realmente era uno de los trabajos más demandados en la actualidad. Si todo iba bien, podría salir adelante y seguir viviendo en su pequeño estudio. Mientras volvía, se alegró de la suerte que tenía, cantaba, estaba contento y se sentía con energía, descubría la ciudad. Al fin y al cabo, no parecía tan problemático salir al exterior.
Tras aterrizar en mitad de un parque, Elidroide quiso comenzar a explorar la ciudad de ConfinaTown. Recordó los numerosos conjuntos que utilizaban los humanos para vestirse, dependiendo si eran del sexo femenino o masculino, jóvenes o mayores, de día o de noche, de un país o de otro. Nunca entendió tanta variedad, pero quiso jugar el juego. Visto que ella era tenía más similitud con el sexo femenino, probó uno de los trajes que confeccionó durante su viaje y que, según los videos que había visto solo lo llevaban chicas de su edad.
Salió de la nave, que dejó en aquel parque esperando no molestar mucho y decidió practicar todo lo que había estudiado sobre los humanos.
Así, tras adoptar una forma humana, con un pequeño tutú-minifalda, una camisa deportiva de tirantes, dos coletas y dos pompones, se encaminó hacia el centro de la ciudad, con un traje algo llamativo de animadora y con la convicción de que pasaría la mejor semana de su vida.
—Realmente son difíciles de entender estos humanos, con los pompones en las manos no sé cómo voy a hacer para servirme de ellas.
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