19 - Pepa, el nuevo reino
Cientos de militares armados dirigidos por Matteo I de Italia se aproximaron hacia el campamento de Mediterranía con la intención de aniquilarlos. Las tropas de la reina Siana estaban debilitadas por el cometa caído en su territorio y el caos se había apoderado de sus ocupantes. La organización, que era el punto fuerte del sargento Colilla, se encontraba inexistente en un lugar abrasado por las llamas.
Muchos soldados se apresuraban a apagar el fuego gracias al agua que acarreaban desde un lago situado no muy lejos del campamento; otros, intentaban socorrer a aquellos heridos por los pedazos de meteorito que les cayeron encima. Algunos necesitaban una ayuda urgente, otros, por desgracia, murieron en el acto.
La información llego a la reina Siana de manos de uno de sus guardianes. En un principio, no se trataba de una ofensiva italiana, sino de una masa de piedra incandescente caída desde el espacio y que se había hecho añicos al entrar en contacto con la atmósfera. Sin embargo, la segunda tanda de disparos que recibieron minutos después sí que provenía del ejército de Mateo, quien aprovechó la catástrofe para tomar ventaja en su ataque.
—Vamos al frente Saray, tenemos que ayudar a los nuestros e impedir el avance de Matteo. Mediterranía depende de nosotros.
Tras darse prisa en ponerse los chalecos antibalas y algunos artilugios de defensa más, la reina y la princesa Saray se dirigieron a la primera línea de ataque, allí donde estaba ya preparado el sargento Colilla.
Los nervios se habían apoderado del ejército de Mediterranía. El sargento Colilla estaba atrincherado junto a una decena de soldados impidiendo que Matteo y sus aliados avanzaran. Pero era en vano, el desastre ocurrido les había conducido a la derrota de manera directa.
Ningún bando quería provocar muertos, por lo que el avance se realizaba de manera pacífica. Sin embargo, había un claro predominio. Matteo avanzaba en su ofensiva, ganaba terreno a cada minuto que pasaba y encercaba cada vez más a sus rivales lanzándoles bombas y destruyendo todo su campamento. Colilla, sin embargo, no tenía más opción que protegerse e impedir una masacre de los suyos.
Siana se acercó como pudo hacia el sargento.
—Debemos hacer algo, no podemos quedarnos de brazos cruzados mientras perdemos la región.
—En estos momentos, la estrategia más razonable sería darnos por vencidos y generar una retirada.
—¡Jamás! —aseguró Siana entre disparos.
Saray estaba asustada. No quería que se provocaran más pérdidas. El meteorito ya había causado bastantes daños y no resultaba nada fácil ver cómo los soldados pedían ayuda y no podían recibirla. Sin embargo, sabía que Siana no iba a desistir, que iría sin dudas hasta el final, aunque eso le costara la vida.
Saray, por su parte, no estaba hecha para la guerra. Era una joven pacífica y simple que nunca había causado el menor daño a nadie. En estos momentos se encontraba en una situación delicada, se encontraba allí con la única intención de no defraudar a Siana, quien la había protegido y cuidado desde la muerte de sus padres.
En cambio, la reina no se dejaba vencer tan fácilmente. Iría a por todas, y de hecho, es lo que quiso hacer. Equipada de casco, su chaleco antibalas y guantes y máscara para no ser vista, Siana se adelantó entre las sombras sola, mientras creaba un camino que le dirigía hacia Matteo.
No fue nada sencillo adelantarse a través de la vegetación. Estaba oscuro, apenas se veía nada y Siana debía de gastar mucho cuidado por no salir rodando por alguna pendiente abrupta o incluso caer por un precipicio. Avanzó con sigilo y, aunque resultaba agotador, ya se encontraba lo bastante cerca como para ver a Matteo, protagonizando el avance italiano.
«Será imbécil» pensó «¿Cómo puede un emperador aparecer así, en primera línea ofensiva, sin defensa ni protección más que la de su vieja ropa?» Algo le dijo a Siana que parecía demasiado fácil, pro esa razón, la joven reina no se apresuró por lanzarse hacia el emperador y esperó a vigilar bien sus acciones y la gente que le rodeaba.
Tras varios minutos de seguimiento, y tal y como sospechaba, Matteo no contaba con ninguna clase de defensa más de la que se veía sobre él. El ataque de Siana podía en ese momento ser definitivo y reclamar la victoria de Mediterranía.
Así lo hizo, Siana se lanzó en un momento en el que los guardias, o más bien los soldados que se encontraban más cerca del emperador volvieron unos metros para recuperar algo. Ella se lo agarró por la espalda, y con una gran daga sobre su cuello, amenazó con degollarlo.
—Ni una palabra, ni un grito. De lo contrario la punta afilada de este arma penetrará en tu cuello.
—¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres?
—Soy la reina Siana de Mediterranía.
Matteo entendió entonces que se encontraba en la situación más incómoda que podía imaginar. Siana no temblaría en el caso en que tuviera que tomar una decisión. Y si él retrocedía, habría perdido toda imagen frente a ella. Emperador contra reina. El juego apenas había comenzado y ya le habían hecho jaque.
—Vas a hacer exactamente lo que yo te diga. ¿Queda claro?
Matteo asintió con un ruido gutural, algo tembloroso.
—Voy a llamar la atención de tus muchachos. Van a ver cómo te amenazo y van a querer disparar. Si lo hacen, estás muerto, porque las balas pasarán por ti antes de alcanzarme y, en el caso de que no te maten ellas, lo haré yo con este cuchillo. Les vas a convencer de dar marcha atrás y retirarse. Ya aclararemos lo de Pepa en otro momento.
—Entendido, entendido.
Siana lanzó un grito de furia, y en ese momento varios soldados italianos se volvieron alerta. Al ver la situación no supieron qué hacer, y quedaron inmóviles, esperando una orden proveniente de Matteo. Tras varios segundos de desconcierto. Matteo dijo algo a Siana, en voz baja.
—En el caso en que vuelva a mi tierra con la batalla perdida seré el hazmerreír del imperio, nadie será capaz de tomarme enserio y mi vida no tendrá ningún sentido. Lo siento Siana, pero no daré marcha atrás —La voz de Matteo resultó segura. Por primera vez en mucho tiempo, el joven se sentía determinado—. ¡Disparad!
—¡No!
Una dulce voz salió de los arbustos. No muy grave, pero tampoco aguda. Era más bien tierna, como una melodía. Poco a poco, y con las manos en alto para mostrar su posición neutral, Saray se dejó ver. Con mucho cuidado y movimientos extremadamente suaves, Saray se quitó el casco y lo tiró al suelo; enseguida, hizo lo mismo con el chaleco antibalas. Los soldados italianos dirigieron sus armas hacia la joven.
—¡No disparéis! ¡Bajad las armas!—gritó Matteo.
El joven emperador quedó embobado al ver cómo el pelo rubio y liso de la princesa caía con dulzura tras ser liberado del casco. Siana seguía amenazadora con su daga afilada en el cuello de Matteo, pero sus ojos no daban crédito a lo que veían. ¿Qué hacía Saray en aquella posición? ¿Por qué se había dado a descubrir de esa manera?
Nada, y en ninguno de los bandos, había salido como planeado: Enzo quiso acorralar de manera paulatina al ejercido de Siana, con sigilo y de sorpresa, pero su sobrino Matteo tuvo una especie de inspiración repentina y decidió obrar por su cuenta tras la caída de un meteorito en campo contrario; el sargento Colilla, sin embargo, pensaba ser ofensivo y atacar a primera hora de la mañana cuando las tropas italianas estuvieran aún adormecidas, sin embargo, el caos producido por el meteorito, la impulsividad de la reina Siana y la bondad de la princesa Saray produjeron un cambio en el rumbo inesperado. Todos improvisaban sobre la marcha.
—Siana, suelta el arma —ordenó Saray.
Incrédula, la reina dudó sobre su acción. Era la oportunidad de vencer, lo tenía ahí, a su merced. El resto de soldados que les rodeaban se encontraban casi desarmados bajo las órdenes de Matteo y ella era la única que podía dar fin al conflicto. Todo eso gracias a Saray, pero... ¿De verdad le estaba pidiendo que suelte el arma?
—Siana, por favor, suelta el arma —pidió Saray.
Algo dubitativa, pero con confianza en las palabras de la princesa, Siana alejó poco a poco el arma del cuello de Matteo, quien ya sangraba ligeramente. Dio dos pasos hacia atrás y se mantuvo alerta por si tenía que realizar alguna acción.
Saray, sin embargo, se acercó poco a poco a Matteo, mientras mostraba una pequeña sonrisa de complicidad. En esos momentos, llegó Enzo, sin entender nada de lo que ocurría y dándose cuenta de que su sobrino y la princesa Saray estaban más cerca de lo que deberían.
—No tenemos por qué arreglarlo todo con la fuerza y la guerra. Lo sentimos mucho por todo lo ocurrido y por las pérdidas que se hayan podido ocasionar de manera injusta. Pero Matteo y yo hemos protagonizado este conflicto puntual con la única intención de acabar con la guerra entre Mediterranía y el Nuevo imperio italiano. Vuestro plan B, el de Mediterranía, era hacer enamorar a Matteo para que lo dejara todo por mí. En cierto modo, ese plan ha sido un éxito, pero no gracias a vosotros. Matteo y yo ya estábamos enamorados de antemano.
—Reitero lo dicho por la princesa Saray —siguió Matteo—. Todo esto ha sido un plan establecido hace meses por nosotros dos. Proclamamos, y reivindicamos, desde este preciso instante, el reino de Pepa, ante la presencia de la sublime reina Siana de Mediterranía y el que a partir de ahora será emperador de Italia, el grandioso Enzo. Por lo tanto, me retiro del cargo de emperador italiano, y me proclamo rey de Pepa, junto a la reina de Pepa.
—Si algún presente está en contra de lo aquí dicho, que actúe de inmediato como convenga. La decisión está tomada.
Ambos se cogieron de las manos, cerraron los ojos y esperaron.
Tras varios minutos, descubrieron que nadie había realizado ninguna acción en contra. El reino Pepa había sido proclamado.
Anouar se encontraba al borde de los nervios. Hacía ya varios días que intentaba descubrir el origen del óvalo aparecido en el parque central de ConfinaTown sin conseguir ni el más mínimo índice. Había entablado una conversación con el objeto, al que identificaron como OVNI, pero resultaba casi imposible sacar una información importante del mismo ya que éste siempre respondía mecánicamente. Además, el piloto de la nave parecía haber superado el cordón policial a la fuerza. Tampoco estaban seguros de que fuera él, ya que no correspondía a las descripciones rescatadas por los testigos que, al parecer, indicaron ver a tres figuras, dos femeninas y una masculina, salir del OVNI.
Todo ello creaba angustia y enfado en el inspector, quien por primera vez en su carrera no era capaz de descifrar el método para llegar a la conclusión del asunto. El tiempo corría en su contra ya que no conocía las intenciones de los invasores y a pesar de todo el despliegue policial, la única pista con la que contaba era la de un hombre vestido con un traje de superhéroe que lanzaba llamas.
—A ver. Tu amo...
—Yo no tengo amo.
—Perdón, ¿Tu piloto es hombre o mujer?
—No es hombre ni mujer.
—¿Entonces qué leches es?
—Raza 2 alta bata.
Anouar desesperaba cada vez más. Su paciencia estaba al borde y ya no sabía qué hacer para conseguir las respuestas necesarias.
—Respira hondo.
—No tengo nariz.
—¡Sé que no tienes nariz! ¡No te hablaba a ti!
Un impulso de ira vino de repente y dio una patada a la nave, quien no reaccionó.
Anouar no quería apartarse ni un segundo de la nave. Apenas hacía pausas y le daba vueltas a la cabeza sin parar mientras intentaba averiguar la razón o incluso el logaritmo con el que el artefacto funcionaba. No consiguió nada. Sabía que en cualquier momento, el piloto de la nave aparecería, y se tendrían que enfrentar a él. Posiblemente morirían en el intento, o de lo contrario podrían intercambiar de manera pacífica, pero nada estaba aún seguro en cuanto a la manera de contacto. Para ello, contaba con un equipo especializado en intercambios culturales que esperaba fuera competente y profesional para esa situación específica, aunque no sabía si funcionaría.
En todo caso, Anouar no iba a desistir y en algún momento encontraría la manera para descubrir el objetivo del alien y su nave espacial.
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