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17 - Por los cien mares

«Ya llego mi princesa, mi amada y dulce sirena.

Aquella que me da la vida y la fuerza,

la que con sus escamas doradas me ofrece el valor de afrontar

todos los monstruos marinos que me puedan atacar.

Tras meses navegando por los feroces y perturbados mares,

sediento, hambriento y luchando contra lluvias torrenciales.

Vuelvo a tus brazos, mi amada,

para protegerte y demostrarte lo que vales»

Con esta canción siempre entre los labios, que la definía como su himno, Isaac surcaba los mares con su gran barco pirata. Nunca en su vida conoció otra cosa. Antes de la epidemia mundial, su padre era un gran pesquero, nombrado por todo el mediterráneo como Rashid el pirata y no por lo que en los libros e historias se suelen reconocer a los estos personajes, sino porque se negaba a bajar de su barco incluso para vender lo que pescaba. Navegaba con un cerquero con jareta de tipo europeo y solo la tripulación hacía las excursiones necesarias en tierra firme.

Isaac nació y vivió en el mismo barco durante toda su vida, nunca había pisado tierra firme, en un principio porque su padre se lo impedía y posteriormente, tras la muerte del mismo, por convicción propia. Disponía de varias nacionalidades, como la mediterránea, la imperial italiana o la de varios países árabes del norte de áfrica, y se consideraba ciudadano de todos ellos, al mismo tiempo que de ninguno.

En estos momentos estaba de regreso a los mares circundantes a ConfinaTown, después de una travesía de más de 6 meses en la que navegó hacia el océano Atlántico en busca de tesoros inalcanzables y, a pesar de que no necesitaba estar anclado en algún lugar, tenía la obligación de visitar el archipiélago confinatino para ver a su amada, una preciosa sirena llamada Maya.

Isaac conoció a Maya hacía cuatro años. Habían tenido, en un principio, un contacto de intereses creada por su padre Rashid. Nuevamente las escamas doradas eran las causantes de su atípica relación, en la que Isaac debía proteger la zona a cambio de algunas escamas para proporcionarle a él y a su tripulación la fuerza necesaria para partir a la aventura. Sin embargo, este intercambio sirvió para mucho más que eso. El pirata y la sirena se fueron acostumbrando el uno al otro hasta tal punto que se enamoraron sin apenas darse cuenta. Aquello chocaba mucho a los dos, en especial a Maya, quien tenía prohibido por los de su especie mantener un contacto importante con los humanos.

Pero el amor fue más allá de todas las normas que pudieran existir e Isaac y Maya continuaron a verse y relacionarse.

La sirena sabía que la vida de pirata era muy nómada y que Isaac debía perderse durante meses en busca de grandes tesoros que descubrir y animales salvajes a los que afrontar. Pero su amado le prometió volver pronto, costara lo que costara y aunque tuviera que luchar contra el más poderoso de los titanes.

Por supuesto, ahí se encontraba el pirata, mientras guiaba su pequeño barco hacia el mar confinatino contento de poder volver, como lo prometido, al territorio en el que vivía su amada.

El mar no estaba muy revuelto, el sol había avanzado bastante en su trayectoria, y descargaba toda su energía sobre el barco. Algunas nubes se paseaban intentando refrescar el ambiente pero sin conseguirlo y por suerte corría algo de brisa.

Maya contó todo lo ocurrido a Adrián, quien le escuchaba sin perder detalle de cada palabra que ella pronunciaba. No tenía más remedio, por supuesto, intentó esconder ciertos detalles que resultaban inapropiados para el conocimiento humano y no daban una información necesaria a la historia; pero sí tuvo que reconocer bastantes hechos que para Adrián eran parte de la mitología.

—Si entiendo bien. El problema está en que esos seres Coriolis están utilizando las escamas doradas para crear un remolino gigante en el mar, que, con casi toda posibilidad, destruya la ciudad de las sirenas, y encima, os están casi obligando a la extinción ya que las escamas forman parte de vuestra energía y fuerza vital.

—Exacto, y en estos momentos debería encontrarme impidiendo todo eso, pero estoy malherida y no podría enfrentarme a ellos.

—¿Sabes si existe alguna forma de frenar ese remolino gigante?

Maya pensó para sí misma, conocía a los señores Coriolis, y sabía lo caprichosos que podían llegar a ser.

—Habría que frenarles, hacerles pensar en algo que les distraiga y que quieran conseguir más que ese dichoso remolino.

—Te podría llevar hasta ellos con la barca que hemos utilizado hace poco.

Maya se alegró de la proposición, por una vez tenía la sensación de que podría conseguir algo para los de su especie.

Con algo de miedo, pero decidido a ayudar a la sirena, Adrián preparó todo lo necesario para zarpar nuevamente en busca de los seres Coriolis y aquel remolino gigante que preparaban. Maya ya estaba curada, pero no debía hacer muchos esfuerzos para evitar lastimarse de nuevo; por otro lado, Adrián, estaba encantando en poder hacer el descubrimiento de su vida. Más tarde, debería decidir si preservar el secreto o crearse un prestigio en su campo gracias a los datos conseguidos.

Prepararon la pequeña embarcación con todos los utensilios que Adrián disponía en su caja de materiales y que formaban parte de su trabajo de biólogo marino, imaginaba que alguno de ellos podría ayudarle. Una vez lanzados al mar, el joven le preguntó a la sirena.

—Me gustaría saber, ¿Por qué las sirenas no queréis establecer un contacto permanente con los humanos?

—No podemos. Hace miles de años lo intentamos con uno de vuestros pueblos, los fenicios. Se trataba del primer grupo de personas que se adentraron en nuestro hogar, permitiéndonos conocer más a los humanos. La historia cuenta que tras varios meses de intercambios, el poder de las escamas doradas les hizo enloquecer, y prefirieron perder nuestra confianza por unas pocas de ellas. Más tarde fueron los griegos, con quieres compartimos muchas cosas durante cientos de años, pero gracias a que mantuvimos guardado nuestro mayor secreto. Otra vez la avaricia humana hizo que aquella civilización nos esclavizaran y trataran como a monstruos. Los humanos tienen su lugar en tierra firme, las sirenas lo tenemos en mares y océanos. Nuestros mundos no pueden cruzarse

Adrián, cabizbajo, sabía que Maya tenía razón. El afán por el poder y el dinero ciega a las personas a conseguir lo que quieren sin importar el precio a pagar.

La embarcación comenzaba a zarandearse, el agua se alteraba a medida que avanzaban mar adentro. Estaban llegando al origen del gran remolino. Maya sabía que aún estaban a tiempo, aunque la formación se encontrara en su máximo tamaño, las escamas doradas no habrían gastado su energía hasta pasada al menos media hora. A cierta distancia se podía ver un resplandor amarillento aparecer en la superficie causado por las escamas, al mismo tiempo que un movimiento circular del agua que le rodeaba.

—Ya estamos aquí —dijo la sirena algo nerviosa— aún no han acabado.

—No te preocupes, podemos impedirlo.

Mientras pensaban en la estrategia, Adri buscaba todo lo que podía ser útil en su caja de utensilios. El pequeño barco comenzó a girar en el sentido del remolino sin querer acercarse mucho al centro del mismo para no ser absorbidos por él.

—Los seres Coriolis son muy infantiles, al mismo tiempo que les gusta crear todo este tipo de caos, no tienen valor ninguno, cualquier efecto fuera de lo común les asustaría.

—Lo único que tenemos que hacer es pararlos, distraerlos de alguna manera para que dejen de formar ese juego circular, ¿no crees? —dijo Adri, mientras seguía moviendo objetos. Agarró una gran botella de cristal y la puso a un lado.

—Sí, pero no va a ser fácil, los Coriolis no paran de moverse, créeme. Cuando tienen algo en la mente, es difícil hacerles razonar.

Maya quería lanzarse al agua, intentar ir hacia ellos y hacerlos entrar en razón, pero con su herida le resultaría muy difícil, e incluso sería propulsada hacia el exterior, sin posibilidad alguna de acercarse a ellos.

Entretanto Adri parecía concentrado con la preparación de un artilugio con varios elementos de su caja.

—Perfecto, lo tengo todo. Ahora solo necesitamos acercarnos un poco más al centro.

—Será un suicidio para ti. La embarcación no podrá soportarlo y tú no estás preparado para la presión del mar y aguantar mucho tiempo sin respirar.

—No te preocupes, encontraremos un método para liberarnos, pero tenemos que evitar este desastre de inmediato.

Remaron un poco adentrándose en el centro del remolino, la barca se tambaleaba con brusquedad y el equilibrio se hacía casi imposible.

—¿Qué has preparado?

—Se trata de un coctel molotov. Una bomba que con toda posibilidad, frenará el centrifugado que han creado los dos seres. Puede que se pierdan algunas escamas, pero más vale eso que perderlo todo.

Las olas creadas por el remolino hacían balancear la embarcación de manera peligrosa.

—¿Preparada? Cuando lance la botella, tienes que esconderte bajo las mantas. Esta no es una bomba cualquiera, la he preparado para que incluso bajo agua sea muy efectiva. Todo saltará por los aires y creará una gran honda. 

Maya asintió, pero en ese momento un gran tentáculo provocó un enorme golpe seco que hizo a Adrián perder el equilibrio y la botella cayó por la borda.

El tentáculo se precipitó sobre la barca, que ya estaba bastante dañada,haciéndola añicos, Maya se dejó llevar por la corriente circular, mientrasobservaba a Adrián agarrado a un trozo demadera que el Kraken sostenía. Era el fin, aquel monstruo lo iba a devorar ylas sirenas desaparecerían para siempre.

El Kraken sacó la cabeza, con sus enormes ojos acuosos y observó al biólogo. Comenzó a plegar los tentáculos, iba a estrujar hasta matar al hombre.

De repente, una enorme flecha se clavó en uno de los ojos del Kraken, haciéndole soltar un enorme grito y soltar a Adrián, quien cayó en el mar. Maya fue a buscarlo, aunque dolorida, apenas podía soportar su peso y cuando estuvieron a punto de hundirse, una enorme red les sacó hacia la superficie.

Se trataba de Isaac, estaba allí, como prometido, de vuelta para cuidar a su amada.

—Acabemos con esta locura de una vez.

El pirata ordenó a toda su tripulación a soltar dos enormes bidones de explosivos lo más cerca posible del centro del remolino, que ya había creado un anillo hacia las profundidades. Los bidones flotaron y se adentraron poco a poco en dicho anillo. Pero Isaac no quiso hacerlos explotar aún.

—¡Esperad un poco más!

Ya casi no se veían, estaban casi engullidos en su totalidad por el remolino y apenas dos segundos después de que desapareciera, Isaac dio la orden.

—¡Ahora!

Una enorme explosión, seguida de una ola casi del doble tamaño que el barco del pirata hizo su aparición. El remolino se disolvió, pero Isaac tenía que hacer frente a la gran ola para no perderlo todo en el intento.

Tras varios minutos de pánico, el la gran ola desapareció en el horizonte, el mar volvió a su calma habitual y el pirata recuperó de nuevo el control de su navío.

Maya y Adrián aún luchaban por liberarse de las redes que les rescataron. Fue el propio Isaac quien protegió en sus brazos a la sirena, mientras Adri buscaba en vano una apertura entre las redes.

—Te dejo apenas unos meses y te veo envuelta en unos problemas muy gordos, amada mía.

Cuando Adrián consiguió salir de la red, observó al pirata y a la sirena concentrados en un gran beso romántico. Estaba enfadado por la nula ayuda que había recibido para liberarse, pero prefirió no interferir en ese momento.

Maya, se encontraba, al fin, en los brazos de su amado pirata; las escamas doradas no se habían perdido, los tritones y sirenas ya estarían recuperándolas; los señores Coriolis necesitarían varias semanas para recuperarse de la explosión; el Kraken había huido por el dolor de la flecha en el ojo; y el joven biólogo esperaría que alguien le dejara en tierra firme. No hablaría a nadie de las sirenas ni de lo que había visto durante su experiencia. No podía. Prefería guardar todo en secreto.

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