Recuerdo...
El niño entró tembloroso a la mansión, se acariciaba los brazos para tratar de darse confianza aunque no lo lograba, aquel hombre le daba miedo.
—Pasa— le dio un pequeño empujoncito para que entrara. El niño caminó despacio.
—Sube las escaleras y entra a la primera habitación— el pequeño se debatía si entrar o salir corriendo, aunque claro, los hombres que estaban fuera de la mansión lo agarrarían y a saber que le harían.
Subió las escaleras con la cabeza agachada. Entró a la primera habitación como le dijo el hombre y se sentó en la cama. En su cabeza solo rondaba el pensamiento más cruel...
"su papá lo vendió" como olvidar aquellas palabras que repetía el hombre cuando hablaba por el celular durante el trayecto.
Escuchó voces en el pasillo y su temblor aumentó. Segundos después la puerta se abrió y apareció otro hombre al lado del hombre que lo había traído.
—Desvístete muñeco— él otro hombre se acariciaba la barba larga y mojada de pie en el marco de la puerta y el que lo había traído se sentó en el sillón frente a él, ambos lo miraban fijamente con un ligero brillo escalofriante en los ojos.
—Quiero a mi mamá— ambos fruncieron el ceño y se miraron entre sí.
—No hables, solo obedece— dijo el sujeto de barba.
—No quiero quitarme la ropa, quiero irme a casa.
— ¿O sea que prefieres la calle a los lujos que te puedo dar?— el hombre del sillón sonrió mostrando un diente de oro.
—No me importa el dinero— mascullo el niño entrando en desesperación cuando el sujeto del sillón se empezó a quitar el traje que vestía lentamente, sus ojos cafés no dejaban de ver al pequeño.
—Ya te importará, ya verás.
...
El pequeño repetía una y otra vez en su cabeza las escenas de días anteriores, aquellos hombres sobre él lo ponían enfermo, con ganas de vomitar.
Siempre terminaba sobre la cama, tapado de la cintura abajo y sintiéndose sucio, las largas duchas que tomaba no lo quitaban.
Después bajaba a comer algo, eso sí, nunca le faltaba nada, aparte de sus padres, claro, y no es le hicieran falta pero extrañaba el saber que los tenía y sentir la libertad que le proporcionaba la calle.
Días después el pequeño bajó a la cocina y encontró a otro niño que parecía de su misma edad sólo que este tenía el cabello rubio claro y él lo tenía rubio oscuro.
—¿Quién eres?— le preguntó al rubio y este lo observó con lágrimas en los ojos y después negó, parecía que se sentía igual que él la primera vez que lo trajeron a la mansión. —Mi nombre es Tom ¿y el tuyo?
—Andreas— susurró el rubio. Tom se sentó a su lado y empezó a comer pan que siempre dejaban en la mesa.
— ¿Quieres? come, anda— partió un pedazo del pan que comía y se lo dejo frente a él. El rubio bajo la cabeza y sus hombros se sacudieron varias veces al sollozar. Tom no sabía qué hacer.
—Quiero irme a casa— Tom tenía razón, es otro niño que trajeron al igual que él.
—Yo también quiero irme pero no podemos— susurro Tom, las lágrimas de nuevo querían salir de él.
— ¿Por qué?
—porqué...
—Por qué no se callan y comen algo mocosos
<<otra vez la señora obesa de la cocina>> pensó Tom.
—Come Andreas— le susurró al rubio y este apenas tomó el pan y comió despacio.
Quién diría que esa se convertiría en su rutina...
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